sábado, 6 de septiembre de 2008

El fomento del odio y el siniestro papel ejercido por los medios de comunicación en las guerras.-

El fomento del odio y el siniestro papel ejercido por los medios de comunicación en las guerras

Pascual Serrano

Director de www.rebelion.org

Introducción

La idea de que las guerras terminan con la neutralidad y la imparcialidad de las informaciones que difunden los medios de comunicación está de sobra aceptada. Basta recordar esa conocida expresión de que la verdad es la primera víctima en una guerra. Ignacio Ramonet en el capítulo ‘Conflictos bélicos y manipulación de las mentes’, en su libro ‘La tiranía de la comunicación’, nos relataba cómo Estados Unidos (EEUU) recluta a los directores de Hollywood en los años 40 para que “expliquen” las razones de su intervención en la Segunda Guerra Mundial, y cómo Vietnam fue el punto de inflexión en el papel de la prensa. En esa guerra, por primera vez en la historia, los medios de comunicación denunciarían el comportamiento cruel de sus propios soldados. Desde entonces se acabó la política gubernamental de conceder acreditación automática para ir al frente o al lugar que desee a cualquier periodista. En septiembre de 1986 la Alianza Atlántica elaboraría un informe sobre cómo comportarse con los medios de comunicación durante un conflicto bélico.

Pero el libro recién editado por El Viejo Topo, ‘Medios violentos. Palabras e imágenes para la guerra’, del periodista Pascual Serrano, va más allá hasta plantear una cuestión verdaderamente inquietante. Su tesis es que bajo el mensaje y la impresión generalizada de que los medios suelen adoptar un papel pacifista y condenatorio de la violencia, eso no sólo no es siempre así, sino que pueden llegar a ser grandes aliados de la guerra y la agresión. Los medios tuvieron un papel fundamental en el conflicto de Yugoslavia, han sido condenados por el Tribunal Internacional por crímenes de guerra en el genocidio de los Grandes Lagos, han liderado un golpe de Estado en Venezuela o siembran el odio religioso en la India. Al mismo tiempo, criminalizan y satanizan a grupos sociales incómodos o líderes políticos díscolos como preparación previa para la represión o la agresión militar. A todo ello se suma su participación en la psicosis antiterrorista, bien rentabilizada por Estados Unidos.

Esta obra destapa con numerosos y elocuentes ejemplos la implicación criminal que los medios de comunicación pueden llegar a tener en el fomento del odio, sesgos informativos, tergiversaciones y silencios, xenofobia y racismo e incluso culto a la guerra y las armas.

La obra termina planteando un profundo y serio debate sobre la violencia y sobre los medios de comunicación para cerrarse con un epílogo del filósofo Santiago Alba que todavía deja más en evidencia la deriva del modelo informativo con el que convivimos cada día.

Basado en un trabajo que fue galardonado con el I Premio Internacional de Ensayo ‘Pensar a Contracorriente’ en 2007, se publicó como libro en Venezuela el pasado año y, ahora, mucho más ampliado se edita en España.

Las siguientes páginas reproducen algunos fragmentos del libro

Medios violentos

Pascual Serrano

Los medios de comunicación intentan aparentar que su línea editorial es de rechazo a la guerra, el odio o cualquier manifestación de violencia. Ese es el primer prejuicio a desmontar en este libro. La realidad es que los medios de comunicación:

Pueden jugar un papel fundamental en el fomento del odio interétnico o intercultural.

Pueden apoyar y crear las condiciones para que la ciudadanía acepte una invasión militar.

Son fundamentales para que las sociedades acepten la participación de sus ejércitos en acciones militares internacionales sin plantearse si esa acción es aceptada por los ciudadanos del país receptor y si de verdad es una operación de paz.

Trivializan las armas, la guerra y la muerte.

Criminalizan a los grupos sociales críticos.

Estigmatizan a gobernantes díscolos hasta el punto de sentar las bases para legitimar una intervención armada.

