viernes, 22 de febrero de 2008

AMBICIONES IMPERIALES - LIBRO COMPLETO - Capítulo 4.-



Chomsky, Noam.

Ambiciones Imperiales.

Ediciones Península, Barcelona, 2005.

Capítulo 4, pp. 67-89.




4

GUERRAS DE AGRESIÓN

CAMBRIDGE, MASSACHUSETTS

(12 DE FEBRERO DE 2004)

En un nuevo documental, The Fog of War (La bruma de la guerra), Robert McNamara reconoce algo bastante interesante. Cita al general Curtis LeMay, con el que sirvió durante los bombardeos con bombas incendiarias de ciudades japonesas, en la Segunda Guerra Mundial. Por lo visto, LeMay dijo: «Si hubiésemos perdido la guerra, nos habrían llevado ante la justicia por crímenes de guerra». A continuación McNamara comenta: «Creo que tiene razón. [...] Pero ¿por qué si pierdes es inmoral, y no lo es si ganas?».1

No he visto el documental, pero me han contado que en él McNamara habla por primera vez de su papel durante la Segunda Guerra Mundial.

Las biografías suelen mostrárnoslo como una especie de estadista en la sombra, y resulta que en realidad se dedicó a elaborar los planes, a establecer cómo maximizar las muertes de civiles japoneses con el menor coste. Al parecer, se eligió Tokio como objetivo porque estaba muy densamente poblada y sus construcciones eran casi todas de madera, por lo que se podía iniciar un incendio con las bombas, que mataría a cien mil personas sin ninguna dificultad. Recuerda que en ese momento Japón no contaba con defensas aéreas. Yo entiendo que McNamara asuma la responsabilidad –no puedo decir «el mérito», precisamente– por haber tomado esa decisión.

Su comentario sobre el hecho de ser considerados criminales de guerra no solo es cierto en este ejemplo, sino en general. Telford Taylor, fiscal jefe del tribunal de Nuremberg que juzgó los crímenes de guerra, señaló que dicho tribunal estaba juzgando unos crímenes post facto, es decir, unos crímenes que no estaban recogidos en los libros en el momento en que se cometieron.2 El tribunal tuvo que decidir qué se consideraría crimen de guerra, y estableció como definición operativa de crimen de guerra todo aquello que el enemigo hubiese cometido y que los Aliados no hubiesen hecho. Era una definición explícita. Que además explica por qué, por ejemplo, los devastadores bombardeos aliados de Tokio, de Dresde y de otros centros urbanos civiles no se consideraron crímenes de guerra. Las fuerzas aéreas estadounidenses y británicas llevaron a cabo muchos más bombardeos de centros urbanos civiles que los alemanes.

Principalmente, tenían como objetivo zonas obreras y deprimidas. Pero como los Aliados perpetraron muchos más ataques de este tipo, los bombardeos de centros urbanos quedaron eliminados de la categoría de crímenes de guerra. Este mismo principio se reveló también en el caso de testimonios particulares. Un almirante alemán, Karl Doenitz –el comandante de submarinos–, presentó como testigo de la defensa a un comandante de submarinos estadounidense, Nimitz, que testificó que los americanos habían hecho lo mismo de lo que se acusaba a Doenitz. Y lo exoneraron.

Por lo menos, el tribunal de Nuremberg era medio respetable. El de Tokio fue pura farsa. Y algunos de los demás juicios a japoneses fueron simplemente algo imposible de creer, como el juicio al general Tomoyuki Yamashita, acusado y ahorcado por crímenes cometidos por soldados japoneses en Filipinas. Técnicamente, estaban a sus órdenes, pero hacia el final de la guerra quedaron incomunicados y el general no tenía manera de ponerse en contacto con ellos. Cometieron unas atrocidades horribles. Y a él lo ahorcaron por aquello.3 Pues imagínate si se hubiese hecho lo mismo con todos los comandantes de soldados que, por su propia cuenta, sin mediar comunicación directa, cometan crímenes. Habría que colgar al mando militar al completo de todos los ejércitos del mundo en activo, así como a los dirigentes civiles. Porque normalmente no son los generales, sino los civiles los que autorizan y organizan los peores crímenes de guerra. Así pues, la observación de McNamara, además de acertada y familiar, se queda corta.

Indirectamente, el comentario de McNamara se aplica a juicios que se están celebrando hoy por crímenes de guerra. Recordarás la reacción que se produjo cuando durante unos treinta segundos pareció que el tribunal especial para la ex Yugoslavia iba a investigar los crímenes cometidos por la OTAN. Los abogados canadienses y británicos instaron al tribunal a analizar los crímenes de guerra de la OTAN –que, por supuesto, no son ninguna invención–, y por un fugaz instante el tribunal pareció dispuesto a hacerlo. Sin embargo, rápidamente Estados Unidos le advirtió que haría mejor en no perseguir ningún crimen estadounidense o aliado. Los crímenes son actos que cometen otros, no nosotros.

