lunes, 17 de marzo de 2008

UN APORTE INÉDITO PARA PENSAR EL PERONISMO DEL SIGLO XXI

UN APORTE INÉDITO PARA PENSAR EL PERONISMO DEL SIGLO XXI

Haré una articulación de partes de dos textos publicados íntegramente en nuestra Biblioteca, y una articulación final personal apoyada sobre texto de la Filósofa Política francesa CHANTAL MOUFFE.

Pedro Bugani

Los dos textos publicados son:


ACTUALIZAR LA DOCTRINA

FIDELIZAR EL PARTIDO

RECONSTRUIR EL MOVIMIENTO

DOCUMENTO PARA EL CONGRESO DEL PARTIDO JUSTICIALISTA

De ALFREDO GOMEZ.


El oficialismo y la oposición en la modernidad filosófica

Adhesiones y rechazos desde el siglo XIX

Angelina Uzín Olleros



Texto seleccionado del trabajo Nro. 1

Es necesario aclarar que de los fragmentos aquí presentados, surgirán las razones de los dos textos que siguen a este.

“Cuando la derrota política del modelo neoliberal aún no se concretó en lo estructural, cultural e institucional (siendo que 32 años de avasallamiento ideológico y político consolidaron su presencia y aún mantiene vigentes polos de poder), la búsqueda de construcción de los nuevos paradigmas que reconstruyan el tejido social y las utopías compartidas del pueblo argentino, tienen para el peronismo un rol prioritario y protagónico, que no se puede agotar en la agenda del Gobierno (siempre demandado de urgencias lógicas de la gestión, pero no siempre con el tiempo necesario de reflexión estratégica del modelo de construcción política).

Sin embargo la misma complejidad de la situación ha llevado a una confrontación suicida en el campo nacional, produciendo una diáspora por falta de contención, con enfrentamientos estériles que atrasaron la lucha por reconstruir la identidad nacional y el ejercicio pleno de la soberanía.

Lucha arrasada por la lógica globalizadora de la modernidad acompañada por el pensamiento acrítico instalado desde la dictadura militar del 55 en adelante, como mordaza al movimiento nacional.

Así fue que un Peronismo «sin contención», permitió hipotecar militantes por operadores; sembrar enemigos en nuestras propias filas; establecer alianzas internacionales, impensables en otras épocas (lo que llevó a sucesivas conducciones e intervenciones partidarias –sin discusión ni planteos serios– a incorporarse a las internacionales conservadoras de Tatcher y Reagan, a la Democracia Cristiana Internacional o a coquetear con la Socialdemocracia, enterrando los ejes doctrinarios justicialistas).”

El facilismo del tráfico ideológico (que ató el carro de nuestra propia historia a las culturas dominantes), terminó acoplando la política nacional al proceso del hegemonismo imperial (en especial después del 89 con la caída del Muro que supuestamente determinó el fin de la Guerra Fría), decretando (el poder), el fin de las ideologías, con supuestos pensadores «postmodernos» al estilo de Fukuyama, que fueron adoptados en nuestro país sin discusión.

Esta situación dio pie a justificativos de nuevas conductas participativas en gobiernos sumisos al poder mundial.

Sin dudas, conductas nefastas y mediocres, que fueron aún protagonizadas por militantes que –en otros tiempos– abrazaban valores de compromiso doctrinario, junto al pueblo, como eje del proyecto de sus propias vidas.

Esta dispersión «provocada desde afuera y mantenida desde adentro», permitió al enemigo operar por líneas interiores del movimiento nacional, desarticulando, dividiendo y asesinando compañeros, en función de confrontaciones internas.

Este «internismo» secundario logró hacer esconder de la exposición pública el accionar de los verdaderos enemigos de la Nación.

Estos enemigos (siempre agazapados para el golpe), concretaron en el 76 lo que no pudieron en el 55, es decir, arrasar el modelo social solidario del peronismo, a sangre y fuego.

Llevaron al Movimiento Nacional a su peor situación política del siglo, arrinconándolo primero, por el genocidio directo de la dictadura militar y después, en la etapa de la democracia limitada, por el genocidio social.

La respuesta no tardó en llegar y el recambio generacional de los ´70, como expresión auténtica del testimonio de luchas pasadas, no sólo de aquellas protagonizadas por los compañeros durante la Resistencia Peronista, sino también como reflejo de la Guerra de la Independencia y de la Organización Nacional, estalló en la heroica patriada popular luego de 18 años de prohibición, con el retorno del General Perón.

La reorganización surgida luego de las dictaduras de 1955, 66 y el 76, si bien se dio en el marco institucional partidario del PJ, fue concretada en los términos de una democracia «limitada», profundamente mercadista y liberal en lo económico y neoliberal conservador en lo político, producto del Consenso de Washington.

Ya lo había anticipado Perón: «Si alguna vez llegase a haber otro golpe, el pueblo quedará tan derrotado que la vuelta constitucional servirá solamente para garantizar, con el voto popular, los intereses del imperialismo y de sus cipayos nativos».

