No es el mejor augurio que el futuro presidente de Estados Unidos repita una y otra vez, sin que le tiemble la voz, que mantendrá con Israel la “relación especial” que une los dos países, en particular el apoyo incondicional que la Casa Blanca dispensa a la política represiva (represiva es decir poco) con que los gobernantes (¿y porqué no también los gobernados?) israelíes han venido martirizando por todos los modos y medios al pueblo palestino. Si a Barack Obama no le repugna tomar su té con verdugos y criminales de guerra, buen provecho le haga, pero que no cuente con la aprobación de la gente honesta. Otros presidentes colegas suyos lo hicieron antes sin necesitar otra justificación que la tal “relación especial” con la que se da cobertura a cuantas ignominias fueron tramadas por los dos países contra los derechos nacionales de los palestinos.
A lo largo de la campaña electoral Barack Obama, ya fuera por vivencia personal o por estrategia política, supo dar de sí mismo la imagen de un padre dedicado. Eso me permite sugerirle que le cuente esta noche una historia a sus hijas antes de que se duerman, la historia de un barco que transportaba cuatro toneladas de medicamentos para socorrer a la población de Gaza en la terrible situación sanitaria en que se encuentra, y que ese barco, Dignidade era su nombre, ha sido destruido por un ataque de fuerzas navales israelíes con el pretexto de que no tenía autorización para atracar en sus costas (creía yo, ignorante redomado, que las costas de Gaza eran palestinas…). Y que no se sorprenda si una de las hijas, o las dos a coro, le dicen: “No te canses, papá, ya sabemos qué es una relación especial, se llama complicidad en el crimen”.
Los cadáveres de cinco hermanas palestinas de 4 a 17 años muertas en el bombardeo nocturno israelí a una mezquita del campo de refugiados de Yabalia yacen en la morgue de un hospital