viernes, 2 de mayo de 2008

PEDRO BUGANI PRESENTA A NAOMÍ KLEIN Y SU INVALORABLE LIBRO "LA DOCTRINA DEL SHOCK. EL AUGE DEL CAPÌTALISMO DEL DESASTRE"

Múltiples investigadores de la mano de Noamí Klein.

Periodista, militante anticapitalista, investigadora.

Admirado y reconocido por el Subcomandante Marcos -entre otros luchadores- su aporte fundamental para el conocimiento del capitalismo depredador actual (o sea, el caapitalismo neoliberal), -y el que está por venir -

"Les voy a recomendar un libro.


Es éste.


La Doctrina del Shock.


El Auge del Capitalismo de Desastre”,


de Naomi Klein.


Es un libro de ésos que valen

para tener en las manos.

Es además un libro muy peligroso.

Su peligro reside en que se entiende lo que dice."

Subcomandante Insurgente Marcos.

San Cristóbal de Las Casas, Chiapas, México.

Diciembre del 2007.


La doctrina del shock es la historia no oficial del libre mercado. Desde Chile hasta Rusia, desde Sudáfrica hasta Canadá la implantación del libre mercado responde a un programa de ingeniería social y económica que Naomi Klein identifica como «capitalismo del desastre».

« Naomi Klein denuncia la estafa de las políticas económicas de la Escuela de Chicago y su conexión con el caos y el derramamiento de sangre por todo el mundo. Éste es un libro tan importante que se convertirá en un catalizador y un punto de inflexión en el movimiento por la justicia económica y social.»
Tim Robbins, actor y director de cine

« Apasionado, maravillosamente polémico y terrible como el infierno.»
John Le Carré

«Naomi Klein ha escrito un libro brillante, terrible y valiente. Es la historia secreta de lo que conocemos como “libre mercado” y debería ser la lectura obligatoria.»
Arundhati Roy, autora de El dios de las pequeñas cosas

.« Naomi Klein es Antífona antes que Rey, el antídoto contra el asesinato como una política económica. Nos reta a no participar en el club suicida que permite el canibalismo corporativo. Un triunfo espectacular.»
John Cusack, autor y director de cine.

« La doctrina del shock es un libro sin igual, una obra épica y apasionante con un mensaje que debe ser escuchado

Naomi Klein nos ofrece un nuevo paradigma para comprender la política. Su libro es honesto, urgente y necesario.»
The Washington Post

Tras una investigación de cuatro años, Klein explora el mito según el cual el mercado libre y global triunfó democráticamente, y que el capitalismo sin restricciones va de la mano de la democracia. Por el contrario, Klein sostiene que ese capitalismo utiliza constantemente la violencia, el choque, y pone al descubierto los hilos que mueven las marionetas tras los acontecimientos más críticos de las últimas cuatro décadas.

Klein demuestra que el capitalismo emplea constantemente la violencia, el terrorismo contra el individuo y la sociedad. Lejos de ser el camino hacia la libertad, se aprovecha de las crisis para introducir impopulares medidas de choque económico, a menudo acompañadas de otras forma de shock no tan metafóricas: el golpe de la porra de los policías, las torturas con electroshocks o la picana en las celdas de las cárceles.

En este relato apasionante, narrado con pulso firme, Klein repasa la historia mundial reciente (de la dictadura de Pinochet a la reconstrucción de Beirut; del Katrina al tsunami; del 11-S al 11-M, para dar la palabra a un único protagonista: las diezmadas poblaciones civiles sometidas a la voracidad despiadada de los nuevos dueños del mundo, el conglomerado industrial, comercial y gubernamental para quien los desastres, las guerras y la inseguridad del ciudadano son el siniestro combustible de la economía del shock.

La doctrina del shock es la historia no oficial del libre mercado. Desde Chile hasta Rusia, desde Sudáfrica hasta Canadá la implantación del libre mercado responde a un programa de ingeniería social y económica que Naomi Klein identifica como «capitalismo del desastre».

Tras una investigación de cuatro años, Klein explora el mito según el cual el mercado libre y global triunfó democráticamente, y que el capitalismo sin restricciones va de la mano de la democracia. Por el contrario, Klein sostiene que ese capitalismo utiliza constantemente la violencia, el choque, y pone al descubierto los hilos que mueven las marionetas tras los acontecimientos más críticos de las últimas cuatro décadas.

Klein demuestra que el capitalismo emplea constantemente la violencia, el terrorismo contra el individuo y la sociedad. Lejos de ser el camino hacia la libertad, se aprovecha de las crisis para introducir impopulares medidas de choque económico, a menudo acompañadas de otras forma de shock no tan metafóricas: el golpe de la prra de los policías, las torturas con electroshocks o la picana en las celdas de las cárceles.

En este relato apasionante, narrado con pulso firme, Klein repasa la historia mundial reciente (de la dictadura de Pinochet a la reconstrucción de Beirut; del Katrina al tsunami; del 11-S al 11-M, para dar la palabra a un único protagonista: las diezmadas poblaciones civiles sometidas a la voracidad despiadada de los nuevos dueños del mundo, el conglomerado industrial, comercial y gubernamental para quien los desastres, las guerras y la inseguridad del ciudadano son el siniestro combustible de la economía del shock.


Una militante
Quién es Naomi Klein



Periodista y activista es la definición que la canadiense Naomi Klein da de sí misma, y dibuja esos dos trazos de su identidad con un mismo estilo: la independencia. No pertenece a ninguna organización –al menos no de forma orgánica– y ningún escritorio la espera para cumplir horario.

Su trabajo como columnista de The Guardian y The Globe and Mail de Toronto le permiten hacer lo que más le gusta, ir al lugar de los hechos y desde allí registrar las diversas formas de resistencia popular que lentamente, según ella, podrían socavar el poder central de los grandes grupos económicos. O de las grandes marcas, a las que denunció en su libro No Logo, el texto de cabecera de esos grupos a los que los mass media llamaron globalifóbicos aunque ella no crea en la antiglobalización. Ni en su contrario.

Lo que ella delata en su libro es la transformación del imperialismo a través de los modos de producción de las grandes marcas, que hacen su diferencia vendiendo no productos sino estilos de vida, imágenes, prestigio.

Una vez impuesta la marca, los objetos se fabrican en cualquier parte, o mejor, en el tercer mundo, con un costo de mano de obra y cargas sociales cercanos a cero. Contra esto la propuesta es el boicot, idea fuerza de quienes, en todo el mundo, realizan acciones directas contra, por ejemplo, McDonald’s.

También reivindica la democracia directa y participativa para confrontar al poder económico en diversos frentes. Esta reivindicación la trajo a Argentina hace quince días para ver sobre el terreno la experiencia de las movilizaciones en piquetes y asambleas barriales. Para entrevistarse, por ejemplo, con Emilio Alí en su encierro.

Ella, que confiesa no haber creído en nada durante años, se entusiasma viendo a los vecinos discutir en las esquinas, aunque también percibe la apropiación que pretenden algunas organizaciones políticas estructuradas verticalmente.

Su columna publicada aquí es la primera conclusión sobre la crisis local. En la última frase puede leerse su optimismo, que no llega a creer que de las asambleas se llegue a una nueva organización nacional.

“Su principal poder –dice– está en la descentralización”, que es también la marca en el orillo del movimiento mundial que en los últimos años, al menos, logró incomodar seriamente a los representantes de los grandes grupos económicos que llegaron a planear una reunión del G8 en un buque, en el medio del océano. ¿Será en lugar así donde terminarán recluyéndose los representantes del poder en Argentina?


Opina Naomi Klein
"El FMI debería indemnizar a la Argentina"
La autora del libro No Logo, bautizado como la "biblia de los globalifóbicos", analiza la situación social y económica de la Argentina. Y advierte sobre los peligros de aceptar condiciones del organismo de crédito.

El martes 12 de marzo, en Buenos Aires, a unas pocas cuadras de donde el presidente Eduardo Duhalde negociaba con el Fondo Monetario Internacional, un grupo de personas negociaba algo muy distinto. Estaban tratando de salvar su hogar.

Para protegerse de una orden de desalojo, los residentes de Ayacuho 335, que incluían a 19 chicos, armaron una barricada y se rehusaron a salir. En el frente de la casa colgaba un cartel hecho a mano que decía: "Al diablo con el FMI".

¿Qué tiene que ver el FMI, que llegó para imponer condiciones para liberar 9.000 millones de dólares prometidos de antemano, con los habitantes de Ayacucho 335? Bueno, en un país donde la mitad de la población vive ahora bajo la línea de pobreza es difícil encontrar un sector cuyo futuro no dependa de alguna manera de las decisiones del prestamista internacional.

Por ejemplo, docentes, bibliotecarios y otros empleados públicos, que cobran en bonos provinciales que apenas son pagares estatales, dejarán de cobrar si las provincias aceptan no imprimir más bonos, como pide el FMI.

Y si se recorta aún más el sector público, como también insiste el Fondo, los desempleados, que son entre el 20 y el 30 por ciento de la población, tendrán todavía menos protección ante la falta de techo y el hambre que llevó a miles a atacar supermercados exigiendo comida.

Y si no se encuentra una solución a la emergencia sanitaria declarada esta semana, la señora mayor que conocí en estos días en un suburbio porteño ciertamente se verá afectada. En un gesto de vergüenza y desesperación, la señora se subió la blusa y mostró a un grupo de extranjeros la operación de estómago, todavía abierta y con tubos colgando, que su médico no pudo suturar adecuadamente por la falta de insumos en el hospital.

Puede parecer descortés hablar de estos asuntos en el contexto de una vista del FMI. El análisis económico supuestamente se concentra en la convertibilidad, en la pesificación, en el peligro de estaflación, no en las familias que pierden su casa, en heridas abiertas. Pero, leyendo los consejos imprudentes que la comunidad internacional de negocios le lanza al FMI y a Argentina, tal vez haga falta un poco de personalización.

Por semanas, Argentina recibió retos como si fuera una niña pequeña que no va a tener postre si no se come toda la comida. Pese al compromiso de cortar en un 60 por ciento los déficit provinciales, Argentina aparentemente no hace lo suficiente para "merecer" un préstamo.

"Las noticias son superficiales", gruñe un economista del Credit Suisse First Boston. El presidente Duhalde advierte que la ya desesperada población argentina no aguanta más recortes... y el National Post lo acusa de "dar vueltas".

"El consenso es que el FMI debería ver la crisis argentina no como un problema sino como una oportunidad: el país está tan desesperado que hará lo que sea que el Fondo le diga."

"En una crisis es cuando hay que actuar, es cuando el Congreso es más receptivo", explica Winston Fritsch, presidente de la unidad brasileña del Dresdner Bank AG. El editorial del National Post concurre: "Las oportunidades para lograr una reforma nunca fueron mejores. El FMI debería detener todo rescate hasta que Argentina reforme dramáticamente su sector público y su sistema legal, y reabra su economía

Las ideas más draconianas vienen de Ricardo Cabellero y de Rudiger Dornbusch, una dupla de economistas del MIT que publicaron en el Financial Times. "Es hora de medidas radicales", dijeron. "Argentina debe suspender temporariamente su soberanía financiera y ceder buena parte de su soberanía monetaria, fiscal, regulatoria y administrativa por un períodoextenso, por ejemplo, cinco años".

