Senderos
A NUESTRO ENTENDER, SOLO FALTA AGREGAR "CAPITALISMO" DONDE ES MÁS QUE OBVIO QUE LO OMITE, ASÍ COMO BURGUÉS O BURGUESÍA DONDE NO SE ATREVE A NOMBRARLA.- (Biblioteca Paco Urondo)
Por Alfredo Zaiat
La economía argentina se ha caracterizado por transitar senderos a lo largo de su historia que desorientaron el saber convencional. El análisis generalizado en el mundo de los investigadores es que existen casos particulares que se alejan de parámetros comunes del resto de los países, como el de Japón, que es una potencia mundial con escasos recursos naturales. El otro ejemplo que ha circulado por los ámbitos académicos internacionales y que se ha popularizado es la Argentina, con las condiciones para ser un país estable y pujante dadas sus riquezas, escasa población y calidad de sus recursos humanos. Pero su destino ha sido las crisis recurrentes de todo tipo y color. Existen varias lecturas para acercarse a las razones de la frustración de la experiencia argentina, desde motivos políticos, sociales y culturales, y también se pueden remontar a su origen histórico como nación. Pero para acercarse a la cuestión económica y a la fatalidad de su inestabilidad resulta necesario precisar que la Argentina ha tenido en su historia moderna tres etapas bien definidas, con sus obvios matices de época: el denominado modelo agroexportador (1880-1930), el modelo de industrialización por sustitución de importaciones (1930-1975) y el modelo rentístico-financiero (1976-2001). No se trata de esquemas cerrados, sino que en cada uno de ellos se manifiestan rasgos de los otros. La etapa en que definieron su hegemonía ofreció una forma de organización social, que ha tenido fuertes tensiones con su correspondiente crisis política.
Con el desenlace impactante, a partir del rechazo del Senado al proyecto oficial de derechos de exportación móviles a cuatro cultivos clave por el voto del vicepresidente de la Nación, se abre el interrogante sobre cuál será el rumbo del modelo económico que se definirá a partir del reacomodamiento que inevitablemente se producirá en la esfera política. En el intenso debate parlamentario las fuerzas en pugna por la hegemonía del proceso económico han mostrado sus cartas. Con toda la complejidad que implica realizar cortes tajantes al interior del bloque del poder económico, por el cruzamiento de áreas de interés y de negocios, se perfila una intensa disputa entre el núcleo duro industrial y el vinculado a la actividad agropecuaria, con eje en la trama multinacional sojera.
La tensión entre esos dos sectores del bloque de poder se ha manifestado en el marco de ciertos desvíos sobre la orientación económica que expresa en la actualidad la administración kirchnerista. Desde comienzos del año pasado, debido en especial a la aceleración en el alza de precios y la consiguiente pérdida de competitividad del tipo de cambio real y estable, ese esquema empezó a desdibujarse. El descenso de la paridad cambiaria, primero para desarmar la minicorrida y luego para castigar a los exportadores agropecuarios y a los industriales que no salieron a dar un respaldo explícito a la política de retenciones móviles, agregó inestabilidad a ese modelo. Esa incertidumbre no nace solamente por el retroceso del precio nominal del dólar en relación al peso, sino que la baja del dólar es una señal confusa de mediano plazo para la inversión de las industrias exportadoras y de las vinculadas a la sustitución de importaciones. De todos modos, dentro del actual contexto, se puede suponer que se trata de una situación de emergencia. Aunque habrá que observar cuál será el rumbo definitivo que se presentará a partir del nuevo escenario político, de las restricciones que han aparecido por la dinámica del alza de precios y de la puja distributiva en los sectores productivos que han alcanzado el pleno empleo. Lo cierto es que más allá de la división de aguas en el partido gobernante y en la sociedad como saldo de los cuatro meses de disputa con el sector del campo privilegiado, el corazón de la pelea se encuentra en el tipo de modelo de desarrollo que se definirá para la economía argentina para los próximos años.
