José Pablo Feinmann
Filosofía política del Peronismo
Página/12
14 Eva Perón
PERSONAJES
DEL PERONISMO
Otras caras importantes del
primer peronismo provinieron
del espectáculo o del
deporte. El Racing Club, por
ejemplo, era apoyado por el
ministro Cereijo, al punto de recibir el
apodo de “Deportivo Cereijo”. En la final
con el pequeño equipo de Banfield, en 1951,
todo el país estaba en contra de Racing porque
había puesto su corazoncito en el que
tenía las mayores posibilidades de perder, el
que no era el equipo del gobierno, el que no
estaba protegido. Sin embargo, Evita prefería
un triunfo banfileño precisamente para dar
el ejemplo de la laboriosidad de un pequeño
team y el triunfo del más débil. La final conmovió
al país. Todos con Banfield. La cuestión
se solucionó de un modo semejante a
como lo haría Racing, muchos años después,
frente al Celtic de Escocia, llevándolo a
apropiarse de la codiciada Copa Interclubes
y darle al país su primer título mundial. Es
decir, un zapatazo impresionante. Aunque la
expresión “zapatazo” es injusta. Porque se le
dice así al balinazo de un delantero que “la
encuentra” y le pega un poco a ciegas y la
mete en la red. No fue así el gol de Boyé. No
fue así el de Cárdenas. Boyé decidió, contra
Banfield, el triunfo de Racing con un tiro
desde el lateral derecho que se metió en el
segundo palo del excepcional arquero de
Banfield, Graneros. Ganó el más fuerte, “el
caballo del comisario”. Y Evita se quedó con
las ganas de ver triunfar al más débil, al
equipo “proletario”. El gol de Cárdenas fue
un tiro de casi media cancha. Un zurdazo
del número nueve de Racing que dio tiempo
a que todos vieran la trayectoria, hermosa,
de la pelota hasta clavarse en el palo derecho
del arquero celta que se tiró más para la foto
que por creer que alcanzaría esa pelota imposible.
Años después (¡qué país
el gol de Cárdenas, que la compañía Gilette
había pasado durante años, dejó de pasarse.
Durante la decadencia del menemismo y
durante el catastrófico gobierno de De la
Rúa, en medio del enorme desaliento nacional
de esos años, surgió un chiste memorable:
“¿Saben por qué no pasan más el gol de
Cárdenas? Porque ahora lo erra”.
En el automovilismo es excluyente la figura
de Fangio, con
campeonatos mundiales. También estaban los
hermanos Juan y Oscar Gálvez, Froilán González
y el cordobés Marimón. En el box,
quién no lo sabe, Gatica era la personificación
del peronismo y el elegido de Perón. Alfredo
Prada, su rival, era su antítesis: el boxeador
pulcro, medido. Era el elegido por la clase
media. Gatica era el atorrante que gustaba a
las clases humildes. Se trata de un personaje
notable, a quien Leonardo Favio le dedicó
una película. Gatica era un desbordado. Se
vestía de modo extravagante. Boxeaba con
poca técnica pero con mucho corazón, siempre
iba para adelante y era fanáticamente
peronista. Se dice que, en el Luna Park, al
saludar a Perón le dijo: “General, dos
potencias se saludan”. Osvaldo Soriano
cuenta una anécdota muy divertida.
Parece que Gatica llega a un pueblo en
un auto enorme. En la parte delantera
había un cartel: “Aquí llegó Gatica”. Y
en la trasera otro: “Ya pasó Gatica”.
Favio lo toma como emblema del peronismo.
Mientras Gatica gana,
es feliz, todo va bien. Cuando cae
el peronismo, Gatica empieza a perder
porque pasaron los años dorados. Hasta
que termina penosamente bajo las ruedas
de un colectivo. Prada le dio una
mano y lo puso de socio en un restaurante
que se llamó: “Prada y Gatica”.
Llegó a pelear en Estados Unidos con el
boxeador negro Ike Williams. Ver ese fragmento
noticioso es toda una experiencia.