La economía del país –"su gasto, emisión y administración impositiva"– debería ser controlada por "agentes extranjeros" incluyendo "un comité de banqueros centrales de experiencia".

En una nación todavía marcada por la "desaparición" de 30.000 personas durante la dictadura militar de 1976-1983, sólo a un "agente extranjero" se le ocurriría decir, como lo hace el dúo del MIT, que "alguien tiene que gobernar el país con rienda corta". Y que, con los argentinos fuera de la película, el país sería salvado por la apertura de mercados, los profundos recortes y, por supuesto, una "masiva campaña de privatizaciones".

Como es obvio para cualquiera que haya estado prestando atención a las crisis sociales argentinas, una dictadura económica semejante sólo sería aplicable con una feroz represión y un baño de sangre. Y hay otra trampa: Argentina ya hizo todo eso.

Como alumno modelo del FMI en los 90, Argentina abrió su economía (por eso fue tan fácil la fuga de capitales con esta crisis). De este supuesto gasto salvaje del Estado argentino, la tercera parte va directamente al pago de la deuda externa. Otro tercio va a jubilaciones que ya fueron privatizadas.

Y el tercio restante es en qué pensamos cuando hablamos de "gasto público": educación, salud, asistencia social. Lejos de crecer fuera de control, estos gastos cayeron muy por debajo del crecimiento de la población, razón por la cual están llegando envíos de comida y medicamentos desde España.


Respecto de las "privatizaciones masivas", Argentina disciplinadamente vendió tantos de sus servicios, desde trenes hasta teléfonos, que los únicos ejemplos que pudieron encontrar Caballero y Dornbusch fueron los puertos y la aduana.

No extraña que economistas y banqueros se apuren tanto en culpar a las víctimas de la crisis, en proclamar que los argentinos gastaron demasiado, fueron ávidos y corruptos. Por supuesto que el sistema político local está contaminado por una cultura de la coima y la impunidad.

Pero los mismos financistas que alegremente le llenaron los bolsillos a los generales y los políticos a cambio de contratos locales tienen escaso derecho a ser los que le hagan los deberes a Argentina.

Las amas de casa argentinas tuvieron una idea mejor. La semana pasada, en el Día Internacional de la Mujer, cientos salieron a la calle escoba en mano y anunciaron que no limpiarán sus casas hasta que barran la corrupción del Congreso. Su protesta fue una pequeña ola en la masiva tormenta de movilizaciones populares que ya derribó a sucesivos gobiernos y ahora amenaza con algo mucho más extremo: crear una verdadera democracia.

Siguiendo el modelo de los piqueteros, los desempleados argentinos movilizados, decenas de miles de ciudadanos se organizaron en asambleas barriales, formando redes a nivel local y nacional. En las plazas, los parques y las esquinas, los vecinos discuten modos de hacer que el sistema responda y de llenar los huecos donde el gobierno falló.

Hablan de crear "un congreso ciudadano" que demande a los políticos más transparencia y responsabilidad. Discuten presupuestos participativos y mandatos más cortos, mientras organizan cocinas comunales para los desempleados y planean festivales de cine callejeros. El Presidente, que ni siquiera fue electo, está lo suficientemente asustado de esta creciente fuerza política como para comenzar a llamar a las asambleas "antidemocráticas".

Hay razones para prestar atención. Las asambleas también están hablando sobre cómo hacer arrancar las industrias locales y cómo renacionalizar la economía. Pueden ir todavía más lejos. Argentina, habiendo sido por décadas el alumno obediente, fue miserablemente abandonado por sus profesores del FMI, no debería estar rogando por préstamos: debería estar exigiendo una indemnización. El Fondo ya tuvo su oportunidad de gobernar Argentina. Ahora le toca a la gente.

Claves para entender a la "periodista activista"



Los liberales más puritanos la acusan de vocera de un "neocolectivismo milenario". El epíteto fue lanzado por un distinguido gentleman inglés en las muy selectas conferencias de Wincott, promovidas en el Reino Unido por el Institute of Economic Affairs.

Los protagonistas del movimiento antiglobalización dicen que son verdaderamente "libertarios", que llevan a las calles el espíritu de Internet. En su diversidad geográfica, social y generacional entra tanto el campesino francés en guerra contra McDonalds, como el sub-comandante Marcos de Chiapas, el hacker políticamente anarquista y activo en Internet, los jóvenes radicales de ReclaimtheStreets.net, los artistas-guerrilleros [que sabotean los logos de las marcas], los ecologistas independientes de GreenNet o los ciudadanos bien intencionados que quieren el perdón de la deuda de los países más pobres [movimiento DroptheDebt.org]. Todos pertenecen a las mismas listas de correo electrónico.

La biografía de esta joven canadiense explica en parte su actual posición de observadora privilegiada. Es una de las hijas de la revuelta contra el marketing y el consumismo que dominó a los adolescentes de los años 80. Naomi nació en Montreal en 1970 y como adolescente se transformó, en sus propias palabras, en una "rata de los centros comerciales atraída por los logos de las marcas". La fascinación por ellos la llevó a trabajar los sábados en un negocio de ropa de Esprit [ella adoraba esa marca]. Esta generación nació literalmente debajo de lo que Naomi llama "microscopio del marketing".

La decepción con las marcas le llevó a provocar una revolución contra lo que ella llama hoy Big Brother Branding. A los 19 años se produjo el cambio: la masacre en la Universidad de Montreal [a la que asistía] por un loco machista que asesinó a 14 jóvenes acusándolas de "feministas" despertó en ella el gusto por el activismo. Al mismo tiempo, tomó conciencia de la parálisis de la izquierda tradicional y comenzó a desconfiar de lo chic que era que las multinacionales abrazasen causas nobles [como el antirracismo por la muy polémica campaña de Benetton].

Con el periodismo llegó la posibilidad de ser ella la que usase el microscopio de la investigación de la realidad y recorrió el mundo coleccionando hechos del nacimiento de un movimiento antiglobalización. Naomi es hija de la generación comprometida políticamente de los años 60 y 70. Sus padres atravesaron la frontera de Canadá para protestar contra la guerra de Vietnam. Y en los genes tiene la herencia de un abuelo que fue uno de los organizadores de la primera huelga en Disney.

Ha escrito en el diario Toronto Life y en las revistas Ms, The Village Voice y Elm Street Magazine. Ahora tiene una columna en The Globe and Mail, de Toronto

Naomi Klein en Cochabamba

Enviado por democraciadirecta el Mié, 30/04/2008 - 09:56.

Naomi Klein en Cochabamba

Cochabamba recibirá este sábado 3 de mayo a Naomi Klein, una periodista e investigadora de gran influencia en el movimiento antiglobalización. Nacida en Montreal, Canadá, galardonada por su actividad periodística con varios premios y colaboradora habitual en The Nation y en The Guardian, es autora del best seller internacional No Logo: el poder de las marcas, con más de un millón de ejemplares vendidos en todo el mundo y que ha sido traducido en 28 idiomas.

Naomi Klein presentará su último libro La doctrina del shock: el auge de capitalismo del desastre, el sábado 3 de mayo a las 09:30 a.m. en el auditorio del Centro de Estudios Superiores Universitarios (CESU) ubicado en la calle Calama E 235.

Tras el éxito de No Logo en 2002, publicó Vallas y Ventanas: despachos desde las trincheras de debate sobre la globalización, una recopilación de sus ensayos y trabajos periodísticos. El 2004, elaboró el guión del documental La Toma/The Take . Naomi Klein presentará su última publicación, La doctrina del shock: el auge de capitalismo del desastre, una profunda crítica al “triunfo democratico” del libre mercado. Ella sostiene que el capitalismo utiliza constantemente la violencia, el shock, como herramientas para justificar políticas económicas de privatización, depredación, concentración de la economía en pocas manos, desempleo empobrecimiento y hambre a costa del sometimiento de los pueblos. Así, pueden formar parte de esta doctrina tanto los golpes de Estado latinoamericanos o los desastres naturales que cada vez parecen más cotidianos. Según Klein, en América Latina, durante los últimos 35 años, estos shocks venidos de fuera, han servido para crear las condiciones políticas requeridas para justificar la imposición de una “terapia de choque”, resultados de la doctrina economica de Michael Friedman que decia: “únicamente una crisis –real o supuesta— produce un cambio real. Cuando la crisis se produce, las acciones que se adoptan dependen de las ideas prevalecientes.”

En La doctrina del Shock, Naomi Klein dedica un capítulo entero al caso boliviano y relata, luego de una investigación exhaustiva, cómo en 1985 se dio entrada al neoliberalismo. Hace un análisis desde la llegada al gobierno de Paz Estenssoro y el asesoramiento del estadounidense Jeffrey Sachs, un economista del Departamento de Economía de Harvard, quien creía que podía dar la vuelta a las crisis inflacionaria de Bolivia en un solo día aplicando una terapia de shock: el Decreto 21060. Naomi Klein cuenta la historia oculta de la terapia del Shock en Bolivia: derechos laborales, sociales y civiles eliminados. Con Paz “un golpe de Estado civil fue llevado adelante, no por soldados de uniforme militar, sino por políticos y economistas trajeados y parapetados tras el escudo oficial de un régimen democrático”.

Miedo, inseguridad, inestabilidad, son el terreno fértil para los hacedores de la terapia del shock en donde, como afirma Klein, solo la información para todos es el antídoto.

La presentacion del libro esta siendo organizada por la Federacion de Trabajadores Fabriles de Cochabamba, el CESU, la Fundacion Abril, el CGIAB y la Red VIDA, Cochabamba.



Economía pura, política dura. O viceversa. De ambas unidas; del poder del corporativismo. De eso trata el nuevo libro de la canadiense Naomi Klein (Montreal, 1970), la musa de la antiglobalización que vendió más de un millón de ejemplares con su No logo (2000). Versaba éste sobre el poder de las marcas y sus maniobras feroces para colocar sus productos; The New York Times lo definió como "biblia del movimiento antiglobalización", y la revista liberal The Economist le dedicó una portada réplica que tituló 'Pro logo'. Ahora presenta en Europa su nuevo libro, La doctrina del shock, y siempre acompañada de su marido, Avi Lewis, Klein se aloja en un hotel del Soho londinense y anda inquieta porque mantiene abierto un foro caliente con lectores de The Guardian, diario del que es columnista, al igual que del semanal izquierdista norteamericano The Nation.

"A la luz de la doctrina del 'shock', la historia política de los últimos 35 años adquiere un aspecto distinto"

"La Administración de Bush es tan terrible que hay gran cantidad de activismo en EE UU, pero se centra en odiarla"

"A no ser que tengas un verdadero plan para cambiar el sistema, es mejor y más efectivo quedarse fuera"

"Hay una idea consumista del cambio, como de ir de compras... El activismo es una lucha muy larga, de por vida"

El libro ha causado expectación en el Reino Unido, y hay debate, desde luego, a tenor de las respuestas en distintos medios o de las recogidas en el citado foro digital: desde el "éste es un libro que debería leer gente de todo el espectro político", de un blogero llamado Richard Marcus, hasta la de otro, de nombre Tim Worstall, que se despacha: "¿Que la caída de los sóviets es un crimen contra la democracia? ¿Pero qué se ha fumado esta mujer?".