Así fue que cada decisión política del gobierno de turno que afectaba los intereses imperiales fue revertida, profundizando aún más la pérdida de soberanía en las decisiones y acatando las disposiciones de los organismos internacionales de crédito, endeudando al país, diseñándose un nuevo modelo de exclusión y dependencia.

Pensemos desde Alfonsín y su recambio de ministro de Economía por presión de la Embajada de EE.UU.; pensemos en Menem y la denuncia de Terence Todman; pensemos en De La Rúa y el megacanje con el corralito de Cavallo, todas modificaciones políticas realizadas por efecto de la presión y el chantaje de los gerentes del imperio, que permitieron el afianzamiento del sector financiero y el enajenamiento de las empresas monopólicas estatales, privatizadas.

Las corporaciones pudieron asumir la suma del poder y la agenda presidencial, mientras que la mal llamada «clase política argentina» era quien pagaba los costos de semejantes catástrofes.

En realidad siempre fue una operación de deterioro de la política como herramienta de liberación del pueblo, con el fin deteriorar al gobierno «de turno» en el ejercicio de su potestad, obligándolo a acatar las leyes del mercado, es decir promoviendo las corporaciones empresarias «al poder».

Podemos repasar sucintamente ese proceso vivido por el pueblo argentino, para apuntalar lo dicho.

La entrega de la renta petrolera; la privatización de la seguridad social; el desmantelamiento de las redes ferroviarias; la provincialización de la salud y la educación (produciendo los mayores índices de deterioro de calidad de vida y deserción escolar de la historia contemporánea argentina).

Todo ello en nombre de la globalización, la modernidad, y el pragmatismo, o «principio de realidad» protagonizados aún por cuadros políticos que se definen como peronistas.

A pesar de que Perón nos indicaba claramente que: « La dimensión política es previa al ámbito económico. El objetivo fundamental es servir a la sociedad como un todo, y al hombre no sólo como sujeto natural sometido a necesidades materiales de subsistencia, sino también como persona moral, intelectual y espiritual.

La historia nos indica que es imprescindiblemente necesario promover la ética individual primero, desarrollar después la consecuente conducta social y desprender finalmente de ellas la conducta económica. Ningún país es realmente libre si no ejerce plenamente el poder de decisión sobre la explotación, uso y comercialización de sus recursos y sobre el empleo de sus factores productivos».

O también: «Debemos cuidar nuestros recursos naturales con uñas y dientes de la voracidad de los monopolios internacionales que los buscan para alimentar un tipo absurdo de industrialización y desarrollo en los centros de alta tecnología donde rige la economía de mercado. El progreso económico dependerá exclusivamente de nuestro propio esfuerzo; de allí que el capital extranjero deba tomarse como un complemento y no como factor determinante e irremplazable del desarrollo».

Tenemos entonces la certeza de que es necesario discutir a fondo, no desde posiciones ultristas ni dotadas de verdades absolutas, sino desde la reflexión doctrinaria necesaria"


.

Aportes de la Doctora en Filosofía Política, y compañera desde la crítica, Angelina Uzin Olleros




Con frecuencia suele presentarse a la post-modernidad como una visión de finales del siglo XX acerca de la crítica y el distanciamiento de la modernidad como proyecto o como pensamiento filosófico. Sin embargo podemos advertir que en el siglo XIX ya estaba el germen de ese rechazo conviviendo con el partido oficialista en manos del positivismo.

La llegada de estas tradiciones filosóficas a América Latina, el positivismo por un lado y el romanticismo por otro; han dejado una serie de improntas culturales que se miden en términos fuertemente colonialistas. Para quienes el partido positivista es la verdad incontrastable de la experiencia científico-social, sólo nos resta completar el modelo de la civilización europea, como si se tratase de un espejo en el cual ver nuestro reflejo.

Para otros, que leen en la literatura y en la poesía americana su auténtica historia, el partido opositor resulta el germen de la metacrítica a espaldas del colonialismo y la etnocéntrica mirada de nosotros mismos como bárbaros, extranjeros en nuestro propio territorio.

La llegada de estas tradiciones filosóficas a América Latina, el positivismo por un lado y el romanticismo por otro; han dejado una serie de improntas culturales que se miden en términos fuertemente colonialistas. Para quienes el partido positivista es la verdad incontrastable de la experiencia científico-social, sólo nos resta completar el modelo de la civilización europea, como si se tratase de un espejo en el cual ver nuestro reflejo.

Para otros, que leen en la literatura y en la poesía americana su auténtica historia, el partido opositor resulta el germen de la metacrítica a espaldas del colonialismo y la etnocéntrica mirada de nosotros mismos como bárbaros, extranjeros en nuestro propio territorio.

Pensar cómo llega la modernidad y cómo se plantea la post modernidad en América del Sur, siempre resulta de la renovación de un debate que viene desde el siglo XIX hasta el presente y que nos mantiene en el desafío de proyectar un sueño propio o por el contrario, quedarnos en la frustrante opción del fin de los relatos, de las utopías y de la historia.