Para promover y convencer de la guerra y la violencia los medios deben actuar en varios frentes simultáneos: la legitimación, frivolización y trivialización de la violencia y de la guerra; la parálisis provocada por el terror que esos mismos medios logran inculcar; la desinformación premeditada y continuada de las claves que permiten comprender la política internacional para lograr interiorizar la ausencia absoluta de responsabilidad, influencia y capacidad de intervención del ciudadano; y el poder para silenciar a las voces y organizaciones que puedan dejar en evidencia su plan de dominio colectivo.

Pero el asunto puede percibirse con otra gravedad añadida. La preponderancia de los medios de comunicación no sólo ha desplazado a los foros ciudadanos de debate y confrontación de ideas, sino que también está terminando con las instituciones. En noviembre de 2007 comprobé en la prensa regional cómo un grupo político en la oposición de un parlamento provincial convocó una rueda de prensa para hacer una determinada denuncia y a los pocos minutos el vicepresidente de esta institución convoca otra para responder a las acusaciones. Es decir, la exposición de posiciones y el correspondiente debate fue desplazado de su foro legítimo, el pleno de la Diputación provincial o la comisión correspondiente, para irse detrás de las grabadoras y micrófonos de los medios de comunicación.

De un plumazo desaparece el procedimiento democrático de debate y legislación para ser ocupado por el show. Ni contraste de pareceres, ni regulación por parte de presidente alguno, ni actas, ni ningún otro elemento que, mediante una larga trayectoria legislativa, ha ido conformando el funcionamiento de una institución.

En realidad la culpa, a mi entender, no es de los políticos, sino del modelo informativo dominante que hace tiempo que abandonó la cobertura de las instituciones, y por tanto el derecho ciudadano a estar informado de lo que allí sucede, para imponer su propio formato de ruedas de prensa y declaraciones.

Todos sabemos que en el desarrollo de los plenos de la mayoría de las administraciones no hay medios de comunicación recogiendo lo que allí se debate y decide.

Algo similar sucedió al día siguiente en Madrid. El entonces presidente de la Asociación de Víctimas del Terrorismo (AVT), Francisco José Alcaraz, declaró en la Audiencia Nacional acusado de un delito de injurias y calumnias graves contra el presidente del Gobierno. Su comparecencia ante el juez fue breve y se negó a declarar ante el abogado de los querellantes, sin embargo sí lo hizo ante los periodistas que le preguntaron a la salida del tribunal y durante más tiempo del que dedicó al juez. Es ahora el poder judicial quien también se ve suplantado por el poder de los medios.

Si a ello le añadimos que prácticamente todos los poderes de la sociedad tienen su correspondiente contrapoder más o menos eficaz –frente al gobierno, la oposición; frente al empresario el sindicato; frente a las empresas, las asociaciones de consumidores, etc…–, sólo nos queda constatar que no hay contrapeso alguno que sirva de control democrático a los medios de comunicación. Los códigos de autorregulación no están siendo cumplidos, el control sobre la veracidad de los contenidos no existe y la pluralidad no cuenta con ningún reglamento que la garantice.

El 10 de julio de 2007 se supo que en tan sólo 14 semanas, las televisiones españolas infringieron hasta 9.000 veces el código de autorregulación referente a la infancia, según un estudio de la Universidad Rey Juan Carlos. Se emiten series de adultos en horario infantil restringido, existen contenidos inapropiados en los dibujos animados, aparecen trailers y promocionales con “infracciones de comportamiento social, temática conflictiva y violencia”, “una mayoría de comentarios son soeces o inadecuados” o no se cumplen en los informativos unos mínimos criterios sobre violencia.

También denunciaba el informe la presencia abusiva de “imágenes de cadáveres y heridos graves” o “la crudeza” con que se trata la violencia de género en ellos. Y todo ello, recordemos, atendiendo a criterios de regulación elaborados por los propios medios y aún así no lo respetan. Y lo que es peor, no existe forma alguna de conseguir que lo respeten.

Razones estructurales

Quizás este panorama puede ayudar a explicar que en países como Bolivia o Venezuela grupos indignados de ciudadanos descarguen su ira e indignación contra las sedes de televisiones y periódicos, hartos de su modo de operar. Son el mismo pueblo que pedía la cabeza de los monarcas absolutistas en Francia. Y tenían razón.