Ella -nieta de sindicalista en la empresa-marca Disney e hija de una pareja formada por una artista feminista y un objetor de la guerra de Vietnam huido a Canadá-, seguidora entusiasta de los trabajos de Eduardo Galeano, John Berger o Susan Sontag, responde con detenimiento y seriedad a todos: "Se trata de intercambiar información, no de despotricar; de generar polémica. Esta obra es un inicio, no un punto y final". Para esta mujer, el activismo es su escritura. Y la editorial en España, Paidós, la presenta así: "Como pasó con No logo, ahora, con La doctrina del shock, Klein va a volver a sentar cátedra porque... vuelve a desarrollar una teoría fruto de la observación in situ del avance demoledor del capitalismo". En un volumen de casi 600 páginas, la autora no deja títere con cabeza en el entramado de los intereses económicos y políticos de EE UU, donde se publicó a inicios de septiembre.

¿Está siendo diferente la respuesta hacia este libro que con 'No logo'? Su nueva obra es aún más política...

La respuesta es distinta. Cuando salió No logo, yo no era conocida, por lo que no había un deseo expreso de atacarlo; eso sucedió después. En principio, las críticas fueron positivas, y luego vinieron las negativas. Con éste ha habido polémica inmediata. Es controvertido. Cuento con que algunos se sientan amenazados: cuestiona una versión de la historia que siempre se ha aceptado, y la gente tiende a proteger su territorio. Habrá respuestas encolerizadas, otras le quitarán importancia, otras hablarán de conspiración, y otras, encantadas.

Naomi Klein, que algunos columnistas británicos presentan como "apasionada abogada de las teorías de Keynes y Galbraith", describe el auge del capitalismo del desastre y sus efectos devastadores sobre los ciudadanos de a pie. "De cómo forrarse con la desgracia ajena", se podría titular. Si la historia oficial indica que el triunfo del capitalismo nace de la libertad, que el libre mercado desregulado va de la mano de la democracia..., ella asegura: "La historia del libre mercado contemporáneo -el auge del corporativismo, en realidad- ha sido escrita con letras de shock". Una doctrina creada y recreada durante las últimas tres décadas que ella hace metáfora y lleva del cuerpo físico al político.

Así empieza su exposición, con las torturas y shocks infligidos sobre ciudadanos por agentes de la CIA durante los años cincuenta -descritos en manuales no hace mucho desclasificados-, y lo extiende a la política económica internacional implantada en distintos Estados en coyunturas concretas: Argentina y Chile, en los setenta; China y Polonia, al caer los ochenta; Rusia, la ex Yugoslavia, países de Asia o África, en los noventa, y luego el mismo Estados Unidos e Irak, en el inicio del siglo XXI. Todos, laboratorios de esta doctrina que necesita para aplicarse, "sin ningún tipo de restricciones, algún tipo de trauma colectivo adicional que suspenda temporal o permanentemente las reglas del juego democrático".

Detrás de todo ello: la ideología y práctica de la Escuela de Chicago, con Milton Friedman, el gurú neoliberal estadounidense y premio Nobel, a la cabeza. "Su teoría se impuso en todo el mundo desde los setenta, pero hasta hace poco su visión jamás se había aplicado totalmente en su país de origen". Hasta que llegó el 11-S y los neoconservadores se toparon con terreno abonado: pánico, incertidumbre, el enemigo terrorista..., y descubrieron las mil posibilidades del país de Sadam".

A la luz de esta doctrina, sigue Klein, la historia política de los últimos 35 años adquiere un aspecto muy distinto del que nos han contado. "Algunas de las violaciones de derechos humanos más despreciables de este siglo se articularon activamente para preparar el terreno e introducir las reformas radicales que habrían de traer ese ansiado libre mercado". Nada como la frase de un ex agente de la CIA para orientar: "Para nosotros, el miedo y el desorden representaban una verdadera promesa".

Su obra será especialmente criticada por los relacionados con la filosofía o las teorías de la Escuela de Chicago.

Sí, sí, pero un libro como éste no puede medirse por sus críticas. A alguien de izquierdas, le gustará; alguien de derechas, quizá lo odie. Para mí será un éxito si estas teorías salen a la luz, y si son capaces de abrir discusiones sobre cómo llegaron a dominar.

Otra respuesta a un forero para atajar críticas: "Quiero aclarar lo que es y no es este libro: no es la historia exhaustiva de todas las formas de uso del shock y las crisis para introducir medidas impopulares. Sé que los regímenes totalitarios comunistas y fascistas usaron tales tácticas. La diferencia es que dichas ideologías han tenido que rendir cuentas por sus crímenes. El capitalismo contemporáneo nunca se ha planteado tal responsabilidad?, y ya es hora".

Vestida con vaqueros y camiseta roja, media melena de corte perfecto y gafas a ratos, de aspecto más maduro que antaño, la autora, periodista y activista se deja fotografiar con parsimonia y contesta de forma apasionada a todas aquellas cuestiones referidas al contenido del libro; las otras las evita, le exasperan: "Mi vida no importa, intereso por lo que hago". Se entusiasma al citar el corto documental que le ha preparado Alfonso Cuarón (se ha visto ya en festivales) como aperitivo de su nueva publicación: "El futuro que él había creado en Children of men era muy cercano al presente que yo estaba contemplando en zonas devastadas...".

El libro expone mucho, describe un panorama desolador de maniobras políticas y económicas, y? nos deja sin aliento. Si todo está tan mal, la reacción del lector puede ser más bien la contraria a lo que usted querría como activista; es decir, ¡pasemos de todo...!

¿Que la reacción puede ser negativa?

Sí. Si todo está perdido, se puede producir una huida hacia adelante?

"¿Quién dice que todo está perdido?" [aquí encaja la frase de Mercedes Sosa]. No. Hay esperanza en el hecho de que las ideas progresistas y de izquierdas no perdieron la batalla ideológica; fueron forzadas, y fue una crisis lo que las derrotó. Pero las crisis son temporales. Si te fijas en lo que pasa en Latinoamérica hoy, se trata de un continente que ha sufrido todo tipo de crisis, y aun así, 30 años después, las ideas y la esperanza reaparecen. Y se están encontrando nuevas formas para protegerse de crisis futuras. La única cosa peor que el capitalismo es esa otra opción que sugiere que no hay alternativas. Precisamente yo digo que las hay, que las hubo siempre, que la gente las eligió y que fueron derrotadas en guerras sucias, tanto intelectuales como reales. Esto debería dar confianza a la gente...

En 'No logo' decía que había que poner más atención a las estrategias de las marcas..., pero han pasado seis años y las cosas no han cambiado mucho...

¡No logo no pretendía eliminar las marcas! Era un libro de política y hablaba de un sistema comercial injusto. Yo decía que las marcas son sólo símbolos, puertas de entrada al debate sobre el tipo de sistema comercial que queremos. Que era el momento de entrar por esa puerta. Y de eso trataban las protestas en Seattle contra la OMC, en Washington contra Banco Mundial y FMI, y en Génova contra el G-8; contra este sistema. Y si nos fijamos en dónde estamos en 2007, vemos que esas organizaciones están en crisis. Hay un cambio enorme.

Bien. Pero para muchos perdura la idea de que 'No logo' iba contra la industria, contra la economía en general...

Estaba en contra de la explotación de los trabajadores.

... y sin consumo, sin gente que consuma, no hay economía...

Sí, pero ése es un análisis muy tonto.

¿Como el de la revista 'The Economist', al sacar una portada titulada 'Pro logo'?

Exacto. Cuando The Economist dice algo así, es una estrategia política. Hay una expresión para esto: "Construir un hombre de paja para luego poder derribarlo". En tal batalla política, yo estoy a un lado, y The Economist, al otro. Por supuesto que va a malinterpretar mis ideas, pero eso no es problema a no ser que sólo creas lo que dice esa revista.

¿Están más concienciadas las empresas ahora que hace un lustro?

No creo. Ha habido cambios, pero no hay ningún sistema de control, así que ¿cómo lo sabemos? Pero el plan que existía, y que buscaba formas más profundas y rápidas de liberalismo corporativo, se ha estancado. Es decir, no está mejorando, pero tampoco empeorando. A eso me refiero cuando digo que las negociaciones de la OMC llevan paradas cuatro años, que el FMI ha perdido poder, que el Banco Mundial está en crisis y que los intentos de expansión de las áreas de libre comercio se han detenido. Yo sé que no hay utopías, pero, a día de hoy, el poder parar estas cosas es en sí una victoria: el principio.

Hablando de victorias, la sensación en Europa es que los estadounidenses no reaccionan mucho con la guerra de Irak.

Es verdad, creo que es una de las ironías de la era George Bush. Esta Administración es tan terrible que hay una gran cantidad de activismo; la gente tiene más conciencia política ahora que hace cinco años. Pero todo está centrado en odiar a Bush o a Cheney, en conseguir que Obama o Hillary salgan elegidos. Todo se centra en las elecciones, en esas personas. Se ocupan menos de cuestiones como el cambio climático o la guerra, y más del enfrentamiento entre demócratas y republicanos.

Usted dijo en Francfort en 2002 que la esperanza para el futuro del movimiento antiglobalización era Europa... ¿Por qué cree que es aquí diferente a EE UU?

Si lo dije en 2002 fue porque tras el 11-S había pánico en EE UU y muchos activistas dejaron de serlo por miedo a parecer antipatrióticos. La guerra contra el terrorismo se usó como arma frente al activismo. Precisamente he escrito este libro para que mis compañeros estadounidenses vuelvan a hablar sobre sistemas. Porque antes del 11-S, lo importante del debate que existía sobre la globalización es que no era sobre Bush, Cheney o Clinton, era sobre sistemas y mentiras. Y tenemos que volver a eso.

La génesis del nuevo libro se produjo durante el año en que vivió en Argentina, mientras rodaba junto a su marido la película La toma, sobre obreros en plena crisis que sacan adelante una fábrica; allí sus amigos le hablaron de las sangrientas raíces del proyecto de la Escuela de Chicago: "A menudo, compartiendo sus propios recuerdos y tragedias personales y familiares conmigo. Ellos cambiaron la forma en que veía el mundo", recuerda Klein. Aquel primer destino le llevó luego a un periplo por el mundo que le marcó. Especialmente, Irak: "Cuando volví en 2004 tenía claro que debía escribir sobre aquello. Estaba obsesionada con el asunto del shock: era la metáfora elegida por los invasores y por los economistas. Así que empecé a investigar acerca del shock verdadero de forma científica, y a ver más similitudes entre el shock científico y lo que estaba pasando en estas zonas de conflicto".

¿Se les ha ido la mano en esa guerra?

Sin duda, la guerra de Irak no ha salido según lo previsto. Y conocemos el plan porque Paul Bremen entró en Irak e intentó convertirlo en zona de libre comercio; dejó papeles que lo demuestran. Pero la ideología (del shock) ha tenido tanto éxito que ha penetrado en el corazón del Gobierno estadounidense. Incluso cuando la guerra fracase, sigue tratándose de un éxito económico para las empresas privadas; gran parte de la guerra la están librando ellas. Así que, cuanto peor están las cosas, más beneficioso es para estas compañías.

¿Las de armas, de seguridad...?

No sólo armas, va más allá. Es muy radical lo que ha hecho esta Administración; cosas como el espionaje, los interrogatorios de prisioneros, la construcción de cárceles? Tareas que son el núcleo de lo que entendemos por Estado han sido privatizadas.