En líneas generales el Positivismo plantea un concepto de ciencia que reemplazaría a la religión y a la filosofía como explicación de lo existente; la ciencia genera conocimientos objetivos, neutros y verificables en la contrastación con la experiencia observacional de lo real. La ciencia es la que hace posible el progreso social y la que beneficia al hombre en todos los aspectos de su vida.

La idea de progreso legitimó un concepto de civilización en favor de sociedades más avanzadas científicamente. El positivismo se encuentra asociado con posturas naturalistas, evolucionistas, mecanicistas y cientificistas que moldearon una antropología de base estrictamente biológica. La fe en la razón de los racionalistas y los iluministas fue reemplazada por la fe en la ciencia de los positivistas que creían en la posibilidad de dar respuestas a todos los problemas humanos con la explicación científica y la predicción de futuros males sociales.

La denominada modernidad en cuestión, ocupará el banquillo de los acusados, mucho tiempo antes de La condición postmoderna; ya en el siglo XIX encontramos el germen de esa crítica devastadora que pone en duda, sospecha y se queja de la promesa de la modernidad. Promesa de progreso indefinido, promesa de paz perpetua, promesa de racionalidad universal, promesa de derechos humanos también universales.

La Modernidad es una época que dio a luz una nueva clase social como la burguesía, un nuevo orden de producción: el capitalismo, un nuevo escenario de vida: la ciudad, un nuevo modo de entender el mundo: la ciencia experimental. La exaltación de la razón, el sujeto autónomo, el dominio de las fuerzas de la naturaleza, la ética universal, son el legado del siglo XVIII. Un tiempo que inaugura un nuevo mundo sostenido en la fe en el progreso y en la intención de lograr un orden social que le diera a cada cual lo que corresponde.

Este sujeto consciente, este ego cogito que nació en René Descartes y que fue tomando forma en el sujeto trascendental de I. Kant, que reemplazó el mito y la religión por la filosofía idealista, encuentra su mayor postulado en G. W. F. Hegel: Todo lo real es racional y todo lo racional es real. Este sujeto capaz de toda ciencia, se consuma en el positivismo comtiano donde el estadio positivo reemplaza a todas las formas míticas y metafísicas de entender al hombre y al universo. Pero al mismo tiempo se gesta otro saber: la contracara del idealismo alemán es el romanticismo; el genio maligno cartesiano que sirve de causa para la duda metódica, se transforma en el sueño que amenaza a la vigilia constante de la razón humana.

Toda época del pensamiento humano podría definirse, de manera suficientemente profunda, por las relaciones que establece entre el sueño y la vigilia. Sin duda nos admiraremos siempre de vivir dos existencias paralelas, mezcladas una a la otra, pero entre las cuales no llegamos nunca a establecer una perfecta concordancia. Cada criatura se encuentra, tarde o temprano, y con mayor o menor claridad, continuidad y sobre todo urgencia, frente a esta pregunta insistente ¿soy yo el que sueña?... Las respuestas a estas preguntas que nos propone el sueño dependen ante todo de las fronteras que tracemos entre lo que somos y lo que no somos. (Béguin, A. El alma romántica y el sueño. Páginas 11 - 13).

En el seno de la modernidad se gesta la convicción de la omnipotencia de la razón -aún en su instancia crítica y el optimismo exaltado de poder organizar una sociedad capaz de lograr a través de los medios de producción un plexo de útiles que harán posible un mundo mejor. Benjamin construye su crítica al progreso y a la burguesía con el legado de los poetas y los dramaturgos, en ellos está la metáfora de la sociedad industrial, el anonimato de las grandes masas, los nuevos sujetos de la urbanización del espacio. París, capital del mundo; los maquillajes, los escenarios, los simulacros.

El siglo XIX que tan brillantemente describe Charles Baudelaire en Las flores del mal y que, como toda obra de vanguardia, es rechazada en su momento; tiene su simiente en pensadores que en pleno auge de la modernidad dan lugar a la crítica de la crítica: lo que significa que este mundo moderno que se consolida en la destrucción del mundo antiguo, es a su vez cuestionado por sus hijos pródigos.

Cuando menos en la superficie, y en su primera parte, el siglo XVIII fue el siglo sin asombro, sin angustia y, por consiguiente, sin auténtica confianza, pues su seguridad no merece tal nombre; fue el siglo sordo al destino y ciego a los signos y a las imágenes. Pero bajo esta seguridad aparente, las almas de algunos vivían en un malestar anunciador. Lichtenberg y Moritz, Hamann y Herder, el joven Goethe y Jean Paul, también Jean Jacques y aun Diderot, los pietistas y los ocultistas, todos en diversos niveles y con más o menos vértigo o fuerza constructora comienzan de nuevo a percibir el mundo como una prolongación de sí mismos, y su propio ser como inserto en el flujo de la vida cósmica. La psicología mecanicista no les basta ya, como tampoco los debates puramente intelectuales...El romanticismo correrá la aventura con todos sus riesgos, con todos sus naufragios y también con todas sus oportunidades (Béguin, A. Obra citada. Página 77).