El fabuloso contexto internacional con precios de las materias primas elevadas crearon las condiciones para el rearmado de las fuerzas políticas para impulsar un modelo agroexportador. Dentro de éste existe un grupo poderoso, conservador y reaccionario que aspira a recuperar la tradicional Argentina agroexportadora, reeditando la que se extendió desde fines del siglo XIX hasta la década del 30. La inserción en el mundo del país sería la de un gran exportador de productos agrícolas e importador de manufacturas y bienes de capital. En esa época fue favorecida por una división internacional del trabajo que tenía por eje a Gran Bretaña. Ahora ese lugar de potencia demandante de materias primas agropecuarias es ocupado por China y la región asiática. El predominio político de ese modelo tiene como rasgo sobresaliente la cultura autoritaria, elitista, de exclusión social y rentística, con sus principales ingresos provenientes de la renta de la tierra. En estos meses de conflicto, el comportamiento de los grandes propietarios como de los pequeños y medianos productores que arriendan sus campos, que defendieron hasta límites de la ilegalidad su creciente renta por la suba de los precios internacional, son síntomas del renacer de ese modelo. Por ese motivo, resulta llamativo el respaldo entusiasta a esa protesta de un grupo de intelectuales y políticos de la denominada centroizquierda, cuya historia es la de defender a trabajadores y excluidos, y no a una burguesía rentística de folklore “popular” de pequeños productores sojeros en las rutas.
En ese escenario complejo, existe también un sector del campo privilegiado que prefiere un neo-desarrollismo con base agraria, aunque por ahora no se ha manifestado con fuerza porque dejaron actuar a esos productores “combativos”. Ese modelo de los grandes grupos y empresas agropecuarias propone sistemas agroindustriales y cadenas de valor regionales para la producción de bienes agrícolas con mayor valor agregado. Es un sistema de concentración y de grandes capitales. Aun con cierta confusión exponen el apoyo a pilares básicos de la actual gestión de la economía, como un tipo de cambio competitivo y la preservación de superávit gemelos (fiscal y comercial). La discrepancia con el modelo de base industrial tiene que ver con el tipo de desarrollo propuesto en función a qué clase de especialización productiva debería tener la economía argentina.
Las diferencias entre ambos esquemas pueden parecer irrelevantes para algunos, pero en los matices se determina el rumbo de la política económica, con sus ganadores y sus perdedores relativos puesto que ese resultado se da dentro del bloque de los triunfadores. Esa tensión se refleja en el capítulo de la especialización productiva. La diferencia sustancial entre esas versiones neo-desarrollistas remite al sector o a las actividades elegidas para liderar el proceso de crecimiento y desarrollo. La de base industrial tiene obviamente a las firmas industriales como la fuerza motriz del crecimiento económico, mientras que para la agraria, el camino hacia mayores niveles de desarrollo sería el crecimiento de los sectores basados en ventajas naturales en general y agropecuario en particular, a través de la adición de una cuota de valor agregado a sus productos (por ejemplo, biocombustibles, aceites).
Así presentados da la impresión de que poco importa esa distinción para el sendero de crecimiento de la economía, puesto que en ambas se registrarían robustos avances del Producto. Sin embargo, la clave que los separa tiene que ver con el esquema de organización social que se deriva de cada uno de esos modelos y las posibilidades que existen en uno y en otro para mejorar la distribución del ingreso. El modelo agroindustrial no es un potente generador de empleo pese a la insistencia de sus investigadores asociados. El esquema sojero es expulsor de mano de obra del campo. Incluso el eventual proceso de industrialización de productos agropecuarios no es un demandante creciente de empleo y, por lo tanto, es regresivo en el capítulo redistributivo. En tanto, el neodesarrollismo industrial ha dado pruebas de ser un importante motor de empleo, aunque ha mostrado límites al momento de avanzar en el reparto más equitativo de la riqueza. Cada uno de esos modelos tiene su representación política que lo expresa.
En ese marco, el debate público-mediático y en el Senado que ha perdido la administración kirchnerista para la aplicación del mecanismo de derechos de exportación móviles a la soja, trigo, maíz y girasol no tuvo como desenlace un necesario y demorado salto de calidad sobre la base de ese modelo neodesarrollista industrial, sino que ha sido uno para atrás. Esa tensión sobre el sendero de la economía es la que de ahora en más estará en juego.