viernes, 1 de agosto de 2008

¿Peor que la crisis de 1929? - ¿Capitalismo para rato?

¿Peor que la crisis de 1929?



Muchos analistas piensan que la debacle del mercado hipotecario en Estados Unidos ha detonado una crisis peor que la de 1929. La idea central es que las cosas se están poniendo realmente feas en muchos otros segmentos del sector financiero. Los números y las ramificaciones así podrían indicarlo. Para Nouriel Roubini –uno de los analistas más respetados de ese país–, la crisis podría tener un costo total cercano a los 3 billones de dólares, algo como 20 por ciento de su gigantesco PIB. Eso sería un golpe brutal a la economía estadunidense y del mundo.

A pesar de las señales de alarma, una de las razones por las cuales la actual crisis no es todavía percibida en su justa dimensión se debe a que no se ha producido algo similar al Martes Negro de 1929. Ese día, en unas cuantas horas el espectacular ajuste de cuentas adquirió dimensiones de cataclismo y fortunas enteras fueron borradas del mapa contable.

Es cierto que hoy presenciamos episodios como el del banco Bearn Stearns o la amenaza de insolvencia de Fannie Mae y Freddie Mac, pero, hasta este momento las quiebras han estado limitadas al sector financiero, bancario y no bancario. Y aunque hay algunas empresas gigantes en las manufacturas que están pasando apuros, la economía estadunidense todavía está lejos de una segunda fase de la crisis, que sería equivalente a la Gran Depresión, con su secuela de quiebras, desempleo y destrucción masiva de la capacidad productiva.

Sin embargo, las ramificaciones pueden llegar muy lejos y parece que cada vez hay menos margen de maniobra para las autoridades económicas. Después de todo, durante los últimos 20 años la economía estadunidense se ha nutrido de dos burbujas que le han permitido crecer y mantener niveles de empleo adecuados. Esos tiempos ya se acabaron.

La burbuja de los años 90 en el valor de títulos financieros dio una ilusión de riqueza a mucha gente: podían jugar a ser corredores de bolsa, comprando y vendiendo títulos por Internet. El ajuste destruyó esa ilusión a finales de esa década, pero comenzó a inflarse otra nueva burbuja: la de los bienes raíces. En los últimos 10 años, buena parte de la capacidad de endeudamiento y consumo ha dependido directamente del valor garante de los bienes raíces. Esta segunda burbuja sacó a la economía estadunidense del agujero en que había caído allá por 1999, pero hoy también ha reventado.

Ambos episodios fueron ayudados por una política de laxitud monetaria pocas veces presenciada y un frenesí de eliminación de reglas sobre las operaciones del sistema financiero. Esa desregulación adoptó muchas formas, pero una de sus peores manifestaciones consistió en eliminar las barreras entre la actividad de los bancos y la del sector financiero no bancario. En teoría, los bancos deben manejarse bajo reglas prudenciales estrictas, mientras las corredurías, calificadoras y otros agentes, están más cercanas de la especulación. La desregulación abolió la frontera y por eso el desastre hipotecario alcanza hoy dimensiones gigantescas. Se pronostica que cientos de pequeños bancos locales, y docenas de bancos regionales en Estados Unidos tendrán que desaparecer debido a su extraordinaria exposición crediticia en el sector hipotecario y altísimos niveles de cartera incobrable. En un par de años el paisaje financiero de Estados Unidos va a sufrir cambios muy importantes.

Lo único que está sacando a flote a Estados Unidos en este momento es la gigantesca inyección de liquidez del resto del mundo. En lo que va del año, varios bancos centrales han financiado el paquete de rescates de la Reserva federal y del Tesoro. Este flujo de capitales es lo que ha permitido a la economía estadunidense no irse a pique y evitar el destino fatal que tuvieron las llamadas economías emergentes en las crisis financieras de los 90. No es seguro que el déficit fiscal pueda seguir con este esquema de financiamiento.

Cualquier intervención nueva deberá tener el respaldo de los bancos centrales de esos países. Pero, ¿qué va a pasar? China tiene sus propios problemas y seguirá evitando la revaluación del renminbi y eso no le conviene a Estados Unidos. El ajuste externo para reducir el déficit externo de éste funciona por la contracción de las importaciones, pero el efecto de destrucción de empleos en el resto del planeta es un obstáculo para seguir recibiendo esos flujos de capital. La guerra devaluatoria podría recrudecerse.

Quizás lo más importante por el momento es que no hay perspectivas de otra burbuja que pudiera rescatar a la economía estadunidense. De hecho, los únicos precios que están inflándose son los de las mercancías básicas: energía y alimentos. Evidentemente, eso no va a ayudar al consumo, el empleo y el crecimiento. El fantasma de la Gran Depresión no se aleja, y sí, la crisis puede ser mucho peor que la de 1929.


¿Capitalismo para rato?



