Por Norma Giarracca y Miguel Teubal *
Asistimos en estas semanas, como pocas veces en los últimos años, a un debate parlamentario intenso, y el fin de semana pasado pudimos seguir las distintas posiciones acerca de la ley sobre retenciones y los sólidos fundamentos de votos a favor o en contra. Se podrá sostener que hubo intercambios de favores para conseguirlos, pero es normal en una democracia y, más que eso, lo que debe remarcarse es que no hubo la mínima sospecha de “compra” de votos como en otras épocas. No obstante, el Congreso nacional de esta joven democracia se muestra enmarcado en un sistema de representación política, núcleo de la democracia liberal, tan en crisis como la misma “modernidad” que le dio cobijo.
Como suele decir Boaventura de Sousa Santos, vivimos épocas de transiciones, de pasajes tanto societales como epistemológicos. Esa magnífica ingeniería social que denominamos “modernidad” durante el siglo XX fue perdiendo sus dispositivos teóricos y políticos emancipadores y quedándose con la pura regulación o control social. En estos tiempos de pasajes, de bisagra de la historia, los discursos tienden a vaciarse de sentido y cuentan más las imágenes, la sociedad del espectáculo, que aquellos efectos dramáticos de las palabras que visibilizan los pliegues ocultos de las relaciones económicas coloniales.
Pongamos un ejemplo: en otro frío julio, en 1935, un discurso del demócrata-progresista santafesino Lisandro de la Torre contuvo una fuerte acusación a los frigoríficos ingleses por burlar los impuestos de la Nación y denunció, además, una trama de corrupción que llegaba hasta el gobierno de Agustín P. Justo, sus ministros de Hacienda, Federico Pinedo, y Agricultura, Luis Duhau. Con sus palabras, Lisandro desató un drama político que terminaría con el asesinato de uno de sus discípulos para salvarle la vida en el acalorado discurso en el Senado, y con su propia vida unos años después. En este Congreso de los “tiempos líquidos”, Claudio Lozano formuló una denuncia tan fuerte como aquélla, que involucra un gran desfalco al Estado con supuestas complicidades gubernamentales. Su encendido discurso quedó sin efecto, se naturalizó, se siguió con la lista de oradores como si hubiese hablado de las retenciones escalonadas una vez más. No sabemos si esa denuncia es verdadera o falsa, pero estos tiempos la tornaron de tal débil densidad que quedó allí, flotando en las viejas paredes del Congreso. Si molestó alguno de los cuerpos o las conciencias de los legisladores, se la pudo alejar con un simple sacudón de cabeza o con la fuerte convicción de la “real politik” que comparten con muchos “intelectuales” de época.
La clave para acercar interrogantes a la nueva situación pos-Congreso se relaciona, justamente, con la denuncia de Lozano: ¿esta ley modifica el papel de “núcleo de poder” de las exportadoras en la cadena agroindustrial oleaginosa argentina; toca ese núcleo que subordina en su propia lógica los funcionamientos de los otros agentes del sistema? Y, podemos agregar, ¿qué pasa con los grandes “fondos de inversión” y sus extraordinarias ganancias que no tributan? Fondos de inversión que están formados en una proporción que aún no se conoce –no sale de los datos del CNA de 2002 sin cruzamientos especiales que no se han realizado– por propietarios de tierra y por arrendatarios de corto plazo; por los grandes estudios agronómicos cuyos miembros son en su mayoría portadores de apellidos de la vieja clase terrateniente, encargados de la operatoria productiva, y por quienes se contactan con los grupos de inversores, pequeños ahorristas pero también grandes capitales financieros. Son esos grupos que, como dijo la Presidenta, se dedican a la “timba financiera”, ahora de commodities. Entre los nuevos grupos sojeros fuertes del país siempre aparece una historia familiar con o sin linaje ligada a la agricultura (Los Grobos de Grobocopatel, La Redención de los Rodrigué, El Tejar de Alvarado). Se amasaron fortunas en muy pocos años acordes a los tiempos globalizados.
Volvamos a los núcleos de poder. Los grandes exportadores, aceiteras y cerealeras están lideradas por Cargill, Bunge Argentina, LCD Argentina, Aceitera General Deheza, Vicentin y Nidera. Son empresas que exportaron en 2007 por un total de 14 mil millones de dólares, 28,4 por ciento de las exportaciones totales del país. Son empresas que se encuentran entre las 10 principales exportadoras (acompañadas por YPFRepsol, Minera Alumbrera, Teneris Siderca). Las cerealeras son demandadas por el fisco por una presunta evasión de 650 millones de dólares; las aceiteras también, por 300 millones de retenciones no pagadas. La ley no toca a estos exportadores ni a los fondos de inversión. El debate en el Congreso sí tomó en consideración a medianos y pequeños productores, a través de un sistema de compensaciones. Se los orienta, de este modo, a la producción sojera en detrimento de los alimentos de los argentinos, contradiciendo los discursos oficiales.
En definitiva, esta ley no modifica el modelo del agronegocio. No obstante, si creemos que una política (im)posible se esconde en los márgenes de la sociedad, que circula en la defensa de nuestros recursos naturales, donde la tierra y los cerros mineros están en el centro de la escena, estos meses fueron importantes. Podemos vislumbrar un país que, con debate y sin confrontaciones violentas, llega al consenso sobre la necesidad de generar políticas para estos nuevos tiempos. Abre la posibilidad de batallar por los sentidos de esas nuevas “políticas”, a no suturar sin transformar nada. Esa posibilidad está aún abierta y tal vez debamos aprender con modestia que, para modificar la gramática del gran poder agroindustrial, aunque sea con tibias políticas reformistas, se requiere de muchos actores –los pequeños y medianos productores entre ellos– y de la generación de fuertes consensos.
