Traducido del inglés por Beatriz Morales Bastos |
En 2004 el ejército israelí empezó a construir una imitación de una ciudad árabe en el desierto de Negev. Tiene el tamaño de una ciudad real, con calles (todas ellas con nombres propios), mezquitas, edificios públicos y coches. Construida a un coste de 45 millones de dólares, esta ciudad fantasma se convirtió en una imitación de Gaza en el invierno de 2006 (después de que Hizbolá luchara en el norte contra Israel hasta llegar a un empate) para que el ejército israelí pudiera prepararse para combatir una “guerra mejor” contra Hamas en el sur.
Cuando el jefe del Estado Mayor, el general Dan Halutz, visitó el lugar tras la guerra de Líbano, declaró a los periodistas que los soldados “se estaban preparando para el escenario que se iba a desarrollar en la densamente poblada ciudad de Gaza”. Una semana después de que empezaran los bombardeos de Gaza, Ehud Barak asistió a un ensayo de la guerra por tierra. Equipos de televisión extranjeros grabaron a Barak mientras observaba a las tropas de tierra conquistar la imitación de ciudad tomando al asalto las casas vacías e, indudablemente, matando a los “terroristas” que se escondían en ellas.
“Gaza es el problema”, afirmó en junio de 1967 Levy Eshkol, entonces primer ministro de Israel. “Yo estaba allí en 1956 y vi serpientes venenosas andando por las calles. Podemos establecer a algunas de ellas en el Sinai y esperemos que las demás emigren”. Eshkol estaba discutiendo acerca del destino de los recién ocupados territorios: él y su gobierno querían la franja de Gaza, pero no a las personas que vivían en ella.
Los israelíes se suelen referir a Gaza como “Me’arat Nachashim”, un foso de serpientes. Antes de la primera Intifada, cuando la franja proporcionaba a Tel Aviv personas para lavar sus platos y limpiar sus calles, se describió a los habitantes de Gaza de una forma más humana. La “luna de miel” acabó durante la primera Intifada, tras una serie de incidentes en los que unos pocos de estos empleados apuñalaron a sus jefes. El fervor religioso que se decía había inspirado estos ataques asilados generó una ola de sentimiento islamófobo en Israel que llevó al primer cierre de Gaza y a la construcción de una valla electrificada alrededor de ella. Incluso después de los Acuerdos de Oslo de 1993, Gaza permaneció cerrada por parte de Israel y se utilizó meramente como fuente de mano de obra barata; durante todos los años noventa “paz” significó para Gaza su transformación gradual en un ghetto.
En 2000, Doron Almog, entonces jefe del comando del sur, empezó a vigilar las fronteras de Gaza: “Hemos establecido puntos de observación equipados con la mejor tecnología y se ha autorizado a nuestros soldados disparar a cualquiera que se acerque a la valla a una distancia de seis kilómetros”, se jactó al tiempo que sugería que una política similar se iba a adoptar en Cisjordania. Sólo en los dos últimos años, los soldados israelíes han matado a cien palestinos meramente por acercarse a las vallas. Desde el año 2000 hasta que empezó la guerra actual, el ejército israelí ha matado a tres mil palestinos (de ellos, 634 niños y niñas) en Gaza.
Entre 1967 y 2005 los colonos judíos de Gush Katif robaron la tierra y el agua de Gaza a expensas de su población local. El precio de la paz y la seguridad para los palestinos ahí era entregarse a la cárcel y a la colonización. En vez de ello, desde 2000 los gazatíes eligieron resistir masivamente y con gran fuerza. No era el tipo de resistencia que a occidente le parece bien: era islámica y militar. Su distintivo era el uso de primitivos cohetes Qassam, que en un principio se lanzaban fundamentalmente contra los colonos de Katif. Sin embargo, la presencia de colonos hacía difícil al ejército israelí tomar represalias con la brutalidad que utiliza contra objetivos puramente palestinos, así que se sacó a los colonos, no como parte de un proceso de paz unilateral como muchos sugirieron entonces (hasta el punto de sugerir que se debía conceder el Premio Nobel de la Paz a Ariel Sharon), sino para facilitar cualquier acción militar posterior contra Gaza y consolidar el control de Cisjordania.
Tras la “desconexión” de Gaza, Hamas llegó al poder, primero en unas elecciones democráticas, después en un golpe preventivo organizado para evitar una toma de poder por parte de Fatah apoyado por Estados Unidos. Mientras tanto, los soldados fronterizos israelíes siguieron matando a cualquiera que se acercara demasiado y se impuso un bloqueo económico a la franja. Hamas respondió lanzado misiles contra Siderot, lo que dio a Israel un pretexto para utilizar su fuerza aérea, artillería y barcos de guerra. Israel afirmaba estar disparando contra “las zonas desde las que se lanzan los misiles”, pero en la práctica significaba contra cualquier parte y contra todas partes en Gaza. Hubo muchas víctimas: sólo en 2007 mataron a trescientas personas en Gaza, docenas de ellas niños y niñas.
Israel justifica su conducta en Gaza como parte de la lucha contra el terrorismo, aunque el propio Israel ha violado el derecho internacional de guerra. Según parece, los palestinos no pueden tener sitio en la Palestina histórica a menos que estén dispuestos a vivir sin los derechos humanos y civiles básicos. Pueden o bien ser ciudadanos de segunda clase dentro del Estado de Israel o presos dentro de las mega-cárceles de Cisjordania y Gaza. Si resisten probablemente serán encarcelados sin juicio o los matarán. Éste es el mensaje de Israel.
La resistencia en Palestina siempre ha estado basada en pueblos y ciudades, ¿de dónde si no podría provenir? Ésta es la razón por la que desde la Revuelta Árabe de 1936 las órdenes y planes militares han considerado las ciudades, pueblos y aldeas palestinos, sean de imitación o reales, “bases enemigas”. Toda acción de represalia o punitiva ataca necesariamente a civiles, entre los cuales puede que haya un puñado de personas implicadas en una resistencia activa contra Israel. Haifa fue tratada como base enemiga en 1948, como lo fue Jenin en 2002; ahora son consideradas así Beit Hanoun, Rafah y Gaza. Cuando se tiene el arsenal militar y no se tiene ninguna inhibición moral a la hora de masacrar civiles, se llega a la situación de la que ahora estamos siendo testigos en Gaza.
Pero los palestinos no sólo están deshumanizados en el discurso militar. En la sociedad civil judía en Israel se da un proceso similar. Funciona y ello explica el apoyo generalizado que hay en Israel a la matanza en Gaza. Los palestinos han sido tan deshumanizados por los judíos israelíes (ya sean políticos, soldados y ciudadanos ordinarios) que matarlos viene de forma natural, como lo fue expulsarlos en 1948 o encarcelarlos en los Territorios Ocupados. La actual respuesta de occidente indica que sus dirigentes políticos no ven la relación directa que hay entre la deshumanización sionista de los palestinos y las brutales políticas de Israel en Gaza. Hay un grave peligro de que cuando acabe la “Operación Plomo Fundido” la propia Gaza se parezca a la ciudad fantasma en el Negev.
Ilan Pappe es [un historiador israelí exiliado y] jefe del departamento de historia de la Universidad de Exeter y co-director del Centro Exeter de Estudios Etno-Políticos. En 2007 publicó La limpieza étnica de Palestina.