José Pablo Feinmann
Filosofía política del Peronismo
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19 “Sectarios y excluyentes”
“LOS TIBIOS ME DAN NÁUSEAS”
No hay ruptura entre Mi mensaje y las clases de Eva
en
como ha sido dicho, su Historia del peronismo.
Coincido con lo que Horacio González dice en
uno de los varios textos que acompañan a la edición
de Mi mensaje de
a estos póstumos documentos el valor de un giro jacobino y
plebeyo, pues pertenecen a la misma alma de un mito de salvación
por parte de quien ha sabido recorrer los opuestos extremos
de la fortuna social” (Ibid., p. 67. Bastardillas mías). No en La
razón de mi vida, texto en el que –al menos yo– noto la mano
ajena, periodística, la mano que aquieta el fuego, que le pide
calma al desmadre, del señor Penella Da Silva. Pero es en su Historia
del peronismo donde, por ejemplo, Eva dice: “Los mediocres
son los inventores de las palabras prudencia, exageración, ridiculez
y fanatismo. Toda idea nueva es exagerada. El hombre superior
sabe, en cambio, qué fanático puede ser un sabio, un héroe,
un santo o un genio, y por eso lo admira y también lo acepta y
acepta el fanatismo”. Calma: sé que la palabra fanatismo tiene
hoy referentes temibles. Uno dice fanatismo y ve caer las Torres
Gemelas. Dice fanatismo y surge en su memoria el atentado a la
AMIA. También –y no en menor medida– dice fanatismo y sabe
que ése es el estado espiritual que anima al Presidente del Imperio
Bélico-Comunicacional. Bush dice: “Dios está con nosotros”.
Eso es fanatismo. Eso es lo que también dice Osama. Pero en el
momento en que Eva habla nada de esto estaba dentro de las
posibilidades de interpretación de esa palabra y –en caso de que
lo estuviese, en caso de que remitiera a, supongamos, Torquemada
o Hitler– lo que importa aquí es el sentido que ella le da. Para
Eva ser fanático es entregarse por completo a una causa. Es una
mujer desmedida. Dice: “Yo prefiero al enemigo de frente a un
‘tibio’, será porque los tibios me repugnan, y voy a decir aquí
algo que está en las Escrituras: Los tibios me dan náuseas”. Eva
hace un uso muy libre de las Escrituras, pero importa saber que
lo que les atribuye es lo que ella quiere decir. En este sentido
deben ser interpretados esos pasajes. Es, también, en
del peronismo donde figura un notable pasaje sobre la escritura de
la historia, que citaré completo: “Porque la historia ha sido escrita
no para las masas, sino, en general, para los privilegiados de
todos los tiempos. Y esto nos lo explicaremos muy fácilmente,
porque cuando alguna vez la historia nos habla de esas luchas es
solamente para mencionar la generosidad de algún filósofo, político
o reformador, y por eso sabemos cuál era la triste condición
en que vivían antes. Así es alabado Solón en Atenas, porque
prohibió que los acreedores vendiesen a los deudores, y por eso
sabemos que antes de él los acreedores vendían a los deudores. Pero
no se habló de escarnio antes de Solón, porque lo que han querido
en la historia es exaltar la generosidad de un hombre y no descubrir
la situación de un pueblo”. No es posible poner en duda
la autenticidad de Mi mensaje a la luz de estos textos de Historia
del peronismo. Con todo, hay algo que en
reduce mucho en Mi mensaje. Son los elogios a Perón. En Historia
puede leerse algo tan extremo como: “Por eso, nosotros no
tenemos más que a Perón; no vemos más que por los ojos de
Perón; no sentimos más que por Perón y no hablamos más que
por boca de Perón”. Frases así, pronunciadas en una Escuela de
formación de cuadros, no podían sino dinamizar la obsecuencia
de los dirigentes, el culto a la persona del líder. Hay otras: “Unicamente
los genios como Perón no se equivocan nunca”. Pero el
motivo sobre el que gira todo el discurso de Eva en estas charlas
es el de la ética peronista, así la nombra ella. La ética la centra en
la conducta de los cuadros auxiliares de conducción, si usamos el
lenguaje de conducción política. Los cuadros auxiliares de la conducción,
si se extravían, tornan ineficiente a la misma conducción,
ya que sus indicaciones, sus órdenes, llegan deformadas al
pueblo, o no llegan. El cuadro auxiliar que se corrompe arruina
la dinámica del movimiento. ¿Qué es lo que corrompe a un cuadro
auxiliar de conducción? Lo que corrompe a todos: el dinero.
