sábado, 16 de agosto de 2008

FILOSOFÍA POLÍTICA DEL PERONISMO - CLASE- 19 - José P. Feinmann.-



José Pablo Feinmann

Filosofía política del Peronismo

Página/12

19 “Sectarios y excluyentes”

“LOS TIBIOS ME DAN NÁUSEAS”

No hay ruptura entre Mi mensaje y las clases de Eva

en la Escuela Superior Peronista, de las que sale,

como ha sido dicho, su Historia del peronismo.

Coincido con lo que Horacio González dice en

uno de los varios textos que acompañan a la edición

de Mi mensaje de la Editorial Futuro: “No se les puede atribuir

a estos póstumos documentos el valor de un giro jacobino y

plebeyo, pues pertenecen a la misma alma de un mito de salvación

por parte de quien ha sabido recorrer los opuestos extremos

de la fortuna social” (Ibid., p. 67. Bastardillas mías). No en La

razón de mi vida, texto en el que –al menos yo– noto la mano

ajena, periodística, la mano que aquieta el fuego, que le pide

calma al desmadre, del señor Penella Da Silva. Pero es en su Historia

del peronismo donde, por ejemplo, Eva dice: “Los mediocres

son los inventores de las palabras prudencia, exageración, ridiculez

y fanatismo. Toda idea nueva es exagerada. El hombre superior

sabe, en cambio, qué fanático puede ser un sabio, un héroe,

un santo o un genio, y por eso lo admira y también lo acepta y

acepta el fanatismo”. Calma: sé que la palabra fanatismo tiene

hoy referentes temibles. Uno dice fanatismo y ve caer las Torres

Gemelas. Dice fanatismo y surge en su memoria el atentado a la

AMIA. También –y no en menor medida– dice fanatismo y sabe

que ése es el estado espiritual que anima al Presidente del Imperio

Bélico-Comunicacional. Bush dice: “Dios está con nosotros”.

Eso es fanatismo. Eso es lo que también dice Osama. Pero en el

momento en que Eva habla nada de esto estaba dentro de las

posibilidades de interpretación de esa palabra y –en caso de que

lo estuviese, en caso de que remitiera a, supongamos, Torquemada

o Hitler– lo que importa aquí es el sentido que ella le da. Para

Eva ser fanático es entregarse por completo a una causa. Es una

mujer desmedida. Dice: “Yo prefiero al enemigo de frente a un

‘tibio’, será porque los tibios me repugnan, y voy a decir aquí

algo que está en las Escrituras: Los tibios me dan náuseas”. Eva

hace un uso muy libre de las Escrituras, pero importa saber que

lo que les atribuye es lo que ella quiere decir. En este sentido

deben ser interpretados esos pasajes. Es, también, en la Historia

del peronismo donde figura un notable pasaje sobre la escritura de

la historia, que citaré completo: “Porque la historia ha sido escrita

no para las masas, sino, en general, para los privilegiados de

todos los tiempos. Y esto nos lo explicaremos muy fácilmente,

porque cuando alguna vez la historia nos habla de esas luchas es

solamente para mencionar la generosidad de algún filósofo, político

o reformador, y por eso sabemos cuál era la triste condición

en que vivían antes. Así es alabado Solón en Atenas, porque

prohibió que los acreedores vendiesen a los deudores, y por eso

sabemos que antes de él los acreedores vendían a los deudores. Pero

no se habló de escarnio antes de Solón, porque lo que han querido

en la historia es exaltar la generosidad de un hombre y no descubrir

la situación de un pueblo”. No es posible poner en duda

la autenticidad de Mi mensaje a la luz de estos textos de Historia

del peronismo. Con todo, hay algo que en la Historia se da y se

reduce mucho en Mi mensaje. Son los elogios a Perón. En Historia

puede leerse algo tan extremo como: “Por eso, nosotros no

tenemos más que a Perón; no vemos más que por los ojos de

Perón; no sentimos más que por Perón y no hablamos más que

por boca de Perón”. Frases así, pronunciadas en una Escuela de

formación de cuadros, no podían sino dinamizar la obsecuencia

de los dirigentes, el culto a la persona del líder. Hay otras: “Unicamente

los genios como Perón no se equivocan nunca”. Pero el

motivo sobre el que gira todo el discurso de Eva en estas charlas

es el de la ética peronista, así la nombra ella. La ética la centra en

la conducta de los cuadros auxiliares de conducción, si usamos el

lenguaje de conducción política. Los cuadros auxiliares de la conducción,

si se extravían, tornan ineficiente a la misma conducción,

ya que sus indicaciones, sus órdenes, llegan deformadas al

pueblo, o no llegan. El cuadro auxiliar que se corrompe arruina

la dinámica del movimiento. ¿Qué es lo que corrompe a un cuadro

auxiliar de conducción? Lo que corrompe a todos: el dinero.

