viernes, 6 de marzo de 2009

- Los economistas y la crisis -

Los economistas y la crisis

Sin Permiso


Finamente, el día 17 de febrero de 2009, el presidente Barak Obama sancionó su paquete de estímulo a la economía norteamericana, por valor de 787 mil millones de dólares. Una semana antes, su secretario del Tesoro, Timothy Geithner, anunciaba otro paquete de medidas que puede llegar a 2 billones de dólares, para reactivar el crédito y salvar el sistema financiero norteamericano. Sin embargo, a pesar del volumen de recursos involucrados, no se sabe exactamente cuándo, dónde y cómo serán gastados, ni tampoco se sabe si su utilización producirá los efectos deseados. En medio de esta confusión, sólo existen tres cosas que pueden ser dichas con toda certeza: la primera es que, a pesar de todo, los economistas y las autoridades gubernamentales de todo el mundo están en un vuelo ciego; la segunda es que, haga lo haga el gobierno norteamericano, será absolutamente decisivo para la evolución de la crisis en el resto del mundo; y la tercera, finalmente, es que, a pesar de la incertidumbre, todos los gobiernos involucrados están haciendo la misma apuesta y adoptando las mismas políticas de reducción de las tasas de interés y adopción de sucesivos paquetes fiscales de ayuda al sistema financiero y estímulo a la producción y el empelo, además de defender la re-regulación de los mercados.

Muchos consideran esta convergencia una victoria de la “economía keynesiana”, aunque, desde nuestro punto de vista, todo eso no tiene que ver con victoria o derrota algunas en el campo de la teoría económica. Se trata de una reacción de urgencia y pragmática frente a la amenaza de colapso del poder de los Estados y de los bancos, y como consecuencia, de los sistemas de producción y empleo. Un cambio de rumbo tan inesperado como inevitable, impuesto por la fuerza de los hechos e independiente de la ideología económica de los gobernantes que están aplicando las nuevas políticas “intervencionistas”. En realidad, estamos asistiendo a una versión invertida de la famosa tesis de la señora Thatcher: “there is no alternative”, no hay alternativa. Sólo que ahora, después de septiembre de 2008, la nueva convergencia se ha dado sin mayores discusiones teóricas o ideológicas, y sin ningún entusiasmo político, al contrario de lo que ocurrió con la gran ola y hegemonía del pensamiento neoliberal-conservador de los años 1980-1990, que atravesó todos los planos de la vida política, económica e intelectual de las sociedades capitalistas. La teoría económica ortodoxa no previó y no sabe explicar la crisis actual, y en consecuencia, no tiene nada que decir ni proponer en este momento. Son solamente lamentos y exclamaciones morales, contra los “vicios privados” y los “excesos públicos”, y como consecuencia, las tesis ortodoxas y la ideología liberal salen del primer plano, pero no mueren ni desaparecen. Al contrario, permanecen activas en todos los frentes y trincheras de resistencia a las políticas estatizadoras en curso. Una resistencia que va creciendo cada hora que pasa, dentro y fuera de los Estados Unidos. Del otro lado de la trinchera, casi todos los economistas keynesianos interpretan esta crisis mundial conforme al argumento clásico de Hyman Minsky (1) sobre la tendencia endógena de las economías monetarias a la “inestabilidad financiera”, las burbujas especulativas y los períodos de desorganización provocados por la expansión desregulada del crédito y del endeudamiento, momento en que se impone la intervención pública y la regulación de los mercados. A pesar de sus divergencias internas respecto de valores, procedimientos y velocidades, todos los keynesianos creen en la eficacia de –y están proponiendo— una intervención masiva del Estado para salvar el sistema financiero y reactivar el crédito, la producción y la demanda efectiva. El problema es que la teoría de Minsky explica el origen inmediato de la crisis del mercado inmobiliario norteamericano, pero no es suficiente para entender y prever la complejidad de su desarrollo posterior. De aquí que los keynesianos ignoren también lo que haya de venir luego, y no puedan dar garantías anticipadas del éxito de sus recomendaciones. Ínsita en este punto se halla una paradoja agazapada en la propia teoría económica: pues los keynesianos comparten con los economistas liberales una suerte de “error liberal invertido” y complementario. Los liberales creen en la posibilidad y en la eficacia de la erradicación del poder político y del Estado del mundo de los mercados; mientras que los keynesianos creen en la posibilidad y en la eficacia de la intervención correctiva del Estado en el mundo económico. Pero tanto ortodoxos como keynesianos trabajan con la misma idea de un Estado homogéneo y externo al mundo económico: en un caso, es capaz de retirarse y quedar en la puerta del mercado, cuidadoso y atento como un guardia forestal; en el otro, es capaz de formular políticas económicas sabias y eficaces ante cada nueva crisis, como un Papa Noel a la espera de la próxima Navidad para distribuir sus regalos. Ortodoxos y keynesianos comparten la misma posición y la mima dificultad liberal de comprender e incluir en sus modelos las recomendaciones, las contradicciones y las luchas políticas propias del mundo económico. No consiguen entender, por ejemplo, que en el origen financiero de la actual crisis económica mundial no hubo un error o “déficit de atención” del poder público de los EE.UU., en donde la desregulación de los mercados financieros y de las “burbujas” o “ciclos de activos” cumplieron –en los años ochenta y noventa– un papel decisivo en la financiarización capitalista y en el enriquecimiento privado, pero también en el fortalecimiento del poder fiscal y crediticio del Estado y la moneda norteamericanos. Como consecuencia, ahora, los pasivos que están realimentando la propia crisis no son una “masa podrida homogénea”, sino que, por el contrario, tienen nombre y apellido, individual, corporativo, partidario y nacional y comprenden intereses contradictorios que están llevando una lucha férrea en todos los planos e instancias nacionales e internacionales. El Estado y el capital financiero norteamericano fueron socios en el fortalecimiento del poder político y económico norteamericano en los ochenta y los noventa, y ahora se defenderán a muerte ante cada paso y en cada nuevo arbitraje que imponga su debilitamiento dentro y fuera de EE.UU. De aquí que no exista ahora solución técnica segura alguna. Ni existe ninguna posibilidad de un acuerdo político a la vista entre los grupos de poder norteamericanos y entre las grandes potencias. Esta crisis comenzó como un tifón, pero tenderá a prolongarse y profundizarse como una “epidemia darwinista”.

NOTA: (1) Minsky, P.H. (1975) The Modeling of Financial Instability, An introduction, 1974, Modelling and Simulation. John Maynard Keynes, 1975, y “The Financial Instability Hypothesis: a restatement”, 1978, Thames Papers on Political Economy.

José Luis Fiori, profesor de economía y ciencia política en la Universidad pública de Río de Janeiro, es miembro del Consejo Editorial de SINPERMISO.

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