La búsqueda inescrupulosa del poder que va siempre acompañada
por la acumulación inmoral de riquezas. Eso que hoy llamamos
corrupción y que ya pareciera ser sinónimo de política, como
si la política fuera algo que no puede funcionar sino dentro de
un marco en que esa cualidad negativa del alma, de la condición
humana deba ser, con resignación, aceptada. “Todos afanan. No
se puede hacer política si no se afana. O se afana o se compra a
los otros. Para comprarlos hay que tener dinero y mucho. Para
tenerlo, hay que afanar”, dice el político realista, el que se las sabe
todas, el que sabe cómo funciona “la cosa”.
“
El que se deja comprar lo hace por el mismo motivo: para
cobrar el dinero de su venta y para, después, afanar desde el
lugar de poder en que, primero, lo pongan, y desde el que,
luego, empiece a trepar. De aquí que, para Eva, la ética peronista
(y, en verdad, podríamos decir: la ética política) radica en ese
preciso punto: no robar. Ella lo expresa así: “(Me) preocupa,
sobre todo, que todavía haya peronistas que, por su afán de
obtener privilegios, más bien parecen oligarcas que peronistas
(...). Yo ya sé que la oligarquía (...) ya no volverá más al gobierno,
pero ésa no es la que a mí me preocupa que pueda volver.
Lo que a mí me preocupa es que pueda retornar en nosotros el espíritu
oligarca (...). Vamos a dar un ejemplo del espíritu oligarca,
aunque ya he dado muchos: El funcionario que se sirve de su
cargo es oligarca. No sirve al pueblo sino a su vanidad, a su
orgullo, a su egoísmo y a su ambición”. En cuanto a la cuestión
del capitalismo,
usuales en Eva. Por eso digo que de nada vale seguir
insistiendo con el discurso de Perón en
Que hay otros –y son muchos, ya de Perón, ya de Evita– que
expresan una opción anticapitalista. Hay que remitirse, pues, a
otros elementos, no a los discursos, los cuales, no obstante, tienen
mucha importancia, porque hay cosas que se dicen y hay
cosas que no. Evita, en los textos finales de su Historia del peronismo,
dice: “¿Por qué Perón y el pueblo argentino decidieron
unirse para tomar el gobierno de
imperialismo y del fraude (...), para lograr sus justas reivindicaciones,
pero también para librarse de la oligarquía, del imperialismo
y de los monopolios internacionales (...). El peronismo
no puede confundirse con el capitalismo, con el que no tiene
ningún punto de contacto. Eso es lo que vio Perón desde el
primer momento. Toda su lucha se puede reducir a esto: en el
campo social, lucha contra la explotación capitalista”. Notemos
que Eva acota la lucha contra “la explotación capitalista” al
campo social. El texto es impecablemente peronista. Pese a
impresionar con su fraseología dice lo que el peronismo hizo y
no va más allá: 1) librarse del imperialismo y el fraude significa
la superación de los gobiernos conservadores y lo que la consigna
Braden o Perón explicitó desde un comienzo: una relación
de conflicto con Estados Unidos; 2) librarse de la oligarquía:
derrotarla políticamente y deteriorarla en lo económico. No
hay algo que se acerque a un replanteo de la tenencia de la tierra.
Evita podría decir: “Digo lo que podemos decir ahora, y
eso hemos hecho. Si avanzamos, se podrá decir más”; 3) la
lucha contra los monopolios estaba expresada en la nacionalización
de la economía que ese primer peronismo llevaba a cabo;
4) la lucha contra el capitalismo en el campo social era la conquista
más exitosa del régimen. De aquí que se acote a lo social.
La lucha contra el capitalismo en lo económico era más dura.
Desde el punto de vista de Evita se podría decir que debilitar al
capitalismo en lo social era debilitarlo en lo económico. Desde
otro punto de vista sería legítimo averiguar hasta dónde se pensaba
llegar. Es decir, si el anticapitalismo peronista implicaba
una expropiación del poder económico de la oligarquía. Aun
cuando fuere a largo plazo.