Esta misma lógica la podemos encontrar en la doctrina Bush. Un componente de esta doctrina es el que dice que Estados Unidos tiene derecho a llevar a cabo actos militares ofensivos contra aquellos países que nosotros consideremos una amenaza para nuestra seguridad, porque poseen armas de destrucción masiva. Esta es la primera parte de la doctrina. Si muchos personajes del establishment la criticaron no fue tanto porque no estuviesen de acuerdo con ella, sino porque consideraron que una declaración tan directa, y su correspondiente aplicación práctica, planteaba en última instancia una amenaza para la seguridad de Estados Unidos. Enseguida Foreign Affairs publicó un artículo crítico sobre lo que denominó la «nueva gran estrategia imperialista».4 La propia Madeleine Albright, la secretaria de Estado de Clinton, señaló, bastante acertadamente, que aunque todos los presidentes se rigiesen por este tipo de doctrinas, uno no va por ahí aireándolas. Albright escribió en Foreign Affairs: «Todo presidente guarda en la recámara, discretamente, unas medidas anticipadas de defensa propia».5 Es algo que te guardas en el bolsillo de atrás y lo sacas cuando quieres. Pero quizá el comentario más interesante fue el que hizo Henry Kissinger, respondiendo a un discurso importante que había dado el presidente Bush en West Point, en el que había presentado en líneas generales la Estrategia de Seguridad Nacional. Kissinger dijo que esta doctrina «revolucionaria» para la política exterior no solo hacía trizas la Carta de las Naciones Unidas y el Derecho Internacional, sino también todo el orden internacional surgido tras el Tratado de Westfalia en el siglo XVII. Kissinger aprobaba la doctrina, pero añadía una salvedad: tenemos que entender que «no puede ser un principio universal, al alcance de cualquier Estado».6 Esta doctrina es para nosotros y para nadie más. Emplearemos la fuerza cuando nos dé la gana, contra cualquiera al que consideremos una amenaza potencial, y a lo mejor delegamos ese derecho a Estados que sean clientes nuestros, pero no a otros.

Pasemos ahora a la segunda parte de la doctrina Bush: «Quienes ofrezcan cobijo a los terroristas son culpables también de terrorismo».7 Es decir, igual que tenemos derecho a atacar y destruir a los terroristas, también tenemos el derecho a atacar y destruir Estados que den cobijo a terroristas. Muy bien, ¿y qué Estados cobijan a terroristas? Dejemos aparte los que estén ofreciendo refugio a jefes de Estado. Si los incluimos, la discusión entra en el absurdo en cuestión de segundos. Ciñámonos a aquellos grupos e individuos considerados oficialmente terroristas o terroristas subnacionales, como Al Qaeda o Hamás. ¿Qué Estados les dan cobijo? En estos momentos se está planteando en un tribunal de apelación de Miami un caso extremadamente importante que remite de manera directa a esta cuestión: el caso de los Cinco Cubanos. Y no he visto muchas noticias al respecto. Por explicar un poco los antecedentes, en 1959 Estados Unidos inició una guerra terrorista contra Cuba que experimentó una rápida escalada durante el mandato de Kennedy, con la Operación Mangosta, y que de hecho estuvo a punto de desencadenar una guerra nuclear. Probablemente el súmmum de las atrocidades se cometió a finales de los años setenta. Pero en aquella época Estados Unidos se estaba distanciando de la guerra terrorista y, por lo que sabemos, no estaba llevando a cabo ningún acto terrorista directamente. En vez de eso, Estados Unidos se dedicaba a refugiar a terroristas que estaban perpetrando atentados contra Cuba –y bastante graves–, vulnerando así el derecho estadounidense e internacional. Por cierto, aquellos actos terroristas siguieron cometiéndose hasta finales de los años noventa. No tenemos que molestarnos en discutir si las personas implicadas son terroristas o no. El FBI y el Departamento de Justicia los describen como peligrosos terroristas, así que creamos en su palabra. Está, por ejemplo, Orlando Bosch, al que el FBI acusa de numerosos actos terroristas graves, algunos de ellos cometidos en suelo estadounidense, y al que el Departamento de Estado describió como una amenaza para la seguridad de Estados Unidos y al que había que deportar. Entre otras actividades, Bosch participó en el derribo en 1973 de un avión de pasajeros de Cubana, en el que murieron setenta y tres personas. George Bush padre, a petición de su hijo Jeb, gobernador de Florida, concedió a Bosch el perdón presidencial.8 Y ahora está tan ricamente en Miami, y nosotros estamos dando refugio a una persona a la que el Departamento de Justicia considera un peligroso terrorista, una amenaza para la seguridad de Estados Unidos.

Cuando quedó claro que Estados Unidos no estaba haciendo nada para impedir que los terroristas que residen en nuestro país cometiesen atentados, Cuba decidió infiltrar agentes propios en las organizaciones terroristas de Florida, para recabar información. A continuación, invitó a La Habana a unos agentes del FBI. En 1998 Cuba entregó a estos oficiales de alto rango del FBI miles de páginas y cintas de vídeo sobre planes de atentados terroristas en Florida. Y el FBI respondió; concretamente, arrestando a los infiltrados. En esto consiste el caso de los Cinco Cubanos, que son los infiltrados que aportaron al FBI la información sobre terroristas en Estados Unidos y que fueron arrestados. Los llevaron a juicio en Miami. El juez se negó a que el juicio se celebrase en otro sitio, cosa ridícula. El fiscal admitió que básicamente eran inocentes. Aun así, los condenaron. Ahora se ha recurrido la sentencia; tres de ellos están presos a cadena perpetua y los otros tienen largas condenas, y a sus familiares se les ha negado el derecho a visitarlos.9 Es un ejemplo perfecto de un Estado que da cobijo a terroristas... y debería haberse convertido en un escándalo de grandes proporciones.

No es el único ejemplo. Hoy el Gobierno venezolano está pidiendo la extradición de dos oficiales del ejército acusados de haber participado en atentados con bomba en Caracas. Huyeron del país y han solicitado asilo político aquí.10 Estos oficiales participaron en un golpe de Estado militar en 2002, que durante unos días logró derrocar al gobierno de Chávez. El Gobierno estadounidense apoyó abiertamente el golpe y, según periodistas británicos bastante buenos, estuvo implicado en su instigación.11 Si en Estados Unidos a unos oficiales del ejército les hubiese dado por tomar la Casa Blanca y hacerse con el gobierno, los habrían ejecutado. Sin embargo, los tribunales venezolanos –muy reaccionarios y todavía atados al viejo régimen– rechazaron la petición del gobierno de procesar a los oficiales. El régimen «totalitario» de Chávez aceptó el dictamen judicial y no los procesó. Así que los dejaron en libertad. En estos momentos están a la espera de saber si Estados Unidos les concede asilo, y supongo que así será.