Esta manifestación romántica que anuncia en el sueño el inconsciente freudiano: se burla de las ceremonias burguesas de los salones de té, denuncia la fragilidad de las masas que fluyen por las arterias de la metrópolis, muestra las mascaradas de la civilización capitalista y los peligros de la industrialización; es la que va a mostrar otro sujeto, el que se encuentra desencantado del mundo y que más adelante mostrará Max Weber en la teoría de la burocratización del estado moderno; el sujeto enajenado que vende su fuerza de trabajo en Karl Marx; y es también el que lleva a nihilismo la critica kantiana en Friedrich Nietzsche.

La modernidad fue madre de hijos legítimos, a los que dio su nombre; pero también engendró hijos bastardos que fueron los contra-ilustrados, los antimodernos, los románticos que no se permitieron caer en la tentación que provoca la razón instrumental como nueva religión. El mecanicismo inspirado en la física de Isaac Newton y el evolucionismo generado por la teoría de Charles Darwin; son los padres de leyes científicas que darán paso a un mundo cuantificado y clasificado que ofician como motores de un mundo desencantado sin musas ni dioses.

Las fuerzas productivas de la sociedad capitalista crearán una industria cultural en la que el folletón reemplazará las grandes novelas. La obra de arte pasará a formar parte del circuito comercial y será la mercancía que el señor burgués va a adquirir para adornar su vida. Nuevos personajes aparecen en el siglo XIX: el dandy en Londres y el flâneur en París como nuevos rostros de la gran ciudad.

El boulevard es la vivienda del flanear, que está como en su casa en las fachadas, igual que el burgués en sus cuatro paredes. Las placas deslumbrantes y esmaltadas de los comercios son para él un adorno de pared tan bueno y mejor que para el burgués una pintura al óleo del salón. Los muros son el pupitre en el que apoya su cuadernillo de notas. Sus bibliotecas son los kioscos de periódicos, y las terrazas de los cafés balcones desde los que, hecho su trabajo, contempla su negocio”. (Benjamin, W. Iluminaciones II. Poesía y capitalismo. Página 51).

Otros personajes aparecen como deshechos de la sociedad industrial: los traperos que viven de las sobras, trabajaban para intermediarios y representaban una especie de industria casera que estaba en la calle, ellos se transformarían en objeto de estudio de los primeros investigadores en ciencias sociales. La multitud es el gran personaje de las ciudades del siglo XIX, está el hombre que se pierde en ella buscando algo que comprar o que vender; está la mujer que enamora al poeta sentado en el café y que por un instante se muere de amor mientras la ve pasar.

La multitud no es sólo el asilo más reciente para el abandonado. El flâneur es un abandonado en la multitud. Y así es como comparte la situación de las mercancías. De esa singularidad no es consciente. Pero no por ello influye menos en él. Le penetra venturosamente como un estupefaciente que le compensa de muchas humillaciones. La ebriedad a la que se entrega el flâneur es la de la mercancía arrebatada por la rugiente corriente de los compradores”. (Benjamin, W. Obra citada. Página 71). Esta será nuestra herencia. El siglo XX construirá sus propias catedrales: los shoppings donde los compradores se transformarán en consumidores y su principal enfermedad será la adicción por adquirir lo innecesario.

Benjamin nos muestra la otra cara del pensamiento del siglo XIX: Baudelaire desde la poesía nos habla de los nuevos personajes de la gran ciudad. Edgar Alan Poe desde la novela de suspenso crea un efecto detectivesco en las calles iluminadas por las farolas a gas. El tiempo perdido que debemos recuperar en la experiencia en Marcel Proust; la multitud excluida que recrea Víctor Hugo en Los miserables. El siglo XIX tuvo sin duda los voceros oficiales como Herbert Spencer en su obra El progreso, pero también desde el arte que se resistía a ser transformado en mercancía, encontró la verdadera manifestación artística que muestra su lado oscuro, su perfil vulnerable, su costado oculto por el cientificismo divulgado en las universidades y cristalizado en los laboratorios. El artista también se queja, también resiste, también protesta.

Mientras que místicos, poetas y pensadores esbozaban estas nuevas concepciones y, mientras que, con la entusiasta generosidad de las ideas de la época, nacían en todas partes los gérmenes de una filosofía irracionalista del sentimiento, de la intuición global, de la evolución viviente, las ciencias recibían del empirismo dominante un impulso que parecía destinarlas a refrenar victoriosamente la invasión mística”. (Béguin, A. Obra Citada . Página 90).

Herederos de esta tradición metacrítica son los poetas malditos, los pensadores surrealistas, los representantes del existencialismo ateo y del teatro del absurdo, los nuevos filósofos a los que Pierre Viansson Ponté llamó la generación perdida. El siglo XX ha seguido sus pasos, con el ritmo vertiginoso de la sociedad actual, y como afirmaba Claude Lévi-Strauss en un reportaje de la revista LExpress en 1971 al referirse al éxito de sus obras y cómo algunos las transformaron en moda intelectual, dice: No hay que admirarse de eso. En París los salones son voraces, les hace falta nuevo pasto cada cinco años” .