El apoyo de los medios a la guerra y al odio se fundamenta en dos elementos. Lo que yo llamaría unas razones estructurales de su propio funcionamiento y las que podríamos considerar ya intencionadas o ideológicas. Veamos las primeras.

Hemos enumerado esas acciones preocupantes de los medios, pero más inquietante todavía es comprobar que todo esto se hace, no sólo en base a líneas editoriales concretas, definidas y premeditadas, sino también con elementos estructurales del sistema de comunicación actual. Es decir, lo hacen porque quieren hacerlo políticamente pero también porque el modelo posee perversiones que no se pueden evitar. He aquí algunas:

1.- El culto al espectáculo y al sensacionalismo. Inevitable en un modelo informativo que se basa en la competencia por las audiencias y la necesidad de rentabilidad económica. Las guerras, además, a nuestro sistema comunicacional le son rentables. Ha llegado un momento en que pedirles a los medios que no apoyen las guerras es como pedírselo a las empresas de armamento.

2.- El abandono del interés por la política internacional en unas sociedades cada vez más individualistas que no comprenden los elementos globales que interrelacionan los acontecimientos mundiales.

3.- También el formato de nuestros medios impide el análisis o la reflexión. Voy a recordar un comentario del lingüista estadounidense Noam Chosmky que me parece muy elocuente.

En una entrevista para televisión, Chomsky explicaba el perverso funcionamiento de los medios de comunicación1. Señalaba que, por ejemplo, en un programa de 22 minutos, donde ya necesitas alguno para sentarte en el estudio, más el reservado a las preguntas del entrevistador, debes exponer tus argumentos en dos minutos entre anuncio y anuncio. En ese tiempo sólo caben afirmaciones convencionales del tipo Gaddafi es un terrorista, Jomeini es un asesino o los rusos invadieron Afganistán. No se necesitan pruebas, son expresiones habituales. Pero si se dice algo controvertido, por ejemplo que las mayores operaciones terroristas internacionales han salido de EE UU, que los considerados mejores líderes políticos son los vagos y los corruptos, o que si se aplicasen las leyes de Nuremberg, todos los presidentes de EE UU desde la guerra de Vietnam deberían ser ahorcados, la gente pensaría “¿por qué ha dicho eso?, nunca lo habíamos oído antes”. Si se dice esto –afirmaba Chomsky–, hay que tener muchas pruebas, porque es un comentario alarmante.

Pero no puedes aportar esas pruebas si estás limitado por la concisión del formato del medio de comunicación. Ese es el ingenio de esa limitación estructural. De forma que en los medios nunca se podrán presentar con la suficiente argumentación y reflexión afirmaciones irreverentes porque el diseño informativo sólo está planificado para decir lo obvio y lo convencional.

Recuerdo un par de debates en las televisiones españolas sobre Venezuela. Uno de ellos era sobre la reforma constitucional. Un ingenuo profesor de Ciencias Políticas quería explicar esta reforma, que afectaba a 69 artículos. Nunca pudo porque la dinámica del debate, con once participantes y una duración de veinte minutos, lo impedía. Es decir, era imposible explicar la reforma constitucional venezolana en un debate sobre esa reforma constitucional. Sólo había lugar para afirmaciones simples, acusaciones burdas y estereotipos establecidos.

5.- El predominio de la imagen también ha colaborado en erradicar de la información los antecedentes, el contexto y el razonamiento. Las cadenas de televisión envían hoy un periodista a unos juegos olímpicos, mañana ese mismo profesional informa ‘in situ’ de unas Elecciones en Liberia y pasado de una cumbre de la OPEP o de una boda real en Europa. Es imposible que ese profesional maneje todas las claves de la noticia porque, además, debe comenzar a informar a las pocas horas de su llegada al lugar de los hechos. La teoría de las televisiones es que basta con llevar nuestros ojos al sitio de la noticia y recoger con el micrófono el testimonio de un tipo que pasa por allí para comprender los acontecimientos.

