jueves, 8 de mayo de 2008

La Cuarta Flota se promueve con ejercicios militares entre Argentina y EEUU - ¿ Que son Los guardias de Blackwater ?. El nuevo negocio privado de las


La Cuarta Flota se promueve con ejercicios militares entre Argentina y EEUU

Púlsar



El Pentágono anunció la pronta reactivación de la flota que operaba hasta 1950 en América del Sur y luego de la Segunda Guerra Mundial fue disuelta.

El relanzamiento de la Cuarta Flota está previsto para el primero de julio, pero este 5 de mayo hubo ejercicios conjuntos en aguas argentinas que perfilan la iniciativa.

El mayor exponente de la flota es el portaaviones nuclear, equipado con armas de destrucción masiva, llamado George H. W. Bush.

Ese navío visitará las costas argentinas con el permiso del Congreso de la Nación, en lo que será el tercer operativo en los últimos 20 años.

En el momento de su creación, hace 65 años, la Cuarta Flota servía para enfrentar a los submarinos alemanes que atacaban los puestos estadounidenses en América del Sur.

Según el Pentágono, ahora buscará "combatir el terrorismo" y las "actividades ilícitas", como el narcotráfico y será un "mensaje" a Venezuela y al resto de la región.

Por su parte, el presidente venezolano, Hugo Chávez, sostuvo que "el viejo imperio ya no asusta" y que el propio pueblo de Estado Unidos se liberará de "la dictadura" de George Bush.

El comunicado oficial del Pentágono, argumenta que la reactivación de la Cuarta Flota "servirá para demostrar el compromiso de Estados Unidos con sus socios regionales", entre los que se destaca Colombia en su lucha contra el narcotráfico y las FARC.

Entre los objetivos específicos de la armada estadounidense se establece el de "interactuar con las armadas de naciones aliadas" para operaciones de "entrenamiento bilateral y multilateral".

LA CUARTA FLOTA Y LAS NUEVAS AMENAZAS

Focas y delfines

Estados Unidos recrea su Cuarta flota, apuntada a Centro y Sudamérica, justifica la tortura e instruye sobre nuevas amenazas.

http://static.pagina12.com.ar/fotos/20080504/notas/na17fo01.jpg
George W. Bush y Martin Edwin Andersen. Un especialista en la Argentina es director de Comunicaciones Estratégicas y profesor de Seguridad Nacional en el Centro de Estudios Hemisféricos de la Defensa, dependiente del Pentágono. A la izquierda el coronel Richard Downey.
Por Horacio Verbitsky

El 1º de julio comenzará a funcionar una nueva Flota de la Armada estadounidense, la cuarta, cuyo objetivo es dirigir operaciones coordinadas con las marinas de los países del Caribe y de Sudamérica en las denominadas guerras contra las drogas y el terrorismo, además de prestar asistencia médica y en prevención de huracanes. Al mismo tiempo se difundieron nuevos programas del Centro de Estudios Hemisféricos de la Defensa, de cooperación entre autoridades civiles, fuerzas militares y policiales. La legislación argentina prohíbe esta fusión de hecho de las tareas de Defensa con las de Seguridad Interior. Además, se conocieron lineamientos operativos de la CIA que justifican algunas formas de tortura si su objetivo no es humillar sino obtener información.

El Pentágono anunció el 25 de abril la recreación de la Cuarta Flota, desactivada en 1950, con escasa repercusión periodística y nula de las principales fuerzas políticas del país. Al frente fue designado el actual jefe del Comando de Operaciones Especiales de Guerra Naval, contraalmirante Joseph Kernan, quien dependerá del Comando Sur, con sede en Miami. Su jefe, el almirante Jim Stavridis, se declaró complacido por el eje que la nueva flota pondrá en América Latina y el Caribe y por la designación al frente de este “trabajo expedicionario” de un oficial del cuerpo SEAL como Kernan. SEAL nombra en inglés a las focas, pero según la definición oficial de la Armada estadounidense también es un cuerpo “que realiza misiones clandestinas desde el mar, el aire y la tierra (sea, air y land), llamadas Operaciones Especiales. La Armada explica que los oficiales SEAL son descollantes en guerra no convencional. “En forma sigilosa y eficiente destruyen blancos enemigos, recuperan e inutilizan explosivos, reúnen información”, realizan misiones encubiertas, dirigen operaciones antiterroristas e inclusive “entrenan delfines para servirse de ellos como sónar” en la detección de objetos sumergidos. Forman “la principal fuerza de operaciones especiales marítimas del mundo”. A fin de año se decidirá si su sede, la base de Mayport, contará también con un submarino nuclear.

