Chomsky, Noam.
Ambiciones Imperiales.
Ediciones Península, Barcelona, 2005.
Capítulo 6, pp. 111-131.
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LA DOCTRINA DE LAS BUENAS INTENCIONES
CAMBRIDGE, MASSACHUSETTS
(30 DE NOVIEMBRE DE 2004)
Has escrito sobre la «doctrina de las buenas intenciones». En ocasiones la política estadounidense se echa a perder por culpa de unas «manzanas podridas», como dice el proverbio, y de unos «errores trágicos», pero básicamente nuestro historial de bondades sigue adelante sin trabas.
Lo que se suele contar en las aulas y en los medios de comunicación es que en la política exterior estadounidense hay dos tendencias contrapuestas. Una es la que se conoce con el nombre de idealismo wilsoniano, que se basa en nobles intenciones. La otra es el realismo con los pies en la tierra, que dice que tenemos que ser conscientes de las limitaciones de nuestras buenas intenciones. Hay veces en que no se pueden llevar totalmente a la práctica en el mundo real nuestras nobles intenciones. Estas son las dos únicas alternativas.
Y no solo se da en Estados Unidos. Mira Inglaterra. El mejor periódico del mundo puede que sea el Financial Times de Londres. Pues bien, el Financial Times publicó hace unos días una columna firmada por uno de sus más destacados columnistas, Philip Stephens, bastante crítica con la política estadounidense. Según él, el problema estriba en que la estrategia estadounidense está dominada casi por completo por el idealismo wilsoniano. Y que siempre vienen bien unas gotas de «realismo práctico», que pise la tierra, para atemperar esta apasionada dedicación a la democracia y a la libertad.1
Stephens dice a continuación que ya nadie puede dudar de que lo que motiva a George Bush y a Tony Blair es su visión y su fe en la democracia y en los derechos humanos. Lo sabemos porque ellos mismos lo han dicho, y esa es toda la demostración que necesitamos de que así es. Pero tenemos que ser más realistas y reconocerlo, aunque Bush y Blair estén entregados a lo que la prensa ha denominado «la mesiánica misión de Bush de injertar la democracia en el resto del mundo». Nosotros tenemos que comprender que tal vez los iraquíes y otros pueblos de Oriente Medio no puedan alcanzar las altas cotas que hemos pensado para ellos.2
Al acabar tirados por tierra los pretextos que se habían aducido para iniciar la invasión de Irak –ni armas de destrucción masiva, ni vinculación entre Al Qaeda e Irak, ni conexión que valga entre Irak y el 11-S–, los redactores de los discursos de Bush tenían que conjurar algo nuevo. Así pues, se inventaron esto de su mesiánica misión de llevar la democracia a Oriente Medio. Cuando Bush pronunció el discurso en el que anunciaba esta nueva visión, el destacado comentarista del Washington Post David Ignatius, respetado editor y corresponsal, cayó postrado de pura admiración. Ignatius describió la Guerra de Irak como quizá «la guerra más idealista librada en la historia contemporánea, una guerra cuya única explicación coherente, pese a las engañosas exageraciones sobre armas de destrucción masiva y sobre terroristas de Al Qaeda, es que derrocó a un tirano e hizo posible un futuro democrático». Según Ignatius, quien encabeza esta visión de un «futuro democrático» es el «idealista en jefe», Paul Wolfowitz, quien posee el que tal vez sea el historial más extremo de todos los integrantes de la Administración en cuanto a aborrecimiento apasionado de la democracia, Pero eso no importa. La prueba de lo que afirma Ignatius es que él mismo estuvo junto a Wolfowitz cuando acudió a la ciudad de Hilla y habló a los iraquíes acerca de Alexis de Tocqueville.3 Resulta que Hilla es la ciudad en la que tuvo lugar la primera gran masacre de iraquíes a manos de soldados estadounidenses durante la invasión. Pero, bueno, eso también se deja al margen.4
Ignatius representa un extremo del espectro. Y te vas al otro extremo y lo que te encuentras son esos críticos que dicen que la visión es noble e inspiradora, pero que tenemos que ser más realistas y asumir el hecho de que está fuera de nuestro alcance, que la cultura iraquí es diferente y todo eso. ¿Hay algo nuevo en todo este debate? Nada en absoluto. De hecho, para encontrar un ejemplo histórico que diga lo contrario habría que hacer denodados esfuerzos. Francia estaba llevando a cabo una «misión civilizadora». Mussolini se dedicó a la noble tarea de levantar a los etíopes. Si tuviésemos documentación sobre los tiempos en que Gengis Jan se dedicaba a masacrar a decenas de millones de personas, probablemente también diría que le guiaba una «noble visión». A ver si encuentras una excepción.