Suena la campana y Gatica sale a guapear, a
llevárselo por delante al negro. Ike Williams le
da una sola piña, una sola, y lo noquea. Se
dice que Perón lo retó fieramente. Se dice que
empezó diciéndole: “Gatica, ya me tenés
podrido”. Otro que fue a pelear a Estados
Unidos fue el excelente Eduardo Lausse. El
que transmitía la pelea era Luis Elías Sojit,
que era un peronista de aquéllos. En un
momento en que Lausse se liga una piña muy
dura, le empieza a sangrar la nariz. Y Luis
Elías (como le decían sus colaboradores), exaltado,
profiere una frase memorable: “¡Cae
sangre de la nariz de Lausse! ¡Sangra Lausse!
¡Es sangre peronista!”. En su relato, con no
excesivas intermitencias, decía: “¡Perón cumple,
Evita dignifica!”. Por ejemplo: “Ataca
Lausse con una derecha violenta al plexo
solar... ¡Perón cumple, Evita dignifica! ...
Ahora Lausse retrocede”. El adversario de
Lausse, aunque no ideológico, era Rafael
Merentino, bien peronista, nunca llegaron a
enfrentarse. Todo deportista que ganaba
decía: “Dedico este triunfo al general Perón”.
No había quien no le dedicara el triunfo a
Perón. Fue realmente increíble que Perón
lograra tantas cosas desde el ’46 en adelante.
A otro le hubiera llevado treinta años. Todo
era peronista. Hasta la policía, como decía el
ministro Borlenghi en un discurso bastante
peligroso, debía ser peronista. Se vivía una
especie de júbilo. También llegaban figuras
del extranjero. Los boxeadores negros Sandy
Sadler y Archie Moore. Sadler amargó una
noche de Perón y Evita moliendo a trompadas
a Prada, ganándole por paliza en cuatro
rounds. Sobre Archie Moore la oposición
echó a rodar un rumor curioso: que había
sido amante de Perón. Todavía los peronistas,
cuando lo acusan a uno de gorila (hace falta
muy poco para ser gorila para un peronista o
para ser peronista para un gorila), usan esa
chicana: “Sí, ahora también me vas a decir
que Archie Moore se lo cogió”. Pero, por
increíble que fuera, la versión circuló ampliamente
durante esos años. El Festival de Cine
de Mar del Plata permitió la llegada de la (por
ese entonces) fabulosamente célebre diva italiana
Gina Lollobrigida. La “contra”, de
inmediato, hizo circular una foto en que Gina
caminaba junto a Perón, sonriente, suelta,
feliz... y desnuda. Era un truco, pero se le atribuía
a Perón el haber logrado que saliera desnuda
en la foto, de puro perverso que era.
Había una canción que decía: “Gina, Gina,
Gina, mucho se habla de ti en
Y un chiste memorable sobre el gobernador
de la provincia de Buenos Aires, Carlos Aloé.
Lo cargaban por su ignorancia. Que era muy,
muy bruto, ésta era la afrenta. Que había
escrito un libro: “Cómo pienso”. Y que, luego
de estar conversando un rato con Gina, se
acerca a Perón y le dice: “
muy linda. Pero, pobre mina, está muy enferma”.
“¿Por qué?”, pregunta Perón. Y Gobernador
iletrado responde: “Porque yo le hablo
todo el tiempo y ella siempre dice ‘Nunca
piyo, nunca piyo’”. Sin duda, la ingenuidad
de la época es también la que le confiere una
aureola de edad de la inocencia.
EL “CARNAVAL”
PERONISTA
Un personaje se destacó por su originalidad
y su modo de abordar el tango: Alberto Castillo.
Era el Gatica del tango. Sus presentaciones
radiales empezaban siempre igual: “Yo
soy parte de mi pueblo/ y le debo lo que soy/
Hablo con su mismo verbo/ canto con su
mismo son”. Y también: “Cien barrios porteños
/ cien barrios de amor/ cien barrios metidos/
en mi corazón”. La leyenda lo presentaba
como médico: el doctor Alberto Castillo.