Quizás la queja se diferencia de la protesta por el contenido político que esta última tiene. La protesta necesita de una férrea militancia, de un programa, de una táctica ha seguir para un “plan estratégico“.

La filosofía pudo ser un arma para la revolución, arma simbólica o real concreta. Pero hoy

por hoy las revoluciones han quedado opacadas por los cambios vertiginosos que no transforman nada, por las transparencias que no muestran todo -muestran tan sólo mas apariencias-.

El filósofo es un revolucionario devenido en comunicador social, un militante travestido en promotor cultural. Las armas de la revolución eran las armas de la verdadera protesta y del compromiso libre, político, revolucionario de los que pensaron la utopía como lugar posible, como espacio en construcción, como sueño potencial para llevar al acto.

Hoy, los límites entre la queja personal y la protesta social están quizás desdibujados, pero queda siempre la posibilidad de dibujar el escorzo de la queja, para que ella se transforme en verdadera, auténtica protesta.

Detrás o por debajo de la queja, que se transforma en protesta, están siempre un destierro, un encierro, una intemperie, un borde, una desesperación. Pero la queja -la que hace posible la protesta- es la que puede construir un arco: un arco del triunfo para pasar de un lado a otro de la misma calle.

Del desvanecimiento a la liquidez de la modernidad

Es conocido el libro de Marshall Berman en el que rescata la frase de Marx todo lo sólido se desvanece en el aire, ésta afirmación ha dado lugar al tan anunciado fin de las certezas, ya que en la modernidad se evaporan los signos de la historia premoderna; mientras que los pensadores de la post-modernidad sentencian que se han terminado las verdades y el convencimiento de un futuro próspero y feliz.

¿Qué es lo que cambió?, ¿la sociedad o la sociología?, ¿el capitalismo de los tiempos de Marx o las reflexiones acerca de esa sociedad capitalista?. Mientras la historia se evapora, se disuelve, nuevos enfoques acerca del fenómeno de las sociedades actuales, recurren a otros fenómenos físico-químicos para dar cuenta de las transformaciones y discontinuidades sociales. Es el momento de la modernidad líquida. Otro modo de pensar la sociedad y los tiempos que corren. ¿Será que Marx ya no puede decirnos nada acerca de lo actual o es que los modos de producción y de relaciones ínter subjetivas son otros?.

Lo cierto es que tanto el estado gaseoso como el estado líquido de la modernidad no pueden asirse, no pueden ser atrapados, ni en la práctica y mucho menos en la teoría. De Berman a Bauman tenemos un conjunto, un entramado de tesis neo-sociológicas que permiten pensar o leer la realidad y los avatares del presente.

Ni uno ni otro de estos autores van a recurrir a la tesis positivista, no es la física ni la química lo que servirá de modelo metodológico para medir o estudiar rigurosamente lo social; los estados líquidos o gaseosos de esa sociedad moderna son tan sólo metáforas para presentar un mundo, que no es el resultado del progreso indefinido de la ciencia (Berman) y que disuelve los lazos solidarios en la globalización (Bauman).

. A juicio de Weber, la evolución de Occidente consiste en un proceso de racionalización, que no refleja sino el progreso en la vigencia de la racionalidad medios-fines, que se va extendiendo a todos los sectores del sistema socio cultural, sobre todo a la esfera de la economía y la burocracia, hasta el punto en que, al hablar de racionalizar, el mundo moderno entiende directamente aplicar los medios más adecuados a los fines que se persigue, teniendo en cuenta sus posibles consecuencias.

Además, Weber descubre que el avance de este tipo de racionalidad supone simultáneamente el retroceso de aquellas imágenes del mundo filosóficas o religiosas que habían cumplido una función de cohesión social en etapas pasadas. El monoteísmo axiológico ha muerto y, en cuestión de valores, cada uno tiene su dios. De ahí que el progreso racionalizador occidental consista en un progreso de la racionalidad medios-fines, al que va aparejado un proceso imparable de desencantamiento. Junto al monoteísmo racional no hay más razón que la racionalidad medios-fines el politeísmo axiológico, nacido del desencantamiento. Esta evolución exige la presencia de expertos, de técnicos. Pero ¿qué ocurre en este proceso racionalizador-técnico con los fines últimos, con los valores últimos? La verdadera esencia de la razón consiste en hallar medios para lograr los objetivos propuestos en cada caso. Los objetivos que, una vez alcanzados, no se convierten ellos mismos en medios, son considerados como supersticiones. La razón ha llegado a convertirse en un adversario para el hombre, porque al hilo del cambio social, sólo parece habérsele encomendado la tarea racionalizadora en el sentido de Weber, pero ella también tenía otros cometidos.