En Deterring Democracy citaste las palabras de Winston Churchill cuando habló con Josef Stalin en Teherán, en 1943. Churchill dijo que «había que confiar el gobierno del mundo a naciones satisfechas, que no desearan para sí nada más que lo que ya tuvieran. Si el gobierno mundial se dejase en manos de naciones hambrientas, siempre habría peligro. Pero ninguno de nosotros tendría motivos para pretender nada más. Por la paz velarían unos pueblos que vivirían a su modo y que no serían ambiciosos. Nuestro poderío nos pondría por encima de los demás. Nosotros seríamos como esos hombres ricos que viven en paz en su morada».5
Churchill es una de las raras excepciones que no se limitó a explayarse sobre su noble visión, sino que además de vez en cuando decía la verdad. Justo antes de la Primera Guerra Mundial, Churchill defendía que Gran Bretaña debía aumentar drásticamente el gasto militar para mantener el imperio. Dijo con su típica elocuencia: «Nosotros no somos un pueblo joven que tenga unos antecedentes inocentes y una herencia escasa. Nosotros hemos monopolizado un pedazo totalmente desproporcionado de la riqueza y del tráfico del mundo. Tenemos todo el territorio que podamos desear, y muchas veces a los demás no les parece tan razonable como a nosotros nuestra exigencia de que nos dejen disfrutar en paz de estas posesiones inmensas y magníficas, adquiridas sobre todo a través de la violencia y mantenidas en su mayor parte mediante el uso de la fuerza».6 Esto decía Churchill en un discurso al Parlamento en 1914, encontrado posteriormente por uno de sus biógrafos, Clive Ponting. Churchill publicó el discurso unos veinte años después, pero eliminó todas las frases ofensivas.
La portada original de tu libro At War With Asia, publicado por primera vez por Pantheon y reeditado recientemente por AK Press, muestra una llamativa foto en blanco y negro de un soldado estadounidense.7
Un soldado que va arrastrando con una cuerda a un prisionero vietnamita que está en los huesos y medio desnudo.
Avanza hasta Lynndie England en Irak.
La única diferencia es que Lynndie England no es un soldado cuadrado y cachas. Pero por lo demás es exactamente igual. De hecho, si vuelves a los cuadros sobre la conquista de Massachussets, donde nos encontramos en estos momentos, verás que también es lo mismo. Mira los periodos más feos de la historia y es lo mismo. Es la imagen universal del poder sin ataduras ejercido sobre víctimas desamparadas. Nadie que se encuentre mínimamente cerca de la corriente oficial de pensamiento podría ser más crítico que John King Fairbank, el decano de los estudios sobre Asia y detractor de la guerra. Fairbank dijo que Estados Unidos entró en Vietnam movido «por un exceso de celo y de desinteresada benevolencia».8 Si hubiésemos tenido más gente que hubiese estudiado chino en Harvard, nos habrían dicho que nuestra oleada de magnánima benevolencia no iba a tener éxito en Vietnam. Pero eso vendría de la extrema izquierda. También podemos citar a Anthony Lewis, del New York Times, que tildó la Guerra de Vietnam de «peligroso error», que desbarató nuestros «desesperados esfuerzos por hacer el bien».9 La frase aparece como otra muestra de lenguaje estereotipado.
En un reportaje del New York Times, que empezaba en portada y se titulaba «Shadow of Vietnam Falls Over Iraq River Raids», John F. Burns escribió que rara vez hablan de Vietnam «los soldados americanos desplazados a Irak, la mayoría de los cuales no había nacido aún cuando se retiraron de Vietnam las últimas unidades de combate, hace más de treinta años. Una guerra que América no ganó se considera mal talismán entre esos hombres y mujeres, que en privado admiten temer que esta otra podría perderse».10
En primer lugar, yo soy uno de los pocos que no están de acuerdo con que Estados Unidos perdió la Guerra de Vietnam. Estados Unidos no ganó sus objetivos máximos, pero sí que logró los principales, o sea, una victoria sustancial. Es imposible que un Estado inmenso y poderoso pierda una guerra contra un enemigo indefenso. Eso, simplemente, no puede pasar.
Desde finales de los años cuarenta hasta el momento en que Kennedy declaró la guerra a gran escala una de las grandes preocupaciones fue que un Vietnam independiente pudiese ser un ejemplo para vecinos como Tailandia e Indonesia, que sí tenían importantes recursos, no como Vietnam. Sin embargo, a mediados de los años sesenta Vietnam del Sur, que fue el objetivo principal de la intervención estadounidense, había quedado prácticamente destrozado y habían desaparecido, en esencia, las posibilidades de que pudiese convertirse alguna vez en modelo de nada ni de nadie. Como dijo en 1967 Bernard Fall, el respetado experto en historia militar y especialista en Vietnam, era muy posible que Vietnam se «extinguiese» como ente cultural e histórico.11
Yo no suelo ver la tele, pero hace unos meses, estando en un hotel, vi un programa de la CNN sobre nuestra «obsesión con Vietnam».12 Los sesudos pensadores que aparecían en el programa hablaban de cómo el debate sobre Vietnam estaba acaparando toda la campaña presidencial. Pero lo cierto es que en toda la campaña electoral no se habló de Vietnam. ¿De verdad alguien comentó algo sobre lo que realmente había pasado allí? ¿De verdad alguien preguntó qué pintaba John Kerry en Vietnam siete años después de que Kennedy empezase a bombardearlo, a atacarlo con armas químicas y a echar a la población? ¿Dos años después de que Bernard Fall reflexionase sobre la posibilidad de que Vietnam pudiera convertirse en un ente extinto? Nadie dijo nada de eso, porque el soniquete es que somos benevolentes, que cometimos un error y que perdimos porque no alcanzamos nuestras máximas metas. Cualquier cosa que no sea esto resulta sencillamente incomprensible para alguien con educación superior. Así pues, Vietnam es una obsesión, pero solo si dejamos totalmente al margen la Guerra de Vietnam.