En el film de Juan José Campanella, Luna de
Avellaneda, su figura está bien trabajada. Castillo
canta en un club de barrio y, de pronto,
avisan que una mujer está a punto de dar a
luz. ¿Quién acude en su ayuda? El doctor
Alberto Castillo, que hace nacer a la criatura.
Todos felices. Castillo, se vestía de un modo
estrafalario. “Vistió trajes azules de telas bri-
II
llantes, con anchísimas solapas cruzadas que
llegaban casi hasta los hombros, el nudo de la
corbata cuadrado y ancho, en contraposición
a las pautas de la clase media elegante, que lo
aconsejaba ajustado y angosto. El saco desbocado
hacia atrás, y un pañuelo sobresaliendo
exageradamente del bolsillo. El pantalón de
cintura alta y anchas bocamangas completaba
el atuendo, que era más desafío que vestimenta”
(Salas, Ibid., p. 261). Es perfecta esta
acotación que hace Salas: Castillo vestía para
desafiar. No sería equivocado ver en ese desafío
al buen gusto una característica fundamental
de este primer peronismo. Todo resultaba
intolerable para la oligarquía. Todo era un
mamarracho de mal gusto. No en vano Bioy
declararía, al explicar por qué escribió con
Georgie La fiesta del monstruo: “estábamos
llenos de odio con el peronismo”. Durante
uno de sus sesudos comentarios futboleros, el
mítico Dante Panzeri, el que inventó la frase
que definía el fútbol como dinámica de lo
impensado, metió, en medio del análisis de
un partido, la siguiente frase: “A partir de
1945, el país perdió la personalidad ética y
estética que lo había definido”. De la estética,
ni hablar. Los “contreras” vivían escandalizados
ante el alegre carnaval de “la negrada”.
Fue una canción de Alberto Castillo la
que, justamente, les habría de entregar el
concepto de carnaval: “Por cuatro días locos/
que vamos a vivir/ Por cuatro días locos/ te
tenés que divertir”. David Viñas, en su guión
para la película El Jefe, la expresión más inteligente
del cine antiperonista de los años de
una de las caras esenciales del peronismo.
Hasta Milcíades Peña, sin aludir a la canción
de Castillo, escribe: el “alegre carnaval denominado
‘revolución nacional’” (Ibid., p.
101). Castillo era la expresión de ese carnaval.
No en vano suele presentarse con un
montonazo de negros camdomberos “que
bailaban y lo acompañaban con el sonido de
los parches cada vez que entonaba un tema
del folklore africano en su versión rioplatense.
En estas interpretaciones, sus movimientos
pélvicos de vaivén eran muy festejados
por el público y provocaban las quejas de la
clase media puritana” (Salas, Ibid., p. 266).
Entre tanto, en medio del candombe, Castillo
cantaba otra de sus estrofas de doble lectura:
“Siga el baile, siga el baile/ de la tierra en
que nací/ la comparsa de los negros/ al compás
del tamboril”. ¡Siga el baile! Ahí estaba el
secreto. El peronismo era un Carnaval. El
peronismo era esto: 1) Perón se había encontrado
con el Banco Central lleno de oro; 2) el
mismo Perón lo había admitido: “Camino
por el Banco Central y me tropiezo con las
barras de oro”; 3) en lugar de destinar esas
barras de oro al desarrollo de industrias de
base, de la industria pesada que daría solidez
al país, a su economía, Perón las destina a la
captación de las masas, a la demagogia (para
la derecha), a la manipulación y a la heteronomía
de clase, al bienestar fácil de los obreros,
a no dejar que luchen por conseguir sus
conquistas sino a dárselas “desde arriba”, verticalmente
(para la izquierda); 4) todo esto
lleva a “un banquete asiático” (Juan Carlos
Torre, revista Los libros, año II, N° 14,
diciembre de 1970), a un derroche fácil, que
entrega una alegría inmediatista al joven e
inexperto proletariado. Peña, al analizar la
transformación del Partido Laborista en Partido
Peronista, llega a escribir: “Las masas
ovacionan a Perón y celebran alegremente la
destrucción del primer intento de organización
autónoma del nuevo proletariado argentino”
(Peña, Ibid., p. 184). Notable texto: las
masas “celebran alegremente” una medida
que las perjudica, que va contra sus verdaderos
intereses de clase. ¿Por qué “alegremente”?