O tomemos el caso de Emmanuel Constant, responsable de haber matado a entre cuatro mil y cinco mil haitianos. Constant vive felizmente en Queens, Nueva York, porque Estados Unidos se niega a responder a las peticiones de extradición.12

Entonces, ¿quién está dando cobijo a terroristas? Si los Estados que albergan terroristas son Estados terroristas, según la doctrina Bush, ¿a qué conclusión llegamos? Pues exactamente a la misma que Kissinger tuvo la amabilidad de formular, a saber: que este tipo de doctrinas son unilaterales. No están pensadas como normas de Derecho Internacional, sino como doctrinas que otorgan a Estados Unidos, y solo a Estados Unidos, el derecho a utilizar la fuerza y la violencia y el derecho a albergar terroristas. Para el poderoso, los crímenes son los actos que cometen los otros.

Robert Jackson, el fiscal jefe estadounidense durante los juicios de Nuremberg, dijo en su discurso de apertura que «declarar una guerra agresiva posee las mismas cualidades morales que el peor de los crímenes».13 Su homólogo británico, Hartley Shawcross, dijo que los alemanes habían cometido un «crimen contra la paz [...] al declarar guerras de agresión y violar los Tratados».14 Según la Carta de las Naciones Unidas, planear y declarar una guerra agresiva se considera un grave crimen de guerra.15 En el caso del ataque a Irak, un país que no estaba amenazando a Estados Unidos, ¿por qué nadie ha dicho que el Gobierno de Estados Unidos ha entablado una guerra ilegal de agresión? ¿Y por qué no se está diciendo nada de exigir responsabilidades al presidente Bush?

Sí que se está diciendo. Varios bufetes de abogados de Estados Unidos –aunque la mayoría son de Reino Unido, Canadá y otros países– está intentando llevar ante la justicia a funcionarios estadounidenses, acusándolos del crimen de agresión. No obstante, habría que señalar que la invasión de Irak, un acto de agresión a todas luces, ha tenido sus precedentes. ¿Qué otra cosa fue, si no, la invasión en 1962 de Vietnam del Sur, por ejemplo, cuando Kennedy mandó a las fuerzas aéreas a atacarlo e inició una campaña de guerra química, de consecuencias devastadoras y que obligó a la población a huir y congregarse en campos de concentración? Fue una agresión. Podrías decir que se trató de una agresión contra un Estado que no era miembro de las Naciones Unidas, si es que eso tiene alguna importancia. Pero no cabe duda de que fue una agresión. ¿Y qué, si no, fue la invasión indonesia de Timor Oriental? Una agresión, obviamente. ¿Y la invasión israelí del Líbano, que acabó con la vida de veinte mil personas?16 Estas dos últimas fueron posibles gracias al decisivo apoyo diplomático, militar y económico estadounidense. En el caso de Timor Oriental, también estuvo implicado Reino Unido. Y podríamos seguir y seguir.

Por ejemplo, ¿qué, si no, fue la invasión de Panamá en 1989? Una invasión cuyo objetivo fue raptar a un matón. No a un matón de la calaña de Sadam Husein, sino a uno de verdad: Manuel Noriega. Según fuentes panameñas, el Ejército estadounidense mató en el transcurso de la invasión a tres mil civiles.17 Como no investigamos nuestros propios crímenes, no podemos confirmar esa cifra. Nadie lo sabe con certeza, pero no cabe duda de que la invasión estadounidense de Panamá mató a mucha gente, más o menos como la invasión iraquí de Kuwait, que tuvo aproximadamente ese número de bajas. Estados Unidos vetó las resoluciones del Consejo de Seguridad y de la Asamblea General que condenaban la invasión.18 Capturaron a Noriega en la Embajada del Vaticano y lo llevaron a Florida –todo ello, rematadamente ilegal– y tras un juicio ridículo lo condenaron por crímenes que ciertamente había cometido, casi todos ellos cuando estaba en la nómina de la CIA.19 En el juicio a Sadam Husein, pasará lo mismo: lo condenarán por crímenes que Estados Unidos apoyó. Sin embargo, ese detalle fundamental no se mencionará nunca.

¿Qué hace con todo esto la comunidad dedicada a la normativa internacional? Los profesionales del Derecho Internacional se enfrentan aquí a una tarea complicada. Hay un sector que dice la verdad y señala las violaciones del Derecho Internacional. Pero la mayoría se ve obligada a elaborar complicados argumentos para justificar los crímenes de agresión. Su trabajo consiste, básicamente, en actuar como abogados defensores del poder estatal. Y sus justificaciones resultan interesantes. Los más honrados, como Michael Glennon, de la Fletcher School of Law and Diplomacy, dicen simplemente que el Derecho Internacional y la Carta de las Naciones Unidas no son más que un montón de «palabras que se lleva el viento» y que habría que eliminar porque restringen la capacidad de Estados Unidos para recurrir a la fuerza.20

La postura de Glennon –compartida por muchos otros defensores de las agresiones estadounidenses, como Ruth Wedgwood, catedrática de Derecho de la Universidad de Yale– es que los actos de Estados Unidos tales como el bombardeo ilegal de Serbia han modificado la naturaleza del Derecho, dado que este es una doctrina viva, un sistema vivo de principios que se ve continuamente modificado por la práctica internacional. ¿Se modificó a raíz de la invasión de Kuwait por parte de Sadam Husein? No. ¿Se modificó a raíz de la invasión vietnamita de Camboya, una de las escasas acciones de la historia contemporánea que podrían denominarse propiamente intervenciones humanitarias? ¿O a raíz de la invasión india del este de Pakistán, que puso fin a unas atrocidades espantosas? No. De hecho, se condenó duramente estas intervenciones. Ninguna de ellas generó normas nuevas de Derecho Internacional. Porque los que cambian la ley somos nosotros, y nadie más.