De hecho, en estos momentos la cosa ha llegado al punto de que el New York Times está publicando en portada fotos y crónicas sobre grandes crímenes de guerra estadounidenses.
¿Te refieres al New York Times del 8 de noviembre de 2004, en el que aparecían unos soldados estadounidenses ocupando un hospital de Faluya?13
Sí. Una de las primeras acciones de la conquista de Faluya fue tomar el hospital general, lo cual fue un crimen de guerra de envergadura. Y adujeron motivos para ello: Que el hospital era un «centro de propaganda contra las fuerzas aliadas» porque estaba emitiendo «cifras exageradas de bajas civiles».14 En primer lugar, ¿cómo sabemos nosotros que esas cifras eran exageradas? Porque así lo dijo nuestro líder. En segundo lugar, la idea de tomar un hospital porque está dando a conocer cifras de bajas resulta obscena. Las Convenciones de Ginebra no podían ser más claras. El texto dice explícita y claramente que «se respetará y se protegerá al personal médico y religioso, al que se dará toda la ayuda posible para que lleve a cabo sus obligaciones. [...] Se respetará y se protegerá en todo momento las unidades y los medios de transporte médicos, que no serán nunca objeto de ataques».15 En el ataque al Hospital General de Faluya a los pacientes se los echó a patadas de la cama y se obligó a médicos y pacientes a tenderse, maniatados, en el suelo. Es una grave violación de las Convenciones de Ginebra. De hecho, según el Derecho estadounidense habría que sentenciar a la pena capital a la cúpula política al completo por estas acciones. Según la Ley de Crímenes de Guerra, aprobada por el Congreso republicano de 1996, tendrían todas las papeletas para ser condenados a muerte.16
¿Te acuerdas de los asaltos rusos a Grozni, en Chechenia, en 1999? Grozni tiene aproximadamente el tamaño de Faluya y una población de entre trescientos mil y cuatrocientos mil habitantes. Los rusos la bombardearon y la dejaron destrozada. El ataque ruso a Grozni se consideró, con toda la razón, un grave crimen de guerra. Pero cuando nosotros hacemos lo mismo en Faluya, resulta que es un acto de liberación. Los periodistas asignados a unidades militares están hablando del sufrimiento de los marines, que están pasando un calor horroroso y los están disparando todo el rato. No me cabe en la cabeza que apareciese algo peor que esto publicado en la prensa rusa o, ya puestos, en la nazi.
The Lancet, una respetada publicación médica británica, hizo algunas indagaciones sobre la cantidad de muertes registradas en Irak desde que empezó la invasión estadounidense y obtuvo unas cifras bastante alarmantes que no llamaron la atención de los grandes medios de comunicación.
El estudio de The Lancet se hizo con mucho cuidado y estimó que el «exceso de muertes» como consecuencia de la guerra es de aproximadamente cien mil. Es la cifra que da como más probable, calculando a la baja.17 El universo de muestra excluía Faluya, donde el número de muertes violentas era mucho más alto y habría inflado muchísimo el total; e incluía las regiones kurdas, donde apenas hubo enfrentamientos armados y que, por tanto, rebajó la media nacional. Por eso, seguramente sus cálculos tiran por lo bajo. En los medios de comunicación estadounidenses sí que se mencionó el informe, pero le quitaron importancia, aun cuando para su elaboración se habían utilizado las técnicas habituales de todo estudio epidemiológico. En Reino Unido suscitó un poco más de protestas y el gobierno se vio obligado a salir al paso con unas declaraciones rematadamente idiotas. El portavoz de Tony Blair dijo que el estudio no tenía ninguna validez porque «los resultados se basaban en una extrapolación». Como cualquier otro estudio epidemiológico.18 Además, el Ministerio de Sanidad iraquí –o sea, el ministerio del gobierno cliente impuesto por Estados Unidos y Reino Unido– arroja una cifra mucho más baja.19 Al menos en Reino Unido tuvieron que tratar el tema. En Estados Unidos les trajo al fresco.
¿Esto es nuevo? En el caso de Vietnam, desconocemos cuántos millones –literalmente– de bajas civiles se produjeron. Los cálculos oficiales hablan de dos millones, pero la cifra real ronda probablemente los cuatro millones. Que yo sepa, en Estados Unidos solo se ha hecho un estudio entre la opinión pública. En él se pedía a la gente que calculase el número de víctimas vietnamitas de la guerra. La respuesta más baja era cien mil, o sea, aproximadamente el 5 por 100 de la cifra oficial.20 Es como si se preguntase en Alemania a cuántos judíos mataron en la Segunda Guerra Mundial y la gente dijese que trescientos mil. Si los alemanes pensasen eso, nos parecería que tienen un problema grave.
