domingo, 17 de agosto de 2008

FILOSOFÍA POLÍTICA DEL PERONISMO - CLASE-14 - P. Feinmann.-





José Pablo Feinmann


Filosofía política del Peronismo


Página/12


14 Eva Perón


PERSONAJES

DEL PERONISMO





Otras caras importantes del

primer peronismo provinieron

del espectáculo o del

deporte. El Racing Club, por

ejemplo, era apoyado por el

ministro Cereijo, al punto de recibir el

apodo de “Deportivo Cereijo”. En la final

con el pequeño equipo de Banfield, en 1951,

todo el país estaba en contra de Racing porque

había puesto su corazoncito en el que

tenía las mayores posibilidades de perder, el

que no era el equipo del gobierno, el que no

estaba protegido. Sin embargo, Evita prefería

un triunfo banfileño precisamente para dar

el ejemplo de la laboriosidad de un pequeño

team y el triunfo del más débil. La final conmovió

al país. Todos con Banfield. La cuestión

se solucionó de un modo semejante a

como lo haría Racing, muchos años después,

frente al Celtic de Escocia, llevándolo a

apropiarse de la codiciada Copa Interclubes

y darle al país su primer título mundial. Es

decir, un zapatazo impresionante. Aunque la

expresión “zapatazo” es injusta. Porque se le

dice así al balinazo de un delantero que “la

encuentra” y le pega un poco a ciegas y la

mete en la red. No fue así el gol de Boyé. No

fue así el de Cárdenas. Boyé decidió, contra

Banfield, el triunfo de Racing con un tiro

desde el lateral derecho que se metió en el

segundo palo del excepcional arquero de

Banfield, Graneros. Ganó el más fuerte, “el

caballo del comisario”. Y Evita se quedó con

las ganas de ver triunfar al más débil, al

equipo “proletario”. El gol de Cárdenas fue

un tiro de casi media cancha. Un zurdazo

del número nueve de Racing que dio tiempo

a que todos vieran la trayectoria, hermosa,

de la pelota hasta clavarse en el palo derecho

del arquero celta que se tiró más para la foto

que por creer que alcanzaría esa pelota imposible.

Años después (¡qué país la Argentina!),

el gol de Cárdenas, que la compañía Gilette

había pasado durante años, dejó de pasarse.

Durante la decadencia del menemismo y

durante el catastrófico gobierno de De la

Rúa, en medio del enorme desaliento nacional

de esos años, surgió un chiste memorable:

“¿Saben por qué no pasan más el gol de

Cárdenas? Porque ahora lo erra”.

En el automovilismo es excluyente la figura

de Fangio, con la Mercedes Benz y sus cinco

campeonatos mundiales. También estaban los

hermanos Juan y Oscar Gálvez, Froilán González

y el cordobés Marimón. En el box,

quién no lo sabe, Gatica era la personificación

del peronismo y el elegido de Perón. Alfredo

Prada, su rival, era su antítesis: el boxeador

pulcro, medido. Era el elegido por la clase

media. Gatica era el atorrante que gustaba a

las clases humildes. Se trata de un personaje

notable, a quien Leonardo Favio le dedicó

una película. Gatica era un desbordado. Se

vestía de modo extravagante. Boxeaba con

poca técnica pero con mucho corazón, siempre

iba para adelante y era fanáticamente

peronista. Se dice que, en el Luna Park, al

saludar a Perón le dijo: “General, dos

potencias se saludan”. Osvaldo Soriano

cuenta una anécdota muy divertida.

Parece que Gatica llega a un pueblo en

un auto enorme. En la parte delantera

había un cartel: “Aquí llegó Gatica”. Y

en la trasera otro: “Ya pasó Gatica”.

Favio lo toma como emblema del peronismo.

Mientras Gatica gana, la Argentina

es feliz, todo va bien. Cuando cae

el peronismo, Gatica empieza a perder

porque pasaron los años dorados. Hasta

que termina penosamente bajo las ruedas

de un colectivo. Prada le dio una

mano y lo puso de socio en un restaurante

que se llamó: “Prada y Gatica”.

Llegó a pelear en Estados Unidos con el

boxeador negro Ike Williams. Ver ese fragmento

noticioso es toda una experiencia.