El Centro de Estudios Hemisféricos de la Defensa, dependiente del Pentágono, ofrece cursos para funcionarios civiles, militares y de fuerzas de seguridad de América Latina. Su actual director es el coronel Richard Downie, un militar del arma de infantería con un doctorado en relaciones internacionales en la universidad del sur de California. Especializado en América Latina, se graduó también en la escuela colombiana de Rangers, trabajó en el Comando Sur y su último destino en actividad fue como director del Instituto del Hemisferio Occidental para la Cooperación en Asuntos de Seguridad, WHINSEC, que sucedió a la desprestigiada Escuela de las Américas. Downie tiene seis condecoraciones del Pentágono y del Ejército y ha escrito sobre la guerra de Vietnam, las drogas, la invasión a Panamá y los conflictos de baja intensidad. Estos son algunos de los cursos:

- Coordinación institucional. Entre países y entre agencias, nacionales e internacionales, como las Fuerzas Armadas, las de Seguridad y organismos civiles para “combatir y eliminar el terrorismo”.

- Defensa y seguridad nacional. Explica a funcionarios gubernamentales los problemas de seguridad nacional, el aporte militar a las autoridades civiles y cómo tratar con la prensa, la academia y las ONG en asuntos de contraterrorismo.

- Simulaciones. Auspiciado por el Comando Sur, permite simular la toma de decisiones gubernativas en temas de seguridad nacional y defensa, “como la economía, la pobreza, la corrupción, el narcotráfico y el terrorismo”.

- Contrainsurgencia. Enseña a analizar conflictos “caracterizados por la insurgencia y el terrorismo”.

- Interacción. Especialistas latinoamericanos alternan con altos funcionarios estadounidenses. A pedido de cada país se le proveen conocimientos sobre planeamiento de seguridad nacional, relaciones cívico-militares en democracia, guerra irregular y contraterrorismo.

- Planificación por países. Para ministros, legisladores, jefes de Estado Mayor de las Fuerzas Armadas y jefes de policía, quienes producen un borrador de documento de estrategia de seguridad nacional o defensa. Ya se realizó con funcionarios de Paraguay, Honduras, Perú y Panamá. Identifica intereses nacionales y amenazas y define roles militares y policiales.

- Apoyo cívico-militar sostenido. Seminarios para gobernantes electos, con el objeto de asistirlos en la preparación de documentos cruciales de planeamiento, fijando prioridades de seguridad nacional y defensa en un mundo globalizado.

Un documento crucial fue revelado la semana pasada por el diario The New York Times. Alude a las normas secretas de interrogatorios establecidas por la CIA. Esa organización de inteligencia considera que en la denominada guerra contra el terrorismo puede utilizar métodos prohibidos por el derecho internacional, pese a que la Corte Suprema dijo en 2006 que el trato a los prisioneros debía ajustarse al artículo 3 común a todas las convenciones de Ginebra (prohíbe atentados contra la vida y la integridad corporal, los tratos crueles, la tortura, los atentados contra la dignidad personal, especialmente los tratos humillantes y degradantes; las condenas sin previo juicio ante un tribunal legítimo, con todas las garantías judiciales civilizadas). Pero según una carta que el ministerio de Justicia envió el 5 de marzo al Congreso, el gobierno se reserva el derecho de evaluar caso por caso qué métodos violarían esa norma. La carta, firmada por uno de los viceministros, Brian Benczkowski, sostiene que para medir la violencia de una acción, un observador razonable debe tomar en cuenta si se realiza “para prevenir la amenaza de un ataque terrorista o con el propósito de humillar o degradar”. La orden ejecutiva sólo excluye en forma taxativa la violencia sexual y cualquier conducta “tan deplorable que un observador razonable la reconocería como algo que debería ser universalmente condenado”.






08-05-2008
Blackwater, la contratista de paramilitares que hizo fortunas en Iraq mira al sur
Latinoamérica, ¿el nuevo campo de los mercenarios de Estados Unidos?

Efe


Blackwater, la empresa privada de Estados Unidos que ha hecho fortuna prestando servicios paramilitares en Irak, tiene la vista puesta en Latinoamérica como mercado de futuro, según sostiene el periodista estadounidense Jeremy Scahill, autor de un libro sobre "el ejército mercenario más poderoso del mundo".