Siempre se benefician y pierden los mismos. Y esto es desesperante...

No hay nada desesperado cuando tienes claro a quién te enfrentas. Lo es más pensar que los demócratas van a arreglarlo todo en las próximas elecciones. Deprimen más las falsas esperanzas.

Tampoco parece que la izquierda tenga ideas o margen de maniobra...

Bueno, en España tenéis un ejemplo de esto; tuvisteis unas elecciones en las que decidisteis que queríais salir de Irak, y así fue: un milagro. Y esto nos demuestra que es posible tener una democracia en la que haya una relación entre lo que se vota y la realidad.

Precisamente muchos integrantes del movimiento antiglobalización no votan.

Yo, sí.

¿Y qué piensa sobre ello?

Hay mucho escepticismo debido a la experiencia de votar para el cambio y no conseguirlo. Eso aumenta el desaliento. Pero si la gente ve que se consiguen resultados, se implica más. Hay muchas situaciones en las que boicotear las elecciones fue una opción racional. Si tienes un sistema roto... Por ejemplo, Argentina antes del derrumbamiento: muchos votaron a un personaje de dibujos animados porque no tenía manos y no podía robar. Fue un voto de protesta que venía a decir que todos eran ladrones y que no querían participar en eso. Cuando un sistema está corrupto, como el de Estados Unidos, es una postura muy legítima no seguir fingiendo que esto va a funcionar. Pero si se pueden tener elecciones reales, como, espero, en Ecuador o Bolivia, la gente recupera la fe en la democracia.

Usted es de izquierda, de familia y pensamiento... ¿Cree que los partidos políticos de izquierda deben plantearse una vez más lo de renovarse o morir?

Gran pregunta, pero es difícil para mí generalizar; puedo hablar de situaciones concretas, de cada país. Decir en EL PAÍS que todos los partidos de izquierda deben morir puede ser mala idea.

¿Han perdido la conexión con la gente joven? ¿Ésta no se siente representada por los partidos de izquierda?

Mira lo sucedido en Italia con el partido comunista. Un grupo de activistas se presentó a las elecciones, hubo una renovación; después, coalición con Prodi, y poco ha cambiado... Muchos movimientos sociales muy efectivos para presionar al Gobierno están apartados... Creo que, a no ser que tengas un verdadero plan para arreglar el sistema, y no sólo sentarte y ocupar sitio en el Parlamento, es mejor y más efectivo quedarse fuera, estar bien organizado y ejercer presión. Así que depende; deben ser estrategias bien pensadas. Diría que mi generación de activistas no se toma el poder político en serio.

¿Por qué no?

Porque es posible cambiar el sistema no sólo presentándose a las elecciones, sino con un plan serio de reforma constitucional y política. Eso es lo que está pasando en parte de Latinoamérica. En Europa y América del Norte no parece haber tanta prisa, pero ocurrirá.

¿Cuándo comenzó a interesarse por la política? Ha contado en alguna ocasión que era muy consumista de joven.

Sí, cuando era adolescente.

¿Por qué cambió?

Porque dejé de ser adolescente.

Usted cambió esa conducta. Si tuviera que decirle a alguien cómo hacerlo...

Le diría que me leí un libro que se llama No logo y ya no pude ir de compras.

¿Ahora es más 'no logo' o 'pro logo'?

No soy pro logo, pero no creo que mis compras sean relevantes.

Y en lo político, ¿dónde podemos hacer algo los ciudadanos?

Bueno, ésa es la razón por la que escribí el libro: el tipo de cosas que cuento van a seguir pasando. Cada vez hay más crisis y desastres, el mercado está en crisis en América del Norte, tenemos amenazas de ataques terroristas todo el tiempo, el clima enloquece... Lo escribí para que cuando esto ocurra, la gente esté informada, sepa cómo funciona, defienda sus derechos y también use esos momentos para decir con más claridad qué tipo de sociedad quiere.

Y ahí estamos. "La información es el único medio de resistencia ante el shock. Arm yourself", dice.

Klein no acepta el pesimismo. Se resiste. Rebate preguntas, las devuelve. "¿Piensas que el activismo no puede cambiar nada y que todo lo que existe en torno a la globalización no ha conseguido nada? Pues te puedo dar ejemplos de situaciones en las que sí se han cambiado cosas. El problema es que los medios tienden a ser escépticos en cuanto a las posibilidades del activismo. Y yo no lo soy porque creo en él, paso mucho tiempo con distintos movimientos sociales, y eso es lo que me inspira. Acabo de volver de Nueva Orleans: allí he conocido a padres, profesores y alumnos que intentan recuperar sus escuelas, y es duro, pero lo hacen. Veo a gente que es activa y que tiene muy poco. Gente que lo ha perdido todo y se organiza".

E insiste en que parte del problema está en creer que con el activismo se consiguen resultados inmediatos: "Se trata siempre de una lucha muy larga, de toda la vida, que unas veces se gana, y otras, no". Que algunos le dicen: fui a una manifestación contra la guerra, y como eso no ha servido, ya no voy a hacer nada nunca más. "En cierto sentido, ésta es una idea consumista del cambio; es como ir de compras: salir a la calle para que se acabe la guerra y esperar que sea ya, así, de inmediato".

Para la escritora, la solución de muchos males pasa por alejar el dinero de la política. "En EE UU, lo más urgente, si se quiere un cambio, es la reforma electoral, para que las corporaciones que están financiando a los políticos y comprando anuncios de televisión tengan menos poder; en la actualidad, presentarse a presidente es cosa de ricos".

En su libro aparecen algunos personajes, como Milton Friedman, que debieron de ser una auténtica pesadilla...

Bueno, él es ejemplo de una forma de pensar. Escribo de él para mostrar cómo se extendieron sus ideas. Pero es mucho más que el individuo en sí. Siempre ha sido apoyado por Wall Street, y forma parte de una batalla. En EE UU se trata de una batalla entre los keynesianos y Wall Street. Y la mayoría de los economistas se refieren a él como una contrarrevolución, una revolución que se dio tras la II Guerra Mundial con la aparición del Estado de bienestar, que perjudicó los beneficios de los más ricos. Veo a Friedman como una herramienta de estos poderes; no le considero por su ideología, no le veo como alguien especialmente malo. Era una persona que creía en la ley de la oferta y la demanda. Y en ese momento había demanda de Friedman, precisamente; él proporcionó estas ideas.

Hay otros muy interesantes, que atrapan en su evolución... Por ejemplo, Jefrey Sachs. Usted cuenta cómo empezó en Bolivia, cómo fracasó en Rusia...

Si no hubiera personas concretas en el libro sería muy difícil de leer, sería sólo teoría. Sachs se enfrentaba a unas fuerzas que eran más poderosas que él. La suya es una historia que trata sobre la importancia de los individuos y a la vez de los límites, de aquello que los individuos no pueden conseguir frente a la fuerza de la historia.

Además de personajes, Klein, que estudió filosofía y letras, y que procede del mundo de la cultura -"supongo que escribo sobre economía de la misma forma en la que lo haría sobre libros, con las mismas herramientas; si no fuera así, yo tampoco leería un libro de economía"-, usa situaciones políticas, describe maniobras detalladas, incluso localizaciones concretas que son como imágenes detenidas, cinematográficas, para contar lo que quiere contar: "La economía es muy importante, hay que leerla. Muchos no lo hacen porque parece un tema complicado, muy masculino, exclusivo, que hay que haber ido a la universidad para poder leer esa información. Y no tiene por qué ser así".

Cita lo masculino... ¿Qué importancia le da hoy a ese otro pensamiento, el femenino? ¿El de autoras como Susan George, Arundhati Roy, Anita Roddick...?

Mucha. No es tanto que esté unificado, sino que hay afinidad entre mujeres escritoras. Me da pena que no se mencione a más en el libro, pero el que se narra es un mundo de hombres y no creo que sea coincidencia. Esta forma de pensar del mundo de hoy no la comparten muchas mujeres. Sólo Condoleezza Rice; es la única a la que he escuchado usar este lenguaje al hablar de la guerra de Líbano. Me considero feminista, y confundir creación con destrucción tiende a ser patología muy masculina.

¿Cuánto de capitalista tiene usted?

Es algo con lo que lucho cada día; lucho por vivir una vida con diferentes valores en una sociedad de consumo hipercapitalista, así que yo diría que es algo que fluctúa, sube y baja.

¿Qué le gustaría cambiar de sí misma?

Todo, soy muy autocrítica; pero ser autocrítica en una entrevista con un periódico... es otra cosa.

¿Incluye el libro todo lo que quería?

No, no lo incluye, pero no me siento limitada. Siempre vi esta obra como un comienzo. Soy consciente de sus limitaciones, igual que lo era con No logo.

¿Qué portada sacaría 'The Economist' ante 'La doctrina del shock'?

Ésa es la cuestión [se ríe].

"¿Pro shock, quizá?", apunta Avi, su marido, por detrás.

La canadiense Naomi Klein ha editado su flamante libro, La doctrina del shock (el auge del capitalismo de desastre). The shock doctrine (su título original) surge de la relación entre las políticas de shock neoliberal de las últimas décadas, comparadas con los verdaderos shocks eléctricos aplicados a prisioneros y enfermos como modo de doblegarlos, domesticarlos, e imprimir sobre ellos una nueva personalidad. Con las sociedades está ocurriendo lo mismo, dice Klein, quien sostiene que el principal recurso contra este modo de dominación es la información.

“Este libro es un desafío a la afirmación central y más valorada en la historia oficial – que el triunfo del capitalismo desregulado nació de la libertad, y que los mercados libres irrestrictos van mano en mano con la democracia. En su lugar, mostraré que esta forma fundamentalista de capitalismo ha sido consistentemente traída a la vida por las formas más brutales de coerción, infligidas al cuerpo político colectivo así como a innumerables cuerpos individuales.”
Así comienza la canadiense Naomi Klein su nuevo libro, The shock doctrine (La doctrina del shock). Klein es la autora de No logo, Vallas y ventanas (y más recientemente, del prólogo de la edición norteamericana de Sin Patrón, de lavaca).
Esta nueva obra plantea una recorrida por su hipótesis de que las sociedades modernas son sometidas a verdaderos electroshocks (y cabe agregar que el sistema de torturas aplicado en la Argentina por el régimen militar es tal vez la expresión más cabal al respecto) que permiten ablandarlas y someterlas a la aplicación de políticas neoliberales sin anestesia, tal cual lo pregonó el economista Milton Friedman y tal como lo aplicaron desde dictaduras latinoamericanas hasta gobiernos como el de Margaret Thatche en Inglaterra, o los de los Estados Unidos en general. La idea es que una matanza, un desastre natural, o cualquier hecho conmocionante abre paso a la posibilidad que Friedman pone como condición para que se aplique la política del shock a una sociedad domesticada por el miedo o el terror.
Así, pueden formar parte de esta doctrina tanto los golpes de Estado latinoamericanos, como la guerra de Malvinas, la matanza Tiananmen en China, los atentados a las Torres Gemelas o los desastres naturales que cada vez parecen más cotidianos: herramienta de shock para justificar luego políticas económicas de privatización, depredación, concentración de la economía en pocas manos, desempleo, empobrecimiento y hambre a costa del sometimiento de sociedades enteras.
Naomi Klein empieza por investigar los experimentos de la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos (CIA), con la tortura por electroshock como forma de “desesquematización” de los detenidos o internados. Luego comienza la descripción sobre cómo esos tormentos, ese shock eléctrico, es comparable a las políticas de un capitalismo que de otro modo no podría generar la dosis suficiente de atontamiento, miedo y parálisis que le permite doblegar a grandes sectores de las sociedades modernas.

