viernes, 8 de febrero de 2008

Polémicas y críticas a la ideología de la ciencia del Ministro Lino Barañao



Compilación y selección de textos: Pedro Bugani.




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Ministro de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva

Asumió, se muestra abierto a discutir todo. Dice que priorizará el software, la biotecnología y la nanotecnología. Propone avanzar en biocombustibles, desmitifica la clonación y promete impulsar la exportación de medicamentos.

Por Nora Veiras y Leonardo Moledo

Llega a la sala de reuniones del flamante Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva con la ansiedad de quien sabe que tiene mucho por hacer y, también, que se espera mucho de él. Doctor en Química, posgraduado en la Universidad de Pensilvania en los Estados Unidos y en el Instituto Max Planck de Alemania, Lino Barañao –de él se trata– tiene, a los 54 años, la tarea de armar una cartera cuya creación ostenta el raro privilegio de no haber cosechado críticas. Dice que se priorizarán tres áreas: el software, la biotecnología y la nanotecnología, pero que nada será excluyente. Se muestra abierto a discutir todo. Juega con la idea de convocar a “un concurso de preguntas sin respuesta” para que los científicos den rienda suelta a su saber e imaginación. Cree que se debe avanzar en biocombustibles, apoyar a laboratorios nacionales con el objetivo de exportar medicamentos e incentivar la divulgación científica para conjurar creencias fundamentalistas que atentan contra la convivencia civilizada. Desmitifica el tema de la clonación humana pero reivindica el avance sobre la utilización de células madre para curar distintas enfermedades.

–¿Formar un Ministerio de Ciencia es una tarea docente hacia la dirigencia política en la Argentina?

–Sí. Creo que se ha instalado a nivel internacional que la ciencia y la tecnología son claves para el desarrollo de un país, y este hecho ha sido asimilado por toda la dirigencia, y me parece que se está esperando comprobar que en la Argentina también cumplen ese rol. Una cosa es que Corea se desarrolle a través de la ciencia y la tecnología, otra cosa es que uno pueda demostrar lo mismo en Argentina. Tenemos que hacer el experimento local para demostrar que esto es válido.

–Con la dirigencia política suele pasar que dice que sí cuando se hace ese planteo y después no pasa nada.

–Esa ha sido históricamente la situación, pero yo noto un cambio real. El grado de contacto que tengo con los otros ministros y con la propia Presidenta era impensable para mí. Me han hecho sentir parte del Gobierno de una forma que no esperaba.

–¿Esperaba una cosa lateral como fue siempre?

–Ha ocurrido en el pasado que el secretario de ciencia y técnica sentado en el gabinete tenía el mismo papel que el perchero.

–O menos.

–O menos, porque el perchero para algo se usaba. Pero como decía, parece que la cosa cambió, por decisión de la Presidenta; hay participación plena como miembro del gabinete y hemos tenido reuniones muy fructíferas. La última reunión con la Presidenta la tuve el lunes 24 a las seis de la tarde.

–¿Cuál es el presupuesto que finalmente le quedó a este nuevo ministerio teniendo en cuenta que se creó cuando ya se había discutido el presupuesto nacional?

–Es difícil de definir porque el presupuesto de CyT del país abarca otras áreas, y éste es un ministerio que va a coordinar acciones con instituciones que dependen de otros ministerios, pero grosso modo es el cero cuarenta y pico del PBI. Pero ya veníamos realizando proyectos estratégicos a través de la agencia, a través del BID. El último préstamo para ciencia y tecnología fue de 280 millones de dólares y estamos pasando a una programación a largo plazo de 700 millones. O sea que estamos incrementando notablemente el financiamiento.

–¿Y habrá algún cambio en la estructura de los proyectos?

–Hasta ahora la ciencia estuvo basada en financiamiento a grupos individuales y eso produce resultados publicables, papers. Fue efectivo; el número de publicaciones en revistas internacionales mejoró, que es una de las funciones de la ciencia: colocar al país como contribuyente al avance del conocimiento universal.

–Pero con eso no basta.

–Si uno quiere solucionar un problema de energía, de salud, un problema de alguna cadena productiva en particular, ningún grupo individual puede dar una respuesta. Y desde el año pasado a través de los Proyectos para Areas Estratégicas se financia con montos sustanciosos a grupos interdisciplinarios para que aborden un problema particular: cáncer, una plataforma de nanotecnología, tecnología agropecuaria, manejo de suelos.

–Esos proyectos tardan en madurar...

–Es cierto, pero el solo hecho de enunciarlos es un cambio importante.

–Usted habló de la necesidad de cambiar la matriz productiva del país. ¿Qué tiempo se piensa para esa transformación que supone la incorporación de la ciencia y la tecnología?

–Hay áreas en las que ya está ocurriendo; el crecimiento que está experimentando la industria del software es palpable ya: trabaja tanta gente en software como en la cadena de la carne, con la ventaja, además del mejor salario, de ser un factor amplificador notable y que tracciona al sistema educativo también. En la medida que se perciba que hay puestos de trabajo dignos y bien remunerados, habrá quienes se inclinen por esos estudios.

–Acá hay una carencia de vocaciones en ese sentido. De hecho en el área de software hay vacancia.

–Bueno, tenemos que mostrar que realmente el área de software equivale a lo que era la ingeniería décadas atrás. En Corea del Sur, prácticamente el 60 por ciento del aumento de su PBI es derivado del conocimiento. Recuerdo una vez que vino un miembro del Ministerio de Ciencia y tecnología de Corea contaba que habían encargado un estudio y les dieron veinte motivos por los cuales Corea jamás iba a liderar el mercado mundial de software, y que entonces fueron eliminando esas causas una por una y cuando eliminaron la causa número veinte, eran los líderes del hardware.

–Brillante y muy oriental.

–Claro que es brillante, y oriental u occidental, muestra cómo la voluntad antecede a la razón como decía Schopenhauer. Es necesario tener voluntad de cambio para superar los obstáculos y no a la inversa. Si uno toma el diagnóstico negativo y se queda con él, ahí se queda. ¿Queremos diversificar nuestra economía? Bueno, vamos a agregar una componente basada en bienes y servicios conocimiento-intensivos.

–Ahí incluye la nanotecnología y la biomedicina.

–Hay tres áreas (ojo: no significa que sean excluyentes) en las que vamos a empezar a hacer alguna experiencia (el software, la nanotecnología y la biotecnología) para crear empresas de base tecnológica. Es un primer cambio emblemático. Aunque no veamos en el PBI un cambio en uno o dos años, si en ese lapso mostramos que hay nuevas empresas creadas por jóvenes egresados de la universidad, que son exitosos, que tienen un trabajo generado por ellos mismos y que emplean a otra gente, eso es una señal de hacia dónde queremos ir.

–Usted dijo que era necesario avanzar en la infraestructura de producción de medicamentos para que se pueda exportar. ¿En qué está pensando?

–Hay que introducir las normas internacionales de buenas prácticas de producción. Se está abriendo un mercado importante para los genéricos biotecnológicos. Están cayendo las patentes de una cantidad de proteínas que pueden pasar a producirse ahora como genérico pero para poder exportarlas tenemos que hacerlo bajo normas de calidad, eso implica una inversión importante de adaptación de las plantas. Queremos tener una participación activa para que los laboratorios nacionales puedan cumplir con esa normativa no sólo para exportación sino para producción local también. Podemos armar una cadena productiva que va desde la investigación básica en farmacología, el ensayo en animales, el ensayo clínico y finalmente la producción. Argentina tiene en cada área recursos humanos, ventajas competitivas para hacer un lugar de desarrollo y producción de desarrollo farmacológico. De hecho estamos apoyando un cluster en la ciudad de Buenos Aires que va a ser un centro de desarrollo público–privado muy importante, donde hay empresas y está el Conicet participando.

Ciencias sociales

–Usted habla de priorizar el desarrollo en software, biotecnología y nanotecnología, ¿qué pasa con las ciencias humanas?

–Es infundado pensar que son las cenicientas, porque tienen un financiamiento equivalente a cualquiera de las áreas de las ciencias básicas y durante mucho tiempo tuvieron un financiamiento superior en términos de los insumos que requerían. Insisto en que este cambio que queremos dar exige la participación activa de áreas humanísticas, desde la filosofía tradicional hasta la lingüística o la antropología. Pero a mí me gustaría ver un cierto cambio metodológico; estoy tan acostumbrado a la verificación empírica de lo que digo, que a veces los trabajos en ciencias sociales me parecen teología.

–Esto va a provocar un gran debate...

–Creo que no hay un motivo por el cual las áreas humanísticas deban prescindir de la metodología que usan otras áreas de las ciencias.

Científicos, políticos, ciudadanos

–Los científicos se quejan de que los políticos no los convocan y los políticos contestan que los científicos no quieren pronunciarse. El conflicto con Uruguay por las pasteras, por ejemplo...

–Hay culpables en ambos bandos. El sector político no está acostumbrado a convocar a los científicos y los científicos no siempre asumen la responsabilidad que les toca de opinar y transmitir la información objetiva a la sociedad por temor a tener algún tipo de consecuencia personal. Al fin y al cabo, de un científico que trabaja para el Estado, la sociedad tiene derecho a esperar una opinión objetiva. La sociedad, el ciudadano real y concreto no lee los papers. El científico debe asumir su compromiso social.

Criterios, clones y el hombre de Neanderthal

–¿Va a manejar el ministerio con criterio científico?

–Sería un acto de incoherencia no hacerlo.

–¿Cómo es llevar adelante una política con criterio científico?

–Si yo quiero controlar un virus, tengo que entender su naturaleza. No puedo suponer que el virus es una entidad maligna cuyo designio es provocarme daño. Y es válido para el comportamiento animal y humano.

–El comportamiento humano se remonta a millones de años atrás.

–Bueno, no se pueden ignorar esos millones de años.

–¿Va a poner algún hombre de Neanderthal como subsecretario? ¿Sería ideal? ¿Tendría que clonarlo?

–Tanto que se ha hablado de la clonación... La pregunta es: supongamos que clonamos un hombre de Neanderthal congelado en algún glaciar. ¿Cómo nos comportamos? No es un miembro de nuestra especie, no es un ser humano. La discusión es que toda célula humana tiene un mismo status. Ahí tenemos un individuo que no es de la especie humana porque no tiene el mismo número de cromosomas, sin embargo se comporta, actúa y demás como si fuera uno de nosotros. ¿Qué hacemos?

–¿Se llegará en breve a un clon humano?

–No. Creo que todo el tema de la clonación humana ha sido un negocio mediático. Produjo más plata la clonación a nivel editorial que a nivel científico. Se han vendido más libros, revistas, filmes que vacas clonadas. No hay ninguna razón objetiva por la cual sea necesario clonar a un ser humano. No hay necesidad económica, los riesgos superan ampliamente los posibles beneficios, como sí hay un beneficio económico y también para la salud humana de un desarrollo de terapias basadas en células madre.

Juventud, divino tesoro

–Alguna vez dijo que cuando era joven y vehemente como gremialista del Conicet les dijo a unos asesores de Manuel Sadosky que si no podían hacer las cosas rápido y bien, que renuncien. ¿Qué tiempo se pone usted?

–Estoy más viejo y ahora me toca estar del otro lado del mostrador. Mi ansiedad sigue siendo la misma, mi problema es controlar mi ansiedad por hacer cosas. Sé que la magnitud de la tarea a encarar es muy grande. Me parece que es una oportunidad única, es un desafío que hay que asumir, no puedo rehusar esto. Recordaba un proverbio que dice: “ten cuidado con lo que deseas”.

–Porque “a quien los dioses quieren perder, les conceden su deseos”.

–No voy a tener a quién echarle la culpa, ése es el problema. El problema es que no voy a poder acusar a nadie “de la pesada herencia”. Lo positivo, como me decía mi hijo, es que por cuatro años “vas a ser el mejor ministro de ciencia y tecnología que hubo en el país’.

–Pero ojo, porque matemáticamente va a ser el mejor y el peor.

–Es verdad.


La ciencia y el fundamentalismo

Ministro de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva

–La creación de una cultura tecnológica requiere de un programa de difusión de la ciencia que se estaba llevando desde la Secretaría de Ciencia y Tecnología. Se dieron los premios al periodismo científico, el festival de cine científico, los cursos a lo largo del país sobre periodismo científico, entre muchas o

tras cosas...

–Coincido totalmente en que la divulgación científica es una tarea inherente a este ministerio, es una tarea central para este cambio cultural del que hablamos. La divulgación científica no sólo es un elemento de propaganda de nosotros los científicos sino que tiene la función social de ilustrar a la población, educarla respecto de lo que es el avance gradual del conocimiento. Me parece ilógico que la única versión que tenga de eso es lo que vea en los canales de cable que le dan una visión que puede ser sesgada. El cuello de botella no es el financiamiento, no son los recursos humanos, es un cambio de visión.