Scahill presentó ayer en España esta historia no autorizada sobre el imparable ascenso de Blackwater desde los atentados del 11 de setiembre de 2001 en Estados Unidos y sobre su conversión en uno de los poderes fácticos más influyentes del complejo militar-industrial estadounidense.

En declaraciones a EFE, este periodista de 32 años que escribe en el semanario The Nation, comenta que Blackwater consiguió beneficios récord en los últimos dos trimestres, pero que su objetivo es diversificar el negocio para adaptarse a nuevas realidades y que eso pasa por América latina.

"Blackwater podría terminar en América latina", dice Scahill, quien destaca que el Pentágono instó a la compañía que preside Erik Prince, un ex militar rico y muy conservador, a optar por un plan contra la droga, para México y Colombia, con un presupuesto de 15 mil millones de dólares.

Es a través de estas "empresas privadas" como Washington quiere garantizar su presencia en la región "sin dejar una huella militar", explica el periodista, quien sostiene que los miles de millones de dólares que Estados Unidos ha invertido en los últimos 15 años en la lucha antidroga en la región han sido para "la lucha contrainsurgente".


Según el autor de Blackwater. El auge del ejército mercenario más poderoso del mundo, un ejemplo es Colombia, que recibe de Estados Unidos 630 millones de dólares anuales, de los cuales Bogotá destina buena parte a pagar los servicios de empresas de las mismas características que Blackwater, como DynCorp.

"El futuro pasa por el entrenamiento y la preparación de militares latinoamericanos, con el objetivo de tener pequeños equipos paramilitares trabajando para estas compañías en América latina. Veremos un incremento de la presencia de estas empresas que deciden radicarse en la región", pronostica Scahill.

La lógica es la del negocio y la del mercado libre, la misma que llevó a Blackwater y otras empresas que contratan mercenarios a fijarse en la "mano de obra barata" que ofrecían países como Chile, Honduras, El Salvador, Perú y Bolivia.

Frente a los 10 mil dólares al mes que puede cobrar un mercenario estadounidense o de otro país del Primer Mundo por prestar sus servicios en Irak, los latinoamericanos aceptan el mismo riesgo, ofreciendo la misma preparación, por sueldos de mil dólares.

Se trata de militares que se formaron en las décadas de los ´80 y los ´90, en el marco de las "guerras sucias" instigadas por Washington, y que ya han tenido experiencia en técnicas de contrainsurgencia, tiro de precisión, guerra de comandos, espionaje e interrogatorio.

Cerca de mil chilenos fueron enviados a Irak por gestión de José Miguel Pizarro Ovalle, a quien el autor describe como "un admirador de Pinochet, que trabajó como traductor para el ejército estadounidense antes de convertirse en enlace entre más de 12 gobiernos latinoamericanos y fabricantes de armas de Estados Unidos".
El aparente fracaso de la invasión es también un negocio.
“¡Vaya! Resulta que no se está liberando a Irak de la tiranía de Hussein, sino que, simple y sencillamente, se están haciendo negocios. E, incluso, el aparente fracaso de la invasión es también un negocio”.
Presentación de Naomí Klein por el Subcomandante Marcos en el último coloquio y última aparición publica de los zapatistas que se repliegan en la selva para defender a sus territorios de los crecientes ataques de mercenarios y fuerzas mexicanas.

Antes, no sólo en este coloquio pero también en él, hemos señalado el carácter belicista del capitalismo.

Ahora quisiéramos agregar que la guerra no es sólo una forma, la esencial por cierto, por la que el Capitalismo se impone e implanta en la periferia.

Es también un negocio en sí misma. Una forma de obtener ganancias.

Paradójicamente, es en la paz donde es más difícil hacer negocios. Y digo “paradójicamente”, porque se supone que el capital necesita paz y tranquilidad para desarrollarse. Tal vez eso fue antes, no lo sé, lo que sí vemos es que ahora necesita la guerra.

Por eso la paz es anticapitalista.

Se habla poco de ello, cuando menos en México así ocurre, pero el peso económico de la industria militar y sus gigantescas ganancias (que obtienen cada vez que el supuestamente agonizante poder norteamericano decide “salvar” al mundo democrático de una amenaza fundamentalista… que no sea la suya, claro), no son nada despreciables.

En los aspectos teóricos, tal como, acertadamente a nuestro entender, señaló hace unas horas Jean Robert, es necesario estar cuestionando “los suelos” sobre los que pone pie en tierra un planteamiento científico. Pensamos que el concepto de “guerra” en los análisis teóricos antisistémicos, puede ayudar a solidificar suelos todavía pantanosos.