La búsqueda inescrupulosa del poder que va siempre acompañada

por la acumulación inmoral de riquezas. Eso que hoy llamamos

corrupción y que ya pareciera ser sinónimo de política, como

si la política fuera algo que no puede funcionar sino dentro de

un marco en que esa cualidad negativa del alma, de la condición

humana deba ser, con resignación, aceptada. “Todos afanan. No

se puede hacer política si no se afana. O se afana o se compra a

los otros. Para comprarlos hay que tener dinero y mucho. Para

tenerlo, hay que afanar”, dice el político realista, el que se las sabe

todas, el que sabe cómo funciona “la cosa”.

LA PATRIA DE LA FELICIDAD

El que se deja comprar lo hace por el mismo motivo: para

cobrar el dinero de su venta y para, después, afanar desde el

lugar de poder en que, primero, lo pongan, y desde el que,

luego, empiece a trepar. De aquí que, para Eva, la ética peronista

(y, en verdad, podríamos decir: la ética política) radica en ese

preciso punto: no robar. Ella lo expresa así: “(Me) preocupa,

sobre todo, que todavía haya peronistas que, por su afán de

obtener privilegios, más bien parecen oligarcas que peronistas

(...). Yo ya sé que la oligarquía (...) ya no volverá más al gobierno,

pero ésa no es la que a mí me preocupa que pueda volver.

Lo que a mí me preocupa es que pueda retornar en nosotros el espíritu

oligarca (...). Vamos a dar un ejemplo del espíritu oligarca,

aunque ya he dado muchos: El funcionario que se sirve de su

cargo es oligarca. No sirve al pueblo sino a su vanidad, a su

orgullo, a su egoísmo y a su ambición”. En cuanto a la cuestión

del capitalismo, la Historia termina con otra de esas frases anticapitalistas

usuales en Eva. Por eso digo que de nada vale seguir

insistiendo con el discurso de Perón en la Bolsa de Comercio.

Que hay otros –y son muchos, ya de Perón, ya de Evita– que

expresan una opción anticapitalista. Hay que remitirse, pues, a

otros elementos, no a los discursos, los cuales, no obstante, tienen

mucha importancia, porque hay cosas que se dicen y hay

cosas que no. Evita, en los textos finales de su Historia del peronismo,

dice: “¿Por qué Perón y el pueblo argentino decidieron

unirse para tomar el gobierno de la Nación? Para librarse del

imperialismo y del fraude (...), para lograr sus justas reivindicaciones,

pero también para librarse de la oligarquía, del imperialismo

y de los monopolios internacionales (...). El peronismo

no puede confundirse con el capitalismo, con el que no tiene

ningún punto de contacto. Eso es lo que vio Perón desde el

primer momento. Toda su lucha se puede reducir a esto: en el

campo social, lucha contra la explotación capitalista”. Notemos

que Eva acota la lucha contra “la explotación capitalista” al

campo social. El texto es impecablemente peronista. Pese a

impresionar con su fraseología dice lo que el peronismo hizo y

no va más allá: 1) librarse del imperialismo y el fraude significa

la superación de los gobiernos conservadores y lo que la consigna

Braden o Perón explicitó desde un comienzo: una relación

de conflicto con Estados Unidos; 2) librarse de la oligarquía:

derrotarla políticamente y deteriorarla en lo económico. No

hay algo que se acerque a un replanteo de la tenencia de la tierra.

Evita podría decir: “Digo lo que podemos decir ahora, y

eso hemos hecho. Si avanzamos, se podrá decir más”; 3) la

lucha contra los monopolios estaba expresada en la nacionalización

de la economía que ese primer peronismo llevaba a cabo;

4) la lucha contra el capitalismo en el campo social era la conquista

más exitosa del régimen. De aquí que se acote a lo social.

La lucha contra el capitalismo en lo económico era más dura.