–Es uno de los cuellos de botella.

–Sí, es uno de los cuellos de botella, pero para superarlo necesitamos presentar a la sociedad qué es lo que se está haciendo y adónde queremos llegar.

–Sí, pero tenemos una falta de cuadros en ciencia y en transmisión...

–En la transmisión de conocimiento a la sociedad, un tema no menor que existe aun en los países desarrollados, es un revival de fundamentalismo que es preocupante. Si la ciencia no asume un papel activo de control, el fundamentalismo avanza: ya hay no sé cuántos estados de los Estados Unidos en donde la evolución no se enseña más. El mayor peligro que tenemos para la convivencia armónica a nivel mundial es el auge del fundamentalismo, porque es contrario a cualquier posibilidad de diálogo racional. Si la ciencia se repliega al laboratorio y se enquista, es campo fértil para el auge del fundamentalismo. No es un tema menor mantener una presencia de la ciencia en los medios. Decir que hay un método que es distinto de la revelación y que ha demostrado ser válido.

–Por eso la divulgación de la ciencia es una herramienta fundamental.


–Desde ya.


Cultivo de algas para biocombustibles

Ministro de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva


–Un debate que está candente es el de los biocombustibles. ¿Argentina va a promover esa alternativa? ¿En qué medida esa utilización afecta a la agricultura como fuente de alimentos?

–Primero hay que dejar en claro que los biocombustibles no son la solución para el problema energético. Aun usando toda la superficie arable del mundo no se llega a reemplazar un porcentaje apreciable del consumo. En el caso de Argentina lo que sí existe es una posibilidad comercial de exportar, en lugar de aceite, biocombustible. Existe la posibilidad de ahorrar a nivel local el uso de combustible fósil usando biocombustible. En ningún caso cambiamos sustancialmente la matriz productiva del país: exportamos un poco más o un poco menos. Lo que a mí me interesa es desarrollar economías regionales a partir de alguna explotación alternativa, usar terrenos semiáridos para plantar alguna variedad que produzca biocombustible. Un tema que me presentaron hace poco y me resultó muy atractivo es el cultivo de microalgas en piletas de aguas saladas (son mucho más eficientes que la soja), que implicaría la creación de nuevos emprendimientos en la zona costera, con lo cual uno tiene impacto económico y social. Esa es una veta que me parece importante, una diversificación de la matriz productiva del país para crear puestos de trabajo y desarrollar zonas marginales. En el caso de Argentina la competencia entre alimentos y biocombustibles es relativamente menor. En el caso de la soja, que se exporte como aceite o como biocombustible es relativamente irrelevante. Es necesario ver la demanda real de países centrales por usar biocombustibles, no podemos ser ciegos a eso y por una cuestión fundamentalista decir no lo vamos a utilizar. Si no nos perjudica usémosla y si además nos puede beneficiar en algún sector mejor todavía.


REPERCUSIONES TRAS LA ENTREVISTA A LINO BARAÑAO EN PAGINA/12

La ciencia de la polémica

Las definiciones del ministro de Ciencia despertaron el debate. La dicotomía entre las ciencias “duras” y las “blandas”, la prioridad en la investigación, el objetivo del nuevo Ministerio son algunos de los tópicos puestos en la mira. Aquí, cuatro nuevos aportes a la discusión.

Respuestas y críticas a la ideología científica del nuevo Ministro


¡No somos teólogos!

Por Atilio Boron

En la entrevista que el ministro de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva publicara en este diario el lunes pasado, Lino Barañao se refirió a los temas que habrán de concitar la especial atención del ministerio a su cargo. Quisiéramos aportar algunas ideas a una discusión que el país se debe sobre la investigación científica, y que Barañao parece dispuesto a convocar. Lo peor que podríamos hacer en un momento como éste es optar por el silencio en lugar de manifestar, con respeto y altura, las discrepancias que pudiera suscitar su exposición.

En primer lugar diríamos que la puja por el presupuesto es un tema central y que no fue adecuadamente subrayado por el ministro. Está muy bien que la Argentina trate de meterse a fondo en el tema del software, la biotecnología y la nanotecnología, y también en muchos otros. Pero para entrar a competir con ciertas posibilidades en áreas de punta se requiere, primero, contar con laboratorios muy bien equipados, posgrados bien organizados con profesores de tiempo completo y todos sus estudiantes becados, carreras e instituciones universitarias adecuadamente financiadas, bibliotecas actualizadas y que efectivamente sean algo más que un desvencijado y anárquico depósito de libros, y remuneraciones apropiadas al personal científico, en todos sus niveles, desde el técnico auxiliar hasta el investigador superior. Nada de eso existe en nuestro país, a diferencia ya no digamos de Estados Unidos o Europa sino de Brasil o México. Esas imprescindibles condiciones no se obtienen tan sólo con esfuerzo, dedicación o buena voluntad, virtudes en las cuales nuestros científicos sobresalen a nivel mundial, sino que exigen disponer de recursos que en nuestro sistema científico y universitario siempre han sido escandalosamente escasos. Tal como Barañao lo señala, nuestra inversión en Ciencia y Técnica está en el orden del 0,4 por ciento del PBI, pero contra el 0,9 de Brasil y el 0,6 de Chile, para no compararnos con los niveles en torno del 3 por ciento del PBI que caracterizan a países como Corea y Japón. Nuestro sistema es paupérrimo por comparación a nuestros vecinos subdesarrollados, y esto debería convencer al ministro de que su primerísima tarea será lograr que las abultadas arcas del Tesoro nacional se dignen a financiar como se debe el sistema científico y universitario de la Argentina. Si no lo hace, o no lo dejan, todos sus planes corren el riesgo de convertirse en futuras anécdotas de una enésima frustración. Si convoca a los científicos de todo el país a una discusión seria sobre el futuro de la ciencia en la Argentina, su voz tendrá el peso suficiente para, tal vez, poner punto final a décadas de abandono y ninguneo. Esta convocatoria, además, está en línea con las palabras de Barañao al exigir, con toda razón, el compromiso social de los científicos. Lo que es seguro es que si trata de hacerlo sin ese respaldo, difícilmente vaya a encontrar oídos receptivos a sus reclamos.

Una segunda cuestión tiene que ver con las ciencias sociales, sobre las cuales la intervención del ministro no fue precisamente feliz. En la entrevista asegura que las humanidades y las ciencias sociales “no son las cenicientas” del sistema científico “porque tienen un financiamiento equivalente a cualquiera de las áreas de las ciencias básicas y durante mucho tiempo tuvieron un financiamiento superior en términos de los insumos que requerían”. Este juicio es insólito en un hombre tan “acostumbrado a la verificación empírica” como él mismo se define. Para refutar su afirmación bastaría con comparar, en el caso de la Universidad de Buenos Aires, la proporción de docentes con dedicación de tiempo completo a la enseñanza y la investigación en la Facultad de Ciencias Sociales y en la Facultad de Ciencias Exactas. Mientras que en el primer caso se trata de una cifra ínfima, en el segundo abarca, y en buena hora, a la casi totalidad de su planta profesoral. Otro elemento que debería añadirse a la comparación es la articulación existente entre el sector privado, e inclusive las agencias del Estado, y los investigadores: mientras que en el caso de Sociales esa vinculación es prácticamente inexistente, en Exactas constituye un importante vehículo de reforzamiento presupuestario. Hay otros elementos que, de agregarse, reforzarían aún esta conclusión. Por lo tanto, el análisis empírico demuestra que nuestra situación no es la que describe el ministro sino mucho peor, y que es preciso remediar cuanto antes.

Un párrafo final merece su exhortación para que en las ciencias sociales se opere “un cierto cambio tecnológico; estoy tan acostumbrado a la verificación empírica de lo que digo, que a veces los trabajos en ciencias sociales me parecen teología”. Y agrega, rematando su argumentación, que “no hay un motivo por el cual las áreas humanísticas deban prescindir de la metodología que usan otras áreas de las ciencias”. La pretensión de que existe una sola metodología común para todas las ciencias es, a esta altura de la historia, tan insostenible como la teoría geocéntrica de Ptolomeo. Tal como lo prueba el célebre Informe Gulbenkian sobre la situación de las ciencias sociales y el pensamiento científico a finales del siglo XX, el viejo paradigma “newtoniano-cartesiano” entró en crisis en las propias (mal llamadas) “ciencias duras”. Cabe destacar que este informe fue elaborado a partir de una labor transdisciplinaria, en donde investigadores de las ciencias exactas dialogaron de igual a igual con sus colegas de las humanidades y las ciencias sociales. De hecho, uno de los redactores de ese informe fue Ilya Prigogine, y en él se dice, entre otras cosas, que el modelo de ciencia, y por lo tanto de metodología de verificación, instituido desde el siglo XVIII, entró en crisis irreversible. En el Informe se señalan dos causas de esta decadencia; la crisis de la epistemología nomotética en el propio campo de las “ciencias duras” y, en segundo lugar, los nuevos desarrollos teóricos que en estas disciplinas “han subrayado la no-linealidad sobre la linealidad, la complejidad sobre la simplificación y la imposibilidad de remover al observador del proceso de medición y [...] la superioridad de las interpretaciones cualitativas sobre la precisión de los análisis cuantitativos”. En suma, termina diciendo el Informe que “las ciencias naturales han comenzado a parecerse mucho más a lo que por mucho tiempo había sido despreciado como ‘ciencias blandas’ que a aquello que fuera considerado como ‘ciencias duras’”. Como bien recordaba Albert Einstein, “no todo lo que cuenta se puede contar; ni todo lo que se puede contar cuenta”. Mal haríamos, a la luz de este informe, en imitar para las ciencias sociales y las humanidades un modelo de verificación empírica ingenuamente quantofrénico y declaradamente obsoleto. La producción de la evidencia que sustenta un razonamiento, admite una multiplicidad de procedimientos cuya rigurosidad y precisión se construyen desde otras premisas. ¿O vamos a creer que un Chomsky en lingüística, un Sánchez Vázquez en filosofía, un González Casanova en sociología, un Hobsbawm en historia son charlatanes que se dedican a la teología?


Universidad, ciencia y sociedad

Por Norma Giarracca *

El lunes pasado Página/12 publicó una entrevista al titular del nuevo Ministerio de Ciencia y Tecnología, Lino Barañao. Sus declaraciones sobre las ciencias sociales generaron polémica: el sábado se publicó una respuesta de Atilio Boron y las siguientes líneas se añaden al debate.

El doctor Benjamín Frydman, que fue un importante miembro del sistema científico argentino e internacional, escribió un artículo donde argumentó que la ciencia es una actividad humana demasiado importante como para escapar al control de la sociedad; por eso, agregaba, debe llevarse a cabo en las universidades públicas. Cuando escribió esto lidiaba con la herencia que el Conicet de la última dictadura militar había dejado al grupo de científicos que desde 1984 intentó democratizarlo. El Conicet de la democracia se había convertido en querellante junto a la Fiscalía Nacional de Investigaciones Administrativas para denunciar las desviaciones de fondos a asociaciones y fundaciones integradas “por funcionarios del Conicet o personas allegados a ellos” que tramitaron y entregaron con fines de enriquecimiento personal cuantiosas sumas de dinero (Aportes para una Memoria, Conicet, 1988).

La dictadura militar consideró al espacio universitario demasiado “contaminado” por la sociedad, aun con toda la represión que le imprimió, y se propuso matar dos pájaros de un tiro: trasladar la mayoría de la actividad científica desde las universidades a los centros propios o asociados y habilitar grandes negocios para una camarilla. Este grupo además, estuvo fuertemente sospechado de participar en procesos de denuncias y represión de jóvenes científicos.