Confunden ser testigo ocular con la interpretación de la realidad: “El objetivo no es hacernos comprender una situación, sino hacernos asistir a un acontecimiento”2. Pero no basta llevar una cámara a captar la caída del Muro de Berlín o el derribo de la estatua de Sadam Hussein en Bagdad para interpretar ese momento histórico. Quizás por trabajar con ese método y esos principios podamos explicar por qué en las redacciones de televisión nunca encontramos libros donde se analicen las coyunturas internacionales. No se necesitan, su misión es sólo llevar cámaras de televisión a los lugares y grabar para que el telespectador se sienta informado sólo por ser testigo. De ahí esa absurda tendencia de buscar la participación de la audiencia invitándole a ser periodista mediante el envío de fotografías y vídeos tomados en acontecimientos con los que se haya tropezado. No quieren ni análisis, ni interpretaciones, ni opiniones, ni explicaciones, sólo la imagen de lo sucedido.

Todo ello desemboca inevitablemente en el nihilismo que Santiago Alba nos explica así:

Los medios de comunicación son en gran parte responsables de eso que he llamado el nihilismo espontáneo de la percepción, en cuyo seno se borran las diferencias entre una Guerra y una Olimpiada, entre las torturas de Abu Ghraib y un Parque Temático, entre la información y la publicidad. Las ediciones digitales de los periódicos ofrecen todos los días, uno al lado del otro, titulares como estos: “Vea los últimos instantes de Sadam Hussein”, “Vea las imágenes de la pasarela Cibeles”, “Vea el tercer gol de Ronaldinho”, contribuyendo de esta manera a la ‘monumentalización’ rutinaria y tranquilizadora del horror más abyecto3

El culto a la imagen puede llevar a programas del estilo de la estadounidense ‘The Wolrd in a Minute’ (El mundo en un minuto), que consiste en la estupidez de pasar secuencias cortas de imágenes de actualidad que sólo presentan caos al más puro estilo vídeoclip y con lo que nadie puede comprender nada de lo que sucede en el mundo.

Pero además, la dependencia del vídeo supone eliminar de la agenda noticias por la única razón de no disponer de imágenes espectaculares. O al contrario, incorporar al noticiero contenidos cuyo único mérito es disponer de una imagen sugerente y espectacular.

De esta forma la protesta de un individuo quemándose a lo bonzo ante las escaleras del Capitolio sólo será noticia si es recogida por una cámara de televisión, cuando el hecho noticioso será el mismo, estén o no estén las imágenes. Mi experiencia en Telesur me ha permitido comprobar la tragedia de pretender informar en televisión de los acontecimientos que los grandes medios ignoran. Si Internet nos permitió conocer de forma instantánea y gratuita el asesinato de, por ejemplo, un defensor de derechos humanos en una aldea de Colombia y así poder informarlo por escrito en pocos minutos, la televisión expulsa esos tipos de información al no disponer de imágenes para ilustrarlo.

Proponer que una televisión incluya en su informativo una movilización de indígenas mapuches que protestan porque una multinacional contamina su río en una región recóndita de Chile, es un objetivo inútil porque allí no hay ninguna cámara de televisión recogiendo las imágenes y, por tanto, esa noticia ya no podrá existir. De forma que los contenidos audiovisuales no solamente dependen de la agenda establecida por el propio medio, sino también de las grandes agencias que son las que tienen la capacidad económica y logística para enviar cámaras y fotógrafos. En unas jornadas de fotoperiodismo a las que asistí en Barcelona en octubre de 2007, los fotógrafos se congratulaban de su capacidad de captar la realidad mediante sus objetivos, pero todos me reconocían que no era económicamente viable para ellos ir a cubrir un conflicto como ‘freelance’, debían ser enviados por algún medio. De este modo, las fotografías que, según ellos, hacían y reflejaban la realidad, correspondían a los escenarios que los directivos de los medios habían considerado merecedores de la cobertura. Como resultado, sólo tenemos en nuestros medios los muertos del conflicto y del bando que quieren que conozcamos por muy honestos que los fotógrafos o cámaras quieran ser en su trabajo.

