viernes, 22 de febrero de 2008

AMBICIONES IMPERIALES - LIBRO COMPLETO - Capítulo 5.-




Chomsky, Noam.

Ambiciones Imperiales.

Ediciones Península, Barcelona, 2005

. Capítulo 5, pp. 91-109.

5

HISTORIA Y MEMORIA

CAMBRIDGE, MASSACHUSETTS

(11 DE JUNIO DE 2004)

Háblame del cuadro que tienes en el despacho. Es bastante fuerte.

Es un cuadro del ángel de la muerte por encima del arzobispo de El Salvador, Óscar Romero, asesinado en 1980.1 A Romero lo mataron unos días después de haber escrito una carta al presidente Jimmy Carter en la que le suplicaba que no mandase ayuda a la junta militar de El Salvador, pues esta la utilizaría para reprimir a quienes luchaban por sus derechos humanos elementales.2 Carter envió la ayuda y a Romero lo asesinaron. Entonces Ronald Reagan llegó a la Presidencia. Lo más suave que se puede decir de Reagan es que tal vez no conociese las políticas de su Administración, pero haré como si no hubiera sido así. La época Reagan fue una época de desastres para El Salvador. Mataron salvajemente a unas setenta mil personas.3 La década empezó con el asesinato del arzobispo y acabó – lo cual no deja de tener un lado simbólico – con el brutal asesinato de seis destacados intelectuales latinoamericanos, seis jesuitas, a manos de un batallón de elite, entrenado, armado y organizado por Estados Unidos, que arrastraba ya un largo y sangriento historial de asesinatos y masacres.4 En el cuadro aparecen los sacerdotes, la sirvienta y la hija de esta, a las que mataron también. Prácticamente todas las visitas que recibo de personas originarias del sur de Río Grande reconocen la imagen, mientras que casi nadie procedente del norte de Río Grande sabe de qué se trata.

Cuando el enemigo comete crímenes, son crímenes. De hecho, podemos exagerar y mentir al respecto, con total impunidad. Pero si somos nosotros los que cometemos los crímenes, aquí no ha pasado nada. Esto se ve de una manera muy llamativa en el culto a Reagan, que se creó a través de una campaña propagandística a gran escala. El régimen de Reagan fue un régimen de asesinatos brutales y violencia, que asoló más de dos y más de tres países y que seguramente acabó con la vida de unas doscientas mil personas en América Latina, dejando cientos de miles de huérfanos y viudas. Pero esto aquí no se puede decir. Eso no pasó.

El responsable de la guerra de la Contra en Nicaragua, que fue uno de los componentes de aquella época de terror, fue un hombre conocido como el «procónsul» de Honduras, John Negroponte. Negroponte era el embajador estadounidense en Honduras, país que servía de base para el ejército terrorista que estaba atacando Nicaragua. Como procónsul, tenía dos cometidos: En primer lugar, mentir al Congreso sobre las atrocidades cometidas por los servicios de seguridad hondureños, para que pudiese seguir llegando ayuda militar a Honduras. Y, en segundo lugar, supervisar los campos de entrenamiento del ejército de mercenarios, donde les daban las armas y los organizaban para cometer las atrocidades, atrocidades por las que el Tribunal Internacional de Justicia lo condenó. En estos momentos Negroponte es el procónsul de Irak. El Wall Street Journal publicó, cosa que los honra, un artículo en el que se señalaba que Negroponte iba a Irak como «moderno procónsul» y que había aprendido el oficio en Honduras a principios de los años ochenta.5 En Honduras – añadiría yo – estuvo al mando de la mayor base de la CIA en el mundo. En estos momentos es el responsable de la mayor embajada del mundo. Pero no pasó nada de todo esto ni tiene la menor importancia, porque lo hicimos nosotros, razón suficiente para borrarlo de la historia.

El New York Times de hoy está repleto de palabras solemnes y pomposas para referirse a un funeral de Estado que se ha oficiado en honor a Ronald Reagan, un hombre que describió a la Contra nicaragüense como «el equivalente moral de los Padres Fundadores».6 En el artículo de primera plana, «El legado de Reagan se somete ahora a la prueba del tiempo» («Legacy of Reagan Now Begins the Test of Time»), R. W. Apple hijo escribe sobre el «extraordinario talento» de Reagan «para la política», que, entre otras cosas, se caracterizó por «su talento como comunicador, su intuición a la hora de entender al americano medio y su inagotable genialidad».7