¿Por qué “celebran”? Por el Carnaval,
señores. Porque el peronismo es eso: un Carnaval.
Y las masas, cuando Perón les dice:
“Ahora el Partido Laborista es de ustedes,
porque se ha transformado en el Partido
Peronista, el Partido del Pueblo”, las masas
empiezan a cantar: “Por cuatro días locos que
vamos a vivir/Por cuatro días locos te tenés
que divertir”. Y si Perón hubiera
dicho: “Nada de industria
pesada, señores.
Necesitamos ese dinero
para que el pueblo
esté bien, se divierta,
cante y baile al compás
del tamboril”, las
masas, incultas, irresponsables,
irracionales,
manipulables,
inmediatistas, instinto
puro, habrían cantado:
“Siga el baile, siga el
baile/ de la tierra
en que nací”.
De aquí
que
la interpretación del peronismo como alegre
Carnaval penetre tan hondo. Fue muy inteligente
la elección del estribillo del doctor de
los pobres, del cantor del pueblo, de los cien
barrios porteños. Héctor Olivera, que es mi
amigo desde hace muchos años, desde que lo
conocí en 1981 porque empezaba a producir
Ultimos días de la víctima, y con el que haríamos
más de una película, me contaba que el
hallazgo de la canción de Castillo, su puesta
sobre la mesa como clave interpretativa del
peronismo, fue esencial, conceptualmente
hablando, para plasmar la historia de El Jefe,
película que analizaremos en su momento.
Para el antiperonismo, decir que el peronismo
fue un Carnaval es una de sus claves más
importantes. Las barras de oro del Banco
Central se rifaron en una política fácil que
no en vano logró la rápida adhesión de los
masas. El resto fue sencillo.
¡QUÉ SABEN LOS PITUCOS!
El tango que más definía a Alberto Castillo
era también desafiante: Qué saben los pitucos,
lamidos y shushetas/ qué saben lo que es tango/
qué saben de compás/ aquí está la elegancia,
qué pinta, qué silueta/ qué porte, qué arrogancia,
qué clase pa’ bailar. El tango llevó por
título Así se baila el tango. Y es muy bueno. Y
Castillo lo cantaba muy bien. Se ponía la
mano derecha del lado izquierdo de la cara,
un gesto tan suyo, tan innovador que cuesta
definirlo, pero que tiene mucho del gesto del
secreteo, de la confesión, “vení, acercate, que
te digo algo entre vos y yo”, de lo compartido,
compartido entre él y su pueblo, y con
ese gesto, y con otros también notables, cantaba
ese tango irreverente. Porque esa estrofa
define también al peronismo: ¿Qué saben los
pitucos? Supongamos que un peronista quiere
refutar la interpretación del peronismo como
Carnaval: empezaría diciendo ¿qué saben los
pitucos?, ¿de qué hablan?, hablan de rencorosos,
porque los amarga que el pueblo haya
sido feliz aunque sea una vez, ¿quién en este
país se ocupó alguna vez de la industria pesada?,
nadie, señores, nadie, si otro, que no
fuera Perón, se encontraba con el Banco
Central lleno de barras de oro, ¡ni una iba
para el lado del pueblo! El pueblo llevaba
décadas sufriendo hambre y postergaciones.
Había que distribuir, había que dar mejoras,
había que hacer una industria liviana que no
teníamos, y que menos la tenía el pueblo,
que ahí tuvo heladeras, cocinas, estufas, agua
corriente, electricidad, casitas proletarias. ¿O
no lo escucharon a Discépolo? Él lo dijo clarito:
Estamos viviendo el technicolor de los días
gloriosos.
Suele decirse que Perón, en lugar de dar
dinamismo a la industria liviana, debió convocar
el sacrificio del pueblo en 1945 en
lugar de hacerlo en 1952. De haberlo hecho,
no habría existido el peronismo. La industria
liviana, ya lo hemos explicado, implicaba la
posibilidad de dar trabajo a los migrantes
internos, ya que reclama mucha mano de
obra. La industria pesada, no. De aquí que
Castillo diga: “¿Qué saben los pitucos?”. Era
una contraseña. Los pitucos no saben nada.