A todo ello hay que añadir los casos de doble rasero en las coberturas, los sesgos informativos o las ausencias de contexto y antecedentes a la hora de informar. Un ciudadano que vea todos los días el informativo de televisión y lea el periódico no comprende el conflicto, por ejemplo palestino–israelí, porque hace tiempo que sólo es una secuencia de partes de guerra: ayer dos muertos, hoy un kamikaze, mañana un bombardeo. Nadie explica el mundo. Como afirma el especialista en medios de comunicación Danny Schecheter, “tenemos más medios de comunicación pero menos herramientas para la comprensión”. Es indiscutible que hoy, más que nunca, tenemos más acceso a la información, pero mediante la saturación de información y la incapacidad de discernir la valiosa de la prescindible han conseguido que estemos peor informados. A una persona se le puede impedir comunicarse por correo postal con un amigo lejano de dos formas diferentes, interceptando las cartas que reciba del amigo o mezclarlas con otras cien mil que no van dirigidas a él. El sistema actual está utilizando este segundo modo. Nos están llenando el buzón de publicidad y no encontramos la carta del amigo. Es como ese juego de niños en el que toda la muchachada se pone a hablar para impedir que uno de ellos pueda decirle algo a su compañero, no le están tapado la boca ni impidiéndole hablar pero logran que no pueda comunicarse. Los ciudadanos normales, mediante los grandes medios de comunicación, están viviendo ajenos a los debates internacionales complejos porque no acceden a trabajos de investigación que contemplen los diferentes puntos de vista necesarios para conocer las realidades.

Lógicamente esa falta de conocimiento internacional, en el caso de la sociedad norteamericana, les impide encontrar respuesta a esa pregunta de “por qué nos odian”, en referencia a las agresiones que su país estaba sufriendo por parte de tantos grupos armados. La siguiente deducción que nos podemos plantear es qué valor tiene un sistema político si su ciudadanía no tiene la información necesaria de la política exterior de su gobierno. Por otro lado, no deja de formar parte de un modelo de pensamiento egoísta estar interesado sólo por las cuestiones cercanas e ignorar las coyunturas internacionales, más todavía si nuestros gobiernos tienen importantes responsabilidades en esas situaciones. Sin duda, los medios colaboran en ese desinterés por la política internacional. Lo que es evidente es que los medios de comunicación son directamente responsables en la conformación de esa estructura mental. Como afirma Roland Schatz, del observatorio internacional de medios Media Tenor:

Las noticias sobre el extranjero [en Estados Unidos] tienden a reducir los asuntos del mundo al terrorismo, las catástrofes naturales y las fotos hechas a la carrera a personajes saludando desde sus limusinas oficiales4.

Mucho me temo que los españoles, con la ayuda de sus medios de comunicación, no están teniendo una evolución muy diferente a la estadounidense en cuanto a falta de interés por la comunidad internacional, lo que provoca que nos desentendamos de las responsabilidades de nuestro gobierno en política exterior, algo muy grave tratándose de la octava potencia económica mundial.

Un ejemplo de esa preocupante ignorancia es el resultado del barómetro anual del Real Instituto Elcano5, publicado el mes de diciembre de 2006. En él se observa que el 60 de los encuestados apoyaba la presencia de tropas de las Fuerzas Armadas españolas en misiones en el extranjero, pero un 75 por ciento de esos mismos encuestados no sabe o no contesta a la pregunta de dónde hay tropas de nuestro país trabajando en esas misiones. Y de los que afirman conocerlo, un 14,7 por ciento cree todavía que hay militares españoles en Iraq e, incluso, un 7,1 por ciento opina que también en Irán, país en el que no hay ningún tipo de presencia militar internacional en estos momentos.

En la nueva edición del Barómetro del Real Instituto Elcano de 2007, difundida también en diciembre, volvemos a descubrir el nivel de desinformación de los españoles. El apartado X del documento refleja el resultado de las preguntas realizadas a los encuestados para sondear su conocimiento de política exterior. Descubrimos que un 64 por ciento afirma que España pertenece al Consejo de Seguridad de la ONU, a pesar de que la última vez que formó parte del Consejo fue en los años 2003 y 2004.