En el artículo de R. W. Apple es como si se hubiese borrado por completo todo el historial de atrocidades cometidas durante la presidencia de Reagan, cosa absolutamente típica. En los años Reagan, la Administración mantuvo una política de «compromiso constructivo» con Sudáfrica. En aquellos tiempos había una fuerte oposición al apartheid y el Congreso había aprobado una legislación que prohibía el envío de ayuda a Sudáfrica. Los reaganianos tuvieron que buscarse los vericuetos por los que sortear la legislación del Congreso y, de hecho, poder incrementar sus operaciones comerciales con Sudáfrica. Para ello dijeron que Sudáfrica se estaba defendiendo de uno de los «grupos terroristas más conocidos» del mundo, a saber: el Congreso Nacional Africano de Nelson Mandela.8 Aquel fue un periodo de masacres, desolación y destrucción, todo lo cual ha sido borrado de la historia.

Uno de los acontecimientos que se produjeron durante la Administración Reagan fue la invasión de Granada. Aquel día, el 25 de octubre de 1983, tu estabas en Boulder, Colorado, y empezaste tu charla diciendo: «La última intervención estadounidense registrada hasta esta misma mañana es la que se está produciendo en Granada». Reagan dijo que la construcción de un aeródromo en Granada «solo podía entenderse como una proyección del poder soviético y cubano en la región».9

Repito que lo más suave que se puede decir de Reagan es que probablemente no tenía ni idea de lo que estaba diciendo. Los redactores de los discursos le pasaban las notas y hasta los chistes que tenía que soltar. Pero hagamos como si supiera lo que estaba diciendo. Lo que dijo fue que Granada era una cabeza de playa soviética-cubana porque unos contratistas cubanos estaban construyendo allí un aeródromo, con planificación y permiso de Reino Unido. Y que los rusos, si es que eran capaces de localizar Granada en un mapa, iban a utilizarlo como base aérea para atacar a Estados Unidos.

Reagan era un cobarde de tomo y lomo. Una persona que se cree que una base aérea en Granada se puede usar para atacar a Estados Unidos ni siquiera alcanza el nivel de hazmerreír. Y lo mismo ocurrió con Nicaragua. Reagan declaró el estado de emergencia nacional porque el Gobierno de Nicaragua suponía una «amenaza insólita y extraordinaria para la seguridad nacional y para la política internacional de Estados Unidos».10 Después dijo que Nicaragua era «un santuario de terroristas y agentes subversivos, ubicado en un lugar privilegiado, a solo dos días en coche desde Harlingen, Texas».11 Quien viese y oyese todo aquello no sabía si echarse a reír o a llorar. De hecho, es para echarse a llorar, porque todo aquello formó parte de un proceso que destrozó a Nicaragua y dejó gravemente dañado a Estados Unidos.

Reagan dijo que intervenía en Granada para salvar la vida de los estudiantes de Medicina de la Universidad St. George.

Sí, se dijo que Estados Unidos estaba protegiendo a los estudiantes americanos de la facultad de Medicina.12 En los medios de comunicación no se dijo nada sobre las ofertas que había hecho Cuba inmediatamente para negociar sobre el tema, cosa que sí se filtró a la prensa después, discretamente, cuando era ya demasiado tarde. Por supuesto, la verdadera razón de la invasión no era ningún secreto. Apenas un par de días antes había tenido lugar un bombardeo en el Líbano en el que habían muerto 240 marines estadounidenses. Y, claro, tenían que taparlo bien con un gesto grandilocuente: defendernos de la destrucción que vendría de Granada. Una vez finalizada la invasión, Reagan cogió y dijo: «Se acabaron los días de debilidad. Nuestras fuerzas militares están otra vez en pie y con la cara bien alta».13

Por cierto, eso que se dice de que el pueblo americano le tenía a Reagan un cariño especial simplemente no es cierto. No fue un presidente popular. Hoy hasta la prensa tiene que reconocerlo en determinadas ocasiones. No hay más que ver las encuestas de Gallup. La popularidad de Reagan durante los años de su mandato se mantuvo siempre en un nivel intermedio, por debajo de cualquiera de sus sucesores, excepto Bush hijo. En 1992 Reagan se había convertido en el ex presidente vivo más impopular, sin contar a Richard Nixon.14 Pero entonces empezó una campaña propagandística tremenda, que lleva en marcha desde hace unos diez años aproximadamente y cuyo objetivo no es otro que convertirlo en una semi-divinidad, lo cual se ha conseguido en parte. Si sigues la campaña propagandística y vas mirando las encuestas de opinión, podrás ver que ha ido aumentando la reverencia al líder imperialista a medida que se ha expandido la campaña propagandística. Es cierto que la gente es vulnerable a la propaganda imperialista.