En un número reciente del American Journal of International Law aparece un artículo complejo y profundo firmado por Carsten Stahn, titulado «Enforcement of the Collective Will After Iraq» («El respeto de la voluntad colectiva, después de Irak»). Stahn cita a Jürgen Habermas y a todo un ramillete de grandes pensadores. Y lo que viene a decir es esto: Cuando Estados Unidos invadió Irak, en realidad estaba actuando conforme a la Carta de las Naciones Unidas, si se interpreta correctamente. Tenemos que recordar que existen dos interpretaciones de la Carta: La interpretación literal, según la cual el empleo de la fuerza en los asuntos internacionales es un acto criminal, salvo en circunstancias que no se dieron en el caso de Irak –interpretación trivial y carente de interés–, y la interpretación «comunitaria» de la Carta, según la cual una acción es legítima si está cumpliendo la voluntad de la comunidad de naciones. Dado que el Consejo de Seguridad carece de una fuerza militar que pueda cumplir la voluntad de la comunidad de naciones, delega esta función, implícitamente, en los Estados que sí cuentan con esa fuerza, es decir, en Estados Unidos. Por lo tanto, según la interpretación comunitaria de la Carta, Estados Unidos, al invadir Irak, estaba cumpliendo la voluntad de la comunidad internacional. El hecho de que el 90 por 100 de la población mundial y casi la totalidad de los países del mundo hayan condenado duramente la invasión es un dato irrelevante. Porque esos países no saben bien cuál es su propia voluntad. En realidad, su voluntad es la que recogen las resoluciones del Consejo de Seguridad con las que Irak no cumplía del todo, etcétera. Así pues, conforme a la sutil y complicada interpretación comunitaria, Estados Unidos estaba empleando la fuerza con permiso del Consejo de Seguridad, aun cuando el propio Consejo de Seguridad se lo hubiese denegado.21 En esto consiste gran parte de lo que hace la profesión académica. Los profesores universitarios elaboran complicados y sutiles argumentos, ridículos de puro infantiles, que envuelven en tal aura de hondura, notas al pie y referencias a pensadores supuestamente profundos, que se puede crear con ello un marco teórico dotado, en algún extraño universo, de cierta plausibilidad.

La retórica actual en torno a Irak insiste en que se «liberó» al país.

Si quieres saber si se ha liberado a un país o no, pregúntaselo a sus habitantes. Ellos deberían ser los únicos que tuviesen derecho a opinar, no los intelectuales ni los políticos del país invasor. Y, según encuestas realizadas por organismos occidentales, de cada seis iraquíes, cinco dicen que el país está bajo ocupación. En uno de los sondeos más llamativos que he visto, se pedía a los iraquíes que nombrasen al jefe de Estado extranjero al que más respetasen. La respuesta mayoritaria fue: Jacques Chirac, el presidente de Francia, que simbolizó la oposición a la invasión de Irak. Chirac puntuó muy por encima de Bush. El patético de Tony Blair quedó incluso más atrás. En algunas de las encuestas, cosa que me dejó totalmente atónito, una mayoría sustancial de iraquíes opina que las fuerzas estadounidenses deberían marcharse de su país, algo llamativo si se tiene en cuenta lo mal que está la seguridad allí.22

De hecho, si observas los resultados de los sondeos, verás que los iraquíes entienden mucho mejor que nosotros mismos y de una manera mucho más elaborada el mundo occidental. El que las víctimas comprendan un sistema mejor que las propias personas que sostienen la vara con que se las pega es un hecho muy habitual. Si quieres aprender sobre las familias patriarcales, no tienes que preguntarle nada al padre, sino a la madre; entonces igual aprendes algo. Por ejemplo, en un sondeo de opinión realizado por una organización occidental, se preguntaba a los iraquíes: ¿Por qué cree que Estados Unidos ha entrado en Irak? En la pregunta no se utilizaba la palabra «invadir». Algunos iraquíes estaban de acuerdo con el presidente Bush y con el 100 por 100 de los comentaristas occidentales. El 1 por 100 dijo que el objetivo de la invasión fue establecer la democracia. El 70 por 100 dijo que el objetivo era apoderarse de los recursos naturales de Irak y reorganizar la región de Oriente Medio, o sea, coincidían con Richard Perle y Paul Wolfowitz. Esa era la opinión más aplastante. El 50 por 100 aproximadamente dijo que Estados Unidos quiere establecer una democracia en Irak pero no permitirá que el Gobierno iraquí lleve a cabo sus propias políticas sin contar con la influencia estadounidense.23 Dicho de otro modo, entienden que Estados Unidos quiere la democracia siempre que Estados Unidos pueda controlarla. Es correcto. Una democracia es un sistema en el que eres libre de hacer lo que quieras, siempre y cuando hagas lo que se te dice. Hay una cantidad tan apabullante de pruebas que demuestran esta afirmación, que resulta aburrido repetirlas. Pero los comentaristas estadounidenses son incapaces de entenderlo. Los iraquíes, por el contrario, parecen entenderlo a las mil maravillas, en parte por que conocen su propia historia. En 1920 Gran Bretaña creó Irak artificialmente y estableció sus fronteras de tal modo que ellos, y no Turquía, pudiesen tener el control del petróleo de la parte norte. Y se aseguraron la dependencia de Irak al dejarlo sin acceso al mar. Lo cual a su vez explica que Gran Bretaña colonizase Kuwait. Gran Bretaña declaró entonces a Irak como país libre e independiente, que iba a ocuparse él solito de sus propios asuntos. Si echas un vistazo a 1os registros de la British Colonial Office, que antes eran secretos pero ahora se han hecho públicos, verás que los británicos decían que Irak sería un país libre, pero gobernado con una «fachada árabe», detrás de la cual seguirían gobernando ellos.24 Los iraquíes no necesitan leer esos documentos secretos. Conocen muy bien su propia historia. Y saben hasta dónde llegaba su libertad.