Desde el punto de vista de Evita se podría decir que debilitar al

capitalismo en lo social era debilitarlo en lo económico. Desde

otro punto de vista sería legítimo averiguar hasta dónde se pensaba

llegar. Es decir, si el anticapitalismo peronista implicaba

una expropiación del poder económico de la oligarquía. Aun

cuando fuere a largo plazo.

Los signos que arroja Eva, tanto en Historia del peronismo

como en Mi mensaje, no son claros. Nunca el peronismo se ha

caracterizado por su precisión ideológica. Me refiero a esto: si

bien acabamos de ver textos de considerable dureza es posible

encontrar, a la vez, algunos que dan una idea exacta de ese

obrero peronista que se conforma con la vida simple, con las

necesidades básicas satisfechas y un gobierno que atienda a sus

intereses. Uno sabe, hoy, que ése sería el sueño dorado de una

sociedad como la Argentina, que el siglo XXI se define por ser

la negación de la patria para los humildes que caracterizó al primer

peronismo. Pero no podemos sino plantear otra vez lo

siguiente: ¿qué clase de proletariado constituyó el peronismo? Y

es doblemente importante si encontramos esa expresión en los

textos de Eva, la figura dura, jacobino-plebeya del movimiento.

Creo que el texto que me propongo citar revela muchas cosas.

El alcance de la rebelión (uso, con cautela, esta palabra) peronista,

la ternura de Eva por los suyos y las realizaciones que se

lograron y que, a la luz de los días que vivimos, son algo así

como eso que Daniel Santoro llama la patria de la felicidad.

Veamos: “Los argentinos, en esta hora incierta de la humanidad,

tenemos el privilegio de soñar con un futuro mejor”. En

seguida añade que ese privilegio se le debe a Perón: en Historia

no son escasos los reconocimientos, algunos desmedidos, a

Perón. Sigue Eva: “¿Quién en el mundo puede soñar? ¿Qué

pueblo en el mundo, en este momento, puede soñar un futuro

mejor? El mañana se les presenta incierto. Y aquí los argentinos

están pensando en su casita, en sus hijos, en que se van a comprar

esto o aquello, en que van a ir a veranear. Es que el nuestro

es un pueblo feliz”. No parece el texto de una jacobina.

¿Hasta dónde llegan los sueños? Esta es la cuestión. Lo que dice

Eva es que el privilegio del pueblo argentino es soñar con un

futuro mejor. ¿Cuál es ese futuro? 1) La casita propia; 2) los

hijos; 3) comprar esto o aquello; 4) ir a veranear. Concluye, así,

que “el nuestro es un pueblo feliz”. Si a uno –en el desdichado,

canallesco mundo en que vivimos, si en este jolgorio de la

riqueza obscena y de la marginación, la exclusión, el hambre, la

II

mortalidad infantil– le dibujan la sociedad que ha dibujado

Eva, ¿qué puede sentir, cómo puede recibir un discurso de algo

que alguna vez fue y hoy es imposible, es una utopía inalcanzable

que ni figura en los planes de quienes llevan adelante las

cuestiones esenciales de este mundo? Sólo puede sufrir o deprimirse

o llorar lágrimas de amargura y de bronca por lo que

alguna vez tuvo este pueblo (y los pueblos en general, porque

son todos los que, de una u otra manera, han sido sumergidos

con el triunfo del neoliberalismo) y lo que tendrá que luchar

para recuperar algo de eso que tuvo. Pero no podemos limitarnos

a ver y estudiar el primer peronismo desde el abismo social

del presente. Desde un mundo que es consecuencia de la

derrota de todos los esfuerzos de los que buscaron algo mejor,

desde un capitalismo humanitario hasta la sociedad sin clases

del socialismo. Desde un mundo en que la conflictividad histórica

se ha resuelto en favor de una derecha bélica, despiadada,

que acecha con miles de trampas, de recursos de intimidación

(cualquiera en cualquier parte puede ya ser acusado de

terrorista, o de favorecerlos, o de simpatizar con ellos o de

ceder su territorio para formarlos) que conllevan todos al fortalecimiento

de la economía de mercado. Se aproxima, creo, un

simposio de ideólogos de este capitalismo de la creciente asincronía

en la distribución de la riqueza. Ya he visto (hemos visto

todos, posiblemente) las fotos del eterno Vargas Llosa, el gran

propagandista de este sistema de creación doble: de ricos y de

pobres. Ya se verá quiénes adhieren a él. Si adhiere el señor

Macri, cosa casi segura, sería interesante que vieran tantos progres

a quién votaron el año pasado. El hombre es coherente:

nunca mintió. Si no mintió, entonces los que lo votaron lo

hicieron por Vargas Llosa y las corporaciones multinacionales.