Pero no se trata sólo de una cuestión teórica. Robert Fisk por un lado, y Naomí Klein por el otro, han contribuido enormemente a descorrer el velo que ocultaba la escenografía de la guerra en Irak. No desde un escritorio o frente a un monitor que administra la información de los grandes monopolios mediáticos, sino trasladándose personalmente al lugar de los hechos, ambos llegan a las mismas conclusiones.

Palabras más, palabras menos, nos dicen: “¡Vaya! Resulta que no se está liberando a Irak de la tiranía de Hussein, sino que, simple y sencillamente, se están haciendo negocios. E, incluso, el aparente fracaso de la invasión es también un negocio”.



Naomí Klein
Los Demócratas y el negocio de la guerra

Por primera vez en 14 años, los fabricantes de armamento están donando más a los demócratas que a los republicanos. Los demócratas han recibido el 52% de las donaciones políticas de este ciclo electoral hechas por la industria de defensa – muy superior al 32% de 1996. Ese dinero está encaminado a modelar la política exterior y, de momento, parece que se ha gastado bien.
Mientras que tanto Clinton como Obama denuncian con mucha pasión la guerra, ambos tienen planes bien detallados para continuarla. Los dos reconocen que pretenden mantener la enorme zona verde, incluida la monstruosa embajada de EEUU, y retener el control norteamericano del aeropuerto de Bagdad.
Tendrían desplegada una “fuerza de choque” dedicada a operaciones de contra-terrorismo, así como personal de entrenamiento para los militares iraquíes. Más allá de estas fuerzas militares de los EEUU, el ejército de diplomáticos de la zona verde necesitará medidas de seguridad fuertemente armadas, que actualmente aportan Blackwater y otras compañías de seguridad privada.
En estos momentos hay tantos contratistas privados como soldados manteniendo la ocupación, así que esos planes podrían implicar decenas de miles de miembros de personal norteamericano atrincherados indefinidamente.
Cuando el Nation reveló que ninguno de los candidatos daba su apoyo a legislación que impidiese el uso de Blackwater u otras compañías de seguridad privada en Irak, Clinton cambió de rumbo. Se convirtió en el líder político de EEUU más importante que suscribía la prohibición – apuntándose un tanto respecto a Obama, quién se opuso a la guerra desde el principio.
El Estado Bobo, o la viveza de las nuevas transnacionales de "la seguridad contra el terror".
¿ Que son Los guardias de Blackwater ?.
Naomi Klein
La Jornada
No queríamos quedarnos atorados con algo defectuoso. Eso fue lo que Michael Chertoff, secretario de Seguridad Interna, dijo ante una comisión de la Cámara, el mes pasado. Se refería al “muro virtual” planeado para las fronteras de Estados Unidos con México y Canadá. Si todo el proyecto sale tan mal como el prototipo de 28 millas, podría resultar ser uno de los defectos más caros de la historia: se proyecta que su costo sea, de aquí a 2011, de 8 mil millones de dólares.
Esta semana, Boeing, la compañía que obtuvo el contrato –el más grande otorgado por el Departamento de Seguridad Interna–, anunció que finalmente, tras meses de retraso debido a problemas con las computadoras, va a probar el muro. Las fuertes lluvias confundieron sus cámaras de control remoto y sus radares, y los sensores no pueden distinguir entre gente que se mueve, vacas pastando o arbustos que ondean sus hojas. Pero esta debacle apunta a algo mayor que una defectuosa tecnología. Revela la defectuosa lógica de la visión de la administración de Bush, que favorece un gobierno ahuecado, administrado en todos los aspectos posibles por contratistas privados.
Según esa visión radical, los contratistas ven al Estado como cajero automático, del cual retiran contratos masivos para llevar a cabo funciones centrales, como asegurar las fronteras e interrogar a prisioneros, y hacen depósitos en la forma de contribuciones a las campañas. El ex director de presupuesto del presidente Bush, Mitch Daniels, lo dijo así: “la idea general –de que la tarea del gobierno no es proveer servicios, sino asegurarse de que se provean– me parece obvia”.
El otro lado de la moneda de la directiva de Daniels es que el sector público pierde, a pasos agigantados, la habilidad para llevar a cabo sus más básicas responsabilidades, sobre todo en el Departamento de Seguridad Interna, el cual, como creación de Bush, ha seguido el modelo del cajero automático desde su concepción.
Por ejemplo, cuando el controvertido proyecto fronterizo fue lanzado, el departamento admitió que no tenía ni idea de cómo asegurar las fronteras y además no creía que fuese su tarea averiguar cómo hacerlo. El subsecretario de Seguridad Interna dijo a un grupo de contratistas que “ésta era una inusual invitación… les pedimos que regresen y nos digan cómo hacer nuestra tarea”.