Este funeral de Estado que se ha celebrado hoy en Washington es muy curioso. Como señaló el Times, el funeral va siguiendo un programa que ocupa trescientas páginas y que dicta con todo detalle lo que tiene que pasar en cada instante de la ceremonia imperial.15 Jamás se había hecho nada igual en la historia de Estados Unidos. El funeral de John F. Kennedy fue totalmente diferente; aquel siguió al asesinato de un presidente en activo. Para encontrar algo que se pueda equipararse a esto, habría que remontarse al exagerado culto que se rindió a George Washington a partir de principios del siglo XIX. A Washington lo convirtieron en el ser humano perfecto, en la criatura más asombrosa que hubiese caminado sobre la faz de la Tierra, algo muy parecido a lo que se podría ver en Corea del Norte con Kim Il Sung. Aquello pasó en una época en que la gente estaba intentando crear un país unificado a partir de una serie de colonias disgregadas. Hasta la Guerra Civil, aproximadamente, el término «Estados Unidos» era plural, no singular: eran estados que se habían unido. El empeño por forjar una nación requería un esfuerzo propagandístico de envergadura, sobre todo para lo que era la propaganda en el siglo XIX. Sin embargo, desde entonces hasta ahora no ha habido nada que pueda compararse al culto a Ronald Reagan.

Tu despacho está en un edificio nuevo del MIT, justo enfrente de otro nuevo que recibe el nombre de Centro para el Aprendizaje y la Memoria. Uno no puede por menos de preguntarse qué harán allí dentro. Pero me gustaría que me hablases de la memoria y del conocimiento de la historia como herramienta para resistir la propaganda.

Mucho antes de George Orwell se sabía perfectamente que había que reprimir la memoria y el recuerdo. Pero debe reprimirse no solo el recuerdo sino también la conciencia de lo que está pasando delante de nuestras narices, porque si la gente llega a entender lo que se está haciendo en su nombre, probablemente no lo toleraría. Esa es la razón principal que explica la necesidad de la propaganda. De lo contrario, no hace ninguna falta para nada. ¿Por qué no se dice simplemente la verdad? Es más fácil decir la verdad que mentir. Nunca te pillan, no requiere ningún esfuerzo... Pero, siempre que pueden, los sistemas de poder nunca dicen la verdad, sencillamente porque no se fían de la gente.

El 27 de mayo el New York Times publicó un artículo sobre las conversaciones entre Henry Kissinger y Richard Nixon, en el que figuraba una de las frases más alucinantes que he leído en mi vida. Kissinger luchó contra viento y marea para que los tribunales impidiesen que saliesen a la luz aquellas transcripciones, pero al final los jueces lo permitieron. Vas leyéndolas y de repente te encuentras con que en un momento dado Nixon informó a Kissinger de su intención de asaltar Camboya con el pretexto de que hacían falta suministros aerotransportados. Nixon le dijo: «Quiero que no dejen títere con cabeza». Y Kissinger transmitió al Pentágono la orden de llevar a cabo una «campaña intensa de bombardeos sobre Camboya. Que disparen contra todo lo que se mueva».16 Este es el llamamiento más explícito a lo que denominamos genocidio, cuando lo cometen otros, que yo haya visto en los anales de la historia.

En estos momentos se está juzgando a Slobodan Milosevic, el ex presidente de Yugoslavia. Los fiscales se están enfrentando a ciertos obstáculos porque no consiguen encontrar órdenes directas que relacionen a Milosevic con las atrocidades cometidas en territorio bosnio. Supón que encuentran una frase de Milosevic que diga: «Que no dejen títere con cabeza. Que disparen contra todo lo que se mueva». Con eso se acabaría el juicio y se condenaría a Milosevic a varias cadenas perpetuas. Sin embargo, no consiguen encontrar ningún documento de esta naturaleza.

¿Hubo alguna reacción a la publicación de las transcripciones de las conversaciones entre Nixon y Kissinger? ¿Alguien se fijó? Yo he traído el asunto a colación en varias charlas y me he dado cuenta de que la gente no parece entenderlo. Es posible que lo entiendan en cuanto me lo oyen decir, pero no al cabo de cinco minutos, porque resulta demasiado intolerable. No puede ser que hagamos llamamientos abiertos y públicos al genocidio y que lo cometamos a continuación. Eso no puede ser. Por tanto, jamás ha sucedido nada así. Y, por tanto, ni siquiera hay que borrarlo de la historia, porque en la historia nunca entrará nada así.