Durante mucho tiempo la pregunta que circuló entre los que seguimos y participamos en la reparación de estos hechos en la segunda mitad de los ’80 fue ¿y los científicos que permanecieron en el país qué hicieron, por qué callaron? El documento del Conicet de 1988 que cité en el primer párrafo sostiene que fueron dos científicos los primeros en denunciar el fraude antes de finalizar la dictadura pero, dadas las condiciones jurídicas existentes, no prosperaron. Por otro lado, muchos otros mantuvieron verdaderos autoexilios y subsistieron como pudieron en sus laboratorios e institutos sin recibir fomento alguno. No obstante muchos científicos, sin ser socios de la estafa o de la represión, fueron simplemente complacientes. Recibieron dinero para investigar y callaron. Cuando se indagan las razones de esta actitud a quienes conocen bien los mundos sociales de las “ciencias duras”, las respuestas más frecuentes enfatizan la falta de interés por los temas públicos y políticos y, por otro lado, se señala el dinero, el subsidio –cualquiera sea la procedencia– como mecanismo capaz de acallar conciencias. En las ciencias sociales fue aún peor pues los grupos involucrados no sólo conocían muy bien lo que ocurría sino que fueron ideólogos activos del proceso militar. El Conicet, después de 1989, dejó de ser querellante en estas causas pero muchos de aquellos institutos fraudulentos se habían cerrado y otros habían pasado a asociarse con las universidades públicas y cambiado el tipo de gestión. Así el espacio universitario fue nuevamente centro privilegiado de la generación de conocimiento científico. Las bajas dedicaciones de los profesores concursados o contratados y un importante avance de su privatización –vía convenios– condujeron a la compleja situación del presente universitario. No obstante, la universidad sigue siendo el lugar adecuado para producir ciencia por las misma razones que enunciaba Benjamin Frydman y porque debemos seguir batallando para que vuelva a constituir el espacio por excelencia de la libertad y autonomía científica y de los pensamientos críticos. En las universidades, por ejemplo, los jóvenes indagaron acerca del pasado y son frecuentes los homenajes a estudiantes, profesores e investigadores víctimas de la represión.

Es importante destacar que el conocimiento científico tiene que estar acompañado por la libertad y promoción del pensamiento social crítico, porque la actividad científica es social, está imbricada con relaciones sociales y de poder. Hoy que recibimos con beneplácito y simpatía la creación del Ministerio de Ciencia, es muy importante recordar las malas experiencias pasadas, que separaron la investigación de la universidad pública, y es impostergable que los miembros más responsables y conscientes del sistema científico argentino presten atención a los nuevos pensamientos sociales críticos. Sin la consideración de estas dos cuestiones resulta fácil perder el rumbo de una ciencia que contribuya al bienestar de las grandes mayorías y no se refugie en espacios autocentrados. Como dice el decano de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, Federico Schuster, todo lo auspicioso del nuevo status que adquiere la ciencia con este ministerio puede desmoronarse si la nueva institución sustancializa los términos ciencia, tecnología y desarrollo ya que la idea de que refieren a cosas buenas en sí mismas está fuertemente cuestionada.

Ultimamente pululan los ejemplos de difusión mediática de supuestos adelantos médicos o educativos brindados por la “tecnociencia”, que terminan en simples y nefastos negocios, denunciados en voz más baja que los anuncios previos. Son bien conocidas las devastaciones al medio ambiente y a la gente como consecuencias de la aplicación de nuevas tecnologías en la explotación de los recursos naturales (por ejemplo en la producción minera los millones de litros de agua dulce diaria que se restan a la reproducción de la vida). Los peligros que acechan al sistema científico hoy, a diferencia de los ’70, residen en esta articulación manifiesta entre ciencia (o “tecnociencia”) y “mercado” (negocios). Algunos científicos sociales podemos acompañar proyectos y aportar nuestros conocimientos pero siempre –aunque molestemos– desde la producción de pensamiento que “incomoda”, que cuestiona la relación “ciencia-negocios” y que desarma los mitos en los que se configura este modelo neoliberal para la reproducción de un orden profundamente injusto y desigual.

* Profesora de la Facultad de Ciencias Sociales (UBA) e investigadora del Instituto Gino Germani.


Y si somos teólogos, ¿qué?

Por Eduardo Grüner *

Después de los sucesivos y contundentes artículos de Atilio Boron y Norma Giarracca –aparecidos en este mismo medio– a propósito de las declaraciones imprudentes –¿o serán provocativas?– del ministro Barañao, parecería que queda poco y nada por decir. Sin embargo, quizás haya lugar para una imprudencia –¿o será una provocación?– más: imprudencia o provocación implícita (a decir verdad, bastante explícita) en nuestro título: y si en el límite los “humanistas” y “cientistas sociales” hiciéramos “teología”, ¿qué hay? Por supuesto: se usa “teología” de manera metafórica y peyorativa, sin pensar mucho en las connotaciones históricas del término (así como se dice de manera peyorativa que un enunciado es “retórico”, sin tomar en cuenta que la extraordinaria disciplina de la retórica, inventada en la Magna Grecia en el siglo V a. C., es lo que ha hecho posible, entre otras pavadas, que Occidente tenga una literatura, una filosofía, una poética, una ciencia jurídica). Pero descontamos que un ministro de Ciencia y Tecnología debe saber que durante siglos y siglos la teología –que por derecho propio tanto como ajeno pertenece a las llamadas “humanidades”– fue el campo privilegiado de los grandes debates filosófico-críticos (y también los “científicos”) de la Edad Media, y que en modo alguno tuvo solamente un significado “inútil” (aunque mucho habría que discutir, de todos modos, las ventajas de la “inutilidad” frente a las desventajas del instrumentalismo técnico-económico a las que alude Giarraca) ni necesariamente “reaccionario”; también cuando alguien quiere referirse a una discusión ociosa o inconducente dice que se está hablando del “sexo de los ángeles” o que es una controversia “bizantina”: pero pregúntele el señor ministro a un psicoanalista si el tema del sexo de los ángeles le parece un “desplazamiento” tan estúpido, o pregúntele a un historiador del arte o a un filólogo si la iconografía bizantina –-con la cual tan vinculada está aquella retórica idem– es algo verdaderamente tan ridículo como para que no merezca ser investigado. Así que no se apresure el señor ministro a burlarse tan ligeramente de la teología, de la retórica o del bizantinismo. Y todo ello para no mencionar que el señor ministro debe saber que –desde un punto de vista infinitamente más “empírico”– el Estado argentino sí está efectivamente financiando a la teología (esta vez sin metáforas), puesto que, por ejemplo, subsidia a la educación privada, mucha de ella religiosa y confesional, donde por lo tanto se enseña y se investiga mucha teología.

Desde ya, y para insistir: todo lo anterior es sólo una pequeña provocación (“retórica”), apenas para decir que si lo que se ha querido introducir con todo esto es, una vez más (y van...), una recusación del pensamiento crítico –que es lo que fundamentalmente deberían practicar los “humanistas”, aunque no siempre lo hagan, mientras que sí lo hacen a su vez muchos “científicos”, claro que puestos en “humanistas”–, la única respuesta que cabe es: “¡Ufa! ¡Qué aburrimiento!”. Porque eso ya se ha intentado miles de veces, y qué se le va a hacer, no funciona: hay gente que se sigue interesando por la filosofía, la historia, las ciencias sociales, el arte, la literatura, la historia de las religiones ¡y hasta la teología! (puede haber, señor ministro, incluso presidentes/as que se interesan por esas cosas: por ejemplo, sin ir más lejos, la actual, que cerró un Congreso Mundial de Filosofía en San Juan con un discurso sobre... Hegel: ¿la incluye usted a ella en su diatriba sobre los “teólogos”?). Y la habrá siempre, con o sin financiamiento de organismos estatales. Es mejor, claro, que sea con: entonces se daría un pasito al menos para demostrar que nuestro Gobierno prefiere que los argentinos tengamos una cultura equilibrada entre el saber científico-técnico y el “humanístico”, que quiere que nuestros hijos y nietos tengan la libertad de elegir en las mismas condiciones cualquiera sea su “vocación”, que apuesta al desarrollo de un debate libre y todo lo crítico que sea necesario sobre la sociedad y la humanidad, y que hay un ministro que debe saber que –como lo señaló Boron en su artículo– la polémica entre las ciencias “nomotéticas” y las “ideográficas” ya es, después de un siglo y medio de discusión, completamente “teológica”, “retórica” y “bizantina”, ahora sí en el pleno sentido peyorativo (y vulgar) que aparentemente se insiste en darles a esos prestigiosos términos. Todo eso sería mejor. Y ya sería óptimo –y probablemente “utópico”, otra palabra hoy tan menospreciada– que ese financiamiento se otorgara sin ningún tipo de condicionamientos temáticos ni metodológicos que obligaran a los “humanistas” a ajustarse a grillas completamente absurdas (y habitualmente dictadas desde la lógica de los países “centrales” para sus propios objetivos), a formalismos “bizantinos” cuya mínima transgresión implica el riesgo de quedarse sin cobrar los malditos “incentivos” (que nunca debieron existir sino como desvío perverso para aquietar las quejas por, justamente, las miserias financieras y salariales), o a reciclar catorce veces el mismo paper para acumular puntitos en las revistas “indexadas”, algo que sí es totalmente ridículo en el campo de las humanidades y las ciencias sociales, donde las mejores publicaciones de debate crítico no son necesariamente “indexadas” (y entre paréntesis, el señor ministro debe saber algo sobre el origen decididamente inquisitorial del latinazgo “Index”). Ahora bien –para que no vaya a creerse que lo anterior es una pura defensa corporativa–: si lo que se quiere decir con todo esto es que en su actual fase de “desarrollo” el país debe priorizar la investigación tecnológica, para beneficio de la industria nacional o incluso para beneficio de las grandes empresas transnacionales (¿y por qué escandalizarse, si así fuera? Finalmente, ningún funcionario ha dicho que vamos a salirnos del capitalismo), entonces discutamos eso. Pero hagámoslo claramente y de frente, sin trasnochadas especulaciones –usaremos una palabra de esas despreciables que hasta ahora no ha sido pronunciada–- metafísicas.

*Sociólogo, ensayista, profesor de Teoría política y social (UBA).


Conocimiento y universidad

Por Luis Lafferriere *

El lunes 14 de enero, Página/12 publicó un artículo muy interesante de Norma Giarracca sobre “Universidad, ciencia y sociedad”, con el cual coincido en líneas generales.

Además de destacar el valor de esa opinión, y el hecho de que existan medios que den cabida a posturas como la citada, quisiera hacer un par de reflexiones sobre dos temas que a mí parecer deberían enfatizarse y que, si bien están mencionados en el texto, considero que debería hacerse un mayor énfasis por su importancia estratégica: (1) ¿Para qué queremos el conocimiento? (2) ¿Cómo está la universidad pública? Se trata de temas cuyo tratamiento serio y en profundidad no se ve con frecuencia ni en los medios masivos de comunicación, ni en el discurso oficial (más aún, ni siquiera en la propia universidad pública).

Conocimientos para qué y para quiénes. El primer tema tiene que ver con la cuestión del modelo productivo y de sociedad que está guiando actualmente la actividad educativa, científica y tecnológica en la Argentina. Es innegable que avanza y se consolida el modelo de los agronegocios, con la soja (y muy posiblemente el maíz) como los puntales del monocultivo (además del saqueo minero e hidrocarburífero). El mismo es apoyado por un conjunto de sectores de gran peso económico (y político), acompañados por los grandes medios de comunicación que manejan. Hay un importante porcentaje de facultades en todo el país que no sólo ignoran el tema ni lo debaten, sino que promueven y promocionan las actividades vinculadas a ese modelo. De ahí que creo importante que más allá del discurso oficial de potenciar el sector científico-tecnológico, hay un debate previo imprescindible: ¿para qué economía y para qué sociedad queremos el desarrollo de la ciencia y de la técnica?

El neoliberalismo ha avanzado tanto en la cabeza de la gente, que en la mayoría de los lugares donde debe producirse conocimiento se actúa como si lo tecnológico fuera un campo aparte de lo político. Y como lo político en la Argentina responde a los que detentan el poder económico, son estos últimos los que definen nuestro presente y nuestro futuro. En síntesis, al tomarse al conocimiento como un compartimiento apolítico, la dirección de lo que se hace (esfuerzos, estudios, difusión, etc.) la imponen los dueños del “mercado” y los gobernantes “realistas” que están a su servicio.

Ante la amenaza que significa para la sociedad argentina el avance del modelo productivo centrado en la depredación de nuestros recursos naturales, es imperioso debatir en el marco del crítico panorama del capitalismo mundial, qué educación y qué conocimientos necesitamos para una sociedad más justa y sustentable, y para una economía que sirva de sustento material para ella. Gran parte de nuestra sociedad vive los efectos narcotizantes de una situación que no durará mucho, pero si no tomamos conciencia a tiempo los daños serán muy difíciles de reparar (como el adicto que llega a una fase agonizante o muy avanzada de su organismo dañado).

¿Cómo está la universidad pública hoy? Por otro lado, y sobre la relación entre la investigación y la universidad pública, comparto en general que es positivo ese proceso. Pero es indudable que también la universidad pública ha sufrido un fuerte avance de las ideas neoliberales, además de que (salvo algunas excepciones) se comporta como una institución más de las muchas cooptadas por el modelo vigente. Esto significa que, tal como está hoy, la universidad tampoco constituye una garantía de que la generación de conocimientos se ponga al servicio de la sociedad y de sus sectores mayoritarios.