¿Cuántas víctimas de guerra química ha habido desde 1962, cuando Kennedy empezó a destrozar los campos de cultivo y a arrasar las zonas verdes para que las guerrillas no pudiesen encontrar apoyo entre los indígenas, utilizando dioxina, una de las sustancias más cancerígenas de la Tierra? Hay un estudio muy exhaustivo sobre el efecto del Agente Naranja en los soldados americanos. En un primer momento el Pentágono desmintió que el Agente Naranja tuviese efectos dañinos entre los soldados americanos, pero ahora da por buenos los resultados. ¿Y qué pasa con la población vietnamita, a la que se estaba rociando con esa misma sustancia? En Canadá, Hatfield Consultants llevó a cabo un estudio a gran escala y también algunas figuras destacadas de varias universidades estadounidenses, expertas en salud pública, han investigado este asunto.21 El contacto con la dioxina guarda una estrecha relación con el desarrollo del cáncer y otros horrores, tales como niños que nacen sin brazos o sin cerebro. En realidad, nadie sabe las cifras a ciencia cierta, pero más o menos se calcula que tal vez medio millón o un millón de vietnamitas fallecieron por culpa de la guerra química.
Vietnam ofrece una demostración impactante sobre los efectos de la dioxina, dado que solo se utilizó el Agente Naranja en la mitad sur. La población del norte tiene los mismos genes. Sin embargo, los hospitales de Hanoi no están llenos de tarros con fetos deformes, mientras que los de Saigón sí. Hace unos diez años Barbara Crossette escribió un artículo en el New York Times en el que decía que «Vietnam es un lugar idóneo para hacer un estudio. [...] Ofrece un grupo de control enorme», que es la población del norte a la que no se roció con dioxinas.22 Podríamos aprender muchas cosas útiles para nosotros si hiciésemos un estudio serio sobre las deformidades de nacimiento y la tasa de cáncer en Vietnam del Sur, comparadas con las de Vietnam del Norte. Esa es la única pregunta que habría que hacerse: ¿Podemos aprender algo de nuestros crímenes que pueda sernos de utilidad? Nada más.
Si echas un vistazo a la literatura japonesa actual, verás que se han publicado bastantes obras, tratados muy detallados, repletos de notas al pie, que desmienten que en Nanking se hubiese producido una masacre.23 Allí mataron solo a doscientas o trescientas mil personas. Pero Japón sufrió una derrota, por lo que esta interpretación no es la versión estándar. Es algo así como una interpretación marginal, que mucha gente rechaza. Y se condena a los japoneses por ello.
Hay informes que dicen que las fuerzas estadounidenses obligaron a volver a Faluya a civiles que estaban tratando de huir de la ciudad, y que también obligaron a dar media vuelta a vehículos de la Media Luna Roja iraquí que estaban intentando llevar suministros médicos a los iraquíes asediados o heridos.24
Si los civiles conseguían escapar de Faluya, se les dejaba salir. Salvo a los hombres. A los varones que más o menos tenían edad para empuñar las armas se los devolvía a la ciudad. Es lo que pasó en Srbrenica en 1995. La única diferencia es que Estados Unidos obligó a huir a los iraquíes a base de bombardeos, no metiéndolos en camiones. A las mujeres y a los niños se les dejó salir, pero si encontraban a hombres, los paraban y los obligaban a volver. Se suponía que para matarlos. Eso, se mire como se mire, se llama genocidio, siempre y cuando lo cometan los serbios. Si lo cometemos nosotros, es un acto de liberación.
El New York Times publicó hace poco un pequeño artículo de Michael Janofsky titulado «Rights Experts See Possibility of a War Crime» («Expertos en derechos humanos consideran posible que se haya cometido un crimen de guerra»). Dice lo siguiente: «Expertos en derechos humanos dijeron este viernes que es posible que el jueves los soldados americanos cometiesen un crimen de guerra al devolver a Faluya a los civiles iraquíes que trataban de huir de la ciudad. Citando varios artículos de las Convenciones de Ginebra, los expertos dijeron que las leyes de guerra reconocidas obligan a las fuerzas militares a proteger como refugiados a los civiles y prohíben devolverlos a una zona donde estén librándose combates». Janofsky cita las declaraciones de un portavoz del Departamento de Defensa que dijo: «Las fuerzas desplazadas allí no están operando indiscriminadamente, sin orden ni concierto, apuntando a civiles o a individuos. Las normas de combate son fruto de serias investigaciones y análisis y nuestras fuerzas se ciñen estrictamente a ellas».25
Es curioso que uno de los únicos crímenes de guerra del que están hablando los medios de comunicación sea el caso del marine al que, digamos, se le fue la olla en mitad del combate y mató a un iraquí herido.26 ¿Cómo es posible que los americanos caigan tan bajo? Sí, lo que hizo es un crimen, sin duda, pero no deja de ser una minúscula nota al pie. En la historia de la Segunda Guerra Mundial algo así ni se habría mencionado, de tan secundario que es. Pero aquí le sacamos tajada para no decir nada sobre los verdaderos crímenes, igual que hizo la gente con el caso de My Lai. My Lai representó una nota al pie dentro de la Guerra de Vietnam. Formó parte de una operación militar a gran escala, la Operación Wheeler, que estuvo dirigida por tipos como tú y como yo, trajeados y encorbatados, que organizaban incursiones con B52 contra aldeas y pueblos desde sus despachos con aire acondicionado. Fue una de las muchas operaciones que mataron a ni se sabe cuánta gente. Pero hete aquí que en un sitio en concreto unos pobres soldaditos sin formación se cagaron de miedo, perdieron los papeles y mataron a doscientas o trescientas personas. Ese es el crimen. Y el criterio que se aplica es que esos chavales no son como nosotros. Si metes en un conflicto a gente que procede de un entorno pobre y que no tiene ninguna formación, lo lógico es que estén muertos de miedo. Y si cometen un crimen, decimos que es horrible. Si unos tipos estupendos y educados como nosotros cometen crímenes a gran escala –en concreto, dando las órdenes para que se lleven a cabo– desde su situación de confort y protección, entonces eso no cuenta. Los juicios de Nuremberg funcionaron exactamente en sentido contrario. La acusación no persiguió a los soldados que lucharon en el campo de batalla, sino a los comandantes civiles.