En el capítulo que dedicas a los crímenes de guerra («On War Crimes»), del libro At War With Asia (‘En guerra con Asia’), citas el discurso de presentación de Bertrand Russell ante el tribunal internacional que se creó para juzgar los crímenes de guerra cometidos contra Vietnam. Russell dijo: «En la naturaleza del imperialismo está que los ciudadanos de la potencia imperial sean siempre de los últimos en enterarse de lo que pasa en las colonias, o en interesarse por ello».17

No estoy de acuerdo con Russell cuando dice que los ciudadanos de la potencia imperial son los últimos en sentir interés. En mi opinión, claro que les interesa y les importa, y me parece que por eso mismo es por lo que son los últimos en enterarse. Por culpa de las apabullantes campañas propagandísticas que lo impiden. La propaganda puede ser de dos tipos: explícita o tácita. También cuando guardas silencio sobre tus propios crímenes de guerra estás haciendo propaganda. Y si existe la propaganda, tanto de una clase como de la otra, es porque a la gente le importan estas cosas. Por tanto, si descubre lo que de verdad está pasando, no va a permitir que siga pasando. De hecho, lo podemos ver ahora mismo. No lo verás en los titulares de prensa, pero toma el caso, digamos, de los recientes acontecimientos de Faluya, en Irak. Los marines invaden Faluya y matan a ni se sabe cuánta gente, aunque muy probablemente a centenares de personas.18 Como nosotros jamás investigamos nada sobre las víctimas que causamos, desconocemos las cifras. Estados Unidos tuvo que retirarse y, aunque nadie lo diga, tuvo que admitir la derrota. Los marines devolvieron la ciudad a lo que viene a ser el antiguo ejército de Sadam Husein. ¿Por qué? Supón que en los años sesenta se hubiese cometido un asalto de este tipo. La cuestión se habría zanjado con toda facilidad recurriendo a los B52 y a operaciones en tierra a gran escala para arrasar el lugar. ¿Por qué el Ejército de Estados Unidos no lo hizo en esta ocasión? Porque la gente no lo va a tolerar.

En los años sesenta el poder ejecutivo era tan extremo que el gobierno podía hacer lo que le viniese en gana sin que pasase nada. Se daba por hecho que teníamos derecho a masacrar y destruir a capricho. Por eso, durante años no hubo prácticamente ninguna protesta contra la Guerra de Vietnam, y constantemente se llevaban a cabo operaciones como la de Faluya. Pero las cosas ya no son así. Ahora la ciudadanía no lo toleraría. Y esta es una de las principales razones que explica por qué Estados Unidos ya no puede llevar a cabo el tipo de operación asesina que antes era tan fácil de hacer.

Yo dedico muchas horas a examinar documentos oficiales desclasificados. Puedes ver documentos secretos de Estados Unidos o de otros países, al menos que yo sepa. Si están protegiendo algún secreto, ¿de quién crees que los protegen? Principalmente, de la población nacional. Una parte muy pequeña de estos documentos internos tiene algo que ver con la seguridad, da igual lo ampliamente que interpretes el término. En primer lugar, tienen que ver con cerciorarse de que el enemigo principal – es decir, la población nacional – siga sin saber nada de los actos cometidos por los poderosos. Y por eso la gente que está en el poder, ya sea en el poder económico, gubernamental o doctrinal, tiene miedo de que a la población le importen estas cosas. Como consecuencia, hay que manipular conscientemente sus actitudes y creencias, como dijo Edward Bernays.

En junio de 2004 se cumplen cincuenta años del golpe de Estado estadounidense que derrocó al gobierno democráticamente elegido de Jacobo Arbenz en Guatemala.19 Tras el golpe, Dwight D. Eisenhower dijo a Allen Dulles y a otros funcionarios de máximo nivel: «Gracias a todos. Han evitado que se crease en nuestro hemisferio una cabeza de playa soviética».20 Stephen Schlesinger y Stephen Kinzer escribieron un libro acerca de aquel golpe de Estado, titulado Bitter Fruit.21 En un artículo publicado en Nation Schlesinger lo llamó «uno de los episodios más negros de la historia de la CIA».22 Me gustaría que comentases lo que sucedió en Guatemala.