Es más, los iraquíes no tienen más que mirar lo que está pasando en estos momentos. Resulta un tanto chocante ver a los medios de comunicación estadounidenses intentando sortear la cuestión de que, al mismo tiempo que defendemos con vehemencia la democracia, nos dedicamos a eludir los llamamientos iraquíes a la celebración de elecciones. Es bastante difícil no darse cuenta de ello. Y los iraquíes no necesitan leer el Washington Post para descubrir que Estados Unidos se está construyendo en Bagdad la embajada más grande del mundo, o que Washington insiste en llegar a un acuerdo para mantener la correlación de fuerzas, según el cual el Gobierno soberano iraquí tendrá que otorgar a Estados Unidos el derecho a mantener tantos soldados y tantas bases en Irak como desee y durante todo el tiempo que quiera.25 Tampoco tienen necesidad de leer la prensa económica estadounidense para descubrir que las autoridades ocupantes han impuesto un régimen económico que no aceptaría ni por un segundo ningún Estado soberano, un régimen económico que deja a Irak totalmente expuesto a que las grandes empresas extranjeras se adueñen de él. Pueden ver con sus propios ojos que el sistema económico que se les está imponiendo es un sueño de la Administración Bush. Los empresarios iraquíes han puesto el grito en el cielo, porque saben que en semejantes condiciones nunca podrán competir con otros países.26 En estos momentos el tipo impositivo más alto en Irak es de solo un 15 por 100, es decir, nada de impuestos ni restricciones a la inversión extranjera. El único sector que no puede caer en manos exclusivamente extranjeras es el petrolífero, porque eso habría sido ya el colmo de la desfachatez. Leyendo entre líneas, los ejecutivos de Halliburton están diciendo que las labores que están haciendo en estos momentos, subvencionadas con el precioso dinero de los contribuyentes, los dejarán en una posición estupenda para administrar y controlar los recursos petrolíferos iraquíes en el futuro.27

Actualmente estamos asistiendo a cierta oleada de críticas a la invasión de Irak en los grandes medios de comunicación.

Pero las críticas que vemos no ponen en duda las asunciones básicas que hay detrás de la invasión. Lo que se critica es que Estados Unidos está intentando hacer lo correcto pero que Bush lo está haciendo mal. Volvamos a Robert McNamara. Cuando McNamara escribió su libro In Retrospect, recibió magníficas alabanzas de parte de las palomas humanistas.28 Dijeron que McNamara nos había dado la razón, que por fin había salido a la palestra para decir que durante todo este tiempo habíamos estado en lo cierto. ¿Pero qué decía? Pues pedía disculpas al pueblo americano por no haberle dicho con suficiente antelación que la guerra iba a resultar costosa para los ciudadanos estadounidenses y que lo sentía muchísimo. ¿Pidió disculpas a los vietnamitas? Su libro no contiene ni una sola palabra de contrición ante los vietnamitas. Matamos a un par de millones de vietnamitas y destrozamos su país. Hay gente que sigue muriéndose hoy por la guerra química que inició McNamara. Pero no hay que pedir disculpas por nada de eso. Las premisas que justificaron la Guerra de Vietnam se dan por válidas en general. Nosotros estábamos intentando defender a Vietnam del Sur, pero nos estaba costando mucho dinero, así que tuvimos que parar. Y las críticas solo se pueden hacer si caben dentro de este marco ideológico.

Lo mismo puede decirse hoy del ataque a Irak. Los críticos de la guerra dicen que Bush no nos contó la verdad sobre las armas de destrucción masiva. Suponte que nos hubiese dicho la verdad. ¿Cambiaría eso las cosas? O supón que las hubiese encontrado. ¿Cambiaría eso las cosas? Si lo que buscas son armas de destrucción masiva, las puedes encontrar por todas partes. Tomemos, por ejemplo, el caso de Israel. En estos momentos se vive con mucha preocupación la proliferación de armas nucleares, como debe ser. El New York Times de esta mañana trae un artículo de opinión firmado por Mohamed El-Baradei, director general de la Agencia Internacional de la Energía Atómica (AIEA), que empieza señalando que la proliferación armamentística está aumentando, lo cual supone una amenaza extremadamente peligrosa para el mundo.29 Sí, está aumentando. ¿Por qué? Hay muchas razones, pero una de ellas es que Israel posee cientos de armas nucleares, así como armas químicas y biológicas, lo cual no solo es una amenaza en sí, sino que además alienta a otros a incrementar su arsenal, como reacción y como medida de defensa propia. ¿Hay alguien que diga algo al respecto? Pues lo cierto es que el general Lee Butler, ex jefe del Mando Aéreo Estratégico, reconoció el problema en un discurso que dio hace unos años. Dijo: «Es peligroso en extremo que en el caldero de enemistades que denominamos Oriente Medio una nación se haya armado, ostensiblemente, con una cantidad enorme de armas nucleares, que tal vez se cuenten por centenares, y que esto esté inspirando a otros países a hacer lo mismo».30 Butler no dio el nombre de ese país, pero es evidente que se refería a Israel.

Hace apenas unos días el principal periódico israelí, Ha’aretz, publicó en su edición hebrea –en la inglesa no aparecía– una filtración muy interesante facilitada por una fuente militar no identificada; se trata de un dato confuso, pero que debería ser investigado por los que estén preocupados con la proliferación armamentística. La filtración decía que Estados Unidos está suministrando himush «myuhad» («armas “especiales”») a las Fuerzas Aéreas israelíes, lo cual puede ser perfectamente una expresión en clave para referirse a cabezas nucleares para los modernos aviones estadounidenses de las fuerzas aéreas israelíes.31 Tal vez los periodistas y comentaristas de aquí no quieran hablar del tema, pero puedes jugarte el cuello a que la inteligencia iraní está leyendo estos informes. Entonces, ¿cómo va a responder? Con nuevos programas de proliferación armamentística.