Pero el mensaje del libro, y del documental que presentamos aquí, no queda sólo en la denuncia y la indignación. Naomi plantea que el arma de resistencia frente a este modelo de cosas es la información. Saber lo que ocurre y cómo, para poder generar pensamiento y acción que abran espacio a la vida.
Aquí publicamos además la entrevista que en Democracy Now le hiciera a Naomi Klein la periodista Amy Goodman, un modo de ir adentrándose en el contenido de La doctrina del shock.

La entrevista

Amy Goodman: Me alegra que esté con nosotros, Naomi. ¿Por qué no comienza por hablar sobre lo que considera exactamente que es la doctrina del choque?

Naomi Klein: Bueno, la doctrina del choque, como todas las doctrinas, es una filosofía de poder. Es una filosofía sobre cómo lograr sus propios objetivos políticos y económicos. Y es una filosofía que sostiene que la mejor manera, la mejor oportunidad, para imponer ideas radicales de libre-mercado es en el período subsiguiente después de un gran choque. Ahora bien, ese choque podría ser una catástrofe económica. Podría ser un desastre natural. Podría ser un ataque terrorista. Podría ser una guerra. Pero la idea, como acabáis de ver en la película, es que esas crisis, esos desastres, esos choques ablandan a sociedades enteras. Las dislocan. La gente se desorienta. Y se abre una ventana, exactamente como la ventana en la cámara de interrogatorio. Y en esa ventana, se puede introducir lo que los economistas llaman la “terapia de choque económico.” Es una especie de extrema cirugía de países enteros. Es todo de una vez. No es, sabe, una reforma por aquí, otra reforma por allá, sino el tipo de cambio radical que vimos en Rusia en los años noventa, que Paul Bremer trató de imponer en Iraq después de la invasión. De modo que eso es la doctrina del choque.

Y no significa que se pretenda que los derechistas en una época contemporánea sean los únicos que han explotado alguna vez una crisis, porque esta idea de explotar una crisis no es única en cuanto a esta ideología en particular. Los fascistas los han hecho. Los comunistas estatales lo han hecho. Pero se trata de un intento de comprender mejor la ideología con la que vivimos, la ideología dominante de nuestros días, que es la economía de mercado desinhibida.
AG: Explique quién es Milton Friedman, al que arrostra enérgicamente en este libro.

NK: Bueno, arrostro a Milton Friedman porque es el símbolo de la historia que estoy tratando de cuestionar. Milton Friedman murió el año pasado. Murió en 2006. Y cuando murió, vimos como lo describieron en tributos muy pomposos como si fuera probablemente el intelectual más importante del período de la posguerra, no sólo el economista más importante, sino el intelectual más importante. Y considero que se puede construir un argumento contundente en ese sentido. Fue consejero de Thatcher, de Nixon, de Reagan, del actual gobierno de Bush. Dio clases a Donald Rumsfeld en los primeros días de su carrera. Asesoró a Pinochet en los años setenta. También asesoró al Partido Comunista de China en el período clave de reforma a fines de los años ochenta. Así que tuvo una influencia enorme. Y hablé el otro día con alguien quien lo describió como el Karl Marx del capitalismo. Y creo que no es una mala descripción, aunque estoy segura de que a Marx no le habría gustado demasiado. Pero fue realmente un popularizador de estas ideas.

Tenía una visión de la sociedad, en la que el único papel aceptable para el Estado es implementar contratos y proteger fronteras. Todo lo demás debe ser abandonado por completo al mercado, sea la educación, los parques nacionales, la oficina de correos, todo lo que podría producir un beneficio. Y realmente vio, supongo, que las compras – la compra y la venta – constituyen la forma más elevada de democracia, la forma más elevada de la libertad. Y su libro más conocido fue “Capitalism and Freedom” [Capitalismo y libertad].

De modo que cuando murió el año pasado, a todos nos sirvieron un recuento de la versión oficial de cómo esas ideas radicales de libre-mercado llegaron a dominar el mundo, cómo barrieron por la antigua Unión Soviética, Latinoamérica, África, cómo esas ideas triunfaron durante los últimos treinta y cinco años. Y me impresionó tanto, porque yo estaba escribiendo este libro, que nunca habíamos oído hablar de violencia, y nunca oímos hablar de crisis, y nunca oímos hablar de choques. Quiero decir, la historia oficial es que estas ideas triunfaron porque deseábamos que así fuera, que el Muro de Berlín cayera, y la gente exigió tener sus Big Macs junto con su democracia. Y la historia oficial del auge de esta ideología pasa de Margaret Thatcher diciendo: “No hay alternativa,” a Francis Fukuyama diciendo: “La historia ha terminado. El capitalismo y la libertad van mano en mano.”

Y por lo tanto, lo que trato de hacer con este libro es contar la misma historia, las coyunturas cruciales en las que esta ideología ha dado un salto adelante, pero reinserto la violencia, reinserto los choques, y digo que existe una relación entre las masacres, entre las crisis, entre los grandes choques y golpes duros contra países y la capacidad de imponer políticas que son realmente rechazadas por la vasta mayoría de la gente de este planeta.

A. G: Naomi, usted habla de Milton Friedman. Expándalo a la “Escuela de Chicago.”

N. K: Correcto. De modo que la influencia de Milton Friedman proviene de su papel como el popularizador real de lo que es conocido como la “Escuela de Economía de Chicago.” Enseñó en la Universidad de Chicago. Estudió, en realidad, en la Universidad de Chicago, y luego pasó a ser profesor allí mismo. Su mentor fue uno de los economistas más radicales del libre mercado de nuestra época, Friedrich von Hayek, quien también enseñó durante un tiempo en la Universidad de Chicago.

Y la Escuela de Economía de Chicago realmente representa esta contrarrevolución contra el Estado de bienestar. En los años cincuenta, Harvard y Yale y las 8 escuelas más prestigiosas de EE.UU. tendían a estar dominadas por economistas keynesianos, gente como el difunto John Kenneth Galbraith, que creía enérgicamente que después de la Gran Depresión, era crucial que la economía sirviera como una fuerza moderadora del mercado, que suavizara sus aristas. Y esto fue realmente el nacimiento del Nuevo Trato, del Estado de bienestar, todas esas cosas que actualmente hacen que el mercado sea menos brutal, sea alguna especie de sistema público de salud, seguro de desempleo, asistencia social, etc. Fue realmente – el período de posguerra fue un período de tremendo crecimiento económico y prosperidad en este país y en todo el mundo, pero realmente afectó los márgenes de beneficio de la gente más acaudalada en EE.UU., porque fue el período en el que la clase media realmente creció y explotó.

Así que la importancia del Departamento de Economía de la Universidad de Chicago es que realmente fue un instrumento de Wall Street, que financió muy, muy, considerablemente a la Universidad de Chicago. Walter Wriston, el jefe de Citibank, era muy amigo de Milton Friedman, y la Universidad de Chicago se convirtió en una especie de zona cero de esta contrarrevolución contra el keynesianismo y el Nuevo Trato para desmantelarlo. De modo que en los años cincuenta y sesenta, fue visto como muy, muy, marginal en EE.UU., porque el gran gobierno y el Estado de bienestar y todas esas cosas que se han convertido en algo como palabrotas en nuestro léxico gracias a la Escuela de Chicago – no tuvieron acceso a las salas del poder.

Pero eso comenzó a cambiar. Comenzó a cambiar cuando Nixon fue elegido, porque Nixon siempre estuvo muy unido a Milton Friedman, aunque Nixon decidió no abrazar esas políticas en el interior, porque se dio cuenta de que perdería la próxima elección. Y creo que aquí es donde se ve por primera vez la incompatibilidad de estas políticas de libre mercado con una democracia, con la paz, porque cuando Nixon fue elegido, Friedman fue introducido como asesor – contrató a todo un grupo de economistas de la Escuela de Chicago. Y Milton Friedman escribe en sus memorias que pensó que por fin había llegado su hora. Los trajeron desde los márgenes, y esta especie de grupo revolucionario de contrarrevolucionarios iba finalmente a desmantelar el Estado de bienestar en EE.UU. Y lo que sucedió en realidad es que Nixon, miró alrededor, consideró los sondeos y se dio cuenta de que si hacía lo que aconsejaba Milton Friedman, perdería con seguridad la próxima elección. Y por lo tanto, hizo lo peor posible, según la Escuela de Chicago: imponer controles de salarios y precios.

Y la ironía es que dos figuras clave de la Escuela de Chicago, Donald Rumsfeld, que había estudiado con Friedman como una especie de – supongo que en cierto modo fue como oyente a sus cursos; no estuvo matriculado como estudiante, pero describe su período como estudio a los pies de genios, y se describe como “joven cachorro” en la Universidad de Chicago – y George Shultz fueron las dos personas que impusieron controles de salarios y precios bajo Nixon y cuando Nixon declaró: “Ahora somos todos keynesianos.” Así que para Friedman esto constituyó una terrible traición, y también lo hizo pensar en que tal vez no se podía imponer esas políticas en una democracia. Y Nixon dijo genialmente: “Ahora somos todos keynesianos,” pero la pega es que no impuso esas políticas en el interior del país, porque le habrían costado la próxima elección, y Nixon fue reelegido con un margen de un 60% después de imponer controles de salarios y precios. Pero desató a la Escuela sobre Latinoamérica y convirtió a Chile, bajo Augusto Pinochet, en un laboratorio para esas ideas radicales, que no eran compatibles con la democracia en EE.UU. pero infinitamente posibles bajo una dictadura en Latinoamérica.

A. G: Explique lo que ocurrió en Chile.

N. K: Bueno, creo que los televidentes y auditores de Democracy Now! conocen ese capítulo en la historia, que fue que después de la elección de Salvador Allende, la elección de un socialista democrático, en 1970, hubo un complot para derrocarle. Nixon dijo genialmente: “Que la economía grite.” Y el complot tuvo numerosos elementos, un embargo, etc. y finalmente el apoyo para el golpe de Pinochet el 11 de septiembre de 1973. Y escuchamos hablar a menudo de los Chicago Boys en Chile, pero no escuchamos tantos detalles sobre quiénes fueron en realidad.

Y por lo tanto, lo que hago en el libro es volver a contar ese capítulo de la historia, pero, para mí, la agenda económica del gobierno de Pinochet es mucho más frente y centro, porque pienso que conocemos los abusos de los derechos humanos, sabemos las redadas realizadas por Pinochet, cómo llevó a la gente a los estadios, las ejecuciones sumarias, la tortura. Sabemos algo menos sobre el programa económico que impuso en la ventana de oportunidad que le brindó el choque de ese golpe. Y es donde encaja en la tesis de la doctrina del choque.

Pienso que si se observa a Chile – y por eso pasé un buen tiempo en el libro observándolo y examinándolo – vemos a Iraq. Vemos a Iraq actual. Vemos tantas similitudes entre la intersección de una crisis manufacturada y la imposición posterior inmediata de una terapia de choque económico radical. De modo que pienso en la especie de paralelos entre el período de Paul Bremer en Iraq, cuando fue a Bagdad mientras la ciudad todavía ardía y simplemente – ya sabe, llegué al programa en la época hablando de como había desgarrado toda la arquitectura económica del país y la había convertido en este laboratorio de las políticas de libre mercado más radicales posibles.