Seguramente habrá algunas facultades que tengan una situación distinta, y se muestren más comprometidas con el cambio social. Pero en la gran mayoría del país predomina otro panorama: muchas están pegadas al “mercado”, otras desvinculadas de la realidad (sin rumbo claro), y donde la investigación pasa a ser vista (y vivida) por sus protagonistas (implícita o explícitamente) como una mera fuente de ingresos que hay que garantizar cueste lo que cueste. Es muy común en los integrantes de los diferentes estamentos tengan una actitud individualista, que se profundiza ante la falta de proyectos políticos claros en esas instituciones.

En síntesis, es esta preocupación la que genera mis comentarios, sobre la importancia de los intelectuales (técnicos, profesionales, docentes, investigadores), para abordar estos temas, en interacción con la sociedad, en su rol de esclarecer sobre las cuestiones estructurales y estratégicas, ya que la dinámica de los políticos y de los gobernantes que tenemos pasa desde hace tiempo por otras preocupaciones.

*Contador, titular de Economía Política en la Universidad del Litoral y de Economía en la Universidad de Entre Ríos.


El debate de las ciencias

Por Horacio González *

Un necesario debate, que ya tiene muchos capítulos previos en todo el mundo, se ha reabierto a partir de las declaraciones del ministro Lino Barañao. Junto a las evidentes decisiones que hay que tomar en el área en la que muy especialmente se cruzan las tecnologías, la biología y el conjunto de las denominadas ciencias de la naturaleza –áreas en las que el país, como bien afirma el ministro, debe retomar la senda de la imaginación científica–, se debe tratar con un simultáneo interés la cuestión de las ciencias humanas y sociales.

Los intentos de relegarlas a la “metafísica” por parte de los grandes ingenios que participaron en experiencias como las del Círculo de Viena, en la década del ‘20 del siglo pasado, se basaban en que ciertas formas del lenguaje filosófico parecían transitar por una región inverificable del conocimiento. Sin embargo, la obra simultánea y posterior de Ludwig Wittgenstein, cuya influencia no ha cesado, contribuyó decisivamente para cambiarle el sentido al neopositivismo más extremo, al dotarlo nuevamente de preocupaciones genuinamente filosóficas que, con o sin ese nombre, trataban de los grandes momentos de la realidad –la realidad del lenguaje– que podían ser designados cabalmente con el nombre de “investigación filosófica”.

Estas grandes discusiones sobre lo que debe entenderse por conocimiento científico provienen de tiempos muy remotos, pero basta mencionar un tramo muy notorio ocurrido a fines del siglo XIX y comienzos del XX, en el que surgieron conceptos destinados a distinguir entre “ciencias de la naturaleza” y “ciencias del espíritu”. Cada una con su método, con sus requisitos de generalización y verificación. Todo estudiante universitario argentino, desde hace muchas décadas, pasa por este debate, que de alguna manera hoy interesa más a la historia de la filosofía que a la justificación de los utensilios de los que cada investigador se sirve.

Pero el tema sigue ocultamente vigente, y la prueba es que existe ahora bajo una corrosión terminológica. En efecto, ha mutado esta gran discusión entre aquellos sabios neokantianos del 1900 hacia los nombres de “ciencias duras” o “ciencias blandas”. Se trata de fórmulas de extrema comodidad, pero cuya grave incerteza se justifica apenas por la necesidad de distribuir o designar áreas institucionales, subsidios, etc.

En los años de oro del estructuralismo –los famosos ’60–, se intentó resolver la escisión proclamado la unidad del método científico –quizás con la lingüística como reina de las ciencias–, aunque en un grado superior se situaba una serie de niveles por los cuales se hacía específico lo que sería inherente a la “naturaleza” y a la “cultura”, todo ello desde el punto de vista del “acto social de producir la ciencia”. Puede recordarse un artículo de Eliseo Verón muy leído en aquel tiempo, en el que se quería resolver en este sentido las “cuestiones de método”, con lo cual las ciencias sociales mantenían su autonomía, su herencia, su destino.

En la misma época, Mario Bunge señalaba una presencia omnicomprensiva del método experimental y finalmente de las neurociencias, al punto de que en su conocido libro introductorio, La ciencia, su método y su filosofía, pronosticaba impertérrito que el mundo moral quedaría finalmente regido por normativas provenientes del experimentalismo científico. Era también el tiempo del desarrollismo, en el cual convivieron los ambicionados horizontes científico-técnicos con un auge renovado en las ciencias humanísticas, sociales, históricas y del sujeto, de las que eran emblema específico obras como las de José Luis Romero o Conrado Eggers Lan.

Es evidente que varias décadas después, las ciencias sociales se topan con obstáculos diversos y una intensa diversificación de sus métodos y escrituras. Las ciencias sociales, evidentemente, recibieron la influencia de revoluciones lingüísticas, filosóficas y argumentativas que las llevaron a importantes niveles de experimentación ficcional en la escritura, lo que finalmente conduciría al sonado “affaire Sokal”, donde el físico de ese nombre, sobre la base de lo que casi podría considerarse una travesura estudiantil, atacó el nivel de expresión compleja a la que habían llegado la filosofía social y las hermenéuticas más calificadas.

Las ciencias sociales viven su propia transmutación y hasta hoy ensayan fórmulas de comprensión y de indagación que se dirigen hacia una plena reivindicación de la filosofía, de la filología y la teoría del sujeto y de los signos, donde ocurren descubrimientos conceptuales que sería equivocado dejar de lado para cualquier configuración científica en la que se esté pensando. Incluso, abarcando la inesquivable dimensión crítica que hace más de medio siglo han tomado los estudios teológico-políticos en todo el mundo.

Ricardo Rojas, hacia 1903, había recibido la encomienda de estudiar los sistemas educativos europeos, concluyendo que en la Argentina había que adaptar el sistema pedagógico alemán, basado en la “historia de la cultura”. Desde luego, esta veta venía de lejos y tuvo vastas consecuencias, no ajenas incluso al riguroso proyecto que se expresa luego en la Teoría del Hospital de Ramón Carrillo, o simultáneamente en las incursiones diversas que el primer peronismo imagina necesarias para construir el cuerpo científico-técnico del Estado.

Más despojadas de una cosmovisión estatal, quizá, son las experiencias de Enrique Gaviola -–un asteroide lleva su nombre–, hoy reivindicado en el film Argentina latente de Fernando Solanas, en el área de los aceleradores de partículas o termodinámica de la radiación. Más cercano a nosotros, el recordado Oscar Varsavsky –aunque más recordado hoy en Venezuela que en la Argentina–, intentó pensar la ciencia como objeto histórico-social, y también de una manera autonomista y latinoamericana. Varsavsky, químico y matemático inspirado de Tomas Kuhn, prestó atención a una ciencia no ajena a la historicidad del conocimiento y a sus movimientos inesperados, considerados “inconmensurables”.

Sin duda, la Argentina tiene que recuperar terreno en todas estas materias e ingresar cuidadosamente, con idioma propio y avanzado, al mundo del conocimiento que invoca la partícula “bio”, desde las “biotecnologías” a la “biopolítica” crítica. Un tono a ser mantenido en este ingreso a la cuestión científico-técnica es el del equilibrio tenso e inspirador entre las ciencias físico matemáticas (y sus adyacencias) y las ciencias culturales (y sus adyacencias). La historia completa de este problema en la Argentina está por hacerse y el bienvenido Ministerio de Ciencia y Tecnología puede contribuir decisivamente para realizarla.

Mientras, sería inadecuado juzgar a cualquier corriente de pensamiento activo con las metodologías auspiciadas por espacios por ventura más contundentes en la definición tradicional del ideal científico. Incluso, si las ciencias humanas estuvieran debatiéndose –como es notorio que ocurre muchas veces–, con sus propias vacilaciones, en las que muchas veces triunfa la jerga sobre el riesgo de pensar.

Las ciencias sociales y humanas –y la filosofía misma– están siempre en deuda con las esperanzas que cargan en su propia memoria colectiva. Se las podrá ejercer trivialmente pero en ellas siempre vive el máximo ideal de la comprensión civilizatoria. Pueden incluso ellas no reclamar ritualmente el nombre más nítido de ciencia, pero rehusárselo sería un error. Es que siempre se nutren de ese estado de deuda, de las promesas inquietas que saben originar. Con ánimo de contribuir a este debate, es posible decir que ningún país puede sostener sus tramas vitales sin unas ciencias humanas libremente investidas de la potestad del lenguaje. Esto es, las ciencias sociales e históricas, no imitativas ni tributarias de cualesquiera otras, no sólo son imprescindibles sino que, a su manera, son garantes también de toda ciencia.

* Sociólogo, ensayista, director de la Biblioteca Nacional.


Métodos y sociedad

Por Jorge L. Seghezzo *

La entrevista al ministro de Ciencia y Tecnología y las notas posteriores me generaron dudas, preguntas. Pero, fundamentalmente, me hacen reflexionar acerca de la necesidad y oportunidad de que se desarrolle un debate público.

Las discusiones especializadas son interesantes y provechosas, pero en una sociedad como la nuestra, golpeada, crédula, desconfiada, debilitada, con un país que cayó tan profundamente, con una relación poco clara entre ciencias, conocimientos y sociedad (y los que estamos en el campo de ciencia, tecnología y universidad somos parte de esta sociedad débil), una discusión abierta y tolerante podría ser positiva. Más allá de mis acuerdos o diferencias con cada una de las personas que exponen, pretendo contribuir a que al lector interesado, no necesariamente experto, le llegue la dimensión e interés del tema.

La palabra ciencia suele tener diferentes acepciones poco concordantes, aun dentro del campo del saber. A veces se usa la palabra ciencia con el sentido histórico de “conocimiento”. Por otro lado, entre científicos “duros” y sociales suele haber una desconfianza, rémora de los propios orígenes y de las condiciones sociales en las que se produce, usa y consume el conocimiento científico. Cada científico, cientista social, filósofo, o lo que fuere, podría sentir que lo que hace es una contribución al saber universal. Pero funcionamos en un mundo que valoriza al conocimiento por el poder que da, y no al conocimiento en sí mismo. Si nos preguntamos sencillamente, qué, para qué, para quién, es inmediato que la “Ciencia” no está desligada de los intereses, de la dominación. No es mala la clonación, como tampoco lo fue la investigación nuclear de Fermi. Pero después de Hiroshima tenemos derecho, y obligación, de ser mucho más cuidadosos.

Propongo un grupo de conjeturas razonables, para reflexionar, reconociendo al otro, admitiendo lo que somos como miembros de un área de la sociedad, aceptando lo que anda mal, en el conocimiento y en el país, como un paso necesario para mejorar nuestro futuro.

1 El conocimiento organizado tiene una larga tradición, pero es aceptable que el sentido de la ciencia tal como hoy la conocemos, comienza con Galileo (1583-1652), Descartes (1596-1650), Bacon (1561-1626). ¿Por qué? Porque rompieron con la tradición, se separaron de La Autoridad como criterio de verdad, inauguraron la necesidad de contrastación de las ideas respecto de la “realidad”, y todo ello con acciones concretas, no sólo como enunciados.

2 Esa forma de denominar, ciencia, y el sentido que hoy le damos se refiere no sólo a la organización y seriedad de los conocimientos sino esencialmente al método que se usa en la producción. Dentro del campo científico no hay verdades indemostrables, no vale la autoridad como criterio de verdad, se utilizan hechos observables para obtener regularidades en comportamientos, en general se elaboran hipótesis de trabajo, se extraen consecuencias y predicciones, y el conjunto forma un cuerpo de conocimiento ordenado y sin grandes contradicciones internas, llamado teoría, o corpus teorético. La validez de ese grupo de conocimientos se ata a la verificación experimental, es decir, la teoría predice algo que luego se contrasta con la realidad. Si hay discrepancias, la teoría es falsa, errada. Si acuerda teoría con experiencia se la acepta hasta que haya otra mejor. Es decir, nos referimos a un método. El método científico. En algunos campos del conocimiento pueden convivir varias teorías que explican al mismo grupo de realidades, en otros no hay contraste posible, hay creación de posibles realidades. También es cierto que, como la ciencia es cosa de humanos, a veces las teorías que se contraponen son la expresión de diferentes grupos que compiten. Por otro lado decir método científico hace pensar que es un conjunto de reglas válidas para todo tipo de áreas de estudio, cuando en realidad es una forma general con criterios básicos comunes, pero con diferencias específicas.

3 La ruptura de Galileo con sus predecesores estriba en que él, más que otros, no aceptó la autoridad de nadie como criterio de verdad, el único juez válido fue la comprobación experimental. Cuestionó que se acepte la palabra de alguien por quién sea ese alguien, y no porque lo que diga sea válido. (Hasta ese momento Aristóteles y el Papa tenían la razón y Galileo no era nadie.) Hay que reconocer que la posición endeble de Galileo no lo era sólo por razones religiosas y de poder, sino porque en la sociedad de aquel entonces la duda sobre cosas importantes no era saludable expresarla. Se obedecía y creía en la palabra de los que “sabían”.

