“No dejes que me olviden”, por María Laura Lamberto
Parte Primera
Capital Federal (Agencia Paco Urondo, en El Argentino) La vida de los hombres públicos está signada por el mito. En relación a ellos se tejen historias, se les atribuyen dichos, hechos, obras, a veces con algún asidero en la realidad, otras sin el más mínimo sustento. Cabal ejemplo de ello es el mito de Eva Perón. Releyendo escritos sobre su intensa vida con su conmovedor final, encuentro algunos matices sobre sus últimos deseos, expresados al general, en su lecho de muerte: “No olvides a los pobres, a los humildes. Ellos son los únicos que no te abandonan. Juan, no dejes que me olviden”.
Han pasado ya 56 años de aquellas palabras y quienes particiaron de la epopeya peronista seguramente no la han olvidado. El amor y el odio que supo despertar, continúa intacto en el corazón de quienes la vivaron en la Plaza de Mayo o la lloraron en su majestuoso velatorio, y de quienes desde sus “guaridas asquerosas”, anhelaban el momento del desenlace, vivando a un cáncer que aparentemente lograría lo que ellos no pudieron: borrarla de la faz de la tierra y a todo lo que representaba.
No pudo con ella la enfermedad. Por el contrario, al llevarla joven, en su apogeo, la muerte la fortalece, la santifica, la consolida como mito y la transforma en bandera y motor de todas las luchas que se sucedieron a la misma. Sin embargo, si me hubiera tocado ser garante de ese último deseo de Evita, no bajaría hoy la guardia, estaría alerta. Esa voz ronca y apasionada es cada vez menos audible en los oídos del pueblo por la cual quemó su vida. Causa quizás de esa sordera son los ruidos que se interponen entre ella y un pueblo desesperanzado, con una emoción muy diferente que le quita las ganas de cualquier diálogo. Los sobrevivientes de esa época son hoy jubilados que promedian un ingreso mínimo y que transcurren entre los cajeros automáticos y las oficinas del Pami, si es que tienen suerte, para recibir una ayuda social que les permita llegar a fin de mes. Sus hijos son mendicantes de empelo digno y estable, sumergidos en el círculo poco virtuoso de conseguir trabajo, lograr algún ahorro, perder el trabajo, perder el ahorro, volver a empezar, a obtener trabajo y ahorro, volver a perder, etc. Algunos más afortunados, en la convertibilidad pudieron acceder a la vivienda, pero hoy tener un terreno es un bien de lujo y pagar un alquiler toda una proeza. Los nietos y bisnietos engrosan las filas de las tribus urbanas, que si Emo, que si Floger, o bien pibe chorro, despreocupados por la vida, consumiendo cantidades siderales de cerveza, experimentando con drogas y con una amplia gama de oferta sexual. Son épocas en que lo único absoluto es la relatividad de todas las cosas: “No problem, está todo bien”.
¿Quién es hoy en la memoria colectiva esa mujer apasionada, transgresora, revolucionaria, provocativa, paradigmática? Parece que no más que un anacronismo. Problablemente mucho tuvimos que ver con esto los peronistas. En los 25 años que lleva nuestra democracia, hemos gobernado 17, y no hemos sido capaces en todo estos años, no digo ya de volver a la participación de los asalariados en el producto bruto de los años 50, pero ni siquiera sostener una curva ascendente de redistribución de la riqueza. No hemos logrado probar con los hechos que la patria es justa, libre y soberana. El pueblo, los sectores más humildes confiaban en Evita, se sentían amparados. Hoy se refugian en vírgenes, santos, curas sanadores, el gauchito gil, en las energías positivas del ying, el yang, los mantras y el tantra. Cualquier cosa, cualquier fuerza, que los pueda proteger de su clase política dirigente. Parece mentira, pero en una democracia tan débil como la nuestra no hemos permitido una improvisación tal, que es casi un exceso. Que el contexto internacional cambió, es cierto, que las relaciones de poder mundial son otras, también, que las bases de este desastre se fundaronen en las dictadura militar, una correcta afirmación, qure la revolución de las comunicaciones, un hecho insoslayable...