Bueno, en Chile, el 11 de septiembre de 1973, mientras los tanques rodaban por las calles de Santiago, mientras el palacio presidencial ardía y Salvador Allende yacía muerto, hubo un grupo de así llamados “Chicago Boys,” que eran economistas chilenos que habían sido llevados a la Universidad de Chicago para estudiar con una beca total del gobierno de EE.UU. como parte de una estrategia deliberada para tratar de orientar hacia la derecha a Latinoamérica, después de que se había ido tan lejos hacia la izquierda. Fue un programa muy ideológico financiado por el gobierno de EE.UU., parte de lo que el ex ministro de exteriores de Chile llama “un proyecto de transferencia ideológica deliberada,” es decir, llevar a esos estudiantes a esa escuela muy extrema en la Universidad de Chicago e indoctrinarlos en un tipo de economía que era marginal en EE.UU. en la época y luego enviarlos a casa como guerreros ideológicos.

De modo que este grupo de economistas, que habían fracasado en el intento de ganar a los chilenos para sus puntos de vista cuando sólo formaban parte de un debate abierto, se quedaron en vela toda esa noche, el 11 de septiembre de 1973, y fotocopiaron un documento llamado “el ladrillo.” Es conocido como “El Ladrillo.” Y lo que era, era el programa económico para el gobierno de Pinochet. Y tiene esas sorprendentes similitudes, Amy, con la estrategia electoral de George Bush en 2000 – la plataforma electoral. Habla de una sociedad de propiedad, de la privatización de la Seguridad Social, de escuelas por contrato, impuesto de tipo único. Todo esto proviene directamente del guión de Milton Friedman. El documento estuvo en el escritorio de los generales el 12 de septiembre, cuando llegaron al trabajo el día después del golpe, y fue el programa para el gobierno de Pinochet.

Así que lo que hago en el libro es decir que estas dos cosas no constituyen una coincidencia. Cuando Pinochet murió – también murió – poco antes que Milton Friedman – escuchamos – o, en realidad, murió poco después de Milton Friedman – escuchamos esta narrativa en sitios como el Washington Post y el Wall Street Journal, que decía: “Por cierto, desaprobamos sus violaciones de los derechos humanos,” y hacía como si hicieran gestos de desaprobación ante las atrocidades que sabemos en Chile, “pero en la economía fue sensacional,” como si no hubiera conexión entre la revolución de libre mercado que pudo imponer y las extraordinarias violaciones de los derechos humanos que tuvieron lugar al mismo tiempo. Y lo que hago en el libro, y lo que hacen muchos latinoamericanos en su trabajo, es conectar evidentemente las dos cosas y decir que habría sido imposible imponer este programa económico sin la extraordinaria represión y la demolición de la democracia.

A. G: Hablemos del choque en el sentido de la tortura. Es donde usted comienza diciendo: “Vacío es hermoso.” Háblenos de eso.

N. K: Bueno, comienzo el libro estudiando dos laboratorios para la doctrina del choque. Como dije anteriormente, considero diferentes formas de choque. Uno es el choque económico, y el otro es el choque corporal, los choques a la gente. Y no van siempre juntos, pero lo han estado en las coyunturas cruciales. Es el choque de la tortura.

Así que uno de los laboratorios para esta doctrina fue la Universidad de Chicago en los años cincuenta, cuando todos esos economistas latinoamericanos fueron entrenados para convertirse en terapeutas del choque económico. Otro – y no se trata de una especie de grandiosa conspiración, de que todo haya sido planificado, pero hubo otra escuela, que sirvió como una especie diferente de laboratorio del choque, que fue la Universidad McGill en los años cincuenta. La Universidad McGill fue el zona cero para los experimentos que la CIA financió para comprender cómo – básicamente cómo torturar.

Quiero decir, fue llamado “control de la mente” en la época o “lavado de cerebros” en la época, pero ahora comprendemos, gracias al trabajo de gente como Alfred McCoy, quien ha estado invitado en su programa, que lo que investigaban realmente en los años cincuenta bajo el programa MK-ULTRA, cuando hubo esos experimentos en electrochoques extremos, LSD, PCP, extrema privación sensorial, sobrecarga sensorial, que lo que realmente se desarrollaba era el manual que ahora podemos ver utilizado en Guantánamo y Abu Ghraib. Es un manual para deshacer personalidades, para la regresión total de personalidades, y la creación de esa ventana de oportunidad en la que las personas son muy sugestionables, como vimos en la película. Así que McGill, en parte porque creo que la CIA consideraba que era más fácil realizar esos experimentos fuera de EE.UU. –

A. G: McGill en Montreal.

N.K: McGill en Montreal. En aquel entonces, el jefe de psiquiatría era un individuo llamado Ewen Cameron. En realidad se trataba de un ciudadano estadounidense. Fue anteriormente jefe de la Asociación Psiquiátrica Estadounidense, lo que creo que es bastante relevante en cuanto a los debates que tienen lugar ahora mismo sobre las complicidades en la profesión psiquiátrica con las actuales técnicas de interrogatorio. Ewen Cameron era jefe de la Asociación Psiquiátrica Estadounidense. Fue a McGill para ser jefe de psiquiatría y para dirigir un hospital llamado el Allan Memorial Hospital, que era un hospital psiquiátrico.

Recibió financiamiento de la CIA, y convirtió el Allan Memorial Hospital en su laboratorio extraordinario para lo que ahora consideramos técnicas alternativas de interrogatorio. Dosificó a sus pacientes con esos extraños cócteles de drogas, como LSD y PCP. Los hizo dormir, en una especie de estado comatoso hasta durante un mes. Puso a algunos de sus pacientes en una privación sensorial extrema, y la intención era que perdieran la idea del tiempo y el espacio.

Y lo que creía Ewen Cameron, o por lo menos lo que decía que creía, era que toda enfermedad mental es aprendida más tarde en la vida, que esos eran patrones que se establecían más adelante en la vida. Era un psicólogo conductual. Y así, en lugar de llegar a la raíz de esos problemas y de tratar de comprenderlos, creía que la manera de tratar la enfermedad mental era tomar a pacientes adultos y reducirlos a un estado infantil. Y es un hecho bien conocido – y era bien conocido en la época – que uno de los efectos colaterales de la terapia de electrochoque era la pérdida de la memoria. Y esto era algo que era considerado, realmente, como un problema por la mayoría de los doctores, porque los pacientes eran tratados, pueden haber informado sobre algunos resultados positivos, pero olvidaban toda clase de cosas sobre su vida. Ewen Cameron estudió esta investigación y pensó: “¡Ajá!, esto es bueno,” porque creía que eran los patrones que eran establecidos más adelante en la vida, que si podía hacer volver a los pacientes a un estado infantil, antes de que incluso poseyeran el lenguaje, antes de que supieran quienes eran, entonces esencialmente podía volver a criarlos, y entonces podría convertirlos en personas sanas. Así que ésta es la idea que atrajo la atención de la CIA, esta idea de inducir deliberadamente una regresión extrema.

A.G: Hable de la mujer a la que visitó en la casa de reposo, que había pasado por esto.

N.K: Sí. Comienzo el libro con el perfil de una mujer llamada Gail Kastner. Gail Kastner fue una de las pacientes de Ewen Cameron. Y leí sobre ella porque demandó con éxito al gobierno canadiense, que también financió a Ewen Cameron. Leí sobre su proceso, que acababa de lograr una importante victoria: recibió una indemnización porque había sido utilizada como conejillo de Indias en esos experimentos sin su conocimiento.

Así que la llamé, en realidad obtuve su número de la guía telefónica. Y primero se mostró extremadamente reticente de hablar. Dijo que odiaba a los periodistas, y que le era muy difícil hablar al respecto, porque volvería a vivir todas esas experiencias. Y yo dije, bueno – ella dijo: “¿De qué quiere que hable?” Y yo dije: “Bueno, acabo de volver de Iraq” y fue en 2004 – “y siento como que algo le ha sido hecho a usted, la filosofía de lo que le hicieron a usted, tiene algo que ver con lo que vi en Iraq, que fue ese deseo de dejar en blanco a un país y volver a comenzar de cero. E incluso pienso que algo de lo que vemos en Guantánamo con ese intento de imponer una regresión a los prisioneros mediante la privación sensorial y rehacerlos se relaciona también con lo que le sucedió a usted.” Y hubo una larga pausa. Y dijo: “Bueno, venga a verme.”

Así que volé a Montreal, y pasamos el día hablando, y compartió su historia conmigo. Habla de sus sueños eléctricos, es decir, no posee muchos recuerdos de lo que le sucedió en este período, porque sufrió un choque tan extraordinario y borró su memoria. Regresó al punto en el que chupaba su pulgar, orinaba en el suelo, no sabía quién era, y no tenía ningún recuerdo de eso, ningún recuerdo de que hubiera sido hospitalizada. Sólo se dio cuenta, creo, veinte años después, cuando leyó un artículo sobre un grupo de otros pacientes que habían demandado exitosamente a la CIA. Y extrajo unas pocas líneas en los artículos de la prensa – regresión, pérdida de lenguaje – y pensó: “Un momento, esto me suena como si fuera yo. Me suena como lo que he oído decir sobre mi persona.” Y así, fue y consultó a su familia: “¿Estuve alguna vez en el Allan Memorial Hospital?” Y primero lo negaron, y luego lo admitieron. Pidió su archivo, y leyó que, sí, había sido admitida por el doctor Ewen Cameron, y vio todos esos tratamientos extraordinarios a los que había sido sometida.

A.G: Usted habló de Chile, hablemos de Iraq, de la privatización de la guerra en Iraq.

Hoy tenemos esta noticia urgente de Iraq. El gobierno iraquí dice que anula la licencia de la compañía de seguridad estadounidense Blackwater por su participación en un tiroteo fatal en Bagdad el domingo. El portavoz del Ministerio del Interior, Abdul-Karim Khalaf, dijo que ocho civiles fueron muertos y trece heridos, cuando contratistas de seguridad, que se cree trabajan para Blackwater EE.UU. abrieron fuego en un vecindario predominantemente suní en el oeste de Bagdad. Khalaf dijo: “Hemos anulado la licencia de Blackwater y les impedimos que trabajen en todo el territorio iraquí. También pasaremos a los involucrados a las autoridades judiciales iraquíes.” No quedó en claro de inmediato si la medida contra Blackwater va a ser temporal o permanente. Naomi Klein, siga de ahí.