Bitter Fruit es un buen libro. Pero aquel golpe de Estado no fue un momento negro de la historia de la CIA. La CIA actuó, como hace una y otra vez, como agencia de la Casa Blanca encargada de llevar a cabo actos con «posibilidad de negarlo todo de manera plausible», como se suele decir. La CIA tiene asignada la responsabilidad de cometer los crímenes y las atrocidades, y si algo sale mal, puedes echarle la culpa a los elementos «canallas» de la propia agencia. De todos modos, es un chiste. Porque es dificilísimo encontrar un solo caso en el que la CIA haya actuado al margen de la autoridad que le ha otorgado el presidente. En el caso del derrocamiento de Arbenz, Eisenhower dio las órdenes. En cuanto a que Guatemala fuese o no una cabeza de playa soviética, Eisenhower sabía perfectamente que su propia Administración llevaba tiempo haciendo todo lo posible por forzar a Guatemala a aceptar armas de Europa del Este. Guatemala contaba con un gobierno democrático, al que Estados Unidos se oponía duramente. Un poeta guatemalteco bautizó aquel breve interludio como «años de primavera en un país con una tiranía eterna».23

Cuando se puso término a la dictadura de Jorge Ubico Castañeda en 1944, Guatemala tuvo al fin un auténtico gobierno democrático, que gozó de un enorme apoyo popular gracias a sus políticas sociales progresistas. Por primera vez, el gobierno movilizó al campesinado para que participase en el sistema político. Empezó a desarrollarse una democracia real, que habría podido influir en otros países de América Latina. A Estados Unidos esto le pareció un crimen increíble. Dulles y Eisenhower estaban profundamente preocupados, y así lo decían en sus conversaciones secretas. Estaban preocupados con que Guatemala pudiera estar dando su apoyo a las huelgas de la vecina Honduras o ayudando a José Figueres, la figura más destacada de la democracia en América Central, que estaba intentando acabar con la dictadura en Costa Rica. Cuando Estados Unidos amenazó al país con un ataque, Guatemala buscó ayuda militar en Europa, cosa que Estados Unidos impidió. Al final, buscando defenderse de un ataque procedente de la superpotencia del hemisferio, Guatemala cometió el error táctico de aceptar ayuda militar del único país del mundo que quiso echarle una mano: Checoslovaquia. Entonces, el Gobierno estadounidense descubrió, triunfal, que iban a llegar armas checas a Guatemala y aireó la noticia a bombo y platillo diciendo que era una amenaza para Estados Unidos. ¿Cómo iba a sobrevivir Estados Unidos si llegaban a Guatemala unos cuantos rifles checos? Y esto se usó como pretexto para la invasión.

Por cierto, aunque disponemos de muchísima información sobre lo que ocurrió en Guatemala, lo que sabemos sigue siendo bastante limitado. En parte se debe a que los reaganianos, que no es que fuesen conservadores sino más bien unos estadistas reaccionarios radicales, suspendieron la desclasificación regular de archivos que habrían arrojado más luz sobre este periodo. Por lo general, la ley estadounidense obliga al Departamento de Estado a desclasificar documentos secretos y a hacerlos públicos a los treinta años. La Administración Reagan suspendió esta práctica porque no quiso que la ciudadanía supiese lo que había pasado en Guatemala en 1954 y en Irán en 1953.24 La gente podría enterarse de la verdad sobre lo que tramaba el Estado, y no lo toleraría.

El periódico de referencia, el New York Times, tuvo su papel en el golpe de Estado de Guatemala de 1954. El director de La CIA pidió al Times que mantuviese a su corresponsal Sydney Gruson apartado de la historia, y el editor del periódico, Arthur Hays Sulzberger, accedió.25

El Times aplaudió enérgicamente el golpe de Estado de Guatemala y también el de Irán de 1953. De hecho, Thomas McCann, el encargado de relaciones públicas de la United Fruit Company, escribió un libro interesante sobre el tema: An American Company, en el que describe los esfuerzos propagandísticos que se hizo, dirigidos por Edward Bernays, para convencer a la opinión pública y a la prensa para que apoyasen el golpe. Y a continuación dice: «Es difícil demostrar de manera convincente que se ha manipulado a la prensa cuando las víctimas resultaron estar tan deseosas de participar en la experiencia».26

La portada del libro del escritor y activista paquistaní Eqbal Ahamd Terrorism: Theirs and Ours (‘Terrorismo: El de ellos y el nuestro’) muestra una foto de Ronald Reagan sentado en la Casa Blanca junto a un grupo de muyahidin de Afganistán. En los grandes medios de comunicación esta fotografía no está circulando mucho. La Administración Reagan fue fundamental a la hora de apoyar a los muyahidin, algunos de los cuales se transformaron después en los talibán y en Al Qaeda.27