Sin embargo creo, no hemos sabido interpretar la realidad en la cual nos tocó obrar, y aun en el caso de las políticas aplicadas de buena fe, hemo caído cíclicamente en crisis de tal magnitud que hemos sido sujeto de análisis a nivel internacional. Ni siquiera en medio de una crisis mundial con las dimensiones de la actual, hemos visto a otros pueblos reaccionar con la ferocidad con la que han ganado la crisis los argentinos. Los resultados de las sucesivas gestiones son tan evidentes, las estadísticas tan implacables, que nos merecemos una profunda reflexión, sino una feroz autocrítica. Creímos que el aura de Perón y Evita nos acompañaría siempre. Hoy vemos que el electorado se divide entre los moderados de la celeste y blanca, los proféticos y apocalípticos, los campechanos que se conectan desde lo cómico, los empresarios con supuesta capacidad de gestión. Nosotros los peronistas, atomizados por un internismo enfermizo, somos una opción más, catalogados como los pragmáticos, capaces (o no tanto) de conducir los destinos de este convulsionado y compejo país, pero no de hacerlo sin revolcarnos en el barro de la corruptela. Duele verse así: a nosotros nos desalojaban por la fuerza, nos mataban, nos mandaban al exilio, nos proscribían, pero ahora no hace falta nada de esto. Simplemente nos ganan las elecciones.
Es hora entonces de cumplir con los deseos de una moribunda: no nos permitamos olvidarla. No olvidemos su fuerza de voluntad, la forma en que superó todas y cada una de sus limitaciones. Cuando llegó a Buenos Aires no sabía casi ni hablar. Escuchó, anotó, aprendió y apenas siete años después de su día maravilloso, sus palabras hacían vibrar a las multitudes. No olvidemos su coraje: había que ser muy corajuda para hacer lo que Eva en ese contexto histórico, en el cual la mujer era realmente un florero. No olvidemos que con su pasión, Evita creó su propia realidad, la de Perón y su pueblo. Si ella hubiera hecho un análisis racional de su situación a los 20 años, los recursos con que contaba, su bagaje, jamás se hubiera animado a desafiar al destino. Olvidar a Eva es el triunfo exclusivo de la razón, es la resignación, la aceptación de esta realidad actual como una fatalidad. Es decretar la muerte del peronismo en manos de su propio creador: el pueblo argentino.
La memoria de Eva no merece este oprobio. No merece a reciclados exponentes de la unión democrática erigirse en dueños de la verdad y convencer hasta a los pobres mismos, que son como ellos los ven desde su construcción intelectual. Y por si fuera poco hacerlo esta vez con toda la legitimidad que dan los votos.
Seamos en fuerza, valor, fe y coraje millones de Evas actuando desde el lugar que nos toca o del que elijamos estar. Porque en este mundo global en el cual hay cada vez más pobres si no miserables, esta figura mítica, recobra su razón de ser y su sentido.
Si me hubiera tocado ser garante de la última voluntad de Evita, y si otros compañeros compartieran mis sentimientos, me animaría a decir: Descanse en paz compañera, porque mientras un peronista apasionado camine por este suelo, no olvidaremos y no dejaremos que la olviden. (Agencia Paco Urondo)
Han pasado ya 56 años de aquellas palabras y quienes particiaron de la epopeya peronista seguramente no la han olvidado. El amor y el odio que supo despertar, continúa intacto en el corazón de quienes la vivaron en la Plaza de Mayo o la lloraron en su majestuoso velatorio, y de quienes desde sus “guaridas asquerosas”, anhelaban el momento del desenlace, vivando a un cáncer que aparentemente lograría lo que ellos no pudieron: borrarla de la faz de la tierra y a todo lo que representaba.
No pudo con ella la enfermedad. Por el contrario, al llevarla joven, en su apogeo, la muerte la fortalece, la santifica, la consolida como mito y la transforma en bandera y motor de todas las luchas que se sucedieron a la misma. Sin embargo, si me hubiera tocado ser garante de ese último deseo de Evita, no bajaría hoy la guardia, estaría alerta. Esa voz ronca y apasionada es cada vez menos audible en los oídos del pueblo por la cual quemó su vida. Causa quizás de esa sordera son los ruidos que se interponen entre ella y un pueblo desesperanzado, con una emoción muy diferente que le quita las ganas de cualquier diálogo. Los sobrevivientes de esa época son hoy jubilados que promedian un ingreso mínimo y que transcurren entre los cajeros automáticos y las oficinas del Pami, si es que tienen suerte, para recibir una ayuda social que les permita llegar a fin de mes. Sus hijos son mendicantes de empelo digno y estable, sumergidos en el círculo poco virtuoso de conseguir trabajo, lograr algún ahorro, perder el trabajo, perder el ahorro, volver a empezar, a obtener trabajo y ahorro, volver a perder, etc. Algunos más afortunados, en la convertibilidad pudieron acceder a la vivienda, pero hoy tener un terreno es un bien de lujo y pagar un alquiler toda una proeza. Los nietos y bisnietos engrosan las filas de las tribus urbanas, que si Emo, que si Floger, o bien pibe chorro, despreocupados por la vida, consumiendo cantidades siderales de cerveza, experimentando con drogas y con una amplia gama de oferta sexual. Son épocas en que lo único absoluto es la relatividad de todas las cosas: “No problem, está todo bien”.