Ahora hay tantos que lloran por los talleres culturales que

Macri desarma. No lo admitirán: pero muchos de esos lo votaron.

Y bueno, por ahí querían eso. Lo que ahora tienen. Y

recién empieza.

LAS SUPERGANANCIAS AGRARIAS

Mejor volvamos a Eva. Nosotros estamos en 1951. El panorama

era otro. La Argentina, también. Creo que el texto que

cité marca hasta dónde el peronismo quería llegar. No quería

darles el poder a los obreros. No quería reformar el régimen de

tenencia de la tierra. No quería expropiar a los patrones. Acaso

–es una hipótesis– Eva pensara que habría de ser posible presionar

y negociar y siempre habría de poderse obtener lo que

los obreros necesitaban. Seamos claros: para que la clase obrera

hiciera realidad los sueños que Evita planteó no era necesaria

(en 1951) ninguna revolución. Hoy sí. Hoy, y no digo nada

que no sepa cualquiera, para aumentar más allá de un 30% la

participación de los obreros en la renta nacional, para que

todos puedan educar a sus hijos, tener casa propia, comprar

“esto y aquello” e “ir a veranear” hay que hacer una revolución.

¡El universo agrario le declara la guerra a este gobierno por

unas retenciones! ¡Por unas retenciones! Imaginen si viene una

Eva Perón y les plantea que hay que poner plata para construir

viviendas para los obreros. O para que tengan casa propia. O

puedan ir a veranear. ¿Cuánto habría que retener de las superganancias

agrarias para poder construir viviendas para los pobres y

asegurarles la educación de sus hijos? Hoy, esa medida sería considerada

una simple y llana expropiación. Los diarios de la derecha

perderían su rostro democrático y denunciarían un complot

comunista que no demoraría en transformarse en apoyo a

los planes del terrorismo internacional. No, señores: lo único

que habría que hacer son casitas para los pobres. ¿No les sobra

algo de guita para eso? ¿No pueden ganar un poco menos?

Pedirle a un capitalista que gane menos es como pedirle a Jack

el Destripador que deje de matar. Jack, en efecto, dejó de

matar, pero desapareció. El capitalista (agrario, sobre todo)

diría: si nosotros dejamos de ganar también. No, no se les pide

que dejen de ganar, se les pide que ganen menos. Si ganan menos

se podrían hacer las casitas que tanto amaba Eva haber dado a

los suyos y las escuelas. Los propietarios de hoy, los poderosos

señores de la Argentina, el verdadero poder de este país, diría:

si nosotros ganamos menos las ganancias (que cedemos) se las

queda el gobierno y no hace las casitas ni las escuelas. La plata,

al final, se la queda la corrupción. Y es cierto: no es un argumento

baladí. En suma, si hubiera una cesión de las superganancias

para posibilitar planes de vivienda y educación para los

carenciados, la utilización de esos fondos debiera ser controlada

por entes o personas ajenos a cualquier gobierno. Se dirá: el

gobierno los compraría. Puede ser, pero así la cosa no tiene fin.

Podríamos concluir que la creatura humana es detestable y

dejar todo como está.