Los signos que arroja Eva, tanto en Historia del peronismo
como en Mi mensaje, no son claros. Nunca el peronismo se ha
caracterizado por su precisión ideológica. Me refiero a esto: si
bien acabamos de ver textos de considerable dureza es posible
encontrar, a la vez, algunos que dan una idea exacta de ese
obrero peronista que se conforma con la vida simple, con las
necesidades básicas satisfechas y un gobierno que atienda a sus
intereses. Uno sabe, hoy, que ése sería el sueño dorado de una
sociedad como
la negación de la patria para los humildes que caracterizó al primer
peronismo. Pero no podemos sino plantear otra vez lo
siguiente: ¿qué clase de proletariado constituyó el peronismo? Y
es doblemente importante si encontramos esa expresión en los
textos de Eva, la figura dura, jacobino-plebeya del movimiento.
Creo que el texto que me propongo citar revela muchas cosas.
El alcance de la rebelión (uso, con cautela, esta palabra) peronista,
la ternura de Eva por los suyos y las realizaciones que se
lograron y que, a la luz de los días que vivimos, son algo así
como eso que Daniel Santoro llama la patria de la felicidad.
Veamos: “Los argentinos, en esta hora incierta de la humanidad,
tenemos el privilegio de soñar con un futuro mejor”. En
seguida añade que ese privilegio se le debe a Perón: en Historia
no son escasos los reconocimientos, algunos desmedidos, a
Perón. Sigue Eva: “¿Quién en el mundo puede soñar? ¿Qué
pueblo en el mundo, en este momento, puede soñar un futuro
mejor? El mañana se les presenta incierto. Y aquí los argentinos
están pensando en su casita, en sus hijos, en que se van a comprar
esto o aquello, en que van a ir a veranear. Es que el nuestro
es un pueblo feliz”. No parece el texto de una jacobina.
¿Hasta dónde llegan los sueños? Esta es la cuestión. Lo que dice
Eva es que el privilegio del pueblo argentino es soñar con un
futuro mejor. ¿Cuál es ese futuro? 1) La casita propia; 2) los
hijos; 3) comprar esto o aquello; 4) ir a veranear. Concluye, así,
que “el nuestro es un pueblo feliz”. Si a uno –en el desdichado,
canallesco mundo en que vivimos, si en este jolgorio de la
riqueza obscena y de la marginación, la exclusión, el hambre, la
II
mortalidad infantil– le dibujan la sociedad que ha dibujado
Eva, ¿qué puede sentir, cómo puede recibir un discurso de algo
que alguna vez fue y hoy es imposible, es una utopía inalcanzable
que ni figura en los planes de quienes llevan adelante las
cuestiones esenciales de este mundo? Sólo puede sufrir o deprimirse
o llorar lágrimas de amargura y de bronca por lo que
alguna vez tuvo este pueblo (y los pueblos en general, porque
son todos los que, de una u otra manera, han sido sumergidos
con el triunfo del neoliberalismo) y lo que tendrá que luchar
para recuperar algo de eso que tuvo. Pero no podemos limitarnos
a ver y estudiar el primer peronismo desde el abismo social
del presente. Desde un mundo que es consecuencia de la
derrota de todos los esfuerzos de los que buscaron algo mejor,
desde un capitalismo humanitario hasta la sociedad sin clases
del socialismo. Desde un mundo en que la conflictividad histórica
se ha resuelto en favor de una derecha bélica, despiadada,
que acecha con miles de trampas, de recursos de intimidación
(cualquiera en cualquier parte puede ya ser acusado de
terrorista, o de favorecerlos, o de simpatizar con ellos o de
ceder su territorio para formarlos) que conllevan todos al fortalecimiento
de la economía de mercado. Se aproxima, creo, un
simposio de ideólogos de este capitalismo de la creciente asincronía
en la distribución de la riqueza. Ya he visto (hemos visto
todos, posiblemente) las fotos del eterno Vargas Llosa, el gran
propagandista de este sistema de creación doble: de ricos y de
pobres. Ya se verá quiénes adhieren a él. Si adhiere el señor
Macri, cosa casi segura, sería interesante que vieran tantos progres
a quién votaron el año pasado. El hombre es coherente:
nunca mintió. Si no mintió, entonces los que lo votaron lo
hicieron por Vargas Llosa y las corporaciones multinacionales.
Ahora hay tantos que lloran por los talleres culturales que
Macri desarma. No lo admitirán: pero muchos de esos lo votaron.
Y bueno, por ahí querían eso. Lo que ahora tienen. Y
recién empieza.