Las compañías privadas no sólo llevarían a cabo el trabajo, también identificarían qué trabajo necesitaba hacerse, escribirían sus propias órdenes de trabajo, las pondrían en práctica y las supervisarían. Todo lo que el departamento tenía que hacer era firmar cheques.
Y, como dijo un ex alto funcionario de Seguridad Interna, “si no proviene de la industria, no podremos lograrlo”.
En pocas palabras, si un trabajo no puede ser subcontratado, no puede ser realizado.
Esta filosofía, central en los años de Bush, explica estadísticas como ésta: en 2003, el gobierno estadunidense otorgó a las compañías 3 mil 512 contratos para llevar a cabo funciones de seguridad interna, desde la detección de bombas hasta la búsqueda de datos. En el periodo de 22 meses que finalizó en agosto de 2006, el Departamento de Seguridad Interna emitió más de 115 mil contratos relacionados con la seguridad.
Si el gobierno ahora es un cajero automático, quizá la guerra contra el terror se puede comprender mejor no como una guerra, sino como una nueva economía en expansión, basada en una continua inestabilidad y desastre. En esta economía, el equipo de Bush no administra la asociación empresarial; más bien juega el papel del capitalista de grandes bolsillos, siempre atento a las nuevas compañías de seguridad (una inmensa mayoría encabezadas por ex empleados del Pentágono y Seguridad Interna). Roger Novak, cuya empresa invierte en compañías de seguridad interna, lo explica así: “Todos los grupos inversionistas están atentos a qué tan grande es el pesebre (gubernamental) y se preguntan ‘¿cómo puedo obtener una parte de la acción?’”
El contrato fronterizo de Boeing es sólo una parte de esta acción. Otra, claro, es el auge de los contratistas de seguridad en Irak, actualmente estelarizado por Blackwater USA.
El mes pasado, cuando el gobierno iraquí acusó a guardias de Blackwater de masacrar civiles en Bagdad, quedó claro que la embajada estadunidense no tenía ninguna intención de cortar lazos con Blackwater porque no podría funcionar sin él.
Quizá por ello ese mismo buró se apresuró en responder a los alegatos del gobierno iraquí del tiroteo de septiembre con un informe propio: que los guardias de Blackwater fueron atacados y respondieron. Días más tarde salió a la luz pública que un contratista de la embajada escribió el informe, contratista que trabajaba para Blackwater. Entonces, la administración envió a la Oficina Federal de Investigaciones (FBI) a investigar los tiroteos. Sin embargo, pronto se supo que sus investigadores podrían ser protegidos por Blackwater. La FBI anunció que, por esta ocasión, buscaría otros arreglos.
Y, ¿recuerdan el huracán Katrina , cuando los contratistas –incluyendo a Blackwater– llegaron a Nueva Orléans? Para ese entonces, la FEMA (la Agencia Federal en Manejo de Emergencias, integrada a Seguridad Interna. N. de la T.) ya estaba tan ahuecada que tuvo que contratar un contratista para que la ayudara a administrar a todos los contratistas. Y, a pesar de todas las controversias, el ejército recientemente decidió que necesitaba actualizar su manual sobre el trato con los contratistas. Le dio la tarea de realizar el borrador de una nueva política a uno de sus principales contratistas.
Todavía se parece a un gobierno: con impresionantes edificios, sesiones informativas sobre la presidencia a los medios, batallas sobre las políticas. Pero si corres la cortina, no hay nadie en casa.
El escándalo de Blackwater podría haber ofrecido una oportunidad para cuestionar la pertinencia de transformar la seguridad estatal en una actividad con fines de lucro, pero no en el Washington de hoy. En vez de remplazar sus contratistas cowboy con tropas, el Departamento de Estado dice que instalará cámaras de video en los vehículos que protegen.
La vigilancia a través de video es uno de los sectores más lucrativos de la economía de la guerra contra el terror. Hasta podría resultar ser una maravillosa noticia para los altos ejecutivos de Blackwater, que lanzaron una nueva compañía de inteligencia privada presentada como un “servicio integral capaz de satisfacer todas las necesidades de inteligencia, operativas y de seguridad”. Si el pasado nos enseña algo, no hay razón por la cual los hombres de Blackwater no podrían ser contratados para espiar a Blackwater. De hecho, sería la perfecta expresión del Estado hueco que Bush construyó.
Por qué a la derecha le encanta el desastre
Naomi Klein
naomiklein.org/