Suena la campana y Gatica sale a guapear, a

llevárselo por delante al negro. Ike Williams le

da una sola piña, una sola, y lo noquea. Se

dice que Perón lo retó fieramente. Se dice que

empezó diciéndole: “Gatica, ya me tenés

podrido”. Otro que fue a pelear a Estados

Unidos fue el excelente Eduardo Lausse. El

que transmitía la pelea era Luis Elías Sojit,

que era un peronista de aquéllos. En un

momento en que Lausse se liga una piña muy

dura, le empieza a sangrar la nariz. Y Luis

Elías (como le decían sus colaboradores), exaltado,

profiere una frase memorable: “¡Cae

sangre de la nariz de Lausse! ¡Sangra Lausse!

¡Es sangre peronista!”. En su relato, con no

excesivas intermitencias, decía: “¡Perón cumple,

Evita dignifica!”. Por ejemplo: “Ataca

Lausse con una derecha violenta al plexo

solar... ¡Perón cumple, Evita dignifica! ...

Ahora Lausse retrocede”. El adversario de

Lausse, aunque no ideológico, era Rafael

Merentino, bien peronista, nunca llegaron a

enfrentarse. Todo deportista que ganaba

decía: “Dedico este triunfo al general Perón”.

No había quien no le dedicara el triunfo a

Perón. Fue realmente increíble que Perón

lograra tantas cosas desde el ’46 en adelante.

A otro le hubiera llevado treinta años. Todo

era peronista. Hasta la policía, como decía el

ministro Borlenghi en un discurso bastante

peligroso, debía ser peronista. Se vivía una

especie de júbilo. También llegaban figuras

del extranjero. Los boxeadores negros Sandy

Sadler y Archie Moore. Sadler amargó una

noche de Perón y Evita moliendo a trompadas

a Prada, ganándole por paliza en cuatro

rounds. Sobre Archie Moore la oposición

echó a rodar un rumor curioso: que había

sido amante de Perón. Todavía los peronistas,

cuando lo acusan a uno de gorila (hace falta

muy poco para ser gorila para un peronista o

para ser peronista para un gorila), usan esa

chicana: “Sí, ahora también me vas a decir

que Archie Moore se lo cogió”. Pero, por

increíble que fuera, la versión circuló ampliamente

durante esos años. El Festival de Cine

de Mar del Plata permitió la llegada de la (por

ese entonces) fabulosamente célebre diva italiana

Gina Lollobrigida. La “contra”, de

inmediato, hizo circular una foto en que Gina

caminaba junto a Perón, sonriente, suelta,

feliz... y desnuda. Era un truco, pero se le atribuía

a Perón el haber logrado que saliera desnuda

en la foto, de puro perverso que era.

Había una canción que decía: “Gina, Gina,

Gina, mucho se habla de ti en la Argentina”.

Y un chiste memorable sobre el gobernador

de la provincia de Buenos Aires, Carlos Aloé.

Lo cargaban por su ignorancia. Que era muy,

muy bruto, ésta era la afrenta. Que había

escrito un libro: “Cómo pienso”. Y que, luego

de estar conversando un rato con Gina, se

acerca a Perón y le dice: “La Lollobrigida es

muy linda. Pero, pobre mina, está muy enferma”.

“¿Por qué?”, pregunta Perón. Y Gobernador

iletrado responde: “Porque yo le hablo

todo el tiempo y ella siempre dice ‘Nunca

piyo, nunca piyo’”. Sin duda, la ingenuidad

de la época es también la que le confiere una

aureola de edad de la inocencia.

EL “CARNAVAL”

PERONISTA

Un personaje se destacó por su originalidad

y su modo de abordar el tango: Alberto Castillo.

Era el Gatica del tango. Sus presentaciones

radiales empezaban siempre igual: “Yo

soy parte de mi pueblo/ y le debo lo que soy/

Hablo con su mismo verbo/ canto con su

mismo son”. Y también: “Cien barrios porteños

/ cien barrios de amor/ cien barrios metidos/

en mi corazón”. La leyenda lo presentaba

como médico: el doctor Alberto Castillo.