Si lo que te preocupa son los países con armas de destrucción masiva, no tienes que buscar muy lejos. El propio Estados Unidos está incrementando esta proliferación al no querer adherirse a tratados, al bloquear cualquier intento por frenar la militarización del espacio, al desarrollar lo que ellos llaman «mini nukes», que en realidad son unas armas nucleares de destrucción supermasiva. En su artículo de opinión, El-Baradei dice educadamente que deberíamos intentar cumplir el tratado de prohibición de circulación de materiales para crear uranio enriquecido. Sin embargo, lo que no dice es que el mundo lleva ya un tiempo tratando de hacerlo, pero que la Administración Bush no quiere colaborar.

Por sí sola, la militarización del espacio es un problema extremadamente grave. Las comisiones de la ONU dedicadas al desarme llevan años paralizadas. Esta situación se remonta a la negativa de la Administración Clinton a aceptar una serie de medidas que impedían la militarización del espacio. Justo después del anuncio, a bombo y platillo, de la Estrategia de Seguridad Nacional en septiembre de 2002, se hizo otro anuncio que no recibió ninguna cobertura mediática aun cuando podía ser todavía más relevante. El Mando Aéreo Espacial, que se encarga, entre otros, del armamento avanzado de la era espacial, emitió su prospección para los próximos años. Venía a decir que Estados Unidos pasará del «control» del espacio a la «propiedad» del espacio.32 «Propiedad del espacio» significa que no se tolerará ni un solo desplante potencial al control estadounidense del espacio. Si a alguien se le ocurre retarnos, lo destruiremos.

¿Qué quiere decir esto de propiedad del espacio? Es una expresión que aparece en documentos de alto nivel, unos filtrados y otros públicos. Quiere decir montar plataformas en el espacio para instalar en ellas armas altamente destructivas, como armas nucleares y armas láser, por ejemplo, que se pueden disparar de manera instantánea, sin previo aviso, a cualquier punto del planeta. Quiere decir también usar aviones teledirigidos supersónicos, con los que tomar fotografías y vigilar al mundo entero, con unos artilugios de alta resolución capaces de transmitir si hay un vehículo circulando por una calle de Ankara, o cualquier detalle que te interese saber, lo cual quiere decir que el mundo entero quedará bajo vigilancia.33 Probablemente acabaremos por no necesitar ya poner más bases militares, porque Estados Unidos podrá lanzar ataques desde un puesto de mando sito en las montañas de Colorado o de Montana.

¿Cómo crees que reaccionará el mundo? Rusia y China ya han reaccionado con un incremento del gasto militar en armas militares ofensivas. Rusia ha puesto el sistema de lanzamiento de misiles en modo de disparo al mínimo aviso, es decir, de respuesta automática. El programa ruso de armas nucleares ha sido siempre extremadamente peligroso, pero ahora, con un mando y unos sistemas de control en pleno proceso de deterioro, resulta aún más peligroso.34 Solo como indicativo de lo peligroso que es, te diré que en 1995 estuvimos en un tris de meternos en una guerra nuclear. Los sistemas informáticos rusos interpretaron el lanzamiento de un cohete científico desde Noruega como un primer ataque y pasaron a la acción. Por suerte, Boris Yeltsin suspendió el contraataque.35 En estos momentos los sistemas rusos son mucho peores. China también ha reaccionado. No me sorprendería nada si el programa lunar chino fuese una respuesta a los designios estadounidenses sobre el espacio, y que su intención fuese la de transmitir un mensaje: «No os vamos a permitir que os adueñéis del espacio». Y esto puede entrañar graves peligros.

Por su parte, Estados Unidos ha adoptado una postura mucho más agresiva. En estos momentos destina más dinero a la denominada defensa con misiles. Todo el mundo interpreta el escudo de misiles como un arma ofensiva pensada para proteger frente a las represalias a un primer ataque de parte de Estados Unidos. Y todo el mundo sabe cómo responderán los otros países, a saber: incrementando su capacidad militar ofensiva. La otra posible respuesta es el terrorismo. Esas son las armas de las que disponen los objetivos potenciales de un ataque estadounidense. Así pues, nosotros mismos estamos alentando el aumento del terrorismo, el aumento de la proliferación armamentística y el aumento de las amenazas a la población de Estados Unidos. Es la consecuencia de dichos programas, y no se trata de algo que se lleve especialmente en secreto. ¿Para qué se hace? Para obtener unos beneficios a corto plazo. Porque si la cosa conduce a un desastre a largo plazo, eso ya es problema de otro.

Esta misma lógica se aplica a otros ámbitos. En estos momentos la preocupación por el calentamiento del planeta ha llegado a tal punto, que hasta el Pentágono está elaborando estudios sobre la grave amenaza de calentamiento planetario a la que nos enfrentaremos en los próximos veinte o treinta años.36 Una de las predicciones más serias dice que podría producirse un cambio bastante repentino en la corriente del Golfo, que transformaría a Europa del norte en la península del Labrador y Groenlandia, y podría convertir grandes zonas de Estados Unidos en un desierto.37 La subida del nivel del mar podría borrar del mapa a Bangladesh y matar a quién sabe cuánta gente. Las tierras más fértiles de Pakistán podrían quedar como el Sáhara.38 Los efectos de todo esto son indescriptibles. ¿Y estamos haciendo algo al respecto? No. Nos importa un pito. Es decir, a los planificadores les importa un pito. No forma parte de su esquema mental. Si eres gerente de una empresa, te da igual lo que vaya a pasar dentro de diez años. Lo que te importa es conseguir tu suculenta bonificación y tus stock options el año que viene, no dentro de diez años. Eso es cosa de otro departamento. Esta ideología fanática está incrustada en la estructura institucional. Ni siquiera puedes culpar a las personas concretas, como no puedes culpar a McNamara de haber realizado un análisis de costes y beneficios que muestra cómo maximizar el número de civiles japoneses a los que puedes matar. Es como lo que decía Hannah Arendt de Adolf Eichmann.39 Tú cumples con tu trabajo. El resto de consideraciones no forma parte de tu ámbito.