* Giarracca es socióloga, profesora e investigadora del Instituto Gino Germani (UBA); Teubal es economista, investigador superior del Conicet.
Paradojas televisivas
Prácticas políticas y comunicación surgen emparentadas en el escenario público. La política se representa en los medios, en particular en la televisión. Todo en nombre de “la gente”. Los procesos sociales y políticos transitan por las pantallas, mientras surgen contradicciones prácticas, discursos ambigüos e imprecisos.
Por Beatriz Alem *
Intensificar la dramatización del conflicto. Instalarse en el lugar de la crítica. Pregonar el consenso. Podríamos decir que estas tres acciones marcaron el ritmo televisivo durante los días del conflicto entre el agro y el Gobierno. Una paradoja que sintetiza el ideal que divulga el medio: “Estamos con la gente”. Una imagen que se construye a partir de ciertos datos creados por los sondeos de opinión. En medio de tantas idas y venidas cierto flashback nos devuelve “algunos rasgos” de la escenificación del espacio público que transitó por la pantalla chica en la década de los ’90. Aquella que, en tiempos de crisis de los modos tradicionales de representación, centralizaba los efectos que producía la política en los programas de debate y de entretenimiento.
Una vez más la TV instala el tema en el hogar, en las oficinas, en los ámbitos por los cuales circulamos los ciudadanos que retomamos y discutimos los sucesos cotidianos. Pero esta vuelta responde a otras lógicas, entre ellas a la visibilidad que adquirieron –y no exactamente a partir del conflicto retenciones sí, retenciones no, sino desde la impronta que originó la misma crisis de representación– las nuevas formas de organización de la sociedad civil: la protesta. Una visibilidad que no siempre describe el mismo escenario ni el mismo modo de nominar a los actores que participan de la ella. En algunos casos se tratará del dato necesario que todo automovilista deberá tener en cuenta –tal como se ha descripto en revistas político/culturales– a la hora de circular por la ciudad (nos referimos, por si no lo recuerda, a los piqueteros que cortan avenidas), por otro, a quienes cortan rutas y reclaman “genuinos derechos”: ciudadanos-trabajadores (argentinos que engrandecen la patria). Es en relación con la articulación de la grilla de competencias que otorga el rating de los grandes campeonatos (de fútbol, de baile, de patinaje, etc.) que los noticieros intensifican la dramatización del conflicto campo-Gobierno (nos referimos a la excesiva exposición de las transmisiones en directo, a la voz de aquellos que tienen mayores niveles de confrontación, a las amenazas y a los empujones entre los grupos, etc). Y cuando tanto desmadre es imposible de soportar, entonces se pasa a la segunda fase: pongamos cierto orden. Para ello se necesita la palabra autorizada y la pantalla es el emisor/imagen privilegiado que cumple un rol de comentarista y crítico de la escena política: juzga a unos (por malos) y elogia a otros (por buenos), define el lugar desde donde se realizan las transmisiones (la/s plaza/s, la/s ruta/s) y quiénes serán los comentaristas del momento que, en vivo y en directo, plantearán las discrepancias con los anuncios del gobierno (miramos la TV con De Angeli desde Gualeguaychú). Esta escenificación genera una situación que se instala en el plano de lo que es verosímil porque permite la construcción de personas que son creíbles y otras que no resultan tanto. Ahora bien, el espacio ganado por la TV es, también, el espacio perdido por la comunicación gubernamental que esperó (casi) la finalización del conflicto para explicar, entre otras cuestiones, el destino de la recaudación de las retenciones. Una actitud poco creíble, no sólo por el tiempo que tardó tal explicación, sino porque la posibilidad de generar los efectos que puede producir un discurso de gestión no acompañó los tiempos que, sí, ganó la televisión. Se agregan a esta situación otros datos que emanan de la esfera gubernamental, como los índices de inflación de la canasta familiar.
Pero tanto tire y afloje es imposible de soportar. Por lo tanto, aparece el tercer punto para sacarnos el disgusto: el diálogo, décontracté, bien sûr. Y, entonces, pasamos a las notas de color: si De Angeli se saca fotos y firma autógrafos, si tiene novia; atrás quedaron las bofetadas propinadas por D’Elía, las cacerolas de teflón, los piquetes de la abundancia y los piquetes del hambre. Detrás del telón quedó el componente que define a la acción política: el componente antagónico –que permite reconocer las diferencias entre proyectos en pugna–, porque en este vaivén de paradojas (que no ocurrieron de modo consecutivo, sino también, en algunas ocasiones, superpuestas) la televisación del conflicto está con la gente, que la TV define como posible de representar.
Pero algo diferente ocurrió con algunos medios gráficos –con la consabida estadística: la mayoría de la población hoy no lee los periódicos–, donde se desarrollaron discusiones desde distintos sectores intelectuales sin olvidarnos tampoco de algunos considerables blogs. Una suerte. Quizá porque la característica de estos medios no es pensar en la gente, sino en un lector/actor ávido de confrontación.
* Coordinadora de la Licenciatura en Comunicación. Universidad Nacional de General Sarmiento.