En el film de Juan José Campanella, Luna de

Avellaneda, su figura está bien trabajada. Castillo

canta en un club de barrio y, de pronto,

avisan que una mujer está a punto de dar a

luz. ¿Quién acude en su ayuda? El doctor

Alberto Castillo, que hace nacer a la criatura.

Todos felices. Castillo, se vestía de un modo

estrafalario. “Vistió trajes azules de telas bri-

II

llantes, con anchísimas solapas cruzadas que

llegaban casi hasta los hombros, el nudo de la

corbata cuadrado y ancho, en contraposición

a las pautas de la clase media elegante, que lo

aconsejaba ajustado y angosto. El saco desbocado

hacia atrás, y un pañuelo sobresaliendo

exageradamente del bolsillo. El pantalón de

cintura alta y anchas bocamangas completaba

el atuendo, que era más desafío que vestimenta”

(Salas, Ibid., p. 261). Es perfecta esta

acotación que hace Salas: Castillo vestía para

desafiar. No sería equivocado ver en ese desafío

al buen gusto una característica fundamental

de este primer peronismo. Todo resultaba

intolerable para la oligarquía. Todo era un

mamarracho de mal gusto. No en vano Bioy

declararía, al explicar por qué escribió con

Georgie La fiesta del monstruo: “estábamos

llenos de odio con el peronismo”. Durante

uno de sus sesudos comentarios futboleros, el

mítico Dante Panzeri, el que inventó la frase

que definía el fútbol como dinámica de lo

impensado, metió, en medio del análisis de

un partido, la siguiente frase: “A partir de

1945, el país perdió la personalidad ética y

estética que lo había definido”. De la estética,

ni hablar. Los “contreras” vivían escandalizados

ante el alegre carnaval de “la negrada”.

Fue una canción de Alberto Castillo la

que, justamente, les habría de entregar el

concepto de carnaval: “Por cuatro días locos/

que vamos a vivir/ Por cuatro días locos/ te

tenés que divertir”. David Viñas, en su guión

para la película El Jefe, la expresión más inteligente

del cine antiperonista de los años de

la Libertadora, encontraría en esa canción

una de las caras esenciales del peronismo.

Hasta Milcíades Peña, sin aludir a la canción

de Castillo, escribe: el “alegre carnaval denominado

‘revolución nacional’” (Ibid., p.

101). Castillo era la expresión de ese carnaval.

No en vano suele presentarse con un

montonazo de negros camdomberos “que

bailaban y lo acompañaban con el sonido de

los parches cada vez que entonaba un tema

del folklore africano en su versión rioplatense.

En estas interpretaciones, sus movimientos

pélvicos de vaivén eran muy festejados

por el público y provocaban las quejas de la

clase media puritana” (Salas, Ibid., p. 266).

Entre tanto, en medio del candombe, Castillo

cantaba otra de sus estrofas de doble lectura:

“Siga el baile, siga el baile/ de la tierra en

que nací/ la comparsa de los negros/ al compás

del tamboril”. ¡Siga el baile! Ahí estaba el

secreto. El peronismo era un Carnaval. El

peronismo era esto: 1) Perón se había encontrado

con el Banco Central lleno de oro; 2) el

mismo Perón lo había admitido: “Camino

por el Banco Central y me tropiezo con las

barras de oro”; 3) en lugar de destinar esas

barras de oro al desarrollo de industrias de

base, de la industria pesada que daría solidez

al país, a su economía, Perón las destina a la

captación de las masas, a la demagogia (para

la derecha), a la manipulación y a la heteronomía

de clase, al bienestar fácil de los obreros,

a no dejar que luchen por conseguir sus

conquistas sino a dárselas “desde arriba”, verticalmente

(para la izquierda); 4) todo esto

lleva a “un banquete asiático” (Juan Carlos

Torre, revista Los libros, año II, N° 14,

diciembre de 1970), a un derroche fácil, que

entrega una alegría inmediatista al joven e

inexperto proletariado. Peña, al analizar la

transformación del Partido Laborista en Partido

Peronista, llega a escribir: “Las masas

ovacionan a Perón y celebran alegremente la

destrucción del primer intento de organización

autónoma del nuevo proletariado argentino

(Peña, Ibid., p. 184). Notable texto: las

masas “celebran alegremente” una medida

que las perjudica, que va contra sus verdaderos

intereses de clase. ¿Por qué “alegremente”?

