El señor Baruj Plavnick dice en su carta abierta a Eduardo Galeano que “la paz depende de la justicia y la justicia depende de la verdad” y escribe “No me gusta el curso que ha llevado buena parte de los gobiernos israelíes en los últimos 30 años pero todos ellos han sido democráticamente elegidos por los hijos y nietos de quienes secaron pantanos y regaron el desierto. El Estado de Israel comenzó donde ningún árabe pretendía vivir.”
Bueno, también el gobierno alemán fue elegido democráticamente en 1932 por los hijos y nietos de quienes secaron los pantanos de Prusia y talaron los bosques de Turingia. No se que tipo de desastre ecológico hicieron los padres y los abuelos de quienes eligieron democráticamente a Milosevic en Yugoslavia, pero no creo que provocar un desastre ecológico justifique de una u otra manera las políticas de cual o tal gobierno.
No se si el señor Plavnick expresa su ignorancia o se trata solamente de malicia.
Ya que los pantanos que fueron secados y el desierto que fue regado ya estaban poblados por quienes habían desarrollado una cultura de convivencia sostenible con su medio ambiente abasteciéndose de las plantas y animales de la región.
Secar los pantanos fue un desastre ecológico que llevo a la contaminación de los pocos recursos acuáticos que tiene el país, ya que los pantanos limpian las aguas fluyentes. Regar el desierto fue un desastre social ya que en el desierto regado se asentaron inmigrantes judíos de África del norte, Asía central y de Etiopía que fueron arrojados a la pobreza y la marginalizacion.
En realidad el Estado de Israel no comenzó donde ningún árabe pretendía vivir. No solamente los pantanos y desiertos ya estaban poblados. Estaban también pobladas la franja marítima del país y las montañas. En las costas había aldeas de pescadores, centros comerciales e industrias, y en las montañas existía la agricultura de terrazas. Todo eso fue destruido entre noviembre de 1947 y finales de 1951.
El Estado de Israel se creó con la limpieza étnica de la población nativa del país. Así desaparecieron los centros urbanos (Jaffa, Ramleh y Lod), así desapareció la cultura de los residentes de los pantanos y los desiertos, y los montes ya no están cubiertos de olivos, árboles frutales y huertas sino con pinos para hacer que este país semidesértico tenga algún parecido con Europa central.
Hoy los residentes originales de esas tierras viven en campos de refugiados.
Junto a la mistificación de los orígenes del estado de Israel, el señor Plavnick insinúa que las criticas al régimen de Israel y la solidaridad con las victimas de este régimen son en realidad un forma de antisemitismo.
Pero Plavnick no ataca a quien critica abstractamente al Estado de Israel, sino que el elige atacar a quien se horrorizó con la masacre cometida por el ejercito, la aviación y la marina de Israel en la franja de Gaza.
¡Clásico! Cuando el horror ya no se puede justificar se acusa a quien humanamente se solidariza con las victimas de la barbarie. Plavnick ni siquiera se toma la molestia de dar fundamento a sus acusaciones.
Es más, al no decir nada sobre los terribles actos que llevó a cabo el ejercito de Israel en Gaza, su hueca plegaria por la paz suena a cinismo. En el judaísmo no existe la excomunión, pero si pensara verdaderamente que “LA MUERTE DE UN SOLO PALESTINO ES UNA TRAGEDIA INCONMENSURABLE. No hay idea, creencia, circunstancia o lo que sea que justifique que un hombre derrame la sangre de otro hombre” como rabino que es, Baruj Plavnick podría al menos prohibir rezar con aquellos que cometieron las atrocidades de Gaza. Pero él no está horrorizado con la masacre que ha ocurrido en Gaza, ni siquiera quiere la paz. Su hueca retórica tiene como único objetivo defender lo indefendible.
La hipocresía ha llegado a tal nivel que este señor ni siquiera intenta presentar una teoría de dos demonios.
Para él hay un solo demonio: las ansias de libertad de los hijos y los nietos de los mercaderes de Lod, Ramleh y Jaffa, los moradores de los pantanos y los desiertos, los pescadores de la costa y los campesinos de las montañas. Como era de esperar, ellos con memoria, rebeldía y ternura han decidido no aceptar su opresión ni esperar que Plavnick y sus homólogos los liberen y se han rebelado. Pero como pasa muchas veces con las rebeliones, quienes tienen el poder han decidido bañar en sangre esa rebeldía.
Por eso la carta abierta del rabino Baruj Plavnick a Eduardo Galeano no es sino una apología de la masacre y el genocidio.
No levanta su voz contra la injusticia, como es de esperar de cualquier persona que anhele la paz, sino que culpa a las victimas. Se trata de una más de tantas apologías de este género que hemos escuchado cuando los oprimidos se rebelan y el poder los masacra.
Lo raro es que este rabino, que se declara sobreviviente del enfrentamiento con la dictadura militar argentina, elija parafrasear a la dictadura declarando que “los israelíes son derechos y humanos”.
Ya que ha insinuado que lo escrito por Eduardo Galeano es antisemita, yo como judío y ciudadano de Israel seré seguramente acusado de ser “un judío que se odia a si mismo”.
Pero somos miles y miles de judíos en Israel y fuera de ella que creemos que otro judaísmo es posible, para quienes una masacre es una masacre, un genocidio es un genocidio y demandamos juicio y castigo para los culpables.
Para mantener la llama de este otro judaísmo no nos hace falta un hipócrita que intente impresionar a los gentiles con su titulo mientras justifica la muerte.
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