Volvemos: Eva plantea educación, vivienda propia, veraneo,

crianza eficaz de los hijos y comprar una que otra cosa, nunca

nada insuficiente ni excesivo: lo necesario. Ese es el sueño peronista

en las palabras de Eva Perón. Que este país (en 1951) sueñe ese

sueño le parece la más grande de las felicidades. Y en seguida la

desmesurada invocación a Perón: “Eso sólo bastaría para que

todo el bronce y el mármol del mundo no nos alcanzara a los

argentinos para erigir el monumento que le debemos al general

Perón”. Eva, convengamos, solía desbordarse cuando se le daba

por elogiar al general. Le brotaba todo el radioteatro que llevaba

encima. (Hoy que, creo, andan a las vueltas con el monumento

a Perón, recuerden la frase de Eva: no alcanzan ni todo el bronce

ni el mármol del mundo. Ante la imposibilidad de semejante

tarea acaso haya que desistir de la idea. ¿No son horribles los

monumentos? El tipo queda ahí, petrificado en una pose o en

un gesto. Como si sólo hubiese hecho eso en su vida. Condenado

a la cosificación extrema. Pasa a ser un mero punto de referencia

geográfico: “Te espero en el café que está frente al monumento

a Florencio Porlenes”. O parte de un paisaje que ya

nadie ve. Uno no “ve” un monumento. Sabe que está ahí. Y si

lo “ve” no piensa en el tipo que está ahí enchapado. Si uno ve el

monumento a Alberdi no piensa en Alberdi. Para mí, por ejemplo,

Alberdi es una presencia viva. No es un cacho de fierro que

adelanta una pierna, atrasa la otra y tiene una mano en gesto de

“te estoy hablando”. Además, se sabe, está la cuestión cruel de

las palomas. Que las palomas lo caguen a Roca me parece un

acto de justicia histórica. Cagó a tantos Roca que es justo que

las palomas ejerzan ese acto de venganza. Pero me duele verlo

todo cagado a Alberdi, que no cagó a nadie. Y hasta a Sarmiento,

que cagó a medio mundo pero fue un grande. Desde este

punto de vista, acaso Perón se merezca el monumento. Habría

que ver hasta qué punto las palomas lo respetan o no: sería un

juicio histórico no desdeñable.)

El punto teórico central que tenemos que elucidar es: ¿llegaba

hasta ahí (en 1951) el proyecto peronista? Insisto: no hay que

juzgarlo desde hoy. Hay que analizarlo desde las posibilidades

que tenía la sociedad argentina en 1951 y, sobre todo, analizar

el tipo de obrero que fue el obrero peronista que forjó. El texto de

Eva (y es más decisivo por ser ella la que representaba las exigencias

“de máxima”, el ala jacobino-plebeya del movimiento)

define al peronismo como un movimiento que se propone

negociar con el poder pero no tomarlo, no expropiarlo. Un

movimiento capitalista humanitario y distribucionista. Y al

obrero peronista como el feliz destinatario de esa negociación.

Se negociaba para la felicidad de los obreros. Todo el fuego de

Eva, toda su furia, toda su fraseología antioligárquica apuntaba

a eso: el bienestar de la clase obrera, su dignificación, su respeto

dentro de la sociedad capitalista. Seguridad en su trabajo, abogados,

sindicatos, estatuto para los peones de campo, vacaciones,

felicidad. “Es que el nuestro es un pueblo feliz”, dice.

Notemos cómo arma el razonamiento: pone dos polos, la

Argentina y el resto de los pueblos. Nuestro pueblo puede

soñar. Los otros viven en una “hora incierta de la humanidad”.

Importa señalar que para conseguir esto (que, desde una perspectiva

clasista, trotskista o marxista-leninista, sería totalmente

precario, dado que el peronismo habría dejado en pie “todas

las estructuras que habrían de voltearlo”) fueron necesarios

enfrentamientos terribles que despertaron un odio feroz. Pocos

gobiernos fueron tan odiados como el primer gobierno peronista.

Ningún gobierno hizo más en beneficio de los humildes.

De modo que si esa visión de Eva, que puede parecer bucólica,

ingenua, poco jacobina, poco combativa, despertó los enfrentamientos,

la sangre, los bombardeos y hasta determinó la

proscripción del partido peronista y de su líder durante 18

años, ¡qué no habría despertado algo más combativo! Creo que

sólo la dictadura militar de los 30.000 desaparecidos reveló a

los argentinos que quieran verlo el verdadero odio de los sectores

dominantes de este país. Ese odio siempre estuvo. Ese odio

se condensó en la frase “Viva el cáncer”. Pero incluso ahí sólo

mostró una de sus caras. Mostró una más real el 16 de junio de

1955, con los bombardeos. Eso costó hacerles casitas a los

obreros, permitirles que educaran a sus hijos o que fueran a

veranear o compraran algunas cosas. ¿Fue necesario entonces el

aparato autoritario peronista? A Eva le decían “dictadora” sus

enemigos de clase. Le decían de todo en las tertulias, desde ya.

Sobre todo yegua y puta, palabras que surgían del infinito

machismo de la sociedad argentina y del infinito machismo de

las damas de la oligarquía. Y de su odio y de su resentimiento.