¿Por qué “celebran”? Por el Carnaval,

señores. Porque el peronismo es eso: un Carnaval.

Y las masas, cuando Perón les dice:

“Ahora el Partido Laborista es de ustedes,

porque se ha transformado en el Partido

Peronista, el Partido del Pueblo”, las masas

empiezan a cantar: “Por cuatro días locos que

vamos a vivir/Por cuatro días locos te tenés

que divertir”. Y si Perón hubiera

dicho: “Nada de industria

pesada, señores.

Necesitamos ese dinero

para que el pueblo

esté bien, se divierta,

cante y baile al compás

del tamboril”, las

masas, incultas, irresponsables,

irracionales,

manipulables,

inmediatistas, instinto

puro, habrían cantado:

“Siga el baile, siga el

baile/ de la tierra

en que nací”.

De aquí

que

la interpretación del peronismo como alegre

Carnaval penetre tan hondo. Fue muy inteligente

la elección del estribillo del doctor de

los pobres, del cantor del pueblo, de los cien

barrios porteños. Héctor Olivera, que es mi

amigo desde hace muchos años, desde que lo

conocí en 1981 porque empezaba a producir

Ultimos días de la víctima, y con el que haríamos

más de una película, me contaba que el

hallazgo de la canción de Castillo, su puesta

sobre la mesa como clave interpretativa del

peronismo, fue esencial, conceptualmente

hablando, para plasmar la historia de El Jefe,

película que analizaremos en su momento.

Para el antiperonismo, decir que el peronismo

fue un Carnaval es una de sus claves más

importantes. Las barras de oro del Banco

Central se rifaron en una política fácil que

no en vano logró la rápida adhesión de los

masas. El resto fue sencillo.

¡QUÉ SABEN LOS PITUCOS!

El tango que más definía a Alberto Castillo

era también desafiante: Qué saben los pitucos,

lamidos y shushetas/ qué saben lo que es tango/

qué saben de compás/ aquí está la elegancia,

qué pinta, qué silueta/ qué porte, qué arrogancia,

qué clase pa’ bailar. El tango llevó por

título Así se baila el tango. Y es muy bueno. Y

Castillo lo cantaba muy bien. Se ponía la

mano derecha del lado izquierdo de la cara,

un gesto tan suyo, tan innovador que cuesta

definirlo, pero que tiene mucho del gesto del

secreteo, de la confesión, “vení, acercate, que

te digo algo entre vos y yo”, de lo compartido,

compartido entre él y su pueblo, y con

ese gesto, y con otros también notables, cantaba

ese tango irreverente. Porque esa estrofa

define también al peronismo: ¿Qué saben los

pitucos? Supongamos que un peronista quiere

refutar la interpretación del peronismo como

Carnaval: empezaría diciendo ¿qué saben los

pitucos?, ¿de qué hablan?, hablan de rencorosos,

porque los amarga que el pueblo haya

sido feliz aunque sea una vez, ¿quién en este

país se ocupó alguna vez de la industria pesada?,

nadie, señores, nadie, si otro, que no

fuera Perón, se encontraba con el Banco

Central lleno de barras de oro, ¡ni una iba

para el lado del pueblo! El pueblo llevaba

décadas sufriendo hambre y postergaciones.

Había que distribuir, había que dar mejoras,

había que hacer una industria liviana que no

teníamos, y que menos la tenía el pueblo,

que ahí tuvo heladeras, cocinas, estufas, agua

corriente, electricidad, casitas proletarias. ¿O

no lo escucharon a Discépolo? Él lo dijo clarito:

Estamos viviendo el technicolor de los días

gloriosos.

Suele decirse que Perón, en lugar de dar

dinamismo a la industria liviana, debió convocar

el sacrificio del pueblo en 1945 en

lugar de hacerlo en 1952. De haberlo hecho,

no habría existido el peronismo. La industria

liviana, ya lo hemos explicado, implicaba la

posibilidad de dar trabajo a los migrantes

internos, ya que reclama mucha mano de

obra. La industria pesada, no. De aquí que

Castillo diga: “¿Qué saben los pitucos?”. Era

una contraseña. Los pitucos no saben nada.