La racionalidad, tal como Weber la comprende, y que a veces se asocia a la noción de intelectualización, es el resultado de la especialización científica y de la diferenciación técnica propia de la civilización. Consiste en la organización de la vida, mediante la división y coordinación de las diversas actividades, sobre la base de un estudio preciso de las relaciones entre los hombres, con sus instrumentos y su medio ambiente, en vista de una mayor eficacia y rendimiento. Se trata, pues, de un puro desarrollo práctico operado por el genio técnico del hombre. Weber caracteriza esta racionalización como una sublimación, es decir, como un refinamiento ingenioso de la conducta de la vida y un dominio creciente del mundo exterior (Freund, Julien. Sociología de Max Weber. Páginas 23 - 24).

Este análisis weberiano acerca de los tipos de racionalización que caracterizan a la modernidad, que reemplazan la creencia religiosa - pero son herederos de ella de algún modo -, es también presentada como una racionalidad que se desvanece o se evapora en la postmodernidad o en el momento actual. El capitalismo globalizado, mundializado, devenido en redes informáticas (Toffler); en sociedades disciplinarias (Foucault); en sociedades de control (Deleuze); en una sociedad del simulacro, el despilfarro y el espectáculo (Baudrillard); requiere de nuevos enfoques sociológicos y de las ciencias sociales en general.

A medida que la sociedad moderna-capitalista-burguesa-industrial, sufre otros cambios y mutaciones; las teorías filosóficas y científicas se sienten obligadas a plantear nuevos discursos, nuevos pensamientos, re-significando la herencia moderna y las tesis clásicas. Por ser tan vasto el pasado teórico-filosófico, muchos pensadores actuales llegan a decir que no hay nada nuevo, ya que todos los científicos y escritores tan sólo fabulan sobre lo dicho.

Diferentes enfoques acerca del momento actual, denominan con categorías -sino nuevas re-significadas- las características del sujeto (devenido en subjetividad) de la sociedad pos-moderna. El paso de la cultura de clases a la cultura de masas ha dado lugar a un repliegue narcisista (Lasch) en el que el espacio social ha sido reemplazado por un espacio de intimidad e identificación con lo propio, lo mismo. En la pérdida de referentes generales, los grandes relatos de la modernidad, hay una necesidad de contar con el propio proceso personal escindido de lo social (Casullo). Esa identidad diseminada, que no se comprende cómo el resultado de una experiencia social, los códigos y los referentes son tan variados que el sujeto estalla y se fractura (Védrine).

También los espacios quedan sin posibilidad de demarcación, los no-lugares (Augé) son los que se viven en el más absoluto anonimato, sin cobijo para esa identidad diseminada, sin sustancia que otorgue un sentido.

A este estado de cosas se suma una segunda problemática (segunda en la aparición teórica) que es la de definir estas cuestiones de sentido, identidad, subjetivación, en países que no son de la comunidad europea; es así que los países del tercer mundo intentan definir ese estado post-moderno en una sociedad que no es moderna o modernizada al hilo de la Europa Occidental.

De esto último podemos analizar las promesas de entrar al primer mundo o de ingresar a la modernidad a contrapelo de los planteos socio-históricos de la etapa post-moderna de caída de los grandes relatos, de las utopías, de las ideologías, que han invadido los estantes de las librerías desde fines de los 80 hasta hoy.

La Modernidad en su alma anida la crítica; ésta se vuelve hacia ella misma como el tribunal de la razón. Aquellos pensadores, sin duda modernos, como J. J. Rousseau: ejercitaron esa crítica en términos de marcar la diferencia entre lo que realmente importa de las meras banalidades.

El concepto de progreso, la idea de la libertad, la igualdad como derecho natural, son palabras que a veces se separan de las cosas. ¿Qué pasa en el seno de la sociedad que esas palabras no se realizan en materialidades discursivas y en praxis política?.

Para esto hace falta poder generar una cultura crítica, este es el programa más urgente para rescatar las ilusiones de una época - como la Declaración Universal de los Derechos Humanos -, por una lado, y para desocultar un dominio permanente de los que ostentan el poder desde la ideología mentirosa del horizonte sin certezas, por el otro.

Acaso los que gobiernan o los que deciden las reglas de mercado a las que subordinan todo proyecto ético-político, ¿no tienen certezas?.

En un doble juego, del mismo modo, debemos construir la crítica de la cultura; una cultura depredadora en términos de Peter Mc Laren, buscando las señales del pasado que relampaguean en un presente vacío de valores políticos, un presente de identidades desmigajadas y de políticas de justicia en retirada.

También es preciso recuperar el sentido revolucionario de la obra de arte, porque desde el arte se piensa con creatividad e imaginación. Como afirmaba el último Martín Heidegger, el de Holzwege: Para el poeta las cosas pierden su carácter habitual. La cultura debe dejar de ser lo habitual, lo cotidiano, para ser pensada desde el examen inquisidor de la actitud crítica.

En definitiva, realizar una crítica cultural para crear una verdadera cultura crítica, evitando fervientemente que se transforme esto en una moda intelectual que hará desvanecer el intento en lo efímero de su éxito. Las modas entran en el circuito comercial para quedar en el olvido.




Completando este trabajo sobre ideas que desde lugares inesperados ayuden a pensar el PERONISMO DEL SIGLO XXI, haré una reflexión personal, basándome en ideas de la filósofa y política francesa, CHANTAL MOUFFE.

