Más allá de la euforia, Obama me interesa no como manifestación del sueño americano, sino como expresión de la danza entre idealismo y realismo. El pragmatismo es la filosofía norte americana por excelencia, se presenta como la superación de esta dicotomía. Obama es lo que William James llamaba “un espíritu delicado”: idealista, intelectualista, optimista, religioso… Pero sabe sumar las cualidades del “espíritu rudo” o empirista: se atiende a los hechos. Es pues un perfecto pragmático.
Sobre la base del pragmatismo, todo es posible en América. Toda teoría, como toda idea, es relativa al drama que la encuadra. La paz es relativa, tan relativa al menos como la reconciliación o la esperanza. Se trata de técnicas narrativas que deben dosificarse convenientemente. Lo importante son los resultados, el producto bruto, la victoria. Obama dice: América ya no es racista: y yo soy la prueba de ello, pues voy a ganar las elecciones. Ricos o pobres, blancos o negros, demócratas o republicanos. Todos somos americanos, unidos por un destino manifiesto... Dios bendiga a América.
El llamado idealismo de Obama es típicamente norteamericano. La prueba es que ha dado resultados. El resultado esperado no es cambiar el mundo, sino ganar las elecciones y renovar el sueño americano. Esto es tan evidente que sorprende la incredulidad de las masas, pero aún más la de determinados ‘intelectuales’ (pero los palestinos no se hacen ilusiones). Obama no es un idealista: es un actor que calcula con técnica las ilusiones que despierta. Se asegura de que las ilusiones se transformen en dólares, que a su vez deben transformase en votos. Allí donde las ilusiones no dan votos, deja de lado todo idealismo.
El caso de Israel es especialmente claro. No es que Obama sea sionista, pues no es más que un político, y un buen político no es esclavo de sus ideas, solo las utiliza. Obama es pro-sionista por imperativos del guión. Si es necesario apoyará la invasión y los bombardeos del Líbano, cosa que hizo. Y el primer cargo que ha hecho público (el director de su gabinete) es un sionista radical. Pero para no romper con el cuento que nos cuenta, se apoya en el idealismo sionista. Los colonos y sus ideales progresistas. Los kibbutz como modelos de comunidades basadas en la fraternidad. El hecho de que esas colonias se levanten sobre montones de cadáveres no parece importarle: lo importante es ser fiel al guión, al drama que nos vende. Así, para justificar su apoyo al sionismo, no duda en equiparar a los sionistas con los afro americanos. Se trata de comunidades hermanas, nos dice. Eso explica que él mismo sea sionista, sin necesidad de romper con el cuento que nos cuenta.
Obama es un pragmático que despierta ilusiones para sus propios fines. Es un gran político. La política moderna es un espectáculo. Es decir, una impostura. Y el espectáculo requiere idealistas. Si Obama ha ganado es porque los americanos necesitaban una escena romántica para no pensar más en los cadáveres que el sherif ha dejado atrás. Necesitaban una emoción positiva tras la adrenalina generada por la masacre. Cuando las “cualidades rudas” ( Bush o el hard power ) han colapsado el sistema, se hace necesario apelar a las “cualidades delicadas” (Obama o el soft power ) para desatascarlo. Un poco de esperanza que nos permita tirar de la cadena. Y que la vida continúe. Tras el triunfo de Obama, Norteamérica ya no es las cárceles de Abu Ghraib o de Guantánamo, sino de nuevo el sueño americano. Obama o la redención de Norteamérica. Devolver la ilusión al pueblo norteamericano, tanto como a sus quinta columnistas extranjeros (que son Legión). El discurso subyaciente es el de el supremacismo norte americano. Basado no ya en su poderío militar sino en la superioridad moral de sus ideales fundadores (un "pasado glorioso" del cual se ha obviado la esclavitud y el exterminio de los indios). En su discurso de Chicago habla de "un nuevo amanecer americano". Y se dirige a todos los habitantes del planeta, consciente de encarnar el "destino manifiesto". Obama es un buen patriota, y el patriotismo es el eje de todos sus discursos.
Cualquier guionista sabe que un film requiere de una serie de elementos para triunfar en la taquilla. Después de la matanza de los villanos por el héroe se hace necesaria una escena romántica, como contrapunto. El héroe es siempre el mismo: el sueño americano. De la noche a la mañana, Norteamérica ya no es un país racista (pero los presos en los corredores de la muerte no se hacen ilusiones: ¿dejó de ser machista Pakistán cuando Benazir Bhuto ganó las elecciones?). Este es el cuento contado por Obama. Y es cierto que me siento feliz con su victoria, así que pueden ustedes considerarme como parte de este show. Los norteamericanos nos han colonizado el subconsciente, dice un personaje de la película de Wim Wendres 'El amigo americano'. Debemos reconocerlo sin remedio y disfrutar como niños con el nuevo espectáculo que los norteamericanos nos ofrecen. E incluso celebrarlo y aplaudir en la butaca. No en vano Hollywood es llamada "la fábrica de sueños". Pero no nos engañemos: Obama no es el cambio, ni va a paralizar los planes de dominio planetario. Obama es el actor que garantiza la continuidad del Nuevo Siglo Americano. Obama y Bush están del mismo lado.
Todos tenemos ilusiones, no podríamos vivir sin ellas. Ahora los Estados Unidos van a reducir su gasto militar para combatir el hambre en el mundo… Que las espadas se conviertan en arados y los corderos se paseen tranquilamente entre las fieras. Pero solo unas cuantas espadas, solo unas cuantas fieras: el espectáculo debe continuar. El siguiente capítulo ya ha sido anunciado. No le temblará la mano, será un enérgico comandante en jefe.
Todo el mundo necesita ilusiones. Obama y su equipo han tenido la habilidad de crear la ilusión necesaria justo en el momento preciso. Obama es una estrella en el cielo tenebroso de la sociedad del espectáculo, a la que algunos llaman (no sin cinismo) ‘democracia’.
Abdennur Prado. Presidente de la Junta Islámica Catalana