Pero, ¿fue una dictadora? ¿Y si ella respondiera que tuvo que

serlo para darles a los obreros lo que les dio, tan exagerado para

la oligarquía, tan escaso para la izquierda no peronista? Para

ilustrar esta cuestión voy a citarme de nuevo. Sé que algunos

consideran muy inadecuado esto de citarse uno a sí mismo. No

lo veo así. ¿Cuál es el problema? Si uno reescribe lo que ya

escribió le dicen que se repite. Si lo cita le dicen que es un

petulante autocomplaciente. Y bueno, si uno escribe buscando

que lo quieran o que lo odien, se equivoca. Nunca va a dar en

el clavo. Y va a escribir en exterioridad. Lo que está más allá de

mi escritura es lo que la escribe, no el escritor. Uno nunca sabe

si da en el clavo o no. Ante todo, porque no sabe dónde está ni

III

cuál es el clavo. Después, un escritor escribe para

sí. Porque le gusta. Porque es su profesión. Lo

que ama. Y hasta lo único o, al menos, lo mejor

que sabe hacer en la vida. Luego viene lo demás.

Pero si uno toma en serio eso que dicen que dijo

García Márquez: “escribo para que me quieran”,

¡mejor que olvide escribir sobre el peronismo!

El texto es –una vez más– un fragmento del

guión de Eva Perón. También tiene una función

estética. Es el momento en que vamos al cine. Propongo

verlo así: el ensayo se detiene, se apagan las

luces y se proyecta el fragmento de una película. El

tema, ahora, es la dialéctica entre revolución y

autoritarismo. El peronismo siempre podrá decir:

fuimos autoritarios para poder hacer lo que hicimos.

Y siempre se le podrá responder: ¿era necesario

ese autoritarismo sólo para ciertas reformas

necesarias que no configuraban una revolución?

¿O el autoritarismo estuvo al servicio de la ambición

de poder, del silenciamiento de los otros, de

la pasión represiva? ¿Cuándo se justifica el autoritarismo?

¿O tal vez no se justifique nunca? Si se lo

ejerce, ¿a qué causa deberá servir, a una mera reforma

o a una revolución? Escuchemos:

EVITA Y COOKE: DICTADURA

Y REVOLUCIÓN

(El tema alrededor del autoritarismo que se

aprestan a tratar Evita y John William Cooke se

desata a raíz del cierre del diario La Prensa. Evita

arregla con Apold que se haga un pacto con los

distribuidores y se consiga que éstos no distribuyan

más ese diario. Pero hay que defender la

medida en el Congreso de la Nación. Para eso lo

convoca a Cooke –a quien Apold califica de

“comunista”–. El 16 de marzo de 1951, Cooke

realiza una exposición magistral acerca del poder

de los medios en un país sometido a los poderes

internos de la oligarquía y a los externos del imperialismo

y, sobre todo, de sus empresas. Tomé el

texto de un libro que el Sindicato de Luz y Fuerza

habrá publicado alrededor de 1972. Su título: “La

Prensa”: cien años contra el país. Se leyó impetuosamente

en esos días. Yo lo voy a citar del guión

de Eva Perón, en el que figura más extensamente

que en el film: si se filmaba todo lo que dice

Cooke en el guión publicado se iba media película.

La publicación de ese guión no tuvo sólo una

finalidad cinematográfica, para estudiantes de

cine, sino también ideológica. Por este motivo el

texto de Cooke se publicó con mayor desarrollo.

Hoy contamos con una muy buena edición de

Colihue: John William Cooke: Obras completas,

Buenos Aires, 2007. La compilación es de Eduardo

Luis Duhalde, el compañero de lucha y militancia

de Rodolfo Ortega Peña, con el que escribió

varios libros que publicó en la Editorial

Sudestada. El primer tomo se centra en la acción

parlamentaria de Cooke y el discurso en favor del

cierre de La Prensa figura en la p. 397 del tomo I.

18. Interior Cámara de Diputados – Día

John William Cooke está en posesión de la palabra.

Se lo ve apasionado, con algún sudor, gordo y

excepcionalmente vital.

Cooke: El diario La Prensa, el diario de la United

Press, de la Sociedad Rural, el diario de la

vieja, obstinada y rencorosa oligarquía argentina

ha impedido o demorado todas las reivindicaciones

proletarias en América latina. Este es nuestro

planteo, el único, el planteo revolucionario. No

nos interesan las cuestiones gremiales. Nosotros

con los nuestros, con la clase obrera, y La Prensa

con los suyos: con sus aliados de adentro y de

afuera del país. ¿Y quiénes son, señores, los aliados

de La Prensa, quiénes son los que hoy se rasgan las

vestiduras en nombre de la libertad de prensa?