¿Quién es hoy en la memoria colectiva esa mujer apasionada, transgresora, revolucionaria, provocativa, paradigmática? Parece que no más que un anacronismo. Problablemente mucho tuvimos que ver con esto los peronistas. En los 25 años que lleva nuestra democracia, hemos gobernado 17, y no hemos sido capaces en todo estos años, no digo ya de volver a la participación de los asalariados en el producto bruto de los años 50, pero ni siquiera sostener una curva ascendente de redistribución de la riqueza. No hemos logrado probar con los hechos que la patria es justa, libre y soberana. El pueblo, los sectores más humildes confiaban en Evita, se sentían amparados. Hoy se refugian en vírgenes, santos, curas sanadores, el gauchito gil, en las energías positivas del ying, el yang, los mantras y el tantra. Cualquier cosa, cualquier fuerza, que los pueda proteger de su clase política dirigente. Parece mentira, pero en una democracia tan débil como la nuestra no hemos permitido una improvisación tal, que es casi un exceso. Que el contexto internacional cambió, es cierto, que las relaciones de poder mundial son otras, también, que las bases de este desastre se fundaronen en las dictadura militar, una correcta afirmación, qure la revolución de las comunicaciones, un hecho insoslayable...
Sin embargo creo, no hemos sabido interpretar la realidad en la cual nos tocó obrar, y aun en el caso de las políticas aplicadas de buena fe, hemo caído cíclicamente en crisis de tal magnitud que hemos sido sujeto de análisis a nivel internacional. Ni siquiera en medio de una crisis mundial con las dimensiones de la actual, hemos visto a otros pueblos reaccionar con la ferocidad con la que han ganado la crisis los argentinos. Los resultados de las sucesivas gestiones son tan evidentes, las estadísticas tan implacables, que nos merecemos una profunda reflexión, sino una feroz autocrítica. Creímos que el aura de Perón y Evita nos acompañaría siempre. Hoy vemos que el electorado se divide entre los moderados de la celeste y blanca, los proféticos y apocalípticos, los campechanos que se conectan desde lo cómico, los empresarios con supuesta capacidad de gestión. Nosotros los peronistas, atomizados por un internismo enfermizo, somos una opción más, catalogados como los pragmáticos, capaces (o no tanto) de conducir los destinos de este convulsionado y compejo país, pero no de hacerlo sin revolcarnos en el barro de la corruptela. Duele verse así: a nosotros nos desalojaban por la fuerza, nos mataban, nos mandaban al exilio, nos proscribían, pero ahora no hace falta nada de esto. Simplemente nos ganan las elecciones.
Es hora entonces de cumplir con los deseos de una moribunda: no nos permitamos olvidarla. No olvidemos su fuerza de voluntad, la forma en que superó todas y cada una de sus limitaciones. Cuando llegó a Buenos Aires no sabía casi ni hablar. Escuchó, anotó, aprendió y apenas siete años después de su día maravilloso, sus palabras hacían vibrar a las multitudes. No olvidemos su coraje: había que ser muy corajuda para hacer lo que Eva en ese contexto histórico, en el cual la mujer era realmente un florero. No olvidemos que con su pasión, Evita creó su propia realidad, la de Perón y su pueblo. Si ella hubiera hecho un análisis racional de su situación a los 20 años, los recursos con que contaba, su bagaje, jamás se hubiera animado a desafiar al destino. Olvidar a Eva es el triunfo exclusivo de la razón, es la resignación, la aceptación de esta realidad actual como una fatalidad. Es decretar la muerte del peronismo en manos de su propio creador: el pueblo argentino.
La memoria de Eva no merece este oprobio. No merece a reciclados exponentes de la unión democrática erigirse en dueños de la verdad y convencer hasta a los pobres mismos, que son como ellos los ven desde su construcción intelectual. Y por si fuera poco hacerlo esta vez con toda la legitimidad que dan los votos.
Seamos en fuerza, valor, fe y coraje millones de Evas actuando desde el lugar que nos toca o del que elijamos estar. Porque en este mundo global en el cual hay cada vez más pobres si no miserables, esta figura mítica, recobra su razón de ser y su sentido.
Si me hubiera tocado ser garante de la última voluntad de Evita, y si otros compañeros compartieran mis sentimientos, me animaría a decir: Descanse en paz compañera, porque mientras un peronista apasionado camine por este suelo, no olvidaremos y no dejaremos que la olviden. (Agencia Paco Urondo)