jueves, 18 de diciembre de 2008

- ¡Ricos de todos los países, enriqueceos! - Por qué es un error contemplar la crisis financiera de forma aislada -

Por qué es un error contemplar la crisis financiera de forma aislada


¡Ricos de todos los países, enriqueceos!



Freitag 44

Traducido del alemán al español por Javier Fdez. Retenaga, miembro de Rebelión y Tlaxcala, la red de traductores por la diversidad lingüística (www.tlaxcala.es). Esta traducción es copyleft para uso no comercial: se puede reproducir libremente, a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, al traductor y la fuente.


La actual crisis financiera, nadie lo discute, es la mayor crisis del capitalismo tras la primera crisis económica mundial, hace más de 80 años. Esta crisis pone también de relieve la crisis de los críticos del capitalismo. Cierto es que éstos predijeron el curso actual de los acontecimientos, pero apenas se han ocupado de las consecuencias que habrían de extraerse de la crisis en relación con una política emancipatoria. Es el momento de recuperar lo antes posible el tiempo perdido
. Algo está claro: el “paquete de rescate” de los gobiernos de la UE sólo conduce a que el capitalismo neoliberal salga indemne del trance.


“Estoy convencido de que hay ya suficiente gente trabajando en ocultar el fracaso del sistema bajo un manto de olvido", acaba de decir el ex director general de Daimler, Edzard Reuter (Frankfurter Rundschau, del 18/19 de octubre). Como coordinador del paquete de rescate, Angela Merkel propuso en primera instancia a Hans Tietmeyer, uno de los arquitectos del neoliberalismo en Alemania; después, tras las críticas del parlamento, presentó en su lugar a Jörg Asmussen, un liberal tan empedernido como el anterior. Esto prueba que los neoliberales están poniendo todo su empeño en mantener el control, sacrificando los peones necesarios para salvar el sistema. La culpa de todo la tendría la “codicia desmedida” de algunos directivos. Y se pretende aplacar la ira popular con medidas inútiles tales como la limitación del sueldo de los directivos. En todas las cadenas de televisión se habla de la “codicia” de los directivos. Pero la codicia, se dice, es algo humano, una constante invariable; no habría, por tanto, alternativa al neoliberalismo.

Frente a esta campaña de distracción, es preciso que los críticos divulguen un análisis claro de las fuerzas que han provocado la actual crisis. ¿Se trata de una crisis del capitalismo financiero o es el propio orden financiero que ha entrado en crisis parte constitutiva del neoliberalismo que, a principios de los 70, sustituyo al keynesianismo? Todo apunta a esto último.

Atreverse a más capitalismo

El neoliberalismo no es sólo el causante de la crisis financiera, sino también de la creciente pobreza global, del paro en masa o de la política de la “agenda 2010”, en Alemania. Es una estrategia política de los millonarios y multimillonarios, de los grandes accionistas, de los especuladores a gran escala y altos ejecutivos al frente de consorcios empresariales y bancos, y de los capitalistas holgazanes que prefieren aumentar su capital mediante reducciones salariales y menor protección social, antes que empleando más imaginación, mayor esfuerzo y haciendo uso de la creatividad para adaptarse a las exigencias de la competencia económica.

El neoliberalismo se ha extendido como un tumor cancerígeno y en todos los países ha puesto al borde de la existencia incluso a sectores de la clase media. En alianza con políticos influyentes y con sus propagandistas de los medios de comunicación, los neoliberales han colocado a su gente en importantes instituciones como el FMI, el Banco mundial, la OMC o los bancos centrales. Se procuraron la bendición de los economistas neoliberales para sus proyectos y, con ello, un barniz científico. La columna vertebral de esta estrategia la conformó no sólo la riqueza acumulada en abundancia, sino también el enorme potencial de poder en instituciones nacionales e internacionales y en los medios, producto de la proliferación de poderosos lobbies y de una democracia impotente.