No pueden saberlo. Porque el verdadero

saber está en el pueblo. En 1954,

sin embargo, en el inicio, y

más que eso, de la decadencia

del peronismo, ya

muerta Evita, Castillo

incluye otros temas

que no agreden a

nadie, sino que festejan

la alegría que, aparentemente,

cunde en el

país: “Yo llegué a la

Argentina/ en una

noche divina/ del cincuenta

y cuatro/ En

Buenos Aires/ todo el

mundo se divierte/ todo

III

el mundo se divierte/ porque aquí la gente/

sólo sabe amar”. El colmo de la pavada

pasatista y mentirosa. Su decadencia, como

la de Gatica, llega con la caída del peronismo.

Filmó algunas películas recordables, La

barra de la esquina. Y se mantuvo a lo largo

del tiempo como una figura querida. En sus

años de gloria imitarlo era casi un deporte

nacional.

EVA PERÓN

Deliberadamente demorada su aparición,

aguardando tener entre manos todos los

elementos necesarios como para aproximarnos

a ella con trabajado rigor, el máximo

posible al menos, nos concentraremos en la

figura de Eva Perón. Trataremos de demostrar

algunas tesis esenciales. Serán tan discutibles

como las tantas que sobre su figura

se hayan enunciado. Trataremos de ir más

allá de lo meramente biográfico o colorido,

abominaremos el odio gorila, y tampoco

nos habremos de sumar a la aceptación fácil

de su figura a partir de la entereza con que

afrontó su muerte, que es la versión piadosa

del odio gorila tal como la vimos en ese

texto de Halperin Donghi (Argentina en el

callejón) o en la película oportunista y boba

de Alan Parker-Madonna, en la que, luego

de haber demostrado de un extremo al otro

que era una prostituta, se la absuelve con

un beso que esa especie de Juan Pueblo

alcahuete y tortuoso que hace Antonio Banderas,

deposita sobre su féretro. Postularemos,

ante esto, que la dignidad, la fuerza

con que Eva Perón asumió su muerte y

luchó contra ella, está presente en casi

todos los pasajes de su vida, y probablemente

sea uno de los rasgos más propios de

su personalidad. Primero: La bastardía de

Eva es constitutiva de su modo de ser en el

mundo. No me preocupa decirlo a lo Heidegger.

La bastardía de Eva sería, por usar

la terminología heideggeriana, uno de sus

existenciarios. Esa bastardía la arroja al

mundo en la modalidad de lo inauténtico.

No había nada más inauténtico, en la

Argentina de los treinta, que una hija ilegítima.

Segundo: Su carrera hacia el poder

expresa una ambición poderosa. También,

si hablamos ontológicamente, expresa su

deseo de darse un ser. La bastarda quiere ser

algo para dejar de serlo. Sólo siendo un ser

(sólo siendo algo) dejará de ser una bastarda,

una ilegítima. Tercero: El casamiento

con Perón es el primer paso de ese intento.

En cuanto a Perón, su casamiento con Eva

es el acto más revolucionario que realizó en

su vida. Y acaso sea el único. No debe serle

excesivamente reprochada esta carencia,

pues ningún presidente argentino realizó

un acto revolucionario. Cuarto: Su etapa

Dior es su etapa preparatoria. La etapa del

viaje por Europa. Su relación con el diseñador

de vestuario Paco Jamandreu es relevante

en su vida. Quinto: La Fundación

“Eva Perón” es un intento que une dos

cosas. Su amor por los otros bastardos (la

clase obrera) y un paso decisivo en la superación

de su propia bastardía. Tiene una

Fundación. Esa Fundación lleva su nombre.

Sexto: Mientras vivió, fue el adversario

político más importante que tuvo Perón. Es

cierto que los otros no valían demasiado.

De aquí que ella los superara holgadamente.