Un 47 por ciento desconoce que no hay tropas españolas en Iraq, a pesar de que su retirada fue una de las principales diferencias del Gobierno Zapatero respecto al de Aznar. Aunque los españoles no saben donde hay tropas españolas, nada les impide que el 95 por ciento se pronuncie valorando la presencia de tropas españoles en Afganistán, Líbano, Bosnia y Kosovo y Congo. Incluso el 95 por ciento se atreve a cuantificar el peligro de las tropas españolas en Afganistán o el Líbano, lo que no deja de ser un atrevimiento si el 47 por ciento ni sabía que ya no había tropas en Iraq.

Del mismo modo, cuando a los españoles les preguntan si el acuerdo de los gobiernos de los países europeos sobre el Tratado Constitucional se parece al que se votó en España o no, el 45 por ciento “no sabe, no contesta”. Es decir, o no saben lo que se votó en España o no saben lo que aprobó en Lisboa.

Con ese nivel de desconocimiento es fácil descubrir que el 72 por ciento también pensaba que el programa de investigación nuclear iraní perseguía fines militares, algo que hasta los servicios de inteligencia estadounidenses han desmentido. Por eso, con el mismo fundamento, dos de cada tres españoles están convencidos de que el programa de investigación nuclear venezolano también tiene un objetivo militar, aunque ese programa sólo es una insinuación del presidente venezolano Hugo Chávez.

A pesar de esos espectaculares y noticiosos resultados, los medios se limitaron a difundir sólo el detalle del informe que revela que Chávez era el líder mundial peor valorado por los españoles. Efectivamente fue así, los españoles daban a Chávez una nota de un 1,4 por debajo de Fidel Castro (1,9) y de George Bush (2,2) en una tabla en la que el más valorado es el Alto Representante de Política Exterior y de Seguridad Común de la Unión Europea, Javier Solana, con un 6,2.

Lo peculiar de las respuestas fue que los ciudadanos no tenían dudas en su valoración del presidente venezolano. Dijeron que era “autoritario” un 91 por ciento y “violento” un 88. Sólo un 5 y 6 por ciento, respectivamente, respondieron “no sabe, no contesta” al pedirles la opinión sobre Chávez o Castro. Un nivel de pronunciamiento que contrasta con el de aquella pregunta sobre el tratado constitucional europeo, donde el 45 por ciento respondió “no sabe, no contesta”. Era lógico, los medios habían destinado mucho más espacio y tiempo a satanizar a Chávez que a explicar la Constitución Europea, tanto la votada en España como la aprobada en Lisboa, que nadie conoce. Habían, por tanto, cumplido con su objetivo, lograron convencer a los españoles de que Chávez era violento y autoritario, aunque para ello dejaran olvidado informar sobre la Carta Magna europea.

Volviendo a la presencia de tropas españolas en el extranjero, debemos pensar que las personas que sufran o disfruten, según se vea, la presencia de nuestras tropas en su país, considerarán, con razón, que los españoles somos responsables de las acciones de esos contingentes, lo cual es razonable en un sistema democrático. Lo que nos convierte a cada uno de nosotros, con absoluto fundamento, en aliados o enemigos para unos o para otros, puesto que con nuestro voto y nuestro dinero se está interviniendo militarmente en su país.

Y es que la elección de nuestro gobierno nos hace corresponsables de la política exterior de éste. Pretender despreocuparnos para centrarnos en nuestra vida cotidiana es de una bajeza moral que no nos debemos permitir si no queremos que algún día, como los estadounidenses, nos veamos preguntándonos por qué nos odian.

Razones ideológicas e intencionadas

En cuanto a elementos claramente ideológicos e intencionados, en el libro se analiza cómo un determinado uso y abuso del lenguaje puede ayudar a ese fomento de la violencia y la guerra. Palabras como terrorismo, ejército humanitario, daño colateral, contratistas, etc., se han puesto al servicio de un objetivo militar.

A lo largo de estas páginas hemos tratado de buscar esos ejemplos de medios al servicio de la guerra, la violencia y el odio. Son los más claras pruebas de cómo ha existido y existe la intención de fomentar la guerra y el odio desde los medios de comunicación. Existen algunos tan evidentes como que han provocado sentencias del Tribunal Penal Internacional. Esta corte internacional condenó el año 2004 a tres directivos de empresas periodísticas a cadena perpetua o largos años de prisión por incitación pública y conspiración al genocidio en el enfrentamiento entre hutus y tutsis en África. Fue una sentencia, que no admitió apelación, procedente de un cuerpo integrado por juristas de distintos países.