El Toledo Blade publicó un estudio magnífico que ganó el Premio Pulitzer. Se trataba de un estudio sobre la Tiger Force, un pelotón que se creó dentro de la 101ª División Aerotransportada. En 1967 enviaron a la Tiger Force a las altiplanicies centrales, donde se dedicó a cometer una atrocidad tras otra. El estudio pone los pelos de punta.27
Pero no pone el dedo en la llaga. En efecto, esos soldados cometieron atrocidades. Sin embargo, 1967 fue el año en que Bernard Fall publicó sus conclusiones sobre que «Vietnam es una entidad cultural e histórica [... ] en peligro de extinción [...] [pues] las zonas rurales se están muriendo literalmente por culpa de los ataques que reciben de la máquina de guerra más grande que se haya desplegado jamás en una extensión de este tamaño».28 Tú compara los crímenes. Sí, lo que hizo la Tiger Force es una atrocidad. Pero ¿y lo que hicieron los tipos de Harvard y del MIT que planificaron estos ataques y otras acciones que pusieron en peligro de extinción al país entero? No hay ni punto de comparación.
De hecho, yo dediqué un capítulo de At War With Asia a este tema. Es el que se titula «Alter Pinkville», que es el nombre que se usó en un primer momento para hablar de My Lai.29 El capítulo fue, originariamente, un texto que escribí por encargo de la New York Review of Books –en aquel entonces, todavía escribía para ellos. Accedí a escribirlo únicamente si me dejaban mencionar My Lai solo de pasada–.30 El análisis se refiere a los otros crímenes, mucho más graves, que se estaban cometiendo en Vietnam, dirigidos desde Washington. Los planificadores de Washington son los verdaderos criminales de guerra, no los soldados desplazados al campo de batalla. La cadena de mando empieza en los civiles de los despachos de Washington. El tipo de persona que se juzgó en Nuremberg y Tokio. Si de verdad queremos ser mínimamente honrados, es a este tipo de gente a la que habría que procesar aquí, junto con todo el que escriba sobre nuestra benevolencia y nuestras benignas intenciones, para tapar esos crímenes.
Hace poco estaba oyendo una grabación de tu aparición en el programa «Firing Line» junto a William F. Buckley en abril de 1969. En relación con Vietnam, dijiste: «Un aspecto de nuestra sociedad y de otras sociedades que resulta aterrador es la serenidad y el desapego con que pueden contemplar hechos de esta naturaleza, como los de Vietnam, unas personas en su sano juicio, razonables y sensatas. En mi opinión, es más aterrador que el Hitler, el Le May u otros de su calaña que puedan surgir aquí y allá. Esa gente no podría actuar si no fuera por esta apatía y esta calma».31
Cosa que puedes encontrar en la mayoría de la gente con formación superior. La población general suele ser un poco diferente.
¿Por qué cargas tanto las tintas en la clase educada?
Porque el grado de responsabilidad va de la mano del grado de privilegio. Cuanto más privilegiado, más responsable eres. Tomemos otra vez el caso de la Alemania nazi, tal vez el peor periodo de la historia. El pobre diablo al que mandaban a combatir al frente oriental y que perpetraba atrocidades no tenía ninguna elección. Si se negaba, los altos mandos lo mataban. Pero Martin Heidegger podía elegir. Podía no haber escrito libros y artículos llenos de complicadas y elaboradas maneras de justificar las acciones de los nazis.
La gente que ocupa despachos y aulas en sitios como el MIT tiene la posibilidad de elegir. Son unos privilegiados, tienen formación superior, una educación. Eso conlleva responsabilidad. Uno que trabaja cincuenta horas a la semana para llevar comida a la mesa y que vuelve derrengado a casa por las noches y se enchufa a la tele tiene mucha menos capacidad de elección. Técnicamente, puede elegir, pero se trata de elecciones mucho más difíciles de ejercerse. Por tanto, esta persona tiene menos responsabilidad. Es elemental. Los que tienen el privilegio y la formación superior son también los que toman las decisiones, tanto si están dentro del gobierno como si ocupan puestos en el mundo empresarial o en instituciones académicas. Así pues, ellos son los responsables, mucho más que los que no tienen capacidad de elección.
Tú no estás a favor de un ejército compuesto solo de voluntarios. ¿Por qué?