N. K: Bueno, es una noticia extraordinaria. Quiero decir, es realmente la primera vez que una de esas firmas mercenarias puede ser realmente considerada responsable. Sabe, como ha escrito Jeremy Scahill en su increíble libro “Blackwater: The Rise of the [World's] Most Powerful Mercenary Army,” el verdadero problema es que no ha habido procesamientos. Esas compañías trabajan en esa zona absolutamente gris y, o son boy scouts y nada ha ido mal, lo que no corresponde en nada a lo que sabemos sobre la forma como se comportan en Iraq y al tipo de vídeos que hemos visto en línea sobre sus ejercicios de tiro contra civiles iraquíes, o la ilegalidad y la inmunidad con la que trabajan las han protegido. Así que si esto significa – si el gobierno iraquí realmente va a expulsar a Blackwater de Iraq, podría ser realmente un hito en cuanto a someter a esas compañías a la ley y cuestionar toda la premisa de por qué se ha permitido que tenga lugar este nivel de privatización y de ilegalidad.
Pero, sabe, mencioné que Donald Rumsfeld fue estudiante de Milton Friedman en los años sesenta, realmente, y el hecho sobre Donald Rumsfeld es que realmente fue más allá que su mentor, porque Milton Friedman, como dije anteriormente, creía que el único papel aceptable para el gobierno, era el mantenimiento del orden, eran las fuerzas armadas. Es lo único que pensaba realmente que debía hacer el gobierno; todo lo demás debía ser privatizado. Donald Rumsfeld estudió con Friedman, lo vio como un mentor, celebraba su cumpleaños con él todos los años, pero realmente llevó el asunto un paso más lejos, porque Rumsfeld creía que, realmente, el trabajo de mantenimiento del orden y del combate en la guerra también podía ser privatizado y subcontratado. Y lo dejó bien claro.

Esta fue realmente su misión de transformación, que pienso que no es comprendida realmente, lo radical que fue. Sabe, escuchamos esta frase, y escuchamos a Bush elogiando a Rumsfeld por su visión radical de la transformación de las fuerzas armadas, y todo es esa especie de clichés que son difíciles de comprender, pero si miramos lo que fue el historial de Rumsfeld, fue que – sabe, escribo en el libro que lo que realmente hizo – se trata de alguien quien, después que dejó el gobierno de Ford, pasó un par de decenios trabajando en los negocios y realmente se consideraba un hombre de la nueva economía.

Y, es algo en lo que pienso que la investigación que hice para “No Logo” realmente se entrecruza con esta etapa del capitalismo del desastre en el que estamos ahora mismo, porque Rumsfeld aprovechó la revolución en la percepción de marcas de los años noventa, en la proyección de marcas corporativos, en la que – y de eso es lo que escribí en “No Logo,” en la que estaban todas esas compañías que solían producir productos y anunciaron con gran fanfarria que ya no producen productos, producen marcas, producen imágenes, y pueden dejar que otros, algo como contratistas inferiores, hagan el trabajo sucio de fabricar realmente cosas. Y esa fue la especie de revolución en la subcontratación, y ése fue el paradigma de la corporación hueca.

Rumsfeld proviene en mucho de esa tradición. Y cuando se estableció como Secretario de Defensa, llegó como lo hace un nuevo director general de la nueva economía que va a realizar una de esas reestructuraciones radicales. Pero lo que hizo fue tomar esa filosofía de esta revolución en el mundo corporativo y aplicarla a las fuerzas armadas. Y lo que supervisó fue el ahuecamiento de las fuerzas armadas estadounidenses, en el que esencialmente el papel del ejército es crear la percepción de marca, es mercadear, es proyectar la imagen de fuerza y dominación en el globo – pero subcontratando cada función, de la atención sanitaria – suministrando la atención sanitaria a los soldados – a la construcción de bases militares, que ya estaba ocurriendo durante el gobierno de Clinton, al papel extraordinario que Blackwater ha jugado y compañías como DynCorp, que – como sabe, como ha informado Jeremy, participan realmente en combates.

A.G: Y, en realidad, Blackwater que trabaja con soldados de Pinochet, pero en Iraq.

N. K: Sí, y quiero decir, esto es – vemos esas capas de continuidad. Quiero decir, Paul Bremer fue asesor de Kissinger durante el gobierno de Nixon cuando el apoyo para Pinochet fue tan fuerte. Así que existen todas esas capas de continuidad histórica. Y por eso, supongo, mi motivación para escribir el libro fue – no ha habido responsabilización por esos crímenes. Y en Latinoamérica, ha habido comisiones de la verdad, ha habido juicios. Los que estuvieron al centro de esta transformación muy violenta, mucho de ellos han sido realmente responsabilizados. No todos, pero muchos de ellos han sido realmente responsabilizados, si no en los tribunales, por lo menos ciertamente en una profunda e importante discusión pública de verdad y reconciliación. Pero en este país, eso nunca ocurrió, a pesar de que ha habido mucha información maravillosa de investigación. Y porque nunca ha habido alguna responsabilización, los mismos actores siguen realmente haciendo lo mismo ahora.

A. G: Hable, Naomi Klein, sobre la destrucción de Iraq. Hable sobre “Choque y Pavor,” la terapia económica de choque de Paul Bremer, el choque de la tortura, así como la fusión de todas estas cosas en Iraq.

N. K: Sí, bueno, como dijera, en Chile vemos esta fórmula de triple choque y de tortura como imposición de estas políticas. Y pienso que vemos la misma fórmula de triple choque en Iraq. El primero fue la invasión, la invasión militar de choque-y-pavor de Iraq. Y si se lee el manual, el manual militar que explicó la teoría de choque-y-pavor – mucha gente piensa en el tema sólo como si se tratara de un montón de bombas, un montón de misiles, pero es realmente una doctrina psicológica, que en sí es un crimen de guerra, porque dice muy brutalmente que durante la primera Guerra del Golfo el objetivo fue atacar la infraestructura militar de Sadam; pero bajo una campaña de choque-y-pavor, el objetivo es la sociedad a escala mayor. Es una cita de la doctrina de choque-y-pavor.

Ahora, el ataque de sociedades a escala mayor es castigo colectivo, lo que constituye un crimen de guerra. No está permitido que los ejércitos ataquen a las sociedades a escala mayor; sólo está permitido que ataquen a los ejércitos. Así que esta fue – la doctrina es de verdad bastante sorprendente, porque habla de – habla de privación sensorial a escala masiva. Habla de cegar, de cortar los sentidos, a toda una población. Y lo vimos durante la invasión, el apagón de las luces, el corte de toda comunicación, el enmudecimiento de los teléfonos, y luego los saqueos, que no creo realmente que hayan formado parte de la estrategia, pero imagino que no hacer nada sí formó de alguna manera parte de la estrategia porque, por cierto, sabemos que hubo toda clase de advertencias de que había que proteger los museos y las bibliotecas y no se hizo nada. Y luego tenemos la famosa declaración de Donald Rumsfeld cuando fue confrontado con este hecho: “Cosas pasan.”

Así que, fue, pienso – fue esta idea porque el objetivo era, usando la famosa frase del columnista del New York Times, Thomas Friedman, no construir la nación, sino “crear la nación,” que es una idea extraordinariamente violenta, si uno se detiene y piensa en lo que significa crear una nación en una nación que ya existe, algo tiene que suceder a la nación que ya estaba allí, y hablamos de una cultura tan antigua como la civilización en sí. De modo que pienso que porque esta fue su idea de que partiríamos de cero y esta idea que es a menudo descrita en los medios de EE.UU. como idealista, de querer construir una nación modelo en el corazón del mundo árabe que se extendería a los países vecinos y llevaría a una apertura, esta idea de construir una nación modelo es – tiene toda clase de ecos coloniales. Realmente no puede ser hecho sin algún tipo de limpieza. Y por lo tanto, pienso que la facilidad, el nivel de acomodamiento con los saqueos, con la borradura de la historia iraquí, tienen que ser vistos con la visión de: Bueno, recomenzamos de cero. Así que todo lo que ya está allí constituye sólo un obstáculo. Así que lo cargamos en camiones y lo vendemos en Siria y Jordania, lo que de alguna manera facilita la tarea. Y por lo tanto, creo que vimos lo mismo a muchos, muchos niveles.

A.G: Naomi Klein, ¿cómo encaja Abu Ghraib en este cuadro?

N. K: Bueno, cito a Richard Armitage en el libro, diciendo que la teoría, que la teoría operativa en Iraq fue que los iraquíes quedarían tan desorientados por la guerra y por la caída de Sadam que serían fácilmente llevados del punto A al punto B. Ahora, como sabemos, no fue así. Y cuando Paul Bremer – cuando llegó Paul Bremer e hizo su cirugía radical del país, despidió a todo el servicio público iraquí – a gran parte de la administración iraquí, así como al ejército; declaró que abría a Iraq a los negocios, las importaciones baratas inundaron el país, las empresas iraquíes no pudieron competir. Ese primer verano, hubo una inmensa protesta pacífica ante la Zona Verde, y quedó en claro que simplemente no iba a ser posible llevar a los iraquíes del punto A al punto B.

Y después de eso, cuando apareció la primera resistencia armada en Iraq, la guerra fue llevada a las prisiones. Y esto también recuerda la visión de Donald Rumsfeld de ser esta especie de Secretario de Defensa director-general, porque, desde luego, como cualquier director general, escatimó personal para la guerra. Y no estaba en la posición, o la fuerza de ocupación estadounidense no estaba en posición, para encarar este dramático error de cálculo y esta especie de fantasía de que los iraquíes simplemente se comportarían y aceptarían esa terapia de choque económico y este – realmente este saqueo de su país. Así que cuando los iraquíes comenzaron a resistir, la represión de esa resistencia no pudo tener lugar en las calles, porque simplemente faltaba el poder personal.

Así que hicieron redadas de personas y las llevaron a las cárceles, y utilizaron la tortura, como fue utilizada en Latinoamérica, para enviar un mensaje a todo el país. Y la tortura es siempre – es tanto privada y pública al mismo tiempo. Y esto vale no importa quién la esté utilizando, el que para que la tortura funcione como un instrumento del terror estatal, no tiene que ver sólo con lo que sucede entre un interrogador y un prisionero; se trata también de enviar un mensaje a la sociedad en general: esto es lo os sucederá si os apartáis de la línea. Y creo que la tortura fue utilizada por la ocupación de EE.UU. de esa manera, no sólo para obtener información, sino como una advertencia al país.

A. G: Naomi, Quiero terminar esta parte de nuestra conversación realizando un viaje a la inversa. El presidente Bush acaba de ir del Bayou, de Nueva Orleans, a Bagdad. Volvamos atrás. Tanto usted como yo acabamos de estar en Nueva Orleans. También la vi hace dos años en Nueva Orleans, justo después del huracán. Coloque en este marco a Katrina y la reacción de EE.UU. ante el ahogamiento de la ciudad estadounidense.

N. K: Bueno, Nueva Orleans es un ejemplo clásico de lo que llamo la doctrina del choque o capitalismo del desastre, porque hubo ese primer choque, que fue el ahogamiento de la ciudad. Y como sabe, ya que acaba de volver de Nueva Orleans, no fue – no fue un desastre natural. Y la gran ironía del caso es que realmente fue un desastre de esta misma ideología de la que estamos hablando, el abandono sistemático de la esfera pública.

Y pienso, que cada vez vamos a ver esto, cuando hay veinticinco años de continuo abandono de la infraestructura pública, y el esqueleto del Estado – el sistema de transporte, las carreteras, los diques – son débiles y frágiles. Y la Sociedad Estadounidense de Ingenieros Civiles ha calculado que poner en condiciones el esqueleto del Estado costaría 1,5 billones de dólares, porque está tan debilitado: los puentes, las carreteras y los diques.