Pese a todos los elogios a su marido, fue

ella quien más lo exigió y quien le hizo

saber que estaba decidida a ir más lejos que

él en la defensa de los trabajadores. Séptimo:

El traje sastre que le diseña Jamandreu

y el peinado con el rodete marcan un cambio

decisivo. Ya no es la mujer del Presidente,

es una militante. Octavo: Sus elogios

desmesurados a Perón expresan una táctica

que empleó para exigirlo. Noveno: Esa táctica

la hemos de encontrar en un texto de

Ernesto Che Guevara. El Che dice que Castro

es una fuerza de la naturaleza y que fue

la única excepcionalidad de la Revolución

Cubana. El Che no podía convivir en Cuba

con Fidel. Eran demasiado los dos para

estar en el mismo lugar. Evita tiene un problema

semejante con Perón. Que veremos.

Décimo: Su búsqueda de la vicepresidencia

es la búsqueda de la conquista total de su

ser. Ser la vicepresidenta de la Argentina era

dejar de ser para siempre una bastarda.

Undécimo: A su vez, ese puesto le entregaba

un poder que requería, al que no quería

renunciar. Duodécimo: Su renuncia a la

vicepresidencia es la mayor derrota política

de su carrera. Influyen en ella los militares:

los leales a Perón y los no leales. La Iglesia

Católica. Los empresarios. Todo el poder

agrario y ganadero. Y Juan Perón, que no la

respalda. Decimotercero: Si Perón no la

respalda es porque su proyecto político es

diferente al de Eva. Veremos esta cuestión

central. Decimocuarto: Su enfermedad es

su otra gran derrota política. Todo el país

patronal respira aliviado cuando sabe que

va a morir. Aunque de otro modo, también

Perón. Ahora será él mismo quien se

imponga sus tiempos políticos, sus metas

estratégicas y la decisión definitiva sobre el

papel del proletariado en el proyecto peronista.

Decimoquinto: Luego del golpe de

Menéndez, en 1951, le pide a Perón el fusilamiento

de los cabecillas. Decimosexto:

Importa armas de Holanda para armar

milicias populares. Decimoséptimo: Entraremos

en un terreno conjetural. No vamos

a privarnos de esto con una figura tan rica y

fascinante como Eva Perón. Nuestras conjeturas

principales serán: a) si no hubiera

estado débil y enferma habría conseguido

los fusilamientos de Menéndez y su grupo

de alzados; b) si hubiera vivido no habría

tolerado que se usara a Juan Duarte como

chivo expiatorio; c) si hubiera vivido, le

habría dado a Perón una reverenda patada

en el culo (con perdón) si le llegaba a mencionar

algo como la creación de la UES.

Tampoco Perón habría hecho su Carnaval

de viudo alegre con las pochonetas y las

corriditas por la ciudad de Buenos Aires

seguido por sus chicas; d) habría aceptado

la visita de Milton Eisenhower. Habría

sabido que no era un desatino recibirlo.

Que la relación con Estados Unidos era frágil

y había que manejarla con cautela; e) se

habría unido a Cooke, o, mejor dicho, lo

habría respaldado, en negar la firma del

contrato con la California; f) habría preparado

cuadros políticos, militantes, al ver el

endurecimiento del campo opositor; g)

acaso no hubiera podido evitar pelearse con

la Iglesia, a la que odiaba, pero habría

advertido que no era conveniente, que era

favorecer a la oposición y darle un núcleo

de unidad; h) habría aumentado el autoritarismo;

i) ese aumento del autoritarismo

habría estado en relación con el aumento

de la agresividad golpista. De no existir

ésta, no habría aumentado el autoritarismo;

j) nunca le habría devuelto La Prensa a la

familia Gainza Paz; k) habría requerido un

compromiso de los militares leales al

gobierno que obedeciera más a razones

políticas e ideológicas que a las abundantes

prebendas con que se los beneficiaba; l) le

habría hecho saber a Perón que el poder lo

compartía con ella y que las decisiones también;

ll) y por fin: si, a pesar de todo esto,

se producía un bombardeo como el del 16

de junio, habría contraatacado de inmediato.

Con todo el poder de fuego que tenía el

Ejército leal que comandaba Franklin Lucero.