En los años sesenta participé muy activamente en la organización de la resistencia contra la Guerra de Vietnam. Por lo único por lo que me libré de una larga condena a prisión fue porque el gobierno suspendió los juicios en los que me hubieran procesado cuando tuvo lugar la ofensiva del Tet. Sin embargo, yo nunca estuve en contra del llamamiento a filas, ni tampoco estoy en contra ahora. Si tiene que haber un ejército, creo que debería estar formado por los ciudadanos de a pie, no por mercenarios. Hay varios tipos de ejércitos mercenarios. Un modelo es la Legión Extranjera francesa o los gurjas, donde el poder imperial simplemente organiza un ejército mercenario. Otro es el ejército de voluntarios, que viene a ser, en la práctica, un ejército mercenario compuesto por ciudadanos desfavorecidos. La gente como tú y como yo no se alista como voluntaria, si no contamos al maniaco de turno. Pero sí se alista gente como Lynndie England, porque procede de un entorno en el que el ejército representa su única oportunidad. Por eso, acabas con un ejército mercenario formado por los desfavorecidos, y eso es mucho más peligroso que un ejército de todos los ciudadanos.
Pero a Vietnam fue un ejército de ciudadanos.
Fíjate en la historia de Vietnam. El mando estadounidense cometió un error garrafal. Utilizó un ejército de ciudadanos para combatir en una guerra colonial salvaje. Esto puede dar resultado un tiempo, pero no mucho. Más o menos cuando hubo pasado ese tiempo, los soldados empezaron a desobedecer las órdenes, a hacer pedazos a sus oficiales tirándoles granadas de fragmentación, a doparse. El ejército empezó a desintegrarse. Esto explica en parte porqué los jerifaltes quisieron sacarlo de allí. Los máximos analistas militares de dentro del Pentágono empezaron a decir que había que sacar de allí al ejército, pues de lo contrario nos íbamos a quedar sin ejército. Se estaba viniendo abajo desde dentro.32
Un ejército compuesto por toda clase de ciudadanos tiene un vínculo con la cultura de la ciudadanía en general. Por ejemplo, a finales de los años sesenta, durante la Guerra de Vietnam, hubo una especie de cultura de la rebeldía en muchos aspectos de la vida, así como una especie de cultura de lo civil también en muchos aspectos, que acabaron por inundar lo militar y contribuyeron a socavar sus cimientos, cosa que es muy buena. Por eso las potencias imperiales no han utilizado jamás ejércitos de ciudadanos para librar guerras imperialistas. Si echas un vistazo a lo que hicieron los británicos en la India, los franceses en África Occidental o los sudafricanos en Angola, verás que en esencia recurrieron a ejércitos de mercenarios, lo cual tiene toda la lógica del mundo. Los mercenarios son matarifes entrenados para ello. Pero matar gente no se le va a dar precisamente bien a uno que se sienta demasiado próximo a la sociedad civil.
Volviendo al tema de las clases educadas, ¿en qué difería su opinión sobre la guerra de la opinión que tenía la población en general?
Hacia 1969, en torno al 70 por 100 de la población de Estados Unidos describía la guerra como algo «fundamentalmente erróneo e inmoral», no como un «error».33 Era más o menos la misma época en que en el extremo crítico del espectro empezaban a oírse voces, como la de Anthony Lewis, que decían, primero tímidamente, que la guerra era un error.
Esta brecha entre la actitud de la población en general y la actitud de la elite se ha mantenido hasta en los sondeos de opinión más recientes, en toda una variedad de temas. De hecho, justo antes de las elecciones de noviembre de 2004 se publicaron los resultados de varios estudios de opinión a gran escala realizados por las organizaciones de encuestas más prestigiosas del país, como son el Consejo de Relaciones Internacionales de Chicago y el programa de la Universidad de Maryland dedicado al estudio de las actitudes hacia la política exterior. Eran tan alucinantes que la prensa no pudo informar sobre ellos. Estos sondeos pusieron de manifiesto que una gran mayoría de la población está a favor de firmar el protocolo de Kioto, de aceptar los dictámenes del Tribunal Penal Internacional y de confiar en la ONU a la hora de marcar la pauta en las crisis internacionales. Una mayoría de la población incluso está a favor de aplicar el veto del Consejo de Seguridad cuando se trata de acciones de la denominada guerra preventiva, que en estos momentos se interpreta como el derecho a agredir.34 Dicho de otro modo, la población se opone fuertemente al consenso bipartito sobre la guerra preventiva. Los dos partidos políticos están a favor de ella. La opinión de los comentaristas y de los expertos está, casi por completo, a favor de ella, con diversas puntualizaciones, como la de que hay que asegurarse de que la guerra preventiva no cueste demasiado y cosas así. Sin embargo, la gran mayoría de la población está en contra, y su postura es la de que solo se puede recurrir al uso de la fuerza cuando se cumpla con los términos de la Carta de las Naciones Unidas. Seguramente casi nadie ha oído hablar de la Carta de las Naciones Unidas, pero las respuestas que dan a las preguntas de los sondeos de opinión son un reflejo bastante fiel de la interpretación típica, de la interpretación estricta, de la carta, que dice que solo se puede recurrir al usar la fuerza cuando te atacan o cuando hay una amenaza inminente de ataque, como que haya aviones que estén ya sobrevolando el Atlántico para bombardear Estados Unidos.