Los condenados no fueron simples redactores, sino directivos y propietarios de empresas de comunicaciones y, paralelamente, con otros intereses económicos. Es decir que no utilizaban su influencia comunicativa como un medio cultural e imparcial, sino criminalmente, en defensa de beneficios y privilegios propios y de minorías poderosas.

La guerra de los Grandes Lagos, que implicó a Ruanda, Uganda, la República Democrática del Congo y a Burundi, provocó la muerte de más de medio millón de personas y más de dos millones de exiliados que huyeron a países vecinos perseguidos por hordas asesinas que cometieron todo tipo de atrocidades.

A finales del mes de marzo de 2006, el Tribunal de Ética y Disciplina del Consejo Metropolitano del Colegio de Periodistas de Chile condenó a los principales diarios chilenos por su complicidad con los crímenes de la dictadura6.

La sentencia de culpabilidad recayó sobre ex directores de El Mercurio, La Segunda, Las Últimas Noticias y La Tercera y a una periodista, por falta a la ética y no cumplimiento con el deber “de entregar la verdad a la ciudadanía”, en las publicaciones que esos medios realizaron en los primeros años de la dictadura acerca del secuestro y desaparición de 119 prisioneros políticos en el montaje conocido como ‘Operación Colombo’.

Ese operativo del régimen militar intentó convencer a la ciudadanía chilena e internacional que las denuncias de familiares sobre desapariciones eran falsas. A través de la ‘Operación Colombo’ se hizo aparecer algunos cadáveres calcinados en Buenos Aires, a los que identificaron como militantes chilenos de izquierda, con un letrero que decía “por traidor”. La versión de la dictadura, recogida por los medios, que agregaron titulares injuriosos, fue que los supuestos desaparecidos se estaban matando entre ellos en Argentina o caían en enfrentamientos.

Otra guerra que requirió la creación de un tribunal internacional ‘ad hoc’ fue la de Yugoslavia, donde también los medios jugaron un papel fundamental colaborando en el enfrentamiento étnico. Los testigos y estudios realizados sobre el papel de los medios nos confirman que sin la televisión probablemente no se hubiera producido la guerra de Serbia con Croacia y con Bosnia.

En Venezuela, en 2002, los medios fueron los cerebros y ejecutores de un golpe de Estado que posteriormente fue neutralizado por los ciudadanos. Me remito a una escena del día después del golpe. Una vez tomado el control del palacio presidencial por los golpistas y secuestrado el presidente Chávez, los medios amanecen el 12 abril con este mensaje del presentador: “Buenos días, tenemos nuevo presidente”. En el estudio comienza un conversatorio alegre y desenfadada entre representantes de los medios y militares. Dicen: “Gracias Venevisión, gracias RCTV”. Otro presentador responde: “Nosotros debemos decir, tanto Venevisión como RCTV, gracias Televen, gracias Globovisión”. Continúa otro de los presentes: “Gracias medios de comunicación”.

En este libro se repasan mecanismos de engaño paradigmáticos que muestran cómo actúan los medios para lograr sus objetivos.

Todos estos son los ejemplos que muestran en qué ha desembocado el papel de los medios en su apoyo a la violencia. Lo que no sabemos aún como terminará es la actual criminalización de emigrantes, antifascistas, la estigmatización de gobernantes como Hugo Chávez o Evo Morales, el apoyo a la guerra en Colombia, la preparación de la invasión a Irán o la aceptación de las tropelías de Israel.

Es de destacar también cómo los medios han apoyado las políticas de psicosis por el terrorismo y la justificación de todas las medidas de ataque a las libertades y de agresiones con la excusa de la lucha antiterrorista. Así es como consiguen convencer a la ciudadanía de la idoneidad de que los recursos se destinen a policía y militares, en lugar, por ejemplo, de hospitales y escuelas. De que en un pueblecito de Castilla es mejor tener un cuartel de la Guardia Civil funcionando 24 horas al día antes que un ambulatorio médico. Que es bueno para los ciudadanos que les intercepten en un control antiterrorista cuando vayan con su coche o que deban facilitar los datos a la policía cuando se alojan en un hotel. Que el ciudadano se sienta seguro y feliz viendo numerosos guardas de seguridad en la estación de trenes o en un supermercado aunque luego falte personal en las ventanillas o en las cajas de cobro. Y así tendremos dos o tres agentes armados en una estación ferroviaria para vigilar el paso por el escáner del bolso de una anciana, pero ningún empleado para ayudarle a subir al tren.