A propósito de esta visión tan corta de miras, esas personas tienen hijos, nietos. ¿Acaso no están tomándose muy poco en serio su propio futuro?

Echa un vistazo a nuestra historia reciente. Hacia 1950 Estados Unidos gozaba de una posición de seguridad. No había ningún peligro a tiro de piedra, salvo uno de tipo potencial: los misiles balísticos intercontinentales dotados de cabezas termonucleares. Todavía no estaban disponibles, pero estaban empezando a desarrollarse. Y supondrían una amenaza para el corazón del territorio estadounidense, y de hecho podrían destruirlo. Pues bien, si te preocupan nuestros hijos y nuestros nietos, ¿no harías algo para impedir que se desarrollase semejante amenaza? ¿Se podría haber hecho algo? Como no se intentó hacer nada, no lo sabemos. Desde luego, como mínimo, se podría haber tanteado la posibilidad de firmar tratados que hubiesen prohibido el desarrollo de este tipo de armas. De hecho, no es improbable que los rusos hubiesen accedido a firmarlos. Iban tan por detrás tecnológicamente, y estaban tan asustados –legítimamente– y tan amenazados, que muy bien hubieran podido comprometerse a no desarrollar este tipo de armas. Tal como sabemos gracias a los documentos rusos recién desclasificados, también eran conscientes de que Estados Unidos estaba forzándolos a gastar, tratando así de destruir su economía, al incitarlos a entrar en una carrera armamentística de la que no podrían salir con vida. Recuerda que su economía era mucho más pequeña que la nuestra. Por tanto, es posible, o más bien es probable, que hubiesen aceptado un tratado de esas características. ¿Qué nos dice la historia? Según la Historia que se enseña en clase, McGeorge Bundy, un asesor especializado en seguridad nacional que tuvo acceso a documentos desclasificados, menciona, más o menos de pasada, que no fue capaz de dar con ninguna mención de, siquiera, la posibilidad de intentar esta opción.40 No es que se propusiera y se rechazara. Lo que dice Bundy es que no se menciona en ninguna parte. ¿Había que ser un genio para entender, a principios de los años cincuenta, que ésa era una de las amenazas potenciales para Estados Unidos y que podría destrozar a tus nietos? No, bastaba con tener la inteligencia, el conocimiento del mundo de un estudiante normal de instituto. Aquellos hombres no eran estúpidos. Dean Acheson, Paul Nitze, George Kennan y demás. Pero no se les pasó por la mente, porque tenían objetivos más elevados en que pensar, como maximizar su poder y privilegios a corto plazo.

¿Qué le dirías a alguien que lea esta entrevista y diga: «Estos problemas son enormes. ¿Qué puedo hacer yo como individuo?».

Hay mil cosas que podemos hacer. No nos van a meter en la cárcel ni nos van a torturar. No nos van a asesinar. Somos unos privilegiados y gozamos de una libertad enorme. Esto implica que tenemos infinitas oportunidades. Al terminar cada charla que doy en Estados Unidos, se me acerca la gente y me dice: «Quiero cambiar las cosas. ¿Qué puedo hacer?». Nunca oigo este tipo de pregunta en boca de campesinos del sur de Colombia, ni de los kurdos del sudeste de Turquía que están sometidos a una represión miserable, ni de nadie que esté sufriendo. Ellos no me preguntan qué pueden hacer; me dicen lo que están haciendo. De alguna manera, el hecho de gozar de una vida privilegiada y de una libertad inmensa lleva consigo una sensación de impotencia, lo cual es un fenómeno curioso y chocante. Lo cierto es que podemos hacer prácticamente lo que queramos. No cuesta nada encontrar y unirse a grupos que están trabajando duro en temas que pueden interesarte especialmente. Pero esa no es la pregunta que la gente quiere oír.

A mí me parece que la verdadera pregunta que se hace la gente es: «¿Qué puedo hacer para poner fin de una manera rápida y sencilla a estos problemas?». Porque fui a una manifestación, y las cosas siguieron igual. El 15 de febrero de 2003 quince millones de personas se echaron a la calle, y aun así Bush fue a la guerra; no sirve de nada. Sin embargo, las cosas no funcionan así. Si quieres hacer cambios en el mundo, vas a tener que estar ahí día tras día, ocupándote de la tediosa labor de intentar interesar a un par de personas en un tema, aumentando una pizca el número de personas que forman parte de tu organización, dando el siguiente pasito, atravesando momentos de frustración para, al final, llegar a alguna parte. Así es como se cambia el mundo. Así podemos eliminar la esclavitud, así se consigue que se respeten los derechos de las mujeres, así se consigue el voto, así consigues protección para los trabajadores. Cualquier avance que se te ocurra se originó en este tipo de esfuerzo, no en gente que acudió a una manifestación y tiró la toalla al ver que no pasaba nada, o que va a votar una vez cada cuatro años y luego se mete en casita. Está bien que salga elegido un candidato mejor o, tal vez, menos malo, pero ese es el principio, no el fin. Si te paras ahí, lo mismo daría que no hubieses ido a votar. Si no desarrollas una cultura democrática constante y viva, capaz de implicar a los candidatos, ellos no van a hacer las cosas por las que los votaste. Apretar un botón y luego marcharse a casita no va a cambiar las cosas.