No pueden saberlo. Porque el verdadero
saber está en el pueblo. En 1954,
sin embargo, en el inicio, y
más que eso, de la decadencia
del peronismo, ya
muerta Evita, Castillo
incluye otros temas
que no agreden a
nadie, sino que festejan
la alegría que, aparentemente,
cunde en el
país: “Yo llegué a la
Argentina/ en una
noche divina/ del cincuenta
y cuatro/ En
Buenos Aires/ todo el
mundo se divierte/ todo
III
el mundo se divierte/ porque aquí la gente/
sólo sabe amar”. El colmo de la pavada
pasatista y mentirosa. Su decadencia, como
la de Gatica, llega con la caída del peronismo.
Filmó algunas películas recordables, La
barra de la esquina. Y se mantuvo a lo largo
del tiempo como una figura querida. En sus
años de gloria imitarlo era casi un deporte
nacional.
EVA PERÓN
Deliberadamente demorada su aparición,
aguardando tener entre manos todos los
elementos necesarios como para aproximarnos
a ella con trabajado rigor, el máximo
posible al menos, nos concentraremos en la
figura de Eva Perón. Trataremos de demostrar
algunas tesis esenciales. Serán tan discutibles
como las tantas que sobre su figura
se hayan enunciado. Trataremos de ir más
allá de lo meramente biográfico o colorido,
abominaremos el odio gorila, y tampoco
nos habremos de sumar a la aceptación fácil
de su figura a partir de la entereza con que
afrontó su muerte, que es la versión piadosa
del odio gorila tal como la vimos en ese
texto de Halperin Donghi (Argentina en el
callejón) o en la película oportunista y boba
de Alan Parker-Madonna, en la que, luego
de haber demostrado de un extremo al otro
que era una prostituta, se la absuelve con
un beso que esa especie de Juan Pueblo
alcahuete y tortuoso que hace Antonio Banderas,
deposita sobre su féretro. Postularemos,
ante esto, que la dignidad, la fuerza
con que Eva Perón asumió su muerte y
luchó contra ella, está presente en casi
todos los pasajes de su vida, y probablemente
sea uno de los rasgos más propios de
su personalidad. Primero: La bastardía de
Eva es constitutiva de su modo de ser en el
mundo. No me preocupa decirlo a lo Heidegger.
La bastardía de Eva sería, por usar
la terminología heideggeriana, uno de sus
existenciarios. Esa bastardía la arroja al
mundo en la modalidad de lo inauténtico.
No había nada más inauténtico, en la
Argentina de los treinta, que una hija ilegítima.
Segundo: Su carrera hacia el poder
expresa una ambición poderosa. También,
si hablamos ontológicamente, expresa su
deseo de darse un ser. La bastarda quiere ser
algo para dejar de serlo. Sólo siendo un ser
(sólo siendo algo) dejará de ser una bastarda,
una ilegítima. Tercero: El casamiento
con Perón es el primer paso de ese intento.
En cuanto a Perón, su casamiento con Eva
es el acto más revolucionario que realizó en
su vida. Y acaso sea el único. No debe serle
excesivamente reprochada esta carencia,
pues ningún presidente argentino realizó
un acto revolucionario. Cuarto: Su etapa
Dior es su etapa preparatoria. La etapa del
viaje por Europa. Su relación con el diseñador
de vestuario Paco Jamandreu es relevante
en su vida. Quinto:
“Eva Perón” es un intento que une dos
cosas. Su amor por los otros bastardos (la
clase obrera) y un paso decisivo en la superación
de su propia bastardía. Tiene una
Fundación. Esa Fundación lleva su nombre.
Sexto: Mientras vivió, fue el adversario
político más importante que tuvo Perón. Es
cierto que los otros no valían demasiado.
De aquí que ella los superara holgadamente.