En lo relativo a la Guerra de Irak, los resultados de los sondeos son bastante interesantes. Aproximadamente el 75 por 100 dice que Estados Unidos no debería haber atacado Irak si de verdad este no tenía armas de destrucción masiva o nexos que lo vinculasen con Al Qaeda. Aun así, el 50 por 100, más o menos, sostiene que sí que debíamos atacar Irak. Ello después de que el informe del Grupo de Supervisores para Irak mostrase que no tenían armas de destrucción masiva, programas ni vínculos con Al Qaeda.35 ¿Cómo se explica esta contradicción? En esencia, la gente se traga la propaganda, incluso después de haberse demostrado su falsedad. Fue tal el bombardeo de mensajes propagandísticos por parte del gobierno y de los medios de comunicación, que casi la mitad de la población seguía creyendo que Irak tenía armas de destrucción masiva o bien que las estaba desarrollando. Un porcentaje muy alto sigue creyendo que Irak tenía algo que ver con Al Qaeda y con los atentados del 11-S.36 Así pues, sí, en efecto, apoyan la guerra, aun cuando en general se oponen a la guerra salvo en caso de amenaza inminente de un ataque.
De hecho, si echas un vistazo a entrevistas que se han hecho a gente como Lynndie England, a los torturadores de Abu Ghraib y demás, verás que la mayoría dice que estaban vengándose por los atentados del 11-S. Ellos nos hicieron eso. ¿Por qué no les íbamos a pagar con la misma moneda? Si posees un mínimo de privilegio y formación, comprenderás que algo así no tiene ni pies ni cabeza. Pero esto no lo sabe la gente a la que las condiciones sociales y económicas han llevado a alistarse en un ejército mercenario. Para ellos lo mismo da un tipo con turbante que otro. Nosotros podemos poner el grito en el cielo, decir «Hay que ver, qué brutos sin educación», pero no tenemos ningún derecho. Deberíamos hablar de nosotros, que somos los que inducimos a la gente a creerse semejantes barbaridades, ya con nuestro silencio ya con nuestra apatía o nuestras evasivas, o bien, como ocurre a menudo, mediante enseñanzas directas,
Por cierto, en cuestiones de política nacional una abrumadora mayoría de la población, alrededor del 80 por 100, está a favor de aumentar la asistencia médica, y el 70 por 100 quiere que se aumenten las ayudas a la enseñanza y a la Seguridad Social.37 Los dos partidos políticos se oponen a ello. Los datos sobre asistencia médica resultan particularmente interesantes. Los sondeos rara vez preguntan a la gente qué clase de sistema sanitario quiere, pero cuando lo preguntan, suele resultar que o una pluralidad o una mayoría muy grande está a favor de algún tipo de sistema de atención sanitaria universal. El 31 de octubre, un par de días antes de las elecciones, el New York Times publicó un artículo sobre asistencia médica. Decía que Kerry no era capaz de mencionar ningún programa público que pudiese mejorar el sistema de asistencia médica, debido al escaso apoyo político que tendría.38 Quizá solo tres cuartos de la población. Pero bueno, es lo que se suele decir. Si en algún momento se habla del sistema nacional de asistencia médica, se dice que es «políticamente imposible». Que no tiene apoyo político. Salvo el apoyo de casi toda la población. Esto da una idea de por dónde van los tiros. «Apoyo político» significa apoyo del sector de las aseguradoras, de Wall Street, del seguro médico global, de la industria farmacéutica. Eso es el apoyo político. De hecho, si el 98 por 100 de la población quisiera un sistema universal de atención médica, eso tampoco se consideraría apoyo político.
Lo que demuestran todos estos sondeos, básicamente, es que la población en conjunto se halla tan a la izquierda de los dos partidos políticos, que es comprensible que no se publiquen los resultados de dichas encuestas. De hecho, uno de los pocos informes sinceros que he visto sobre la encuesta del Consejo de Relaciones Internacionales de Chicago apareció en Newsweek.39 Si siguiéramos por esa senda y preguntásemos a la gente cosas como «¿Cuál cree que es en estos momentos el sentir general del país?», estoy seguro de que la mayoría diría: «Bueno, nadie más cree esto. Soy el único que lo piensa. Estoy chalado». Porque en las conversaciones y debates públicos nunca reciben ni el más mínimo apoyo a sus puntos de vista, ni de parte de ninguna plataforma política, ni en los medios de comunicación.
NOTAS
1 Philip Stephens, Financial Times (Londres), 19 de noviembre de 2004.
2 Sam Allis, Boston Globe, 29 de abril de 2004.
3 David Ignatius, Washington Post, 2 de noviembre de 2003.
4 Patrick E. Tyler, New York Times, 1 de abril de 2003. Dexter Filkins, New York Times, 1 de abril de 2003. Tyler Hicks y John F. Burns, New York Times, 3 de abril de 2003. Robert Collier, San Francisco Chronicle, 3 de abril de 2003.
5 Noam Chomsky, Deterring Democracy, edición ampliada (Hill and Wang, 1992), p. viii. Publicado en español con el título El miedo a la democracia, por Editorial Crítica, 1992, en traducción de Mireia Carol.