Hizo mucho más que apoyarlos. Los organizó. Reunió a islamistas radicales de todo el mundo, a los elementos más violentos y locos que pudo encontrar, e intentó crear con ellos una fuerza militar en Afganistán. Quienes armaron, entrenaron y dirigieron a los muyahidin fueron, principalmente, los servicios de inteligencia paquistaníes, pero siempre bajo supervisión y control de la CIA, con el respaldo de Reino Unido y otras potencias. Se podría decir que habría sido legítimo si se hubiese hecho con el fin de defender Afganistán, pero es que no fue así. De hecho, es probable que alargase la Guerra de Afganistán. Los archivos soviéticos sugieren que Moscú estaba dispuesto a salir de Afganistán a principios de los años ochenta. Pero esa no era la cuestión. La cuestión no era defender a los afganos, sino hacer daño a los rusos. Los muyahidin desarrollaron actividades terroristas dentro de la propia Rusia. Y esas mismas fuerzas se transformaron posteriormente en lo que luego sería Al Qaeda. Por cierto, aquellas actividades terroristas cesaron cuando los rusos se fueron de Afganistán, porque lo que los muyahidin estaban intentando hacer es exactamente lo que decían: proteger el territorio musulmán de los «infieles».

A decir verdad, si echas la vista atrás verás que hasta 1998 apenas se menciona a Al Qaeda en los informes de los servicios de inteligencia estadounidenses. El bombardeo de Sudán y Afganistán en 1998, durante la Presidencia de Clinton, creó efectivamente Al Qaeda como ente conocido tanto en el universo de los servicios de inteligencia como en el mundo musulmán. De hecho, aquellos bombardeos tuvieron como consecuencia la aparición de Osama bin Laden como gran símbolo, un incremento muy acentuado del reclutamiento de adeptos y de la financiación de las redes del estilo Al Qaeda, y un estrechamiento en las relaciones entre bin Laden y los talibán, que hasta entonces se habían mostrado bastante hostiles con él. En concreto, el bombardeo de Sudán enfureció a mucha gente en todo el mundo árabe. Se trata de otro de esos momentos de la historia que no sucedió, simplemente porque lo hicimos nosotros. Estados Unidos sabía perfectamente que en el ojo de mira tenía a uno de los grandes fabricantes de suministros farmacéuticos y veterinarios de un país africano pobre. Aquello tendrá efectos devastadores, sin lugar a dudas. Sin embargo, no sabemos hasta qué punto lo serán porque, una vez más, cuando se trata de nuestros actos criminales, no investigamos nada ni nos importan un bledo las consecuencias. Pero los escasos cálculos creíbles disponibles, uno del embajador alemán – publicado en la ultraizquierdista Harvard International Review – y otro aparecido en el Boston Globe, arrojan la plausible cifra de varias decenas de miles de muertos como consecuencia de aquel bombardeo, puede que más, puede que menos.28 Aquí en Estados Unidos ni siquiera se toca el tema. Si Al Qaeda hiciese saltar por los aires los suministros farmacéuticos de algún país que sí contase, como Estados Unidos, Reino Unido o Israel, no diríamos: «Bueno, no es para tanto». Pero como fuimos nosotros quienes lo hicimos, no pasó nada y no hubo ninguna consecuencia. Y si alguien osa mencionar el asunto, lo único que conseguirá es llevarse un berrinche y nada más, porque aquí no se puede ni decir que Estados Unidos puede perpetrar crímenes de envergadura así porque sí.

El propio Osama bin Laden solo se volvió antiamericano hacia 1991, por una serie de razones. Estados Unidos y Arabia Saudí no le dejaron organizar una yihad contra Sadam Husein durante la primera Guerra del Golfo. Pero la razón principal fue que Estados Unidos tenía bases en Arabia Saudí, cerca de dos de las ciudades más sagradas del islam.

En agosto de 1998 entrevisté a Eqbal Ahmad, a las pocas semanas de que Clinton lanzase una serie de ataques con misiles de crucero contra Afganistán y Sudán. Ahmad me dijo: «Osama bin Laden es una muestra de lo que se nos avecina. [...] Estados Unidos ha sembrado en Oriente Medio y en el sur de Asia unas semillas muy venenosas que ahora están empezando a crecer. Algunas han madurado ya y otras están en ello. Hace falta hacer un análisis de por qué se sembraron esas semillas, qué es lo que ha crecido de ellas y cómo habría que cosecharlas. Los misiles no resolverán el problema».29