Son las grandes cadenas periodísticas, las agencias

noticiosas capitalistas, ¡los diarios que están en

manos de los propietarios de minas de cobre o de

estaño, de las grandes plantaciones, de todas las

compañías imperialistas con ramificaciones en

América latina!

Murmullos en las distintas bancadas. Cooke sabe

que su discurso es “fuerte”, pero se lo ve absolutamente

convencido de lo que dice.

Cooke: La “prensa grande”, señores, la prensa

poderosa está en el mundo de los trusts. Está en

manos de unos pocos propietarios vinculados a las

altas finanzas y a los grandes negocios. De este

modo, señores, cuando ellos invocan y claman

por la libertad de prensa, claman solamente por el

derecho del imperialismo a acentuar la monstruosa

desigualdad que existe entre países opresores y

países oprimidos. Nosotros creemos, sí, en la

libertad de prensa, en la libertad de la prensa

independiente, de la equivocada y de la que está

en la verdad, pero en lo que no creemos es en el

derecho de las empresas mercantiles capitalistas

para procurar que los resortes del Estado se pongan

al servicio de sus intereses. Y no creo, señores,

que la cadena Hearts sea una cadena de prensa

libre o que la cadena Scripps Howard con sus

19 diarios y todas sus filiales constituya una

expresión del pensamiento libre en materia periodística.

¡Es la libertad de ellos la que defienden

cuando hablan de libertad de prensa! ¡La libertad

de los monopolios! El diario La Prensa, señores, es

apenas un secuaz nacional del mercantilismo capitalista,

de los monopolios que nos oprimen. Por

eso, señores, y para terminar, voy a ser absolutamente

claro: nosotros estamos contra La Prensa.

Sea cual sea la resolución legal del conflicto en

nada variará esta cuestión: somos enemigos de La

Prensa y La Prensa es nuestra enemiga. Nada más.

No se oye ningún aplauso. Cooke sabe que su discurso

ha sido intolerable para sus enemigos y sabe,

también, que los peronistas no se atreven a asumirlo.

Corte.

Evita cita a Cooke en su despacho de la Fundación.

En broma le dice que es más comunista que

Stalin. ¿No tendrá razón Apold? Luego le da las

gracias. “Nadie lo hubiera hecho mejor.” Volvemos

al guión.

Cooke (defendiendo la libertad que le permitió

armar su discurso, sin la supervisación de nadie):

Para ser claro: no creo que sea bueno pedirles permiso

todo el tiempo a los que mandan. Ni siquiera

alguien como usted, señora, a quien yo respeto

tanto.

Evita: Tenés una idea rara del respeto vos.

Cooke: A veces lo identifico con la desobediencia.

Nunca con la sumisión.

Evita: Te va a ir mal en el peronismo entonces.

Es un movimiento de adulones y alcahuetes. Y yo

tengo mucho que ver en eso. Me revienta que no

piensen como yo. (Con alguna ironía.) ¿No tendrán

razón los contreras? ¿No seré una dictadora?

Cooke: Nuestros enemigos se llenan la boca con

la palabra democracia, pero si nos llegan a derrocar...

no creo que sean muy democráticos con

nosotros.

Evita sonríe. Cooke continúa fumando, como si

pensara cuidadosamente lo que está por decir.

Cooke: Señora, la noche que cenamos en el

Pedemonte le dije que su amigo Apold y yo tenemos

poco en común. Quiero dejar algo muy en

claro sobre la cuestión de La Prensa. Apold y yo

coincidimos en querer cerrar La Prensa. Pero

Apold quiso hacerlo porque quiere que el peronismo

sea una dictadura. Yo quiero que el peronismo

sea una revolución. Ahora usted me pregunta

si no será una dictadora, como dicen sus enemigos.

Escúcheme bien, señora: si una dictadura es

una revolución... se justifica. Si no es una revolución...,

entonces es una dictadura y nada más.

Apenas eso.

Evita lo mira. No responde. Cooke apaga su cigarrillo.

Primer plano de Evita: ha recibido hondamente

la frase de Cooke.

“TENDRÍAN QUE MATARNOS

A TODOS”

Se trata de la única escena del film que Evita

no cierra con alguna frase suya. Cooke la deja en

silencio. El planteo es rigurosamente marxistaleninista.