Pese a todos los elogios a su marido, fue
ella quien más lo exigió y quien le hizo
saber que estaba decidida a ir más lejos que
él en la defensa de los trabajadores. Séptimo:
El traje sastre que le diseña Jamandreu
y el peinado con el rodete marcan un cambio
decisivo. Ya no es la mujer del Presidente,
es una militante. Octavo: Sus elogios
desmesurados a Perón expresan una táctica
que empleó para exigirlo. Noveno: Esa táctica
la hemos de encontrar en un texto de
Ernesto Che Guevara. El Che dice que Castro
es una fuerza de la naturaleza y que fue
la única excepcionalidad de
Cubana. El Che no podía convivir en Cuba
con Fidel. Eran demasiado los dos para
estar en el mismo lugar. Evita tiene un problema
semejante con Perón. Que veremos.
Décimo: Su búsqueda de la vicepresidencia
es la búsqueda de la conquista total de su
ser. Ser la vicepresidenta de
dejar de ser para siempre una bastarda.
Undécimo: A su vez, ese puesto le entregaba
un poder que requería, al que no quería
renunciar. Duodécimo: Su renuncia a la
vicepresidencia es la mayor derrota política
de su carrera. Influyen en ella los militares:
los leales a Perón y los no leales.
Católica. Los empresarios. Todo el poder
agrario y ganadero. Y Juan Perón, que no la
respalda. Decimotercero: Si Perón no la
respalda es porque su proyecto político es
diferente al de Eva. Veremos esta cuestión
central. Decimocuarto: Su enfermedad es
su otra gran derrota política. Todo el país
patronal respira aliviado cuando sabe que
va a morir. Aunque de otro modo, también
Perón. Ahora será él mismo quien se
imponga sus tiempos políticos, sus metas
estratégicas y la decisión definitiva sobre el
papel del proletariado en el proyecto peronista.
Decimoquinto: Luego del golpe de
Menéndez, en 1951, le pide a Perón el fusilamiento
de los cabecillas. Decimosexto:
Importa armas de Holanda para armar
milicias populares. Decimoséptimo: Entraremos
en un terreno conjetural. No vamos
a privarnos de esto con una figura tan rica y
fascinante como Eva Perón. Nuestras conjeturas
principales serán: a) si no hubiera
estado débil y enferma habría conseguido
los fusilamientos de Menéndez y su grupo
de alzados; b) si hubiera vivido no habría
tolerado que se usara a Juan Duarte como
chivo expiatorio; c) si hubiera vivido, le
habría dado a Perón una reverenda patada
en el culo (con perdón) si le llegaba a mencionar
algo como la creación de
Tampoco Perón habría hecho su Carnaval
de viudo alegre con las pochonetas y las
corriditas por la ciudad de Buenos Aires
seguido por sus chicas; d) habría aceptado
la visita de Milton Eisenhower. Habría
sabido que no era un desatino recibirlo.
Que la relación con Estados Unidos era frágil
y había que manejarla con cautela; e) se
habría unido a Cooke, o, mejor dicho, lo
habría respaldado, en negar la firma del
contrato con
cuadros políticos, militantes, al ver el
endurecimiento del campo opositor; g)
acaso no hubiera podido evitar pelearse con
advertido que no era conveniente, que era
favorecer a la oposición y darle un núcleo
de unidad; h) habría aumentado el autoritarismo;
i) ese aumento del autoritarismo
habría estado en relación con el aumento
de la agresividad golpista. De no existir
ésta, no habría aumentado el autoritarismo;
j) nunca le habría devuelto
familia Gainza Paz; k) habría requerido un
compromiso de los militares leales al
gobierno que obedeciera más a razones
políticas e ideológicas que a las abundantes
prebendas con que se los beneficiaba; l) le
habría hecho saber a Perón que el poder lo
compartía con ella y que las decisiones también;
ll) y por fin: si, a pesar de todo esto,
se producía un bombardeo como el del 16
de junio, habría contraatacado de inmediato.
Con todo el poder de fuego que tenía el
Ejército leal que comandaba Franklin Lucero.