Traducido para Rebelión por S. Seguí

La agencia de calificación Moody’s asegura que la clave para resolver los problemas económicos de Estados Unidos está en la drástica reducción de los desembolsos de la seguridad social. La National Association of Manufacturers (Asociación National de Fabricantes, patronal) afirma que la receta consiste en que el Gobierno federal acepte la “lista de la compra” de esta organización en la que se prescriben nuevos recortes fiscales. Para la publicación Investor's Business Daily el permiso para realizar prospecciones petrolíferas en la Arctic National Wildlife Refuge (Reserva natural ártica de Alaska) constituye “probablemente el estímulo más importante de todos.”
Pero de todos estos cínicos intentos de camuflar como “estímulos económicos” lo que no es sino la apropiación masiva de recursos por parte de los capitalistas, la palma se la lleva Lawrence B. Lindsey, ex asistente del presidente Bush para asuntos económicos y asesor de éste durante la recesión de 2001. El plan de Lindsey consiste en resolver la crisis desatada por la práctica de préstamos fraudulentos mediante una gran ampliación de los créditos de riesgo. “Una de las soluciones más fáciles sería permitir que los fabricantes y distribuidores –en particular, Wal-Mart— abriesen sus propias instituciones financieras, mediante las cuales podrían negociar empréstitos y conceder créditos”, afirmó recientemente Lindsey en un artículo en el Wall Street Journal.
No importa que un número creciente de estadounidenses no puedan hacer frente a los pagos de sus tarjetas de crédito, y tengan que empeñar sus pensiones y perder sus hogares. Si Lindsey se sale con la suya, antes que perder sus ventas, Wal-Mart podría simplemente prestar dinero a sus clientes para que siguieran comprando, convirtiendo así en la práctica a este gigante minorista en una cadena de tiendas a la antigua usanza, a la que los estadounidenses llegarían a deber hasta su alma.
Si esta clase de oportunismo en tiempos de crisis le resulta a usted familiar es porque realmente lo es. En estos últimos cuatro años he investigado un ámbito poco estudiado de la historia económica: la manera como las crisis han allanado el camino para el avance de la revolución económica derechista en todo el planeta. Se produce una crisis, se extiende el pánico y los ideólogos llenan la brecha reorganizando rápidamente las sociedades en interés de los grandes entes corporativos. Es una maniobra que llamo “capitalismo del desastre”.
En ocasiones, los desastres nacionales que han hecho posible esta maniobra han sido hechos tangibles, como guerras, ataques terroristas, desastres naturales. Pero con más frecuencia se ha tratado de crisis económicas: endeudamiento creciente, hiperinflación, choques monetarios, recesiones.
Hace más de una década, el economista Dani Rodrik, entonces en la Universidad de Columbia, estudió las circunstancias en las que los gobiernos habían adoptado políticas librecambistas. Sus conclusiones fueron llamativas: “No ha habido un solo caso significativo de reforma librecambista en un país en desarrollo en la década de 1980 que se haya producido fuera del contexto de una crisis económica grave”. En la década de 1990 se produjo un extraordinario ejemplo de esta tesis: en Rusia, una economía en estado de fusión preparó la escena para una serie de privatizaciones aceleradas. A continuación, la crisis asiática de 1997-1998 abrió las puertas de los “tigres asiáticos” a una avalancha de compras extranjeras, un proceso que el periódico New York Times calificó como “la mayor operación mundial de liquidación por cierre.”
No cabe duda de que, los países en situación desesperada suelen hacer todo lo necesario para conseguir salir del embrollo. Una atmósfera de pánico deja a los políticos con las manos libres para introducir cambios radicales que de otro modo serían demasiado impopulares, como por ejemplo la privatización de servicios esenciales, la reducción de la protección de los trabajadores y la introducción de acuerdos comerciales librecambistas. En una situación de crisis, el debate y el proceso democráticos pueden descartarse con facilidad como lujos inabordables.
Y surge la pregunta: ¿son útiles las políticas librecambistas, presentadas como curas de emergencia, para resolver realmente las crisis a que se enfrentan? Para los ideólogos en cuestión, este asunto no ha tenido la menor importancia. Lo que importa es que, en tanto que táctica política, el capitalismo del desastre funciona. El fallecido economista librecambista Milton Friedman, en su texto de introducción a la edición de 1982 de su libro “Capitalismo y libertad”, articuló sucintamente esta estrategia: “Sólo una crisis, real o supuesta, produce un cambio real. Cuando esta crisis se produce, las acciones que se adopten dependerán de las ideas predominantes. He ahí, creo, nuestra función básica: desarrollar alternativas a las políticas existentes, y mantenerlas vivas y disponibles hasta que lo políticamente imposible se convierta en políticamente inevitable.”
Una década más tarde, John Williamson, importante asesor del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial (y creador de la expresión “consenso de Washington”) fue aún más allá. En una conferencia de creadores de políticas del más alto nivel preguntó si “sería concebible provocar deliberadamente una crisis como medio de eliminar las trabas políticas a las reformas.”
Una y otra vez, el gobierno de Bush ha echado mano de las crisis para eliminar las trabas que le impedían aplicar las partes más radicales de su programa económico. En primer lugar, una recesión proporcionó el pretexto necesario para realizar una serie de drásticas reducciones de impuestos. A continuación, la “guerra contra el terror” fue el inicio de una era de privatizaciones militares y de la seguridad nacional sin precedentes. Más tarde, el huracán Katrina permitió al gobierno dar “vacaciones fiscales”, recortar la legislación laboral, cerrar proyectos de viviendas públicas y transformar Nueva Orleans en un laboratorio de escuelas comunitarias (charter schools), todo ello en nombre de la “reconstrucción” tras el desastre.
Con estos antecedentes, los grupos de presión de Washington pueden razonablemente esperar que el actual temor a la recesión puede provocar una nueva ronda de regalos a las grandes corporaciones.
El mercado ya ha dicho que las armas le ganan a lo verde
Naomi Klein
La Jornada