Marx decía que su único aporte era el

de la “dictadura del proletariado”. Lenin, en El

Estado y la revolución, dice que la Comuna de

París fue la dictadura del proletariado en acción.

Sobre esto insistirá Engels. Cooke es terminante:

si usted está dispuesta a llegar hasta el final, a

hacer una revolución, con todo lo que esto

implica (un cambio en la tenencia de la tierra,

sobre todo) se justifica la dictadura. Si no, la dictadura

es sólo eso y queda en mano de los

Apold.

Pareciera que en su último texto, cercana a

morir, Evita entiende el planteo de Cooke.

“Existen en el mundo (escribe) naciones explotadoras

y naciones explotadas (...). Detrás de cada

nación que someten los imperialismos hay un

pueblo de esclavos, de hombres y mujeres explotados”

(Eva Perón, Ibid., p. 40). Recurre a citas

de las Escrituras que modifica de acuerdo con lo

que quiere expresar: “Ellos, que hablan de la dulzura

y del amor, se olvidan que Cristo dijo:

‘Fuego he venido a traer sobre la tierra y qué

más quiero si no que arda’” (Ibid., p. 38).

Ataca a la oligarquía (además de las jerarquías

eclesiásticas y las Fuerzas Armadas): “Es necesario

que los hombres y mujeres del pueblo sean

siempre sectarios y fanáticos y no se entreguen

jamás a la oligarquía (...). Con ellos no nos

entenderemos nunca, porque lo único que ellos

quieren es lo único que nosotros no podremos

darles jamás: nuestra libertad” (Ibid., ps.

61/62). Y por fin este texto con tantas resonancias

actuales: “El arma de los imperialismos es el

hambre. Nosotros, los pueblos, sabemos lo que

es morir de hambre. El talón de Aquiles del

imperialismo son sus intereses. Donde esos intereses

del imperialismo se llamen “petróleo” basta

para vencerlo con echar una piedra en cada pozo.

Donde se llame cobre o estaño basta con que se

rompan las máquinas que los extraen de la tierra o

que se crucen de brazos los obreros explotados. ¡No

pueden vencernos! (...) Ya no podrán jamás

arrebatarnos nuestra justicia, nuestra libertad,

nuestra soberanía. Tendrían que matarnos a uno

por uno a todos los argentinos y eso ya no podrán

hacerlo jamás” (Ibid., p. 42. Bastardillas mías).

Moriría pocos días después. Sus funerales serían

imponentes. El pueblo la lloraría con una devoción

que nadie, hombre o mujer, convocó en

este país. Más allá del “circo” y del “show” con

que la ópera rock califica sus funerales, más allá

de la obsecuencia, de la grandiosidad fascistoide

de esos hombres en camisa blanca arrastrando la

cureña, el pueblo pobre sintió que le arrancaban

algo entrañable de su alma. Que se les iba una

defensora feroz de sus derechos. Que ahora les

sería más sencillo a sus enemigos avasallarlos.

Que se quedaban solos.

Esa frase de Eva, tendrían que matarnos a uno

por uno a todos los argentinos, se cumplió. No

mataron a todos. Porque muchísimos, demasiados,

fueron sus asociados civiles, sus cómplices

o los que pasivamente aceptaron, ignoraron,

festejaron el Mundial, se volvieron patriotas

con Malvinas. Los que no quisieron saber aunque

sabían: un ejercicio psicológico notable.

Pero sí, Eva tenía razón: mataron a uno por uno.

Vale decir, a todos los que pudieran expresar

un proyecto diferenciado al de la oligarquía

agraria, al de los grupos financieros, al de casta

eclesiástica. Los mataron los militares. Uno a

uno. Los buscaron. Buscaron a los milicianos y

a todos los perejiles de superficie que habían

soñado, basándose en la vieja utopía del primer

peronismo y en la figura combativa de Eva

Perón o de hombres como John William

Cooke, y los hicieron desaparecer. Eva ni imaginó

una catástrofe semejante. Conocía el odio

oligárquico-militar. Pero nadie, ni ella ni nadie,

imaginaba la amplitud, la furia vengativa, castigadora

y cruel de ese odio. “Todo es militar en

este mundo nuestro (escribe). Yo no diría una

sola palabra si las fuerzas armadas fuesen instrumentos

fieles al pueblo. Pero no es así: casi

siempre son carne de la oligarquía” (Mi mensaje,

Ibid., p. 46).