4 La situación cuatrocientos años después parecería ser totalmente diferente. Las ciencias están separadas, aparentemente, del poder divino y del terrenal. Sin embargo, volvimos a las andadas. En algunas áreas del conocimiento la verdad está en manos de ciertos dueños. La gente (no quiero decir gente común porque pondría a los científicos como gente fuera de lo común, ni legos, porque le doy una característica religiosa a la ciencia) no alcanza a comprender la diferencia entre el método científico y versiones e ideas absurdas también nombradas como ciencias. Ciertamente la autoridad sigue siendo materia de verdad. Basta con ver qué importancia tiene esta nota, y cuál tendría si la firmase un Premio Nobel (aun como James Watson), o alguien no “ilustrado”. La mención de autoridad para validar una opinión es una falacia ampliamente conocida, pero utilizada habitualmente.

5 ¿Sólo el conocimiento científico es verdadero? Dudo que algún filósofo considere que su saber es de tipo científico. ¿Por eso es menos valedero? La metodología de las ciencias es aproximadamente similar para ciertos grupos de ciencias, pero no idéntica. Ejemplo. En los aceleradores de partículas de alta energía se analizan millones de sucesos, y se miden sus variables, en tareas cuya complejidad apabulla. Es buena ciencia. En la investigación contra el cáncer, puede que no haya más que unos cientos de casos posibles de ser estudiados. También es buena ciencia. Un antropólogo que estudia a un grupo cultural puede que no tenga más que diez o doce interlocutores, saca conclusiones. También es buena ciencia. Todas si están bien hechas, dentro de los esquemas y métodos de cada tipo de conocimientos. Quienes analizan la forma en que los científicos hacen la ciencia son los epistemólogos y quienes hacen filosofía de la ciencia. Utilizan criterios rigurosos, hacen un trabajo serio.

Pero, ¿usan el método científico? Un matemático tiene un método muy diferente que el de un físico experimental o que un biólogo. ¿Es menos válido? ¿Y un sociólogo o un economista? El conocimiento metódico pero en campos como la filosofía ¿es menos válido? El tema no tiene nada de sencillo. Por eso es de interés que todos los que puedan se involucren. Además, las decisiones políticas sobre las ciencias y el conocimiento no se toman a partir del método científico, sino por criterios ajenos a las propias ciencias. Además ¿hay un método? ¿Hay un núcleo metodológico común y diferentes herramientas de aplicación según el campo? ¿Debería existir un único método? ¿Quién lo decidiría? Hay lagunas e incompletitudes esenciales ¿no sería hora de compartirlo, en lugar de, siendo débiles, partirnos?

6 Una confusión interesante es la que se relaciona con la forma de evaluación de la producción científica. En términos generales, ya que hay excepciones temáticas, la idea es que el trabajo de un científico es evaluado por sus pares, no sólo científicos, sino especialistas en el mismo tema. La confusión acerca de esto es que parecería un criterio de verdad científica. Hay errores. Los trabajos se envían a revistas con referato, hay jueces no identificables para el evaluado, que opinan sobre la originalidad y corrección del trabajo. Es una tarea difícil, y habitualmente honesta, pero existen, como en cualquier actividad humana, errores y corrupciones. El tema es que la verdad científica es provisoria. Hay resultados aparentemente definitivos en un tema, que son desbancados cuando la investigación avanza. ¿Y cuál es el problema? Y, que el que creyó tener la verdad quiere, naturalmente, seguir teniendo la razón. Y existen disputas. Cuanto más ligada esté una investigación a los funcionamientos humanos, a lo social, político, histórico, psicológico, más conflicto. Parece entonces que el mecanismo de evaluación no puede ser confundido con el núcleo de la metodología científica, porque sólo se trata de una herramienta, interesante y mejorable, que de hecho ya le compiten algunas formas de publicación en la Web.

7 ¿La ciencia está incontaminada a pesar de ser realizada por hombres?

La gente que hace ciencia son personas, seres humanos con sus cosas buenas y sus debilidades. Y tienen un método general, el científico, que ha mostrado tener una fortaleza notable. Los científicos, la gente del conocimiento (matemáticos, químicos, politólogos, filósofos, sociólogos, tecnólogos), trabajan, sueñan, viven, dentro de una sociedad que tiene sus características, en donde hay disputas, peleas, dominio. Y lo que se hace en ciencia está relacionado con los negocios, con la ética, con el poder. “El conocimiento es poder” (F. Bacon). No hay forma de escindirlo. Pedir responsabilidad social a los científicos también es pedirles a todos los científicos que sean responsables en su relación con los científicos de otras disciplinas. Y que cuando entran en un debate no justifiquen su posición sobre la base de que tal personaje apoya su postura, porque eso no sólo es una falacia, sino que no es científico.

Sacar los trapitos al sol sin agresiones es saludable. Creo que transparentar los conflictos, aun los de entrecasa, es una manera democrática de acercar la gente a las ciencias y al conocimiento. Discutir qué métodos usamos, cuáles son las diferencias y similitudes, mostrar que hay desacuerdos, sus porqués, incompletitudes, y, acaso, contradicciones, nos va a hacer más aceptables. Con más tolerancia y comprensión conseguiremos una producción mejor dirigida hacia las necesidades de la gente.

* Investigador tecnológico, ex vicepresidente ejecutivo del INTI.


Los derechos en juego

Por Roberto Gargarella *

En su brevedad de seis o siete renglones, el artículo 78 del Código Contravencional de la ciudad es, como varios otros artículos del mismo código, dramático y risible. Pena que esto signifique que su validez jurídica está en problemas. El texto se refiere a quienes impiden u obstaculizan “la circulación de vehículos por la vía pública o espacios públicos”. Que ese artículo del Código venga a decirnos que “el ejercicio regular de los derechos constitucionales no constituye contravención” resulta gracioso. Pero que a renglón seguido se nos aclare que en el ejercicio regular de un derecho constitucional haya que acatar “las indicaciones de la autoridad competente” resulta inaceptable (jurídicamente inaceptable, se entiende). Para empezar, cualquier restricción a un derecho constitucional requiere del mayor de los cuidados: estamos poniendo el bisturí sobre los nervios vitales de la Constitución. Por ello mismo (y esto es algo que está bien asentado en la jurisprudencia y en la doctrina más respetadas), cualquier limitación que se establezca frente a un derecho exige de una justificación extraordinaria por parte del Estado. La presunción es que dichas restricciones, en principio, no son válidas, y la aclaración posterior es que en algunos casos excepcionales ellas pueden llegar a serlo. Así, si se demuestra que existe lo que los tribunales extranjeros y crecientemente los nuestros llaman un compelling interest por parte del Estado, digamos, un interés fundamental que debe ser protegido de modo urgente. La doctrina argentina, lamentablemente, tiende a acercarse a la cuestión del modo más liviano e irresponsable posible, a partir de la afirmación, peligrosamente vacua, según la cual los derechos están sujetos a las “leyes que reglamentan su ejercicio”. Todos saben que esta afirmación dice poco, y todos admiten que en ningún caso esas reglamentaciones pueden afectar al derecho, “recortando” su contenido sustancial. Sin embargo, esa frase ha servido tradicionalmente como una excelente excusa para privar de contenido a todos los derechos que no le gustaban al poder de turno. Ahora le toca al derecho a la protesta.

Por supuesto que las protestas que afectan al tránsito vehicular molestan y pueden llegar a dañar los derechos de otros (aunque debemos estar prevenidos para no igualar, en su justificación, a todas las protestas que recurren a la misma metodología; como corresponde no igualar a todas las afectaciones de los intereses de algunos), pero ello no es razón para socavar derechos expresivos tan básicos como el derecho a la asamblea, el derecho a organizar manifestaciones, el derecho a la protesta, o el derecho a criticar a las autoridades. Otra vez, volviendo al ámbito jurídico (y pienso en una jurisprudencia consolidada tanto en los Estados Unidos como en Europa), señalaría dos cosas. Primero, que, conforme a la llamada “doctrina del foro público”, se reconoce que los parques, las avenidas, las plazas, y otros lugares tradicionalmente utilizados para la protesta, deben preservarse para que sigan cumpliendo con dicha función esencial, lo que implica otorgar una protección especial a las demostraciones que se organicen en tales espacios. Segundo, las únicas regulaciones que pueden aceptarse frente a estos derechos expresivos fundamentales son (nunca de contenido, sino) sólo de “tiempo, lugar y modo” (pongamos, “usted tiene derecho a protestar ruidosamente, pero no a las tres de la mañana”) y además (y esto es lo importante), si y sólo si tales limitaciones reconocen tres restricciones crucialísimas. Primero, ellas no tienen que implicar, en los hechos, discriminaciones entre puntos de vista diferentes; ellas tienen que ser diseñadas del modo más “estrecho” posible (impidiendo, de esa forma, “recortes” disfrazados con piel de cordero); y –lo fundamental– ellas deben dejar abiertos canales expresivos igualmente significativos para que pueda alcanzarse a la audiencia a la que el discurso del caso quería alcanzar. Para tomar un ejemplo liviano, los tribunales extranjeros no dudaron en invalidar una norma que les impedía a “todos los grupos” repartir panfletos o colgar carteles en las calles, dado que –en los hechos– tales restricciones “para todos los grupos” terminaban afectando fundamentalmente a “algunos grupos”: el de los más desaventajados, el de quienes tenían más dificultades para hacer conocer su mensaje a los demás, por otros medios. Ese debería ser nuestro criterio, es decir, el criterio constitucional: preguntarnos qué grupos resultan más afectados por las medidas que se pretenden tomar, viendo –junto a ello– si los “recortes” que se pretenden dejan intactas las posibilidades de los manifestantes (en muchos casos, grupos sistemáticamente agredidos en sus derechos, y además afectados por extraordinarias dificultades expresivas) para transmitir su mensaje a quienes están apelando. El objetivo es asegurar, finalmente, el fin de las ofensas constitucionales que padecen, en la medida en que ello ocurra (lo cual suele resultar muy claro, especialmente, teniendo en cuenta los compromisos sociales asumidos por la Constitución y, muy sobre todo, los compromisos sociales asumidos por la generosa Constitución de la ciudad). Señalo esto porque, conviene recordarlo, los cortes de calle no nacieron como un modo divertidísimo de festejar la disputa sobre un derecho sino como un recurso último y desesperado para llamar la atención de autoridades que cerraban las puertas, las ventanas, los ojos y los oídos a quienes venían a reclamar de rodillas por la protección de derechos arrasados por el poder. Si Macri y el señor Garavano quieren hacer un aporte a la conveniencia, más vale que recuerden que lo que está en juego no es la batalla por los límites de la libertad de expresión (que moral y jurídicamente tienen perdida) sino una disputa por asegurar la vigencia de los derechos a la salud, a la vivienda o a la alimentación, que los desposeídos de siempre vienen perdiendo hace rato.

* Abogado, sociólogo, profesor de Derecho Constitucional en la UBA y en la UTDT.


Percheros y desafíos

SARA RIETTI *

Por motivos personales recién ahora he tenido acceso a la entrevista que le hicieran al flamante ministro de Ciencia y Tecnología, Lino Barañao, en Página/12 el lunes 7 de enero pasado. Aun así, no quiero dejar de hacerle algunos comentarios como ex colaboradora de alguien que, sin haber ostentado el título de ministro, sin duda honró ese espacio: me refiero al Dr. Manuel Sadosky. Y señalar que para el presidente Alfonsín fue mucho más que un “perchero”, puesto que fue reconocido en ese momento tan difícil de reconstrucción como una figura estelar de la ciencia y la cultura del país. También por haber sido precisamente yo la “asesora”, a quien con mucha soberbia el Dr. Barañao le dijo que si no podíamos hacer las cosas rápido y bien, que renunciáramos. Recordarle, porque le puede ser útil en el desafío que le espera, que en ese período la Secretaría de Ciencia y Técnica, trascendiendo su función más específica, fue un soporte crucial en el proceso de reinserción de la Argentina en el mundo, después del cruento período de aislamiento que se había vivido; que tuvo un papel protagónico en caracterizar y trabajar en la recuperación del patrimonio científico cultural, que representaba a tanta gente que había tenido que salir del país; en la integración con Brasil y el resto de la región; en la relación privilegiada con Francia, Italia, y con el resto de la Unión Europea.