Quien se asome al mundo sin orejeras dogmáticas habrá de coincidir en que por primera vez en la historia moderna tres mayúsculas crisis –financiera, energética, alimentaria- están combinándose para, multiplicadas cual pelota de nieve cuesta abajo, “agravar de modo exponencial el deterioro de la economía real. El año 2009 bien podría parecerse a aquel “nefasto 1929”, nos alerta Ignacio Ramonet, en clara alusión a un crack cuya mera existencia quisieran olvidar los heraldos del capitalismo como fin de la historia, como régimen apoltronado por los siglos de los siglos en la cima de la humana civilización.

Al lector desavisado recordemos que, en primer lugar, continúa agudizándose la crisis financiera, que comenzó en los Estados Unidos, en agosto de 2007, con la morosidad de las hipotecas de mala calidad (subprime), y que ahora se extiende por todo el orbe. “A los descalabros de prestigiosos bancos estadounidenses, como Bear Steams, Merrill Lynch y el gigante Citigroup, se ha sumado el desastre reciente de Lehman Brothers, cuarta banca de negocios que ha anunciado, el pasado 9 de junio, una pérdida de mil 700 millones de euros”.

Cada día se difunden noticias sobre nuevos quebrantos en los bancos. Conforme a nuestra fuente, “hasta ahora, las entidades más afectadas han reconocido pérdidas de casi 250 mil millones de euros. Y el Fondo Monetario Internacional estima que, para salir del desastre, el sistema necesitará unos 610 mil millones de euros (o sea, el equivalente de ¡dos veces el presupuesto de Francia!)”.

Pero la lista de entuertos resultaría demasiado magra de quedar aquí. De la esfera financiera la crisis se ha trasladado al conjunto de la actividad económica. La economía de los países desarrollados se ha enfriado y los Estados Unidos se encuentran al borde de la recesión, si ya no están sumidos en ella. Como parte del caos ¿incipiente?, el precio de los alimentos luce empeñado en tocar la comba celeste, ya tocada por el de los combustibles, sobre todo el del petróleo, que amenaza con llegar a 200 dólares el barril, y a 400, de estallar la anunciada guerra contra Irán.

Ahora, si atendemos a lúcidos especialistas, entre ellos el cubano Osvaldo Martínez, nos percataremos de que hechos tales el encarecimiento –hasta 300 por ciento- de los alimentos no responden en primer término al colapso de la producción mundial, ni a los cambios climáticos. Incluso, ni a la fabricación de biocombustibles, que por el momento explicaría solo el diez por ciento de la subida.

Ocurre que, tras el estallido de la “burbuja informática”, en 2001, y la crisis del sector inmobiliario, 2007, los capitales andan desalados en la búsqueda de “valores refugio”, de nuevas esferas donde especular. Y una de estas es la alimentaria. La venta, varias veces, de cosechas que aún no existen supone el principal disparador de los precios. Así que el neoliberalismo es la razón principal de la “sinrazón” presente. Neoliberalismo que, amén de su presencia gravosa en el sector financiero y en el alimentario, se enseñorea también en el del petróleo, cuya oferta no es tan menguada como para determinar los actuales precios.

Y esto lo aseveran los más preclaros observadores, para los que las conocidas medidas anticrisis no pasan de armas melladas. Porque la inyección de liquidez viene a dar vida a la inflación, la disminución de impuestos a los más ricos otorga alas a la especulación y al consumismo, la rebaja de las tasas de interés supone una mayor caída del dólar…

Si en la primera mitad del siglo XX fue posible resolver la crisis, gracias al surgimiento de la concepción económica nombrada keynesianismo y a la reconstrucción de las fuerzas productivas luego de la Segunda Guerra Mundial, no devienen precisamente factibles las ideas de Keynes, con su inherente regulación, cuando el capital especulativo campea por sus respetos. Y por supuesto que el recurso de una conflagración mundial no representa una posibilidad real, al menos “racional”, habida cuenta la magnitud de las armas de exterminio masivo.

No en vano Martínez ha pintado la situación con tonos “terrosos”. Y es que paliativos como la ingente capacidad de producción instalada en Asia, para consumir en USA y Europa, hacen temer una (otra) crisis de superproducción. Crisis a la que, asegura el experto, se adiciona una de subproducción, de alimentos, agua, tierras fértiles, aire limpio, y una de subconsumo.

Claro, esta situación, debieran saber todos los revolucionarios de este cabrón mundo ancho y ajeno, no llevará a la caída automática del sistema que convierte al hombre en lobo de sus congéneres. Porque “el capitalismo siempre encontrará un modo de adaptarse, con un costo social terrible”. Un modo de sobrevivir en las más procelosas aguas. Y seguirá sobreviviendo, sobre las espaldas de una humanidad doliente, a contrapelo de la crisis global, si los iniciados en el secreto de la debacle se lo permiten. Si no nos concertamos para derribarlo.