Cualquiera que esté cansado de las malas noticias de los mercados debería hablar con Douglas Lloyd, director de Venture Business Research, compañía que sigue las tendencias del capitalismo de riesgo. “Mis expectativas son que la inversión en este sector se mantenga boyante”, dijo recientemente. Su entusiasta humor se inspiró en el dinero que entra a caudales a las compañías de seguridad y defensa privadas. Añadió: “también lo veo como un sector mucho más atractivo –y muchos coinciden– que la energía limpia”.

¿Entendido? Si buscas una apuesta segura en un nuevo mercado con potencial de crecimiento vende lo solar, compra vigilancia; olvídate del viento, compra armas.

Esta observación, viniendo de un ejecutivo en quien confían clientes como Goldman Sachs y Marsh & McLennan, merece especial atención en el contexto de la Conferencia de Cambio Climático de las Naciones Unidas, en Bali. Ahí, los ministros de medio ambiente supuestamente idearán un pacto global que sustituirá al de Kyoto.

La administración de George W. Bush, que aún obstaculiza firmes límites a las emisiones, quiere que el mercado resuelva la crisis. “Estamos en el umbral de dramáticos avances tecnológicos”, aseguró Bush, al mundo, el pasado mes de enero, y añadió: “lo dejaremos en manos del mercado, que decida la mezcla de combustibles que cumple con esta meta de manera más eficaz y eficiente”.

La idea de que el capitalismo puede salvarnos de la catástrofe climática tiene un poderoso atractivo. Le da a los políticos un pretexto para subsidiar las empresas en vez de regularlas, y cuidadosamente evade una discusión sobre cómo la lógica primaria del mercado, de un crecimiento sin fin, nos llevó, en primer lugar, adonde estamos.

Sin embargo, al parecer, el mercado tiene otras ideas acerca de cómo enfrentar los retos en un mundo cada vez más proclive a los desastres. Según Lloyd, a pesar de todos los incentivos gubernamentales, el gran capital le está dando la espalda a las tecnologías de energía limpia y, en vez, le apuesta a los aparatos que prometen sellar a los países e individuos ricos en fortalezas de alta tecnología. Las áreas clave de crecimiento en el capitalismo de riesgo son las empresas de seguridad privada que venden equipo de vigilancia y las privatizadas respuestas ante emergencias. En pocas palabras, en el mundo del capitalismo de riesgo hay una carrera entre los verdes, por un lado, y las armas y las guarniciones, por el otro. Y las armas van ganando.