Esta corta referencia viene a cuento porque no deja de asombrarme que, de la entrevista mencionada, la impresión que queda es que el Dr. Barañao parece reducir Ciencia y Tecnología a un instrumento para incrementar y calificar la producción; olvidando su papel en relación con educación, cultura o participación. Al papel que debería desempeñar para que mucha gente pueda intervenir y opinar con fundamento sobre el modelo productivo; sobre la preservación del medio ambiente y la diversidad; tomando en cuenta que no está dicho que hay un único modelo para ese desarrollo. Y que muchos pensadores nuestros, sin ser teólogos, más bien físicos, químicos o geólogos (como Jorge Sabato, Oscar Varsavsky o Amílcar Herrera, por ejemplo), plantearon alternativas; hablaron de un modelo latinoamericano o diferentes estilos de desarrollo. Y que hay mucho por hacer para dar educación y herramientas para que esas decisiones no queden sólo en manos de los expertos, que a veces lo son respecto de una parcialidad. Y no saben bastante de filosofía, epistemología, ciencias sociales o políticas...

Son temas de la mayor relevancia en el Primer Mundo, del que tomamos sólo el recuento de los papers... Allí las discusiones sobre bioética, compromiso social de la ciencia y participación ciudadana, se llevan una buena parte de los presupuestos del área. A la vez que tanto ruido por allí hará, si nos descuidamos, que las pasteras, la explotación minera a cielo abierto o la destrucción de los bosques para favorecer los monocultivos, pase a integrar nuestra realidad. Hasta tanto nosotros implementemos el cambio metodológico que haga espacio a la verificación empírica, que pide el ministro...

En serio, Sr. ministro... retomemos el hilo de nuestra soberanía; pensemos haciendo uso de todo lo que sabemos de las ciencias naturales (al fin yo también soy química) y hagamos punta en retomar el desarrollo de un pensamiento crítico sobre estas cuestiones, que tiene antecedentes ilustres en el país y la región. Con respeto y esperanza

* Coordinadora académica del posgrado en Política y Gestión de la Ciencia y la Tecnología (UBA).


Apoyando al amigo ministro con diplomacia, sin levantar olas, haciendo uso de la popularidad

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Por Adrián Paenza

En el año 2001 se estrenó la película Una mente brillante (A Beautiful Mind), dirigida por Ron Howard y protagonizada por Russel Crowe. Es una adaptación de un libro escrito por Sylvia Nasar, quien fue candidata al Premio Pulitzer por ese trabajo. La película es una versión libre de la biografía del famoso matemático norteamericano John Forbes Nash, quien trabajó en Teoría de Juegos, Geometría Diferencial y Ecuaciones Diferenciales en Derivadas Parciales. El atractivo que tuvo la vida de Nash fue que era esquizofrénico y, por lo tanto, siempre es mejor pintar a un científico si está loco, y si es matemático, mucho mejor.

Hasta acá, todo muy bien. Pero el hecho es que, en 1994, a Nash le dieron el Premio Nobel junto con otros dos economistas (Reinhard Selten y John Harsanyi) y ése es el motivo de esta nota. Si usted vio la película y/o si conoce gente que la vio, hágase/hágale esta pregunta: ¿Premio Nobel en qué le dieron a Nash?

Se va a sorprender con las respuestas. Es que la mayoría (y con buena razón) dice que le dieron el Nobel en Matemática. Pero lo curioso es que no existe tal cosa. Sí, otra vez: ¡no hay Premio Nobel en Matemática! En la película, el director y guionista se cuidaron muy bien de que ese detalle no apareciera, tanto que en ningún lugar se menciona que le dieron el Premio Nobel ¡en Economía! Y no es que no haya habido razones para hacerlo. De hecho, las contribuciones de Nash forman parte del aporte esencial que la matemática teórica hizo a la economía, sin ninguna duda. Pero lo sorprendente es que en función de lo que sucedía en la película, ese episodio queda marginado. Se dice, por supuesto, que Nash ganó el Nobel, pero específicamente no se dice en qué disciplina.

Lo que más me interesa acá, sin embargo, es contar alguno de los mitos que hay respecto de que no haya Nobel en Matemática.

El más famoso de los argumentos es el siguiente: Alfred Nobel no quiso que ninguna parte de su fortuna fuera a la matemática, porque había descubierto que su mujer lo engañaba con uno (con un matemático). Para enfatizar más el episodio, la historia sostiene que el tal matemático era Gosta Magnus Mittag-Leffler, un científico muy conocido y re-conocido como tal. ¿A quién se le podría ocurrir inventar una historia de este tipo y encima tener el nombre del autor del “crimen”?

Se esgrimen varias razones para disputar esta historia. Primero, Nobel no estaba casado. Claro, eso no sería impedimento para que alguien lo estuviera engañando con su compañera (que sí tenía). Pero el inconveniente es que Nobel había emigrado de Suecia en 1865, cuando Mittag-Leffler era un estudiante y la diferencia de edades obraba como otro impedimento. Más aún: Nobel volvió muy pocas veces a Suecia, y su compañera menos. El prestigio de Mittag–Leffler se generó cuando Nobel ya no vivía más en su país de origen.

Por supuesto, algún asidero para la fantasía existe, y es que Mittag-Leffler y Nobel estaban enfrentados (casi en el final de la vida de Nobel), ambos muy poderosos/ricos, y como Mittag-Leffler era además un científico prominente, si Nobel dejaba también en su legado un premio a la matemática, lo peor que podía pasarle era que nada menos que él (Mittag-Leffler) obtuviera un premio que llevara el nombre de su fundación... su propio nombre.

La historia es simpática, pero en realidad lo más probable es que Nobel (como varios en esa época) no considerara a la Matemática como una ciencia independiente y/o relevante por sí misma. Nobel dejó en su fundación una fortuna en 1895 estimada en nueve millones de dólares, cuyos intereses debían cubrir los premios en cinco disciplinas: física, química, medicina-fisiología, literatura y de la paz. El propio Adolf Nobel estaba relacionado con todas estas áreas, salvo medicina.

Un sexto premio se agregó en 1969 (Economía) y, naturalmente, existe la especulación de que en un futuro no muy lejano la propia Matemática tenga el reconocimiento que merece como ciencia pura.

Por el momento, lo más parecido al Nobel es lo que se conoce con el nombre de medalla Fields. Este premio se entrega a dos, tres o cuatro matemáticos, no mayores de 40 años, cada vez que se hace el Congreso de la Unión Matemática Internacional. Esto sucede cada 4 años, y la diferencia en dinero con el Nobel es abismal: $15.000 (quince mil dólares) para los ganadores de la medalla (último dato, año 2006), contra casi 1.600.000 (un millón seiscientos) que obtuvieron los ganadores del Nobel en el año 2007. La medalla Fields lleva su nombre en honor al matemático canadiense John Charles Fields, y los primeros ganadores (en el año 1936) fueron Lars Ahlfors de Finlandia y el americano Jesse Douglas. Desde entonces, y hasta acá (2008), se entregaron sólo a 48 personas.

En la última edición, en el 2006, se produjo un episodio sorprendente, porque el matemático ruso Gregori Perelman se negó a recibir la medalla y ni siquiera concurrió al congreso, que se hizo en Madrid, disgustado con que se hubiera puesto en duda la importancia de su contribución. Perelman vive ahora recluido en su Rusia natal (en Leningrado), luego de haber resuelto uno de los problemas más importantes de la matemática: la conjetura de Poincarè.

Si hubiera habido premios Nobel en Matemática, la Argentina hubiera tenido dos candidatos muy sólidos que sobresalen del resto. El increíble Alberto Pedro Calderón –posiblemente el matemático argentino más importante de la historia– nacido en Mendoza, ingeniero en principio y especialista en Análisis Armónico, fallecido en 1998 y sin ninguna duda el matemático de mayor prestigio internacional en el siglo XX.

El otro es Luis Caffarelli, actualmente radicado en Austin, Texas, miembro de la Academia de Ciencias de los Estados Unidos y uno de los científicos que estuvo en la reunión que se hizo en New York con Cristina Fernández de Kirchner en septiembre del año pasado. Es el matemático líder en el mundo en problemas de Ecuaciones Diferenciales en Derivadas Parciales con frontera libre. Con Luis fuimos compañeros en Exactas hace 40 años. Su potencial en ese momento era obvio para cualquiera de nosotros, aun como estudiantes.

De una u otra forma, la Argentina tiene matemáticos de alto nivel internacional, produce Matemática en el país de excelente nivel y no sólo en la UBA, sino en Rosario, Córdoba (Famaf), La Plata (UNLP), por nombrar algunos lugares. Y por supuesto, tiene también esparcidos por el mundo extraordinarios referentes en diferentes áreas.

Con la creación del nuevo Ministerio de Ciencia y Tecnología, y la necesidad que tiene el país de aprovechar lo que genera en las universidades nacionales, la Matemática tiene los pantalones largos puestos hace tiempo y ahora sólo necesita que alguien le escriba. Ya es hora de invitarla a la mesa.


El rayo que no cesa

El reportaje al ministro Barañao, publicado el lunes 7, sigue alimentando la discusión: ciencias “duras” vs. “blandas”, tecnología, conocimiento y sociedad. Y está perfecto: al fin y al cabo, la función de la ciencia es justamente ésa: el cuestionamiento permanente.


Ciencia y neocolonialismo

ANDRES E. CARRASCO *


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Para el imaginario de cualquier ciudadano argentino, la creación de un Ministerio de Ciencia y Tecnología es algo virtuoso y, al mismo tiempo, un reconocimiento largamente acariciado por la comunidad científica nacional. Sin embargo, para ser completa, la reforma institucional debe estar acompañada por una política que vaya más allá del incremento del presupuesto. Que se haga cargo de las necesidades sociales que demanda el momento, poniéndole al quehacer científico-tecnológico el objetivo de mejorar la calidad de vida y promover la felicidad del pueblo. A esta idea querríamos aportar algunas consideraciones.

Ciencia útil. La idea que recorre la ciencia actual pregona que la misma ha dejado de ser parte de la cultura para transformarse en una mediación instrumental entre conocimiento y mercado –la tecnociencia–; y que debe apuntar a la utilidad del conocimiento, para generar nuevos bienes de consumo y aumentar el valor agregado de otros. Con este encuadre conceptual la política científica quedaría reducida a un simple plan de promoción de negocios. El rumbo que ha tomado la biotecnología corporativa es ejemplo de esta concepción neoliberal. Operando sobre el conocimiento, busca tecnologías que habiliten la manipulación de las bases biológicas con el objeto de incrementar la eficacia de la naturaleza y lograr así un control panóptico del escenario humano. Algo que ya estaba implícito en el paradigma victoriano del control social que propiciaba la eugenesia galtoniana y que vuelve a estar presente corregido y aumentado. En la era de las prótesis mecánicas y biológicas no es necesario seleccionar los seres humanos con métodos biométricos lombrosianos, el deseo del paradigma neoliberal es desarrollar tecnologías que optimicen las capacidades humanas al servicio de la perpetuación del modelo de acumulación.

Ciencia y colonialidad. Al subordinar la ciencia a la tecnología, se consuma la idea de que el conocimiento se legitima sólo cuando conduce a alimentar propuestas e iniciativas que incrementan la rentabilidad del mercado. Más aun, ontologiza el saber útil. Transmutando la metáfora de la ciencia prometeica de la Ilustración –que quiso comprender la naturaleza y relacionarse con ella de una manera armónica– en la metáfora fáustica –-que promueve su apropiación y dominio aun a costa de su destrucción–. Así este capitalismo tardío necesita de la tecnociencia centrada en la dominación de los recursos de la humanidad como el principal instrumento de la neocolonialidad y la celebración de las soluciones tecnocráticas para los problemas humanos. En esta modalidad, y sin entrar en la discusión sobre la fragilidad actual del modelo epistemológico de la ciencia, ni en la dificultad de su debate, se comprueba que el mercado no requiere verdades científicas sólidas y verificadas sino resultados veloces y competitivos en las góndolas comerciales. Un desafío al paradigma cartesiano pero, sobre todo, un riesgo cierto en la percepción y legitimidad social de la ciencia.

Ciencia y globalización. No es cierto que la tecnociencia sea liberadora por sí misma. Es un instrumento del poder que la concibe. Su autonomía en la Argentina será ilusoria mientras el país permanezca subordinado social y culturalmente, mientras las grandes mayorías estén excluidas y el patrimonio nacional sea devastado en aras de un progreso deseable para otros. Tampoco existen globalizaciones buenas y malas. La globalización es una sola y su tendencia hegemonizante es reemplazar la política por la técnica, con un conocimiento que, habiendo sacrificado su rigurosidad, lleva a la devastación de la naturaleza y a consolidar la exclusión social.