Es un comentario muy agudo. De hecho, existe ahora una literatura bastante buena sobre cómo se desarrollaron esas semillas. El mejor libro sobre este tema es Al-Qaeda, del investigador británico Jason Burke, que confirma las predicciones de Eqbal Ahmad.30 Burke sostiene que Al Qaeda no es una organización, sino un entramado de organizaciones, principalmente independientes o con unos nexos nada rígidos, que comparten una ideología similar. Algo así como una «red de redes». Según dice Richard Clarke en su libro Against All Enemies, los servicios de inteligencia estadounidenses no prestaron especial atención a Al Qaeda ni a Osama bin Laden hasta 1998. De hecho, ni siquiera manejaban el término «Al Qaeda».31 Pero, tal como predijo Eqbal, los bombardeos de Sudán y Afganistán tuvieron la consecuencia de convertir a Al Qaeda y a bin Laden en dos grandes símbolos. Aquellos atentados, junto con la invasión de Afganistán, condujeron a un enorme aumento del reclutamiento de adeptos y de la financiación de grupos creados a imagen de Al Qaeda. Burke dice acertadamente: «Cualquier recurso a la fuerza es otra pequeña victoria para bin Laden», ya que le ayuda a movilizar a la población que él espera vea a los países occidentales como unos cruzados que están intentando acabar con el mundo musulmán.32 La Guerra de Irak tuvo exactamente el mismo efecto.

Esta misma mañana el Departamento de Estado ha reconocido que – como han dicho, muy finamente – estaban «equivocados» – es decir, habían mentido como bellacos – cuando dijeron en su informe «Patterns in Global Terrorism» (Patrones característicos del terrorismo mundial) que gracias a Bush se había reducido el terrorismo.33 En realidad, ha aumentado, admiten ahora con la boca pequeña, pese a que hace ya un tiempo que se sabe perfectamente.34 Este aumento se debe, en parte, a la Guerra de Irak, algo totalmente predecible. De hecho, las agencias de inteligencia y los analistas predijeron que si Estados Unidos invadía Irak, aumentaría el terrorismo, por razones bastante obvias.35

En estos momentos estamos asistiendo a una farsa de lo más curiosa en el mundo intelectual y en Washington, basada en las denominadas revelaciones de Richard Clarke, Paul O’Neill – el ex secretario del Tesoro – y otros, según las cuales para los neo-conservadores de la Administración de Bush II invadir Irak era más importante que la guerra contra el terrorismo. Lo único sorprendente de estas revelaciones es que nadie se ha llevado ninguna sorpresa. ¿Cómo íbamos a sorprendernos?

Al fin y al cabo, invadieron Irak sabiendo que era muy probable que aumentase la amenaza del terrorismo. Lo cual pone de manifiesto cuáles son sus prioridades. No hay más que hablar. Pero es que además, desde su punto de vista, son unas prioridades perfectamente lógicas. A ellos el terrorismo les trae bastante al fresco. Lo que les importa de verdad, como señala acertadamente Chalmers Johnson, es tener bases militares en un Estado cliente y dependiente, en el corazón mismo de la región productora de petróleo más grande del mundo. Esto es importante. No porque Estados Unidos quiera el petróleo en sí – pues de una forma u otra obtendrá petróleo en los mercados –, sino el control de dicho petróleo, cosa muy diferente. Desde los años cuarenta se sabe que una de las mejores bazas con que puedes contar frente a tus enemigos es tener en tus manos el control del petróleo. Los enemigos de Estados Unidos son Europa y Asia, que son las dos zonas del mundo que podrían avanzar hacia la independencia. Una de las maneras de evitarlo es tener nosotros la mano en el grifo.

Cada cuatro años los votantes estadounidenses se enfrentan a la disyuntiva de elegir entre lo que se ha venido en llamar «el menos malo de dos males». Tú mismo has dicho que en estas próximas elecciones entre George Bush y John Kerry existe «una fracción» de diferencia, lo cual ha dejado intrigado a más de uno. ¿Podrías explicar tu postura?

Existen diferencias. Kerry y Bush tienen electorados diferentes y grupos de personas diferentes a su alrededor. En cuestiones internacionales, de salir elegido Kerry, yo no esperaría grandes cambios. Probablemente será parecido a lo que vimos en los años de Clinton, que siguió aplicando más o menos las mismas políticas, si bien más moduladas, no tan descaradas y agresivas, menos violentas. Pero en cuestiones domésticas podrían producirse diferencias bastante significativas en cuanto a resultados. Los que rodean a Bush son fanáticos de verdad. Son bastante abiertos, no lo ocultan. De eso no los podrán acusar nunca. Quieren acabar con todo el compendio de logros progresistas del último siglo. Ya han eliminado, más o menos, el impuesto sobre la renta que crearon los progresistas. Ahora están intentando acabar con el limitado sistema de atención sanitaria. Van a por la Seguridad Social. Probablemente irán a por los colegios. No quieren un gobierno pequeño, como tampoco lo quiso Reagan. Ellos quieren un gobierno inmenso, que se meta en todo y que trabaje a su servicio. Odian los mercados libres. Los de Kerry no harán algo fabulosamente diferente, pero tienen un electorado diferente al que atraer y es mucho más probable que mantengan algún tipo de ventaja, limitada, para la población general.