PEDRO BUGANI

En los Estados Unidos, muchos progresistas terminaron confundidos en visiones de los republicanos porque opinan que la política ya no es cosa de derecha vs. izquierda sino de la buena política vs. la mala política. En Europa, sectores de izquierda coinciden en que la política de adversarios es cosa del pasado, que no hay más antagonismos, y ven superficialmente los rebrotes fascistas en el viejo continente como una enfermedad moral. Mientras tanto, en la Argentina algunas corrientes progresistas se indignan ante el populismo y los vicios institucionales, pero dejan de percibir a la sociedad como un espacio de luchas de intereses e ignoran la catástrofe humanitaria de la pobreza, y en ese punto se acercan a los voceros del establishment.

Hay una tendencia que en Europa es muy fuerte, que se ha llamado la Tercera Vía y, en Alemania, "el nuevo centro". Ha sido representada evidentemente por la política de (el ex premier británico) Tony Blair y ha tenido mucho impacto en los partidos socialdemócratas. Ha sido teorizada por intelectuales como Anthony Giddens, y, en el caso de Alemania, Ulrich Beck. En esa perspectiva del centro radical, ellos dicen que hoy en día estamos en la segunda modernidad, en la cual la clásica política de "adversarios" está superada. Ya no habría que pensar más en términos de izquierda y de derecha porque no hay más antagonismos.

Esto lo ven como consecuencia de la caída del comunismo. También dicen que no hay más identidades colectivas, y que eso es resultado de la victoria del individualismo. Por esa razón los partidos, los sindicatos, todos los movimientos colectivos son para ellos cosas arcaicas. No afirman que han desaparecido del todo, pero opinan que ya no corresponden a la dinámica de la política de hoy.

Siguiendo este pensamiento, lo que hay que hacer es adaptarse, "modernizarse", que es el término que emplean todos ellos. Habría que modernizar la política.

Eso significa para ellos no plantearse más la lucha en términos de izquierda y derecha.

Creen que se puede establecer una especie de consenso al centro, puesto que finalmente no hay más antagonismos fundamentales en la sociedad.

Un ejemplo es Tony Blair diciendo: "Bueno, ahora somos todos de clase media". En otras palabras, finalmente no tenemos intereses opuestos.

Blair dice también: "No hay una política económica de izquierda y otra de derecha. Hay una que es buena y hay otra que es inadecuada".

Según estos planteos, ahora sería posible a través de la discusión, de la moderación, poner a todo el mundo de acuerdo sobre la buena política que hay que llevar a cabo para modernizarse, para adaptar cada país a la globalización.

–Parece fuera de la realidad, pero ellos piensan que pueden llegar a una especie de unión y acuerdo entre las multinacionales, por una parte y, por el otro, los desempleados. Ese es exactamente el discurso que tenía Blair. Sencillamente, no hay más lucha de clases

Lo que dije antes se refiere a Europa. Pero ese tipo de política más allá de la izquierda y la derecha hace tiempo que existe en los Estados Unidos.

Entre los demócratas y los republicanos hace mucho que no se plantea una lucha entre izquierda y derecha a la manera europea. La política de "triangulación" de (Bill) Clinton, que tomó en su campaña temas republicanos y temas demócratas, es un buen ejemplo de esa línea de consenso al centro. Y la fórmula fue muy importante para la evolución de la "Tercera vía".

Eso es lo que se llama la post-política. Y ahí, evidentemente, hay un encuentro de tendencias entre Estados Unidos y Europa.

Una identidad colectiva, un "nosotros", no puede existir sin determinar quién está afuera. La idea de que se pudiera tener un "nosotros" totalmente inclusivo es completamente inconcebible.

El argumento consiste en que este nosotros/ellos no se debe definir en términos morales sino en términos de adversarios políticos, (de izquierda y derecha, pero siempre preguntándose: “ala izquierda de qué y de quienes, a la derecha de qué y de quienes”. Por que no es lo mismo estar “a la izquierda de Hillary Clinton, que a la Izquierda de Hugo Chavez, para poner un ejemplo ).

1. en el ámbito internacional, para aquellas corrientes que estamos criticando, los "ellos" son los terroristas, los enemigos de la civilización.

2. Y, en política doméstica, los "ellos" son la extrema derecha, el fascismo, esa especie de enfermedad moral que se considera que siempre existe y siempre está por surgir. Lo que no se hace, en general, es un análisis realmente político de las razones por las cuales en tantos países de Europa los partidos populistas de derecha han tenido éxito. Todo lo que se da es una condena moral. En vez de tratar de entender las razones económicas, políticas del éxito de esos partidos, se los presenta como la expresión de una enfermedad moral.

Hay un razonamiento que sostiene que no hay más antagonismos, pero eso no lleva necesariamente a defender la guerra de Irak.

El sector “progresista” que ha defendido la guerra de Irak la presenta como una guerra "humanitaria". Creen que los derechos del hombre considerados a la manera europea son algo que hay que imponer al resto del mundo.