A principios de los 70, los neoliberales entendieron que había llegado la hora de dar el golpe, una vez que los keynesianos desaprovecharon la oportunidad de modernizar a Keynes desde una perspectiva social y ecológica a fin de responder al estancamiento y la inflación (estanflación) creativamente, con planes de inversión en medio ambiente, educación y salud, así como con una progresiva reducción del tiempo de trabajo. El neoliberalismo supo magníficamente llenar el vacío. Se apropió de valores positivos del movimiento del 68, tales como libertad individual y autodeterminación, y los combinó con la ambición y el egoísmo para dar lugar a una filosofía del éxito cuyo único fin consistía en hacer que el edificio teórico neoliberal, sostenido sobre los cuatro pilares de la liberalización, flexibilización, desregulación y privatización, fuera capaz de alcanzar un respaldo político mayoritario. Con el propósito de legitimar estos proyectos, les colgó la amable etiqueta de “reforma”, para después anunciar “reformas económicas”, “reformas del mercado de trabajo”, etc.

Cuando los neoliberales se referían a una radical liberalización, a una competencia sin trabas mediante la retirada del Estado del terreno de la economía, no se referían a la retirada de ese Estado suyo al que ahora recurren desvergonzadamente, sino al de los asalariados y los sindicatos, a fin de evitar planes de creación de empleo y someter a partidos, gobiernos y parlamentos al credo: “Atreverse a más capitalismo” (Friedrich Merz).

En Alemania el pistoletazo de salida lo dio, no por casualidad, el ala conservadora del FDP, que ya no se mostraba social-liberal, sino neoliberal conservador. Así, siguiendo la línea marcada por el documento Lambsdorff, cuyo principal redactor fue Hans Tietmeyer, en 1982 se rompió la coalición con el SPD, y el FPD se propuso como meta el Estado neoliberal, ya al lado del canciller Helmut Kohl, de la CDU. 17 años después, con el documento conjunto de Schröder y Blair, también los socialdemócratas se pasaron al bando neoliberal. Los ricos se vieron animados a no esconder su riqueza, apaciguando su conciencia social con la nueva ética, que establece que sólo los ricos pueden invertir y crear puestos de trabajo.

“No hay derechas ni izquierdas, sólo una política económica moderna”, proclamó Gerhard Schröder haciendo de ello bandera del SPD. Su giro al centro reflejaba la victoria del neoliberalismo, al que no le pudo suceder nada mejor que obtener la complaciente colaboración de los nuevos ricos “izquierdistas”, para desmantelar con ellos el Estado social. Resultado de ello fue la Agenda 2010, con la que los rojiverdes pusieron los fundamentos para los empleos precarios (más de ocho millones de trabajadores en la actualidad) y la degradación de los desempleados por medio del sistema Hartz IV.

Mejor un trabajo mal pagado que ninguno

En una coyuntura en la que el paro aumentaba y la gente temía perder su empleo, la coalición rojiverde puso en marcha la flexibilización del mercado de trabajo —el segundo pilar de la estrategia neoliberal— bajo la excusa de que más flexibilidad y movilidad laboral son indispensables para un mayor crecimiento y acabar así con el paro. El resultado fueron los trabajos a un euro la hora para receptores del subsidio de desempleo y el dumping salarial (“mejor un trabajo mal pagado que ninguno”). Los asalariados se vieron obligados a someterse aún más que antes a los intereses del capital y aceptar un recorte cada vez mayor de los derechos sociales.

La desregulación de los mercados financieros, el tercer pilar del neoliberalismo, que el FMI —comité central del neoliberalismo internacional— impuso en todo el mundo (en el sur, por medio del chantaje incluso), hizo que centenares de miles de millones de petrodólares excedentarios de los países de la OPEC, junto con los excedentes de capital de las multinacionales, ahora desviados de la economía real, vagabundearan por el mundo en busca de inversiones de alta rentabilidad. Estos flujos de capital monetario, estimulados por la desregulación y la renuncia a unos tipos de cambio fijos, modificaron bruscamente la estructura y las reglas de juego del orden financiero internacional: los flujos financieros se desligaron de los flujos reales de mercancías y servicios.

Surgieron mercados monetarios, en parte virtuales, en los que diariamente se negociaban miles de millones de dólares. A esto se sumó la actuación de agencias financieras y de análisis de riesgo que, con productos financieros tan intrincados como opacos tales como hedgefonds, derivados o certificados, arrastraron no sólo a bancos y cajas de pensiones, sino también a grandes empresas que operan en la economía real como Siemens, Volkswagen y otras en una demencial espiral dentro del ficticio mundo de la especulación financiera, con numerosas burbujas especulativas surgiendo unas de otras. Esto provocó turbulencias sociales en países como México, Argentina, Indonesia y también Rusia. El estallido de la burbuja financiera de los EE. UU., a mediados de 2007, que hizo que millones de personas perdieran su casa y que provocó la quiebra del sistema financiero neoliberal internacional, representó el punto álgido. Por último, malabaristas de las finanzas especularon con productos alimentarios, petróleo y otras materias primas provocando tales tasas de inflación que alimentos básicos como el arroz o el trigo se convirtieron en bienes de lujo para millones de personas hambrientas en Asia y África.