Por último, en el libro ‘Medios violentos’ abordamos algunas propuestas para buscar una salida a la situación, desde los observatorios de medios y iniciativas de democratización, incluso tratando alternativas audaces sobre la propiedad y las legislaciones. El problema es suficiente grave y preocupante como para pensar sin prejuicios. Uno de los grandes problemas actuales es el control de la información por las grandes empresas y la impunidad en nombre de una mala entendida pero bien explotada libertad de expresión. Hay que comenzar a plantear muchos temas tabú de los que los medios, o mejor dicho las empresas de comunicación, se están aprovechando, y exigir mayor responsabilidad social, más democratización, más pluralidad, más rigor y más equilibrio, más derecho de acceso al ciudadano y más obligación a informar. La responsabilidad de los medios en las guerras, la violencia y el odio, es sólo un ejemplo del desastre mediático y de su impunidad.

1 Se puede ver el vídeo en Youtube http://www.youtube.com/watch ?v=0GhRLBdctto

2 Ramonet, Ignacio. La tiranía de la comunicación. Debate. Madrid. 1998.

3 Alba, Santiago. Vendrá la realidad y nos encontrará dormidos. Hiru. Hondarribia. 2006

4 Schechter, Danny. Las noticias en tiempos de guerra. Paidós. Barcelona. 2004

5 Se puede consultar en http://www.realinstitutoelcano.o rg

6 Escalante, Jorge. La DINA mediática. Diario La Nación. Abril 2006. Chile

Pascual Serrano se licenció en Periodismo en 1993 en la Universidad Complutense de Madrid

. Se inició en el periodismo en el diario español ABC.

Sus trabajos se han desarrollado tras sus viajes por México, Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua, Colombia, Venezuela, Cuba, Argentina, Bolivia, Iraq, Jordania y Líbano.

En 1996 fundó junto con un grupo de periodistas la publicación electrónica Rebelión (www.rebelion.org), que hoy funciona como diario alternativo en Internet.

Durante 2006 y 2007 fue asesor editorial de Telesur, un canal de televisión promovido por Venezuela con la participación de Cuba, Argentina, Uruguay y Bolivia, que pretende ser un modelo de comunicación contrapuesto a los medios dominantes del primer mundo.

Es miembro fundador de la Red de Intelectuales y Artistas en Defensa de la Humanidad, creada en México en 2004.

Colabora habitualmente en una decena de publicaciones latinoamericanas sobre temas de comunicación y política internacional.

Es coautor de los libros «Periodismo y crimen» y «Washington contra el mundo» y compilador de «Mirando a Venezuela». A principios de 2006 publicó ”Perlas. Patrañas, disparates y trapacerías en los medios de comunicación” editado en España por El Viejo Topo. En Cuba y Venezuela se editó una versión adaptada: “Juego Sucio. Una mirada a la prensa española”.

En la actualidad es miembro del consejo de redacción de las revistas Mundo Obrero, El Otro País y Pueblos, donde colabora habitualmente.

En febrero de 2007 fue Primer Premio del Concurso Internacional de ensayo «Pensar a contracorriente», por su trabajo «Violencia y medios de comunicación», convocado por el Instituto Cubano del Libro, el Ministerio de Cultura de Cuba y la Editorial Ciencias Sociales.

En septiembre de 2007 publica «Perlas 2. Patrañas, disparates y trapacerías en los medios de comunicación», con prólogo de Alfonso Sastre y epílogo de Ignacio Ramonet.

Su último libro editado en España es «Medios violentos. Palabras e imágenes para el odio y la guerra», del que existe una versión anterior abreviada publicada en Venezuela escrita con Santiago Alba.