Ciencia y desarrollo alternativo. Por todo lo dicho, la política de ciencia y tecnología de un país arrasado, dominado y frágil en sus decisiones es estratégica para un verdadero proceso de liberación, en tanto haya conciencia de la paradoja que implica tener sistemas científicos que funcionan como parte dominada de un capitalismo dominante. Siempre supremo en lo técnico, pero de moral social incierta. Salir de la deuda del Club del París es un desafío para la autonomía nacional. Reemplazar los créditos del BID y BM en el área de ciencia y técnica por fondos propios, es también un acto necesario de soberanía. Porque mientras nos venden formas de desarrollo, se apropian de los recursos, destruyen la biodiversidad, alienan el bienestar y alaban a nuestros científicos, compramos llave en mano modelos para formar elites funcionales a la hegemonía de las grandes corporaciones nacionales o extranjeras.

En este escenario, instalar un relato alternativo implicaría que la política, oponiéndose a las tendencias de los intereses dominantes, promueva una mirada ontológica liberadora desde nuestra periferia que integre el conocimiento con equidad social sin sacrificio de lo humano. El reflujo actual del pensamiento crítico y la imposibilidad del progresismo de vincular lo político con lo social adeudan el imprescindible debate por el sentido de la idea de desarrollo en nuestros países, que incluye necesariamente el devenir de la ciencia. La inclusión social plena requiere de la expropiación del sentido del desarrollo científico para transformarlo en un medio proveedor de felicidad y bienestar social, y que no sea sólo un instrumento que remedie los efectos no deseables del progreso actual. Tal como sucede, por ejemplo, con los recursos energéticos no renovables. Revisar la lógica capitalista de la industria automotriz es pensar una alternativa crítica sobre la crisis energética. Sustituir el petróleo por biodiesel extraído de alimentos para suplir la demanda es un remedio que llevará a problemas más graves y destructivos.

Para esta discusión no son necesarios Premios Nobel, ni grandes prestigios académicos, sino hombres de ciencia comprometidos con el pensamiento crítico necesario para luchar contra la dependencia de los pueblos a los que pertenecen. Debemos apropiarnos del verbo, de la razón, y ser capaces de hablar desde nosotros sin dejar que seamos hablados por otros lugares, por otros intereses. Ese es el principio de la descolonización cultural y el comienzo de la verdadera emancipación.

* Profesor de la UBA e investigador del Conicet.


DIALOGO CON ALEJANDRA VILLAR, PSICOLINGÜISTA

Las palabras y las cosas

El lenguaje, ese misterio tendido entre el pensamiento y el mundo, y su adquisición, son el tema que investiga Alejandra Villar, licenciada en Letras, psicolingüista.

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Por Leonardo Moledo

–¿Cuál es su tema de investigación? No, mejor... ¿Qué hace usted? O si no... ¿Sabe lo que pasa? Que siempre empiezo así estos diálogos y hoy no estoy muy inspirado como para encontrarle la vuelta. Y hace mucho calor.

–Pero tendrán aire acondicionado.

–Sí, pero igual... Así que ni siquiera escribo unas líneas previas. La presento directamente: Alejandra Villar, licenciada en Letras con orientación psicolingüística, investigadora de la Facultad de Filosofía y Letras, con una beca del Conicet para hacer el doctorado.

–Bueno, entendí sí: me dedico a la adquisición de palabras funcionales. A grandes rasgos las palabras se dividen en palabras de contenido descriptivo y palabras funcionales. Las de contenido descriptivo son las que se pueden definir.

–Mesa, silla, aerostato, elucubración, mezquita...

–Y los verbos también, por ejemplo: saltar, bailar, correr...

–Con este calor... ¿y las funcionales?

–Las funcionales son las preposiciones, los adverbios, los artículos, los conectores.

–Pero se pueden describir.

–Algunas más que otras. Lo importante es que no tienen rasgos semánticos fuertes, se definen gramaticalmente. Por ejemplo, el “pero” se define como un ítem que conecta dos partes de una oración. No importa tanto su contenido descriptivo. Todos los trabajos de adquisición de lenguaje, en general, se refieren al contenido descriptivo. Por ejemplo, el chico aprende a decir guauguau interpretando el rasgo principal “mamífero, cuatro patas”. Entonces mediante ese ítem lexical señala no sólo a los perros sino también a las vacas, porque es económico.

–¿Y cómo trabaja?

–-Estudio a los chicos y también comparo con adultos que adquieren una segunda lengua y con un grupo de pacientes agramáticos, que pierden su gramática con lesiones que les quitan las palabras funcionales pero no las de contenido descriptivo. Lo cual estaría diciendo que están almacenadas en distintos lugares.

–¿Es verdad que una segunda lengua se guarda en otro lugar que la lengua materna?

–Bueno, no es que uno puede aislar un área del cerebro y decir “acá está una y acá está la otra”. Pero es cierto que los mecanismos son diferentes. Por ejemplo, se encontraron pacientes bilingües que pierden una lengua y la otra no. Entonces es que las conexiones son distintas.

–¿Se puede perder una lengua de repente? Hace poco leí un libro de memorias en el que el chico cuenta que a raíz de una paliza que le dio el padre perdió completamente el ruso y se quedó con el idish.

–Bueno, la huella de la lengua está, la sintaxis está. Pero es probable que se haya bloqueado el acceso a una de las lenguas por cuestiones emocionales. Por ejemplo, los refugiados de la Segunda Guerra Mundial perdían capacidad de usar su lengua.

–¿La lengua materna se puede perder también?

–¡Claro! Todas las afasias son así. La más extrema es un caso de hace 200 años. Un paciente que sólo decía tan tan, porque había tenido una lesión muy fuerte.

–¿Cómo se almacena una lengua? ¿Dónde está guardada la forma perro?

–La forma escrita, en el almacén escrito; la forma fonológica, en el almacén fonológico...

–¿Pero es dentro de una neurona o un conjunto de neuronas? ¿En una red de neuronas?

–No sabemos. Hay cierta región de la memoria semántica donde se guardan los rasgos, por ejemplo. La anomia se da en personas que conservan el significado “mamífero, cuatro patas, etc., etc.” pero no les sale la forma.

–Lo tienen en la punta de la lengua...

–Exacto. Y se llama justamente “síndrome de la punta de la lengua”. Pero no les sale, no pueden etiquetar ese contenido para emitirlo. Bueno, estábamos tratando de decir dónde están guardadas las palabras.

–¿Qué se ve?

–Por ejemplo, que la comprensión y la producción están en áreas diferentes. Cuando estamos hablando ahora, por ejemplo, estoy en el hemisferio derecho, un área pragmática, de contexto. El habla es un fenómeno muy complejo, tenemos que hacer muchas cosas antes de emitir una oración o un discurso.

–Pero se hace muy rápido.

–Una de las teorías que está más en boga es que el lenguaje es innato. El humano habla de la manera en que una araña teje su telaraña. Es lo que Noam Chomsky denomina “instinto del lenguaje”.

–Pero eso desde el punto de vista evolutivo plantea problemas, ya que tiene que haber habido una transición del no hablar al hablar.

–Hay varias teorías al respecto. Una es, por ejemplo, que los primates usan mucho la entonación para comunicarse. O sea que el tema de comunicarse ya existe antes del humano. Por ejemplo, las madres a los niños les hablan como nosotros a nuestros niños: tonos agudos, despacio. En qué momento eso se torna en verbal, con clases de palabras y toda la parafernalia lingüística, es explicado por Chomsky en términos darwinistas. Hubo un viento que movió las partes de nuestro cerebro y la selección natural hizo el resto.

–Claro, un grupo prehumano que habla tiene ventajas adaptativas enormes.

–Absolutamente. Hay otras teorías: los rusos, por ejemplo, dicen que el lenguaje nace a través de la división del trabajo. Ellos proponen que las órdenes son la base del lenguaje.

–Bueno, con todo el tiempo de autoritarismo que tuvieron... Ahora bien... el pensamiento es más complejo, más grande que el lenguaje. El lenguaje es una cosa más reducida que el pensamiento. Es casi un obstáculo.

–Para mí, como lingüista, es la vía mediante la cual se impregnan los contenidos. Hace doscientos años hubo teorías, la del norteamericano Sapir, por ejemplo, que decían que uno pensaba como hablaba. Entonces si una lengua aborigen tenía 50 adverbios de lugar era porque el lugar en esa lengua era importante.

–Yo pienso, por ejemplo, que cuando soñamos estamos pensando en el sentido puro y que es por eso que muchas veces nos cuesta contar lo que soñamos.

–Es que el lenguaje es lineal, lo cual lo hace limitado. No podemos decir dos cosas al mismo tiempo, no podemos superponer palabras como se superponen las imágenes visuales. Pero es la mejor herramienta para comunicarnos significados.

–Hay otras maneras de comunicarse que usan los animales: por ejemplo, el perro que tira de la cadena del amo para ir a determinado lugar.

–Sí, pero mientras no haya fonología, morfología y sintaxis no va a ser tan específico. Una de las grandes discusiones teóricas es la de delimitar lo que es lenguaje y lo que no lo es. Por ejemplo, el baile de las abejas alrededor de la flor. ¿Es lenguaje o no?

–Es que eso parece ser un proceso automático.

–Sí, pero si pensamos que el lenguaje es un instinto de la especie, no está tan lejos de las abejas que bailotean. Es más complejo, eso sí.

–¿De cuándo data el lenguaje?

–Hace un millón y medio de años empieza el humano a armar sus herramientas, que se consideran predecesoras del lenguaje. Por primera vez el hombre, a partir de lo manual, genera recursos propios y medios para lograr ciertos fines. Entonces empieza a haber un protolenguaje, y las primeras expresiones son apelativas: alguien que llama a otro.

–¿Y qué pasa con algunos tiempos de verbos que se están perdiendo? Por ejemplo, el subjuntivo y el potencial. Se dice: “Si yo hubiera ido, me hubiera encontrado con tal persona”, lo cual normativamente está mal, pero ya aparece así en la lengua escrita. ¿Por qué pasa eso?

–Porque las lenguas tienden a simplificarse. El latín es una lengua sintética, de casos. La nuestra es analítica: se suman clases de palabras diferentes, preposiciones, artículos, sustantivos y la tendencia a la simplificación hace que se pase de lo sintético a lo analítico. Hay también una cuestión articulatoria: en general las raíces de las palabras se conservan, y van cayendo los fonemas del final, como las eses.

–¿Y por qué se simplifica? Parece poco natural... con los artefactos que se van complicando...

–Justamente por eso. Tal vez necesitemos hablar menos ahora, decir menos con palabras. Antes todo pasaba por el lenguaje escrito. Pero ahora uno lo piensa, más allá del mail y del chat, el lenguaje escrito va decayendo... Lo que yo creo es que se dicen menos cosas con palabras.

–¿Tenemos menos para decir?

–Creo que no. Elegimos otros medios: no se pone el énfasis en lo que antes se decía con palabras, sino en una cuestión mucho más rápida, menos analizada y procesada.

–¿Antes se hablaba más despacio?

–Antes era todo más despacio: comer, viajar...

–Yo creo que no es porque tenemos menos cosas para decir, sino que aunque tenemos más cosas para decir, tal vez no las decimos.

–Además, usamos una cantidad de palabras muy inferior a la que guarda nuestro almacén. Y eso que nosotros somos muy privilegiados: leemos, adquirimos nuevas formas permanentemente. La gran ventaja del lenguaje es que, gracias a él, todos podemos hablar de él sin tener la menor idea, por ahora, de lo que realmente es.


DIALOGO CON ALEJANDRA VILLAR, PSICOLINGÜISTA

Los pasos de una investigación anunciada

–Bueno, pasemos a su trabajo específico. Prefiero hacerlo en un recuadro.

–Yo trabajo con chicos de entre 18 y 36 meses, que es el período en el que empiezan a tratar de expresarse lingüísticamente. Cómo te decía al principio, las teorías de adquisición del lenguaje se centran en la parte semántica, los rasgos de definición de ciertas cosas del mundo. Mi estudio se centra en la gramática, y mi hipótesis principal es que la gramática es un elemento necesario para restringir categorías. El chico todo el tiempo tiene que armar categorías: los perros, los animales, los nenes. Para eso necesitan determinar los sustantivos. Eso es lo que hacen las palabras funcionales. Tienen rasgos que definen al sustantivo que le sigue. En un momento los chicos empiezan a tener herramientas para especificar los sustantivos. Por ejemplo, el determinante. Pongamos por caso un artículo. Si es definido, el chico restringe el referente (si habla de un hombre, es uno en un conjunto). Mi hipótesis, entonces, es que los determinantes ayudan al chico a conceptualizar el mundo. El lenguaje y el cerebro humano tienen la facultad de armar y desarmar clases.

–¿Y cómo lo estudia?