Habría movilizado a las milicias. Habría
agredido militarmente las bases desde
donde salieron los aviones. Habría roto
relaciones con el Uruguay. Le habría demostrado
a Perón que la única manera de impedir
un futuro golpe era pelear ahora, cuando
las bombas todavía resonaban en
Mayo y los muertos recién empezaban a ser
retirados. En esa circunstancia, es difícil
saber qué habría hecho Perón. Pero negarse
a pelear le habría resultado mucho más difícil
con Eva que sin ella. Si se respondía al
golpe de junio con la energía despiadada
con que Eva podría haberlo hecho, no
había golpe de septiembre; m) atinadamente,
la izquierda peronista recupera su figura
como la de una militante combativa, tramada
por un odio hacia la oligarquía,
y el Ejército, que le impedía negociar,
entregarse.
Estas tesis, que guiarán nuestro itinerario
teórico, enunciadas previamente al trabajo de
su fundamentación, sonarán más irritantes
para algunos, más llevaderas para otros,
imposibles o delirantes. Es un riesgo que
corremos. Hemos elegido entregarlas, por
decirlo así, en frío, para trazar un programa
teórico-político que informe al lector sobre el
rumbo que seguiremos. También la explicitación
de este programa nos compromete. Pues
no hay quien ignore que en el desarrollo de
cualquier tesis uno puede sorprenderse a sí
mismo y tenga que cambiar determinadas
variables de importancia. Puede suceder.
Como sea, queda claro algo: la importancia
que otorgamos a Eva Perón dentro de la gran
novela del peronismo (a la que ella entregó
algunos de sus momentos de mayor tragicidad)
es enorme. Fue una llamarada. Fue el
ejemplo más impecable de esa frase que suele
decirse: Vive intensamente, muere joven y serás
un magnífico cadáver. Si nos arriesgamos a
trazar tantas conjeturas es por un deseo de
ficcionalizar sobre ella. Es un gran personaje
literario. También porque es sobre ella más
que sobre cualquier otro protagonista de
nuestra historia que esas conjeturas se tejieron.
“Si Evita hubiera vivido, no caía Perón”
es una frase que escucho desde niño. Luego
la retoma
viviera sería montonera. Es, para el peronismo,
lo que el Che para
Su rostro más extremo. Su rostro jacobino.
Una jacobina con faldas. Tiene la pureza
del que muere joven. También en esto se
parece al Che. Y a otros iconos del siglo XX.
En el cine, Marilyn Monroe o James Dean.
Morir joven es ser joven eternamente. Nadie
podrá poseer nunca una foto de una Evita
vieja. La decadencia, que a todos nos azota o
amenaza, le es ajena. No la erosiona el paso
de los años. No puede traicionar su pasado
porque no tiene un futuro para hacerlo. Pero
pierde esa densidad que la madurez entrega a
los seres humanos. Duró, su presencia, seis
años en nuestra historia. Hoy es una figura
mundial. Conocida o mal conocida, amada u
odiada, es parte de la iconografía del siglo
XX. El peronismo, por tenerla en su historia,
acaso solamente o sobre todo por eso,
adquiere una densidad de la que carecen
todos los otros partidos políticos argentinos y
hasta los de América latina.
El que muere joven queda joven para la
eternidad. Siempre se lo recordará joven.
Pero hay una incompletud que lo hiere. Y es
la ausencia de una temporalidad más trabajada,
más arriesgada, más puesta a prueba.
Trágicamente, pasa esto con algunos grandes
músicos. Mozart, Schubert, Gershwin.
Murieron tan jóvenes. De no haber sido así,
pensamos a menudo, nos habrían entregado
inapreciables obras maestras. Sin embargo,
no. También es posible que, como tantos
otros, se hubiesen secado o repetido. Pero
no es esto lo que solemos pensar. Entramos
en un sueño impotente y desesperado: ¿por
qué tan jóvenes, justamente ellos? Si tantos
cretinos o mediocres viven hasta los noventa
años, ¿por qué murió George Gershwin a
los treinta y ocho? Suelo llegar a una conclusión:
Dios no existe. Y a otra: si existe,
no le gusta la música.