Y por lo tanto, lo que tenemos es una especie de tormenta perfecta, en la que el debilitado Estado frágil se entrecruza con un clima cada vez más peor, el que diría que también forma parte de este mismo frenesí ideológico en busca de beneficios a corto plazo y crecimiento a corto plazo. Y cuando estos dos entran en colisión, viene un desastre. Y es lo que ocurrió en Nueva Orleans. Los diques frágiles se entrecruzan con el mal tiempo, aunque ni siquiera fue tan malo. El huracán de Categoría Cinco no llegó realmente al lugar.

Y pienso que, haciendo una digresión, ya que estamos en Nueva York, que otro ejemplo verdaderamente poderoso de lo que pasó exactamente este verano cuando las estaciones de metro se inundaron fue – todos se horrorizaron, porque no llovió tanto. Pero la infraestructura estaba tan debilitada por el continuo abandono. Y ¿cuál fue el titular en el New York Sun? “Vendan los metros.”

Primero se debilita la ideología, crea el desastre, y luego éste es utilizado como excusa para terminar la tarea, para privatizarlo todo, y es lo que sucedió en Nueva Orleans. Inmediatamente después que la ciudad se inundó, hubo esa campaña ideológica, la zona cero de la cual fue la Heritage Foundation en Washington, que siempre ha sido, supongo, el motor más poderoso por esta visión radical de libre mercado: es una tragedia, pero también es una oportunidad para rehacer por completo el Estado, es decir eliminarlo, como una explosión de escuelas por contrato – las escuelas públicas no fueron reabiertas. Fueron convertidas en escuelas por contrato. El hospital público, como el Charity Hospital, sigue cerrado con tablas. La vivienda pública – y es el ejemplo más dramático – esa horrible cita de un portavoz republicano: “No pudimos eliminar los proyectos de vivienda, pero Dios lo hizo diez días después de la ruptura de los diques.” Es lo que quiero decir con la doctrina del choque, esa idea de aprovechar un desastre para imponer una privatización radical.
A.G: Naomi, al terminar esta hora, ¿qué es lo que la horrorizó más al investigar la doctrina del choque?

N.K: Me horrorizó que hay por ahí una reserva de literatura, que yo no sabía que existía, donde los economistas la admiten. Y es lo que supongo que es lo que más me excita en el libro es la cantidad de citas que tengo de propugnadores a muy alto nivel de la economía de libre mercado, todos desde Milton Friedman a John Williamson, quien es el hombre que acuñó la frase “el Consenso de Washington,” admitiendo entre ellos, no en público, sino entre ellos, en algo como documentos tecnocráticos, que nunca han podido imponer una cirugía radical de libre mercado si no hay una crisis en gran escala, es decir que la misma gente que propugna que el mito central de nuestra época, que la democracia y el capitalismo van mano en mano, sabe que se trata de una mentira, y lo admite por escrito.





Amy Goodman. Nació el 13 de abril de 1957 en New York, Estados Unidos. Periodista y escritora. Conductora del programa Democracy Now! (Democracia Ahora!).

Naomi Klein es una de las plumas periodísticas e investigadoras más influyentes en el movimiento opositor a la globalización, nacida en Montreal (Canadá) en 1970. Es economista política, periodista y escritora. Caracterizada por su trabajo independiente en los medios periodísticos, colaboró como columnista para los periódicos como el The Guardian de Londres y The Globe and Mail de Toronto. Es la autora de No Logo: Taking Aim at the Brand Bullies.




La madre de todas las fuerzas

Naomi Klein

Hay una escena notable en Fahrenheit 9/11 en que Lila Lipscomb, madre del sargento Michael Pedersen, habla con un activista contra la guerra frente a la Casa Blanca sobre la muerte de su hijo de 26 años en Iraq. Una transeúnte partidaria de la guerra se siente molesta por lo que oye y dice dos veces: "Es un montaje". A continuación pregunta insistentemente a Lipscomb: "¿Dónde lo mataron?".

Lipscomb se vuelve hacia la mujer y con la voz temblando de rabia, exclama: "Mi hijo no es un decorado. Lo mataron en Karbala". Más adelante, una Lipscomb destrozaba gime: "Necesito a mi hijo".


Viéndola rota por el dolor, recordé a otras madres que han llevado la pérdida de sus hijos hasta la sede del poder y que han cambiado el destino de las guerras.

Durante la guerra sucia de Argentina, un grupo de mujeres cuyos hijos habían sido desaparecidos por el régimen militar se reunía todos los jueves delante del palacio presidencial de Buenos Aires. En una época en que cualquier protesta pública estaba prohibida, caminaban silenciosamente en círculo, llevando pañuelos blancos y fotografías de sus hijos desaparecidos.

Las Madres de la Plaza de Mayo revolucionaron el activismo en favor de los derechos humanos transformando el dolor materno, que de motivo de lástima se convirtió en una imparable fuerza política. Los generales no podían atacar a las madres abiertamente, de modo que lanzaron brutales operaciones encubiertas contra su organización. Sin embargo, ellas no dejaron de manifestarse y desempeñaron un significativo papel en la caída de la dictadura.

A diferencia de las Madres de la Plaza de Mayo, que se manifestaban juntas todas las semanas (y lo siguen haciendo hasta hoy), en Fahrenheit 9/11, Lipscomb dirige sola su rabia contra la Casa Blanca. A pesar de ello, Lipscomb no está sola. Otros padres estadounidenses y británicos cuyos hijos han muerto en Iraq también actúan para condenar a sus gobiernos y su indignación moral podría contribuir a poner fin al conflicto militar que hace estragos en Iraq.

Hace unas semanas, Nadia McCaffrey, residente en California, desafió al Gobierno de George W. Bush invitando a los medios de comunicación a que fotografiaran la llegada del ataúd de su hijo. La Casa Blanca ha prohibido fotografiar la llegada de ataúdes cubiertos con banderas a las bases de las fuerzas aéreas, sin embargo, los restos de Patrick McCaffrey, especialista de la Guardia Nacional, fueron enviados al aeropuerto internacional de Sacramento y la madre pudo invitar a los fotógrafos. "No me importa lo que quiera", declaró McCaffrey a un periódico local. "Basta ya de guerra".

Mientras el cuerpo de Patrick McCaffrey volvía a California, otro soldado moría en Iraq: Gordon Gentle, 19 años, de los reales fusileros de las Highland de Glasgow, Escocia. Nada más saber la noticia, su madre, Rose Gentle, culpó al Gobierno de Tony Blair: "Mi hijo sólo era para ellos un pedazo de carne, sólo un número. Esta guerra no es la nuestra. Mi hijo ha muerto en su guerra por el petróleo".

Y justo mientras Gentle pronunciaba estas palabras, resultaba que Michael Berg, cuyo hijo, Nicholas Berg, había muerto en Iraq en mayo, estaba de visita en Londres para hablar en una concentración contra la guerra. Desde la decapitación de su hijo de 26 años, que había trabajado como contratista en Iraq, Michael Berg no ha dejado de insistir: "Nicholas Berg murió por los pecados de George W. Bush y Donald Rumsfeld".

Preguntado por un periodista australiano acerca de si declaraciones enérgicas como ésas "hacen que la guerra parezca infructuosa", Berg contestó: "El único fruto de la guerra es la muerte, el pesar y el dolor. No hay otro fruto".

Da la impresión de que esos padres han perdido algo más que unos hijos, que también han perdido el miedo, lo cual les permite hablar con claridad y fuerza. Esta actitud representa un peligroso desafío para el Gobierno de Bush, que gusta de reivindicar el monopolio de la claridad moral. Se supone que las víctimas de la guerra y sus familias no deben interpretar para sí su dolor, que deben dejar eso a las banderas, los lazos, las medallas y las tres salvas de honor.

Se supone que padres y cónyuges deben aceptar las terribles pérdidas con estoico patriotismo, sin preguntar nunca si habría sido posible evitar una muerte, sin poner en duda el modo en que son utilizados sus seres queridos para justificar nuevos muertos.

En el funeral militar de McCaffrey celebrado hace unas semanas, Paul Harris, capellán del 579.º batallón de Ingenieros, dijo a los congregados: "Patrick estaba haciendo algo bueno, correcto y noble... Hay miles, no, millones de iraquíes agradecidos por su sacrificio". Sin embargo, Nadia McCaffrey opina de otro modo e insiste en transmitir los sentimientos de profunda decepción de su propio hijo desde más allá de la tumba. "Estaba muy avergonzado con el escándalo de las vejaciones a los prisioneros", declaró a The Independent. "Decía que no teníamos nada que hacer en Iraq y que no teníamos que estar ahí."

Libre de los censores militares que impiden que los soldados digan lo que piensan mientras están vivos, Lipscomb también ha compartido las dudas de su hijo sobre su trabajo en Iraq.

En Fahrenheit 9/11, lee una carta de Michael Pedersen. "Qué demonios pasa con George, que intenta ser como su padre, Bush. Nos ha metido en esto para nada. Ahora mismo estoy furioso, mamá".

La furia es una respuesta de lo más apropiada a un sistema que envía jóvenes a matar a otros jóvenes en una guerra que nunca habría debido declararse. Con todo, la derecha estadounidense siempre intenta patologizar la rabia como algo amenazador y anormal, tildando a los detractores de la guerra de rencorosos y, la última injuria, de irracionales.

Se trata de algo mucho más difícil de hacer cuando las víctimas de las guerras empiezan a hablar por sí mismas: nadie pone en duda la mirada irracional de una madre o un padre que acaba de perder a un hijo o una hija, ni la furia de un soldado que sabe que se le está pidiendo que mate y muera inútilmente.

Muchos iraquíes que han perdido a sus seres queridos a causa de la agresión extranjera han respondido resistiendo a la ocupación. Y las víctimas empiezan ahora a organizarse en el seno de los países que libran la guerra.

Primero fue la organización September 11th Families for Peaceful Tomorrow (familias del 11-S por un mañana pacífico), que denuncia cualquier intento por parte del Gobierno de Bush de utilizar las muertes de sus familiares en el World Trade Center para justificar nuevas muertes de civiles.

Military Families Speak Out (familias de militares sin miedo a hablar) ha enviado delegaciones de veteranos y padres de soldados a Iraq, mientras que Nadia McCaffrey proyecta crear una organización de madres que han perdido a sus hijos en ese país.

Las elecciones estadounidenses siempre parecen depender de algún grupo demográfico parental: la última vez fueron las madres del fútbol (mujeres blancas, casadas y con hijos, habitantes de barrios residenciales), esta vez se supone que son los padres Nascar (padres blancos de clase trabajadora). Sin embargo, hace unos domingos, Dale Earnhardt, campeón de las carreras de coches Nascar, dijo que había ido con sus amigos a ver la película Fahrenheit 9/11 y que "merece la pena verla en tanto que estadounidense".

Parece como si hubiera otro grupo demográfico que puede decantar estas elecciones: ni las madres del fútbol ni los padres Nascar, sino los padres de las víctimas de la guerra. No son lo bastante numerosos para cambiar el resultado en los estados decisivos, pero podrían cambiar algo más poderoso: el corazón y la mente de los estadounidenses.

NAOMI KLEIN, PERIODISTA Y AUTORA DE ‘NO LOGO’ Y ‘VALLAS Y VENTANAS’. Conferenciante en Harvard, Yale y la London School of Economics.

© 2004 Naomi Klein.

Distribuido por The New York Times Syndicate.

Traducción: Juan Gabriel López Guix.