Estamos ante un problema de límites, no de liquidez, como explica Herman Daly, profesor de la Universidad de Maryland (EE.UU.), uno de los padres de la economía ecológica moderna, y autor de lo que se propone como “economía en estado estacionario”, en contraposición a la economía de crecimiento exponencial.
Citando a Daly, “ la actual debacle financiera no es una crisis de “liquidez”, como se la suele llamar eufemísticamente. Es una crisis de “supercrecimiento” de los activos financieros en relación con el crecimiento real de la riqueza – algo justamente lo contrario a la existencia de poca liquidez. Los activos financieros se han multiplicado mucho más que la economía real – el intercambio entre “papeles” financieros es hoy 20 veces mayor que los intercambios de papel moneda por productos reales. No es una sorpresa, entonces, que el valor relativo de la enorme cantidad de activos financieros esté cayendo en término de valoración de activos reales”.
La corrección, pues, según el economista, es inevitable. Nos trae el norteamericano al Nobel de Química y uno de los padres de la economía más apegada a los recursos naturales (en contraposición con la economía convencional), Frederic Soddy, que recordaba que “no se puede mantener de forma permanente una convención humana absurda, como el incremento espontáneo de la deuda (interés compuesto), encontra de la Ley natural del decrecimiento espontáneo de la riqueza (entropía)”.
Ese ajuste, por otra parte, es de una dimensión creciente en el tiempo, si se pretende seguir valorando los activos financieros no por la riqueza constatable, sino por un futurible de crecimiento económico (acelerado, como son todos los crecimientos de un tanto por ciento anual).
El perverso sistema de reserva fraccional de los bancos, por el que crean dinero de la nada, con la fe puesta en su devolución posterior con intereses, unido a la completa desrregulación de los movimientos de capital a nivel mundial – unida a la globalización comercial, de forma casi inevitable, se encuentra aquélla – ha generado un crecimiento espectacular del cuasi dinero, que amenaza con evaporarse, con mayor rapidez aún que aquélla con la que se creó, al no ser capaz la riqueza real de servir permanentemente de imagen de cada vez más anotaciones contables.
Como el dinero es hoy básicamente deuda, las inyecciones y rescates son más deuda que los Gobiernos esperan sea devuelta con más crecimiento, para pagar sus intereses. Esa máquina fiduciaria y su enorme desconexión de la realidad se ha topado con límites claros en los últimos años. La incorporación reciente de cientos de millones de nuevos consumidores ha acelerado el colapso inmobiliario, último refugio de la burbuja ficticia de dinero. El estancamiento evidente de la producción de petróleo y la falta de alternativas reales e inmdiatas ante el anunciado ajuste entre demanda y oferta, están advirtiéndonos que es muy probable que la deuda no sea devuelta.
Este entuerto no se resuelve reforzando la maquinaria para que mantenga el crecimiento de la producción, porque este futil intento agudizaría las tensiones entre economía real y financiera, en última instancia. Pero es que, además, las inercias son de tamaña factura (hemos pasado por algunos de los años de mayor aceleración del crecimiento económico), que aliviar siquiera algunos de los peores efectos de este ajuste a la realidad, será una ímproba tarea, tanto más imposible cuanto se quiera mantener la dinámica que nos trajo a esta profunda crisis. En todo caso, tarea que debería estar presidida por valores de decrecimiento, austeridad, reparto de la riqueza y solidaridad intergeneracional e interterritorial, alejando la economía del consumismo que está agotando rápidamente nuestros recursos naturales básicos.