Pero ahí no acaban las diferencias. Una gran parte del electorado popular de los de Bush es el sector religioso fundamentalista del país, que es inmenso. En ningún otro país industrializado existe nada igual.

Y Bush tiene que seguir dándoles carnaza para mantenerlos a raya. Mientras Bush los esquilma con sus políticas económicas y sociales, tiene que hacerles creer que está haciendo algo por ellos. Pero dar carnaza a este electorado es algo peligrosísimo para el mundo, porque quiere decir violencia y agresividad; y también para el país, porque significa dañar gravemente las libertades civiles. Por supuesto, los de Kerry no cuentan con ese electorado. Ya les gustaría. Pero nunca conseguirán atraerlo demasiado. De alguna manera, los de Kerry tienen que ganarse a los trabajadores, a las mujeres, a las minorías y demás.

Quizá no parezcan diferencias muy grandes, pero lo cierto es que se pueden tener consecuencias bastante importantes en la vida de la gente. Quien diga: «A mí me da igual si sale Bush» está diciendo a los pobres y a los trabajadores del país: «A mí me da igual que os destrocen la vida. A mí me da igual si vais a tener o no un poco de dinero para ayudar a vuestra madre inválida. A mí me da igual porque, desde mi elevado punto de vista, no veo gran diferencia entre un candidato y otro». Es una manera de decir: «No os fijéis en mí, que a mí vosotros me dais igual». Esta mentalidad, además de estar equivocada, es una receta para el desastre si uno tiene la esperanza de crear algún día un movimiento popular y una alternativa política.

NOTAS

1. Frank Díaz Escalet, Obispo Romero y los Mártires Jesuitas de El Salvador, 1995. El cuadro original se conserva en el Museo de la Organización de Estados Americanos, en Washington D. C.

2. Marjorie Hyer, Washington Post, 4 de abril de 1980.

3. Larry Rohter, New York Times, 10 de septiembre de 1989.

4. Lindsey Gruson, New York Times, 17 de noviembre de 1989. Los jesuitas asesinados eran Ignacio Ellacuría Beas Coechea, Ignacio Martín-Baro, Segundo Montes Mozo, Amando López Quintana, Juan Ramón Moreno y Joaquín López y López. También asesinaron a la cocinera de los jesuitas, Julia Elba Ramos, y a su hija, Celina. Para ahondar en el asunto, véase Noam Chomsky, Deterring Democracy, edición ampliada (Hill and Wang, 1992).

5. Carla Anne Robbins, Wall Street Journal, 27 de abri1 de 2004.

6. William Safire, New York Times, 22 de abril de 1985.

7. R. W Apple, hijo, New York Times, 11 de junio de 2004.

8. Robert Pear, New York Times, 14 de enero de 1989.

9. John M. Goshko, Washington Post, 26 de octubre de 1983.

10. Joanne Omang, Washington Post, 2 de mayo de 1985. Para ver el texto íntegro de la Orden Ejecutiva, véase el New York Times del 2 de mayo de 1985.

11. Lou Cannon y Joanne Ornang, Washington Post, 4 de marzo de 1986.

12. Transcripción del discurso del presidente Reagan, publicada en el New York Times del 28 de octubre de 1983. Véase Stuart Taylor, hijo, New York Times, 6 de noviembre de 1983, en cuyo artículo se puede ver algunas de las numerosas distorsiones que caracterizaron el caso del ataque a Granada.

13. Francis X. Clines, New York Times, 13 de diciembre de 1983.

14. Alan Pertman, Boston Globe, 15 de julio de 1992.

15. Elisabeth Burniller y Elizabeth Becker, New York Times, 8 de junio de 2004.

16. Elizabeth Becker, New York Times, 27 de mayo de 2004.

17. Noam Chomsky, At War With Asia (Pantheon, 1970; AK Press, 2004), p. 223.

18. Christine Hauser, New York Times, 14 de abril de 2004.

19. Véase el Libro Electrónico nº4 de Informes del Archivo Nacional de Seguridad, on line en http://www.gwu.edu/-nsarchiv/NSAEBB/NSAEBB4.

20. Peter Smith, Talons of the Eagle (Oxford University Press, 1996), p. 137.

21. Stephen Schlesinger y Stephen Kinzer, Bitter Fruit, edición actualizada (Harvard University Press, 1999).

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