Habría movilizado a las milicias. Habría

agredido militarmente las bases desde

donde salieron los aviones. Habría roto

relaciones con el Uruguay. Le habría demostrado

a Perón que la única manera de impedir

un futuro golpe era pelear ahora, cuando

las bombas todavía resonaban en la Plaza de

Mayo y los muertos recién empezaban a ser

retirados. En esa circunstancia, es difícil

saber qué habría hecho Perón. Pero negarse

a pelear le habría resultado mucho más difícil

con Eva que sin ella. Si se respondía al

golpe de junio con la energía despiadada

con que Eva podría haberlo hecho, no

había golpe de septiembre; m) atinadamente,

la izquierda peronista recupera su figura

como la de una militante combativa, tramada

por un odio hacia la oligarquía, la Iglesia

y el Ejército, que le impedía negociar,

entregarse.

Estas tesis, que guiarán nuestro itinerario

teórico, enunciadas previamente al trabajo de

su fundamentación, sonarán más irritantes

para algunos, más llevaderas para otros,

imposibles o delirantes. Es un riesgo que

corremos. Hemos elegido entregarlas, por

decirlo así, en frío, para trazar un programa

teórico-político que informe al lector sobre el

rumbo que seguiremos. También la explicitación

de este programa nos compromete. Pues

no hay quien ignore que en el desarrollo de

cualquier tesis uno puede sorprenderse a sí

mismo y tenga que cambiar determinadas

variables de importancia. Puede suceder.

Como sea, queda claro algo: la importancia

que otorgamos a Eva Perón dentro de la gran

novela del peronismo (a la que ella entregó

algunos de sus momentos de mayor tragicidad)

es enorme. Fue una llamarada. Fue el

ejemplo más impecable de esa frase que suele

decirse: Vive intensamente, muere joven y serás

un magnífico cadáver. Si nos arriesgamos a

trazar tantas conjeturas es por un deseo de

ficcionalizar sobre ella. Es un gran personaje

literario. También porque es sobre ella más

que sobre cualquier otro protagonista de

nuestra historia que esas conjeturas se tejieron.

“Si Evita hubiera vivido, no caía Perón”

es una frase que escucho desde niño. Luego

la retoma la JP con su consigna: Si Evita

viviera sería montonera. Es, para el peronismo,

lo que el Che para la Revolución Cubana.

Su rostro más extremo. Su rostro jacobino.

Una jacobina con faldas. Tiene la pureza

del que muere joven. También en esto se

parece al Che. Y a otros iconos del siglo XX.

En el cine, Marilyn Monroe o James Dean.

Morir joven es ser joven eternamente. Nadie

podrá poseer nunca una foto de una Evita

vieja. La decadencia, que a todos nos azota o

amenaza, le es ajena. No la erosiona el paso

de los años. No puede traicionar su pasado

porque no tiene un futuro para hacerlo. Pero

pierde esa densidad que la madurez entrega a

los seres humanos. Duró, su presencia, seis

años en nuestra historia. Hoy es una figura

mundial. Conocida o mal conocida, amada u

odiada, es parte de la iconografía del siglo

XX. El peronismo, por tenerla en su historia,

acaso solamente o sobre todo por eso,

adquiere una densidad de la que carecen

todos los otros partidos políticos argentinos y

hasta los de América latina.

El que muere joven queda joven para la

eternidad. Siempre se lo recordará joven.

Pero hay una incompletud que lo hiere. Y es

la ausencia de una temporalidad más trabajada,

más arriesgada, más puesta a prueba.

Trágicamente, pasa esto con algunos grandes

músicos. Mozart, Schubert, Gershwin.

Murieron tan jóvenes. De no haber sido así,

pensamos a menudo, nos habrían entregado

inapreciables obras maestras. Sin embargo,

no. También es posible que, como tantos

otros, se hubiesen secado o repetido. Pero

no es esto lo que solemos pensar. Entramos

en un sueño impotente y desesperado: ¿por

qué tan jóvenes, justamente ellos? Si tantos

cretinos o mediocres viven hasta los noventa

años, ¿por qué murió George Gershwin a

los treinta y ocho? Suelo llegar a una conclusión:

Dios no existe. Y a otra: si existe,

no le gusta la música.