NOTAS

1. Errol Morris, director, The Fog of War (Sony Pictures Classics, 2003).

2. Para la descripción de Taylor de las medidas que hubo de tomarse en Nuremberg, véanse Telford Taylor, Nuremberg and Vietnam (Quadrangle, 1970), pp. 37-38; y Taylor, The Anatomy of the Nuremberg Trials (Knopf, 1992), pp. 398 y ss.

3. A. Frank Reel, The Case of General Yamashita {University of Chicago Press, 1949), p. 174.

4. G. John Ikenberry, Foreign Affairs 81, nº 5 (septiembre-octubre de 2002).

5. Madeleine K. Albright, Foreign Affairs 82, nº 5 (septiembre-octubre de 2003).

6. Henry A. Kissinger, Chicago Tribune, 11 de agosto de 2002.

7. George W. Bush, «Remarks by the President on Iraq» («Observaciones del presidente acerca de Irak»), Cincinati Museum Center, Cincinati, Ohio, 7 de octubre de 2002.

8. Tim Weiner, New York Times, 9 de mayo de 2005. Véase también el análisis y las referencias que ofrece Noam Chomsky en Hegemony and Survival (Owl Books, 2004), pp. 86-87.

9. Duncan Campbell, The Guardian {Londres), 7 de abril de 2003. Catherine Wilson, Associated Press, 10 de marzo de 2004.

10. Juan Forero, New York Times, 29 de enero de 2004.

11. Julian Borger, The Guardian (Londres), 17 de abril de 2002. Rupert Cornell, The Independent (Londres}, 17 de abril de 2002. Katty Kay, The Times (Londres), 17 de abril de 2002.

12. Jason B. Johnson, San Francisco Chronicle, 24 de enero de 2005. Daniel Grann, Atlantic Monthly 287, nº 6 (junio de 2001). Leslie Casmir, Daily News (Nueva York), 14 de diciembre de 2000.

13. Testimonio de Robert Jackson, 21 de noviembre de 1945, en Trial of the Major War Criminals before the International Military Tribunal, vol. 2 (Tribunal Militar Internacional, 1947).

14. Testimonio de sir Hartley Shawcross, 4 de diciembre de 1945, en Trial of the Major War Criminals before the International Military Tribunal, vol. 2.

15. Taylor, The Anatomy of the Nuremberg Trials.

16. Para ahondar en este tema, véase Noam Chomsky, Fateful Triangle, edición revisada (South End Press, 1999), capítulos 5 y 9.

17. Jacques Lanusse-Cazale y Lorna Chacón, Agence France-Presse, 3 de noviembre de 2003.

18. Paul Lewis, New York Times, 24 de diciembre de 1989 y 30 de diciembre de 1989.

19. Para profundizar en este caso, véase Noam Chomsky, Deterring Democracy, edición ampliada (Hill and Wang, 1992).

20. Michael J. Glennon, Foreign Affairs 82, nº 3 (mayo-junio de 2003); y Foreign Affairs 78, nº 3 (mayo-junio de 1999).

21. Carsten Stahn, American Journal of International Law 97, nº 4 (octubre de 2003).

22. Véanse, entre otros, el Oxford Research International Poll, de diciembre de 2003; Guy Dinmore, Financial Times (Londres), 11 de septiembre de 2003; y Patrick E. Tyler, New York Times, 24 de septiembre de 2003.

23. Walter Pincus, Washington Post, 12 de noviembre de 2003.

24. William Stivers, Supremacy and Oil (Cornell University Press, 1982), pp. 28-29, 34.

25. Thom Shanker y Eric Schmidtt, New York Times, 20 de abril de 2003. Stephen Barr, Washington Post, 29 de febrero de 2004. Walter Pincus, Washington Post, 23 de enero de 2004. John Burns y Thom Shanker, New York Times, 26 de marzo de 2004.

26. Allan Beattie y Charles Clover, Financial Times, 22 de septiembre de 2003. Jeff Madrick, New York Times, 2 de octubre de 2003. Thomas Crampton, New York Times, 14 de octubre de 2003.

27. Jeíf Madrick, New York Times, 2 de octubre de 2003. George Anders y Susan Warren, Wall Street Journal, 19 de enero de 2004.

28. Robert McNamara, In Retrospect (Times Books, 1995). Para ahondar en este punto, véase Noam Chomsky, Z, julio-agosto de 1995.

29. Mohamed El-Baradei, New York Times, 12 de febrero de 2004.

30. General Lee Butler, National Press Club, Washington, D.C., 2 de febrero de 1998.

31. Ha’aretz (edición en hebreo), 10 de febrero de 2004.

32. Air Force Space Command, «Strategic Master Plan (SMP) FY04 and Beyond», 5 de noviembre de 2002.

33. Véase William Arkin, Los Angeles Times, 14 de julio de 2002; Julian Borger, The Guardian (Londres), 1 de julio de 2003; y Michael Sniffen, Associated Press, 1 de julio de 2003.

34. William J. Broad, New York Times, 1 de mayo de 2000.

35. Scott Peterson, Christian Science Monitor, 6 de mayo de 2004. David Pugliese, Ottawa Citizen, 11 de enero de 2001.

36. Peter Schwartz y Doug Randall, An Abrupt Climate Change Scenario and Its Implications for United States National Security (octubre de 2003). Informe encargado por el Departamento de Defensa de Estados Unidos.

37. Robert Repetto y Jonathan Lash, Foreign Policy, nº 108 (otoño de 1997).

38. John Vidal, The Guardian (Londres), 16 de febrero de 1996. Thomas Land, Toronto Star, 30 de marzo de 1996. Véase también los informes del Grupo Internacional para el Cambio Climático (IPCC en sus siglas en inglés).

39. Hannah Arendt, Eichmann in Jerusalem (Penguin, 1994).

40. Bundy McGeorge, Danger and Survival (Random House, 1988), p. 326.