6 Clive Ponting, Winston Churchill (Sinclair-Stevenson Ltd., 1994), p. 132.
7 Noam Chomsky, At War With Asia (Pantheon, 1970; AK Press, 2004).
8 Jonh K. Fairbank, discurso presidencial durante la asamblea anual de la American Historical Association, Nueva York, 29 de diciembre de 1968, publicado en la American Historical Review 74, nº 3 (febrero de 1969).
9 Véase Noam Chomsky y Edward S. Herman, Manufacturing Consent (Pantheon, 2002), p. 173.
10 John F. Burns, New York Times, 29 de noviembre de 2004.
11 Bernard Fall, Last Repections on a War (Doubleday, 1967).
12 Howard Kurtz, «Reliable Sources», CNN, 22 de agosto de 2004.
13 Richard A. Oppel, hijo, Robert F. Worth et al., New York Times, 8 de noviembre de 2004. Fotografía tomada por Shawn Baldwin.
14 Richard A. Oppel, hijo, New York Times, 8 de noviembre de 2004.
15 Protocolo adicional de las Convenciones de Ginebra del 12 de agosto de 1949, y el relativo a la Protección a las Víctimas de Conflictos Armados No-Internacionales, 8 de junio de 1977, Tercera Parte, «Sobre los heridos, enfermos y víctimas de naufragios». Véase también Dahr Jamail, «Iraqi Hospitals Ailing Under Ocupation», 21 de junio de 2005, on line en http://dahrjamailiraq.com.
16 U.S. War Crimes Act, de 1996 (18 U.S.C. 2441).
17 Les Roberts et al., The Lancet 364, nº 9.448 (20 de noviembre de 2004). Véase también los comentarios al informe, por Richard Horton, The Lancet 364, no 9.448
18 Patrick Wintour y Richard Norton-Taylor, The Guardian (Londres), 30 de octubre de 2004.
19 Sarah Boseley, The Guardian (Londres), 11 de marzo de 2005. Rory McCarthy, The Guardian (Londres), 9 de diciembre de 2004.
20 Justin Lewis, Sut Jhally y Michael Morgan, «The Gulf War: A Study of the Media, Public Opinion and Public Knowledge», Centro para el Estudio de la Comunicación, Departamento de Comunicación de la Universidad de Massachusetts en Amherst (febrero de 1991).
21 Hatfield Consultants (Vancouver), Development of Impact Mitigation Strategies Related to the Use of Agent Orange Herbicide in the Aluoi Valley, Viet Nam (2000) y Preliminary Assessment of Environmental Impacts Related to Spraying of Agent Orange Herbicide During the Viet Narn War (1998). Reuters, Boston Globe, 7 de marzo de 2002. Associated Press, Taipei Times, agosto de 2003.
22 Barbara Crossette, New York Times, 18 de agosto de 1992.
23 Doug Struck, Washington Post, 18 de abril de 2001. Colin Joyce, Daily Telegraph (Londres), 21 de abril de 2001. David McNeill, New Statesman, 26 de febrero de 2001.
24 Rory McCarthy, The Guardian (Londres), 15 de noviembre de 2004. Steve Negus, Financial Times (Londres), 12 de noviembre de 2004.
25 Michael Janofsky, New York Times, 13 de noviembre de 2004.
26 Eric Schmitt, New York Times, 17 de noviembre de 2004.
27 Mlchael D. Sallah, Mitch Weiss y Joe Mahr, Toledo Blade, 22 de octubre de 2003 - 5 de septiembre de 2004.
28 Fall, Last Reflectians on a War (op. cit.)
29 Noam Chomsky, At War With Asia (op. cit.}.
30 Noam Chomsky, New York Review of Books 13, nº 12 (1 de enero de 1970), reproducido en Chomsky, At War With Asia.
31 Véase Manufacturing Consent, con dirección de Mark Achbar y Peter Wintonick (Zeitgeist Films, 1993), y el libro del mismo título, publicado por Black Rose Books en Montreal en 1994.
32 Véase David Cortright, Soldiers in Revolt, edición actualizada (Haymarket Books, 2005).
33 Para más información, véase Noam Chomsky, Understanding Power, de Peter R. Mitchell y John Schoeffel editores (New Press, 2002), cap. 7, nota 57.
34 Chicago Council on Foreign Relations, «American Public Opinión and Foreign Policy», Global Views 2004; y sondeos del Program on International Policy Attitudes (PIPA), de la Universidad de Maryland.
35 Bryan Bender, Boston Globe, 7 de octubre de 2004. Demetri Sevastopulo, Financial Times (Londres), 27 de abril de 2005.
36 PIPA, «Bush Supporters Still Believe Iraq Had WMD or Major Progar, Supported al Qaeda», 21 de octubre de 2004. Howard LeFranchi, Christian Science Monitor, 22 de octubre de 2004. Bob Herbert, New York Times, 10 de septiembre de 2004, Robert P. Laurence, San Diego Union Tribune, 14 de octubre de 2003.
37 Chicago Council on Foreign Relations, Global Views 2004, p. 14.
38 Gardiner Harris, New York Times, 31 de octubre de 2004.
39 Fareed Zakaria, Newsweek, 11 de octubre de 2004.