La defensa de la guerra de Irak es la consecuencia de un cierto tipo de razonamiento "universalista", y es, por ejemplo, muy específico de la inteligencia de los Estados Unidos creer que tienen la obligación de intervenir para imponer la democracia.

Hay un encuentro entre cierta parte del progresismo y de los neo-conservadores justamente sobre el papel civilizador de los Estados Unidos

Pero, ¿qué izquierda y en dónde?

La izquierda europea es muy distinta de la izquierda americana.

Además, la izquierda europea está dividida.

En general, está aceptando la idea de que el modelo occidental de democracia es el mejor y que debería ser asumido en el mundo entero.

1. Pero se divide entre los que piensan que la democracia no se puede imponer por las armas,

2. y aquellos que dicen que hay que hacerlo por las armas cuando es necesario.

3. Otros (los menos) piensan que hay que aceptar diferentes modelos de democracia y que el modelo occidental no deber ser considerado como el único legítimo.

Ahora, definida de esta forma (que respeta a la letra la definición que hacen entre si estos grupos europeos que se autodesignan como izquierda) ¿De qué y de quienes estamos hablando cuando hablamos de “izquierda europea”

–En la Argentina sucede algo llamativo, que tal vez se vincule a lo que se describe en Europa: un sector del progresismo local desespera por la baja calidad institucional y denuncia el clientelismo y la manipulación de los pobres. Sin embargo, parece bastante indiferente a la pobreza y la desigualdad, como si no tuvieran un lugar prioritario en su agenda.

Esta es una clara manifestación post-política, muy ligada a la hegemonía cultural del liberalismo y tiene que ver con el abandono de la política en términos de adversarios, entre izquierda y derecha; y dominada por todo el pensamiento liberal que signó a la Argentina hasta 1945.

Bueno, todos los que están influidos por la ideología liberal no pueden tener ninguna simpatía por el “populismo” y no lo pueden entender.

Además, en esa visión de estos sectores que "olvida" la pobreza y las tensiones de intereses terminan coincidiendo con el poder económico, que en un momento apoyó a las dictaduras y ahora se dice preocupado por las instituciones.

Coinciden con sectores a los cuales no les interesa genuinamente la democracia. Piensan "bueno, la democracia sí, a condición de que no pongan en cuestión la propiedad privada, que no pongan en cuestión la tasa de ganancia, etc.". Pero, en la medida en que hay una democracia que realmente lucha por la igualdad y por la participación popular, es obvio que las clases más pudientes van a tener que hacer concesiones. Entonces, en ese momento se olvidan de la lucha democrática y se aferran al status quo, y al poder económico. Eso me parece que es muy típico. Es, por ejemplo, lo que pasa en el caso de Venezuela.

Entonces, ¿qué es hoy una izquierda moderna y progresista?

CHANTAL MOUFFE:Lo primero que hay que aceptar es que no hay un solo modelo. Pensar en la democracia como un modelo que hay que aplicar es erróneo, porque cada región del mundo tiene distintas particularidades. La democracia para mí es una experiencia. Una experiencia que se dará de manera distinta en distintas partes, según las diferentes tradiciones. Por ejemplo, yo no creo que sea bueno para América latina pensar que la modernización consiste en aplicar exactamente el modelo europeo. Hay que ver que las condiciones son distintas y que uno tiene que adaptar el modelo de la democracia a la situación de cada país. Y eso es mucho más cierto aún si uno piensa en la cuestión de la democracia en lugares como China o el mundo árabe. Por eso, en el libro también estoy defendiendo la idea de un mundo multipolar, donde se reconoce la existencia de grandes regiones, que tienen culturas específicas , condiciones específicas, y que hay que aceptar que no hay un solo modelo.”

Yo creo que en el Viejo Continente la izquierda tiene que organizarse a nivel europeo. Hay que pensar en desarrollar un modelo civilizacional y económico que sea distinto del modelo de los Estados Unidos.

La idea de "Occidente" tiene que ser abandonada porque es el producto de la Guerra Fría.

Y es importante para la izquierda europea mantener eso, no aceptar que el modelo anglosajón sea el mejor y que haya que adoptarlo para "modernizarse".

En América latina también es fundamental tener una visión regional. Por ejemplo, todas las instituciones que agrupan en bloques, como el Mercosur o el Banco del Sur, son muy importantes. Ustedes tienen allá condiciones que son distintas en cada país, pero también tienen puntos en común. Por un lado, uno tiene que aceptar que hay especificidades, y que la idea democrática tiene que ser inscripta de manera distinta según las distintas condiciones y las distintas culturas.

Yo creo que es importante para los países de América latina desarrollar su modelo, y no decir "lo que nosotros tenemos que hacer es seguir al modelo europeo o norteamericano".

Y, en ese sentido, hay que reconocer que en los últimos años experiencias como la argentina, la brasileña, la venezolana o la boliviana están apuntando claramente a formas originales de democracia participativa, que no se dejan encasillar en una pura imitación de los modelos europeos, como fue el caso del liberalismo oligárquico anterior a la crisis de los años '30. Es un buen síntoma.”Final de la cita textual.-