–Primero armé láminas con cuentos, donde hay una progresión narrativa en la que se van agregando referentes. Entonces voy viendo si, por ejemplo, los chicos usan el “hay”: hay perros, hay árboles. Es muy raro este “hay”, porque lo único que está diciéndonos es que existe lo que se dice que “hay”. Además el uso es muy limitado: no puede ir seguido de un sustantivo en singular sin determinante, por ejemplo, pero sí de sustantivos en plural, siempre y cuando no tengan determinante. Fonéticamente, decir “hay árboles” es muy sencillo. Sin embargo, esa construcción los chicos no la adquieren hasta los tres años. Por ejemplo, si les muestro un bosque identifican un solo referente. Dicen “el árbol”: ese ente definido pertenece a la categoría de árbol. Yo trato de ver cómo van apareciendo los determinantes en el uso de los chicos.

LO AFIRMO LA PRESIDENTA EN UN ACTO EN LA CASA ROSADA

Es una decisión del gobierno "reposicionar a la Argentina en ciencia y tecnología"

Cristina Fernández de Kirchner anunció la adjudicación del polo científico-tecnológico a la órbita del recientemente creado Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva, a cargo de Lino Barañao. "La ciencia y la tecnología va a imprimir en toda su extensión al siglo XXI", dijo la mandataria.



La presidenta Cristina Fernández aseguró hoy que la ciencia, la tecnología, la

construcción federal y la pertenencia latinoamericana son los ejes de cómo deben recibir los argentinos el bicentenario de la Revolución de Mayo.

En particular, se refiró hoy a la decisión del gobierno de "reposicionar a la Argentina en ciencia y tecnología", ya que esa temática "va a imprimir en toda su extensión al siglo XXI".

Fernández de Kirchner, durante un acto en la Casa de Gobierno, anunció la adjudicación del polo científico-tecnológico a la órbita del recientemente creado Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva, a cargo de Lino Barañao.

Manifestó su deseo de que "si para el Bicentenario no lo tenemos terminado -el polo tecnológico que se instalará en las ex bodegas Giol- que lo tengamos bastante adelantado".

Se trata de un edificio que albergará las sedes del ministerio de Ciencia Tecnología e Innovación Productiva, el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica, un museo de Ciencia y Tecnología, un auditorio y oficinas.

Cristina remarcó que la "falta de rigurosidad en las afirmaciones y análisis pueden llevar a equivocaciones y a yerros", por lo que reclamó "rigor intelectual, cada uno en su especialidad y en el rol que le toca cumplir".

"En este aspecto las ciencias duras son un ejemplo de rigurosidad, de cómo deberíamos conducirnos en distintos estamentos y eso nos plantea un desafío importante: aprender de errores, de decisiones o políticas equivocadas, y entonces poder construir una Argentina absolutamente mejor", reflexionó.

De la ceremonia, realizada en el Salón Sur de Casa de Gobierno, participaron también el jefe de Gabinete, Alberto Fernández; los ministros de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva, Lino Barañao; de Educación, Juan Carlos Tedesco; el senador Daniel Filmus y otras autoridades.

Fuente: Télam


... ¿ La banalidad del amor ? ...


Como cierre de este debate, agregamos un texto maravilloso del querido e incansable Osvaldo Bayer, luchador incansable contra las injusticias de todo tipo en nuestro País.

A los 80 años, Osvaldo escribe esta nota que sigue a continuación, y que describe, pone palabras, despliega ideas, plenas de verdad, y que coinciden con una realidad determinada, por demás verificable y constatable...¿Tiene la ciencia un cajón específico para encuadra este saber, hermoso, lúcido, combatiente, memorioso...?

¿...Y si la ciencia no tuviera ese cajón para guardar este texto...que espacio de saber estaría por fuera de la verdad...?

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Rosa de Luxemburgo


Sí. Tal cual. En vez de La banalidad de la Maldad, como subtituló la ensayista judía Hanna Arendt su libro sobre Eichmann, se ha estrenado una obra teatral en Alemania que lleva por título La banalidad del amor. Y justo se refiere a la relación entre la misma Hanna Arendt con el filósofo alemán Martín Heidegger, quien en 1933 se afilió al partido nazi. Una relación que nadie –la mayoría– ha podido entender todavía. La autora de la obra de teatro también es judía, se llama Savyon Liebrecht y trata de interpretar en la obra de ficción esa relación entre dos personas tan distintas en sus ideologías. La obra se ha estrenado con un gran éxito de público. No es para menos.

Antes de morir, Hannah Arendt declaró: “Me siento elevada hasta hoy por Heidegger como ser pensante y como mujer”. Sí, una escritora que describió como pocos la miseria absoluta de pensamiento del nazismo.

El comienzo de esa relación fue la del profesor con la alumna. Heidegger era ya, a los 35 años, en 1924, un profesor de filosofía cuyos libros habían comenzado a trascender en todo el mundo. Ella, de 17 años, era su alumna. Profesor y alumna pasaron muchas horas muy enamorados en una cabaña no muy lejana de la casa de Heidegger, quien era casado con dos hijos. La relación amorosa fue muy intensa entre 1924 y 1926, hasta que después ella se fue a estudiar a otra universidad. En 1929 Hanna se casó con el escritor Günther Anders. En 1933 ella comienza a hacer una labor muy intensa en defensa de los judíos alemanes y Heidegger se afilia al partido nazi y es elegido rector de la Universidad Albert-Ludwig.

La pregunta es: cómo un hombre de estudios y pensamientos tan profundos como Heidegger pudo apartarse tan profundamente de la ética. Nunca pidió disculpas a la humanidad por haber apoyado en ese momento a un régimen absolutamente racista y totalitario. Tal vez al quedar al desnudo su equivocación o su oportunismo podría haber declarado: sí, yo tal vez fui un genio pero no fui un sabio. Me dejé llevar por los entusiasmos (tal vez la mejor palabra sería oportunismo) de ese entonces pero no supe jugarme por los principios éticos que tienen que ser irrenunciables en todo momento, aunque sea ante el peligro de muerte, de cárcel, de pérdida de posición y más cuando se es un docente famoso. No, nunca se sintió culpable de nada.

Hanna Arendt fue presa por la Gestapo en 1933. En 1937 le fue quitada la ciudadanía alemana y finalmente emigró, primero a Francia y desde 1941 vivirá en Estados Unidos. Allí dedicó sus mejores horas a luchar contra el Holocausto y formó parte de la Reconstrucción Cultural Judía. Terminada la guerra, en 1950, Hanna volvió a visitar a Heidegger y mantuvo una nutrida correspondencia con él hasta que Heidegger murió en 1976. Además se preocupó para que los últimos libros de Heidegger se editaran en Estados Unidos y que las traducciones sean excelentes.

Pero claro, el tema no es sólo Heidegger, sino también Hanna Arendt. Ella, que vivió en carne propia toda la injusticia nazi y su total irracionalidad. Ella que asistió al juicio de Eichmann y supo describir en su libro toda la trivialidad de un asesino de masas, un autor de crímenes de lesa humanidad, pero al mismo tiempo un representante típico de un sistema al que adhirió su amado Heidegger. Cómo nos puede explicar ella que, después de la caída del nazismo, fue a visitarlo y no le pidió que reconociera públicamente haberse equivocado. No, sigue su amistad. Hanna Arendt se conforma tal vez con la única defensa de sí mismo que ensaya Heidegger: “Hitler me engañó, me traicionó”. Un hombre de la inteligencia de Heidegger no puede dejarse engañar por un demagogo que ya en los años ’20 basó su marcha hacia el poder con su injustificable racismo. Hanna Arendt escribirá muchos años después, buscando una interpretación, tal vez de Heidegger o tal vez de ella misma, lo siguiente: “Nosotros, que queremos honrar a los pensadores, y aunque nuestro lugar de residencia se encuentre en el centro del mundo, no podemos dejar de sentir como llamativo y al mismo tiempo enojoso que tanto Platón com Heidegger –cuando se referían a situaciones humanas– buscaran refugio en tiranos y ‘Führer’.” A esa pasión ella la llamó deformation profesionelle. Y añade: “Esa inclinación hacia lo tiránico teóricamente puede adjudicárles a casi todos los grandes pensadores (Kant sería una gran excepción)”. Citándolo a Heidegger continúa: “Muy pocos tenían la capacidad de asombrarse ante la sencillez... tomar ese asombro como lugar habitable... en estos pocos es últimamente igual hacia dónde nos llevan las tormentas del siglo. Porque el huracán que atraviesa el pensamiento de Heidegger –como aquel que todavía nos roza desde la voz de Platón– no tiene nada que ver con el siglo. Proviene de lo más antiguo y deja algo concluso que, como todo lo concluso, atañe al pasado”.

Palabras... Para justificar a quien tal vez seguía siendo, en lo más recóndito, su amor de adolescente. O para justificarse a sí misma. Por qué para un apenas lacayo de cuarta como Eichmann, la pena de la horca, y a Heidegger, la comprensión dentro de la crítica rebuscadamente filosófica. Para Eichmann, el ejecutor, nada más que la soga al cuello. Para Heidegger –que dio el ejemplo en 1933 de afiliarse al partido nazi y así influenciar a sus miles de alumnos y de lectores en su tierra y en el mundo entero–, a él nada más que explicar todo como “una deformación profesional”. ¿Es banal el amor o son banales los que justifican todo a través del amor? Una pregunta difícil de contestar. Ni el amor es banal ni la maldad es banal, aunque muchos se comportan en forma banal con expresiones profundas. (Esto no implica ninguna crítica a los títulos de la obra de Hannah Arendt ni a la obra teatral de Savyon Liebrecht, al contrario, son títulos mordaces que hacen pensar.)

Hanna Arendt escribirá en 1949 que para ella los dos más grandes filósofos de su época fueron Heidegger y Jaspers. La pregunta es: ¿a la humanidad y al propio Heidegger les sirvió de algo en la vida ser “grande”, cuando se falta tan profundamente a la ética?

Pero en esa misma Alemania se demuestra lo que es la verdadera conducta ética. El 15 de enero concurrieron más de setenta mil personas (cálculo del diario principal de Berlín, Tagespiegel) a llevar claveles rojos a la tumba de Rosa Luxemburgo, a 89 años de su cobarde asesinato por militares en Berlín. Se repite así un homenaje que se cumple todos los años. No hay figura que se recuerde así, en ninguna parte del mundo. Ni grandes pensadores, ni héroes históricos, ni políticos. Es un increíble ejemplo de respeto, recuerdo y admiración por la obra y la ética de esa mujer. Sus profundos escritos acerca de cómo el mundo debía luchar por un sistema definitivo que trajera la paz eterna y terminara con las injusticias sociales deberían ser lectura en todos los últimos años de los colegios secundarios y de las universidades, y tema preferido en centros culturales. Fue pacifista y por su lucha estuvo presa en las cárceles del Kaiser casi los cuatro años de la Primera Guerra Mundial. Fue en ese tiempo fundadora del Grupo Internacional Antimilitarista. Propuso siempre la solidaridad internacional de los trabajadores y por eso sostenía que ningún trabajador alemán debía apretar el gatillo contra un trabajador francés o de cualquier otra nación. Cuando, pese a su lucha, se declaró la guerra, dijo: “Cuando escuché la noticia, pensé en suicidarme. Me di cuenta de que había vencido el oportunismo”. Ese oportunismo e irracionalidad que costó la muerte de miles de jóvenes. Rosa estaba contra la violencia y señalaba que el arma fundamental para la revolución obrera debía ser la huelga general. Fue una luchadora contra la pena de muerte. Y defendía la Libertad como un fundamento absoluto de la sociedad. Su frase que más trascendió en la historia fue: “Libertad es siempre la Libertad del que piensa distinto”. Durante la revolución alemana, el 15 de enero de 1919, fue detenida en el hotel Eden, y en la puerta misma el suboficial Runge le dará un culatazo en la cabeza y luego será asesinada por el teniente Souchon, que le pegó un tiro en la sien. Terminaba así esa cabeza que tantos principios profundos enseñó a la humanidad.

En el recordatorio del martes pasado, ante su tumba, se vio a jóvenes y viejos con lágrimas en los ojos. Su tumba quedó cubierta totalmente por claveles rojos que llevaron cada uno de los asistentes. Un diario tituló el acto así: “El día en que faltaron claveles rojos en Berlín”. Y se escucharon las viejas canciones obreras de siglos pasados.

Un ejemplo. Es curioso: los héroes de la sociedad en sus monumentos no son recordados, amén de algún acto oficial cada cincuentenario de su muerte. Pero a Rosa Luxemburgo la recuerdan como a nadie, año tras año, después del espantoso y cobarde crimen.

Que tengan esto en cuenta todos aquellos que aman el poder por el poder mismo. La historia va filtrando y sólo quedan aquellos que dieron sus vidas por esa palabra con la que comenzamos: la Etica, que es siempre el no rotundo a la muerte y el firme sí a la Vida.

No hay amores banales, como tampoco hay crímenes banales.