El creciente endeudamiento de muchos Estados, debido a las rebajas fiscales para empresas y grandes fortunas, provocó una intensa presión sobre los gobiernos para la privatización de bienes públicos como servicios postales, ferrocarriles y telecomunicaciones, suministro de agua y energía, instituciones educativas y sanitarias y, en general, servicios públicos esenciales —el cuarto pilar del neoliberalismo—, a fin de crear nuevas posibilidades de inversión para los excedentes de capital.

Ha llegado la hora

Especialmente funestos para la economía real fueron los tremendos réditos, del 25% y más, que pudieron obtenerse por medio de fugaces transacciones financieras internacionales. De ese modo, el volumen creciente de transacciones no sólo aceleró la circulación del capital, aumentó la presión por maximizar los beneficios y provocó la destrucción de puestos de trabajo; organizaciones empresariales y políticos recibieron en bandeja argumentos para, sin ningún reparo de tipo ético, reducir costes mediante rebajas salariales, desmantelar los sistemas de seguridad social, destruir puestos de trabajo mediante la subcontratación y la deslocalización hacia países con sueldos más bajos, prolongar la jornada laboral y elevar la edad de jubilación. El incremento de beneficios, debido al descenso de los salarios, produjo excedentes de capital adicionales que se sacaron de la economía real y fueron trasvasados al sector financiero.

Con ello se cierra en el capitalismo neoliberal el círculo entre liberalización de la economía, desregulación de los flujos de capital, privatización de los bienes públicos y flexibilización del mercado laboral, por un lado, y redistribución de la riqueza de los pobres a los ricos, por otro. Mediante una hábil instrumentalización de la globalización, el neoliberalismo consiguió de un solo golpe poner a la defensiva a los Estados, sindicatos, partidos de izquierda —en particular, la socialdemocracia—, declarar la guerra a las conquistas sociales del movimiento obrero y poner a los partidos conservadores y liberales al servicio de su estrategia redistributiva. El neoliberalismo se convirtió en una especie de contraseña, en un eficaz código con el mensaje: ¡Ricos de todos los países, enriqueceos! También a los pobres les irá mejor si os hacéis más ricos. Por consiguiente, habría que frustrar el intento de las élites políticas de hacer creer que las medidas de rescate representan un giro.

Esto sólo puede lograrse si se coloca al neoliberalismo en el primer plano del debate sociopolítico, a fin de construir una amplia alianza política antineoliberal —desde Attac y los sindicatos hasta los liberales y socialdemócratas— en la que también lo que el neoliberalismo llama clase media pudiera sentirse representada. Habría que parar los pies a los malabaristas de las finanzas anulando todas las leyes creadas para desregular los flujos financieros y prohibiendo los nuevos productos financieros. También debería acabarse con los paraísos fiscales y dar marcha atrás en la privatización de los bienes públicos.

Ha llegado la hora de formar un movimiento opositor para lograr una justa distribución del trabajo mediante la reducción de la jornada laboral, una renta que garantice la existencia y no esté sometida a controles humillantes, y un salario mínimo fijado por ley. Estos objetivos, largo tiempo ocultos tras el velo neoliberal, deben figurar en el orden del día de la actividad política.

NOTA BIOGRÁFICA:

Mohssen Massarrat, de origen iraní, es doctor en Economía y profesor emérito de Ciencia Política en la Universidad de Osnabrück. Es miembro activo del movimiento pacifista y fue cofundador de la “Coalición por la vida y la paz”. También forma parte del consejo científico del movimiento ATTAC. Ha escrito numerosos libros en torno a las relaciones económicas internacionales, acerca de cuestiones ecológicas, sobre Oriente Medio y Próximo, y estudios sobre la paz y la resolución de conflictos: Globalización y sostenibilidad. Piedras angulares de un nuevo orden mundial y El orden mundial estadounidense. Hegemonía y guerras por el petróleo, entre otros.