Según Venture Business Research, en 2006 las compañías estadunidenses y europeas que desarrollaron tecnología verde y aquellas enfocadas a “seguridad interna” y armamento iban empatadas en la competencia por nuevas inversiones: la tecnología verde recibió 3.5 mil millones de dólares, cantidad que también recibió el sector de armas y guarniciones. Pero este año, las guarniciones de pronto se incrementaron drásticamente. Los verdes han recibido 4.2 mil millones de dólares, mientras las guarniciones casi duplicaron su dinero, recolectando 6 mil millones de dólares en nuevos fondos de inversión. Y aún no termina 2007.

Esta tendencia no tiene nada que ver con la verdadera oferta y demanda, ya que la demanda por tecnología de energías limpias no podría ser mayor. Con el petróleo llegando a 100 dólares el barril está claro que estamos necesitados de alternativas verdes, ya sea como consumidores como para la misma supervivencia de la especie. El último informe del Panel Intergubernamental de Naciones Unidas, ganador del Premio Nobel, fue descrito por la revista Time como “última advertencia a la humanidad”, mientras un nuevo reporte de Oxfam deja claro que la reciente ola de desastres naturales no es casualidad: en las pasadas dos décadas el número de eventos de clima extremo se cuadruplicó. En cambio, en 2007 no hubo ningún acto terrorista importante en Estados Unidos o Europa; hay señales de una reducción de las tropas estadunidenses en Irak, y a pesar de la implacable propaganda no hay una inminente amenaza de Irán.

Así, ¿por qué la “seguridad interna”, no la energía verde, es el nuevo sector en auge? Quizá porque hay dos diferentes modelos de negocios que pueden responder a nuestra crisis climática y energética. Podemos desarrollar políticas y tecnologías que nos desvíen de este rumbo desastroso. O podemos desarrollar políticas y tecnologías para protegernos de aquellos a quienes hemos enfurecido debido a las guerras por los recursos y desplazado debido al cambio climático, mientras, a la vez, nos protege de lo peor de la guerra y el clima. (La máxima expresión de esta segunda opción son los nuevos anuncios televisivos de Hummer: se ve al traga-gasolina llevando su carga a un lugar seguro en varias zonas de desastre, seguido por el lema “esperanza: los dueños de los Hummer, preparados para las emergencias”*. Es un poco como si el hombre Marlboro ofreciera terapia de consolación en una sala de oncología.) En pocas palabras, podemos elegir reparar o fortificarnos. Los activistas del medio ambiente y los científicos claman por reparar. El sector de la seguridad interna, por otro lado, cree que el futuro yace en las fortalezas.

Si bien el 9/11 lanzó esta nueva economía, durante los desastres naturales, muchas de las originales tecnologías contraterroristas son actualizadas como respuestas privatizadas ante las emergencias. Blackwater se presenta como la nueva Cruz Roja, los bomberos trabajan para las grandes aseguradoras –ver mi reciente artículo– (publicado en La Jornada:
www.jornada.unam.mx/2007/11/04/index.php?section=opinion&article=024a1mun). Por mucho, el mayor mercado es la fortificación de Europa y Norte América: el contrato de Halliburton para construir centros de detención para un influjo migratorio no especificado, la “virtual” valla fronteriza de Boeing, las credenciales de identificación biométricas. El blanco principal de estas tecnologías no son los terroristas, sino los migrantes, un creciente número de quienes han sido desplazados por eventos de clima extremo, como las recientes inundaciones en Tabasco, o el ciclón en Bangladesh. Conforme el cambio climático deje más gente sin tierra, el mercado de las fortalezas drásticamente se incrementará.

Claro, todavía hay dinero por ganar a través de lo verde; pero hay mucho más verde –al menos en el corto plazo– por ganar si se vende escape y protección. Lloyd lo explica así: “la tasa de fracaso de los negocios en seguridad es mucho menor que las de las tecnologías limpias e igual de importante la inversión de capital requerida para construir un exitoso negocio de seguridad es mucho menor
”. En otras palabras, resolver problemas reales es difícil, pero obtener ganancia de éstos es fácil.

Bush quiere dejar nuestra crisis climática al ingenio del mercado. Bien, pues el mercado ha dicho: no nos desviará de este desastroso rumbo. De hecho, el dinero inteligente apuesta porque nos quedemos ahí.


* En inglés, esta frase empieza con hope, o sea, esperanza. N de
la T.

Copyrig
ht 2007 Naomi Klein. www.naomiklein.org.