LAS SUPERGANANCIAS AGRARIAS
Mejor volvamos a Eva. Nosotros estamos en 1951. El panorama
era otro.
cité marca hasta dónde el peronismo quería llegar. No quería
darles el poder a los obreros. No quería reformar el régimen de
tenencia de la tierra. No quería expropiar a los patrones. Acaso
–es una hipótesis– Eva pensara que habría de ser posible presionar
y negociar y siempre habría de poderse obtener lo que
los obreros necesitaban. Seamos claros: para que la clase obrera
hiciera realidad los sueños que Evita planteó no era necesaria
(en 1951) ninguna revolución. Hoy sí. Hoy, y no digo nada
que no sepa cualquiera, para aumentar más allá de un 30% la
participación de los obreros en la renta nacional, para que
todos puedan educar a sus hijos, tener casa propia, comprar
“esto y aquello” e “ir a veranear” hay que hacer una revolución.
¡El universo agrario le declara la guerra a este gobierno por
unas retenciones! ¡Por unas retenciones! Imaginen si viene una
Eva Perón y les plantea que hay que poner plata para construir
viviendas para los obreros. O para que tengan casa propia. O
puedan ir a veranear. ¿Cuánto habría que retener de las superganancias
agrarias para poder construir viviendas para los pobres y
asegurarles la educación de sus hijos? Hoy, esa medida sería considerada
una simple y llana expropiación. Los diarios de la derecha
perderían su rostro democrático y denunciarían un complot
comunista que no demoraría en transformarse en apoyo a
los planes del terrorismo internacional. No, señores: lo único
que habría que hacer son casitas para los pobres. ¿No les sobra
algo de guita para eso? ¿No pueden ganar un poco menos?
Pedirle a un capitalista que gane menos es como pedirle a Jack
el Destripador que deje de matar. Jack, en efecto, dejó de
matar, pero desapareció. El capitalista (agrario, sobre todo)
diría: si nosotros dejamos de ganar también. No, no se les pide
que dejen de ganar, se les pide que ganen menos. Si ganan menos
se podrían hacer las casitas que tanto amaba Eva haber dado a
los suyos y las escuelas. Los propietarios de hoy, los poderosos
señores de
si nosotros ganamos menos las ganancias (que cedemos) se las
queda el gobierno y no hace las casitas ni las escuelas. La plata,
al final, se la queda la corrupción. Y es cierto: no es un argumento
baladí. En suma, si hubiera una cesión de las superganancias
para posibilitar planes de vivienda y educación para los
carenciados, la utilización de esos fondos debiera ser controlada
por entes o personas ajenos a cualquier gobierno. Se dirá: el
gobierno los compraría. Puede ser, pero así la cosa no tiene fin.
Podríamos concluir que la creatura humana es detestable y
dejar todo como está.
Volvemos: Eva plantea educación, vivienda propia, veraneo,
crianza eficaz de los hijos y comprar una que otra cosa, nunca
nada insuficiente ni excesivo: lo necesario. Ese es el sueño peronista
en las palabras de Eva Perón. Que este país (en 1951) sueñe ese
sueño le parece la más grande de las felicidades. Y en seguida la
desmesurada invocación a Perón: “Eso sólo bastaría para que
todo el bronce y el mármol del mundo no nos alcanzara a los
argentinos para erigir el monumento que le debemos al general
Perón”. Eva, convengamos, solía desbordarse cuando se le daba
por elogiar al general. Le brotaba todo el radioteatro que llevaba
encima. (Hoy que, creo, andan a las vueltas con el monumento
a Perón, recuerden la frase de Eva: no alcanzan ni todo el bronce
ni el mármol del mundo. Ante la imposibilidad de semejante
tarea acaso haya que desistir de la idea. ¿No son horribles los
monumentos? El tipo queda ahí, petrificado en una pose o en
un gesto. Como si sólo hubiese hecho eso en su vida. Condenado
a la cosificación extrema. Pasa a ser un mero punto de referencia
geográfico: “Te espero en el café que está frente al monumento
a Florencio Porlenes”. O parte de un paisaje que ya
nadie ve. Uno no “ve” un monumento. Sabe que está ahí. Y si
lo “ve” no piensa en el tipo que está ahí enchapado. Si uno ve el
monumento a Alberdi no piensa en Alberdi. Para mí, por ejemplo,
Alberdi es una presencia viva. No es un cacho de fierro que
adelanta una pierna, atrasa la otra y tiene una mano en gesto de
“te estoy hablando”. Además, se sabe, está la cuestión cruel de
las palomas. Que las palomas lo caguen a Roca me parece un
acto de justicia histórica. Cagó a tantos Roca que es justo que
las palomas ejerzan ese acto de venganza. Pero me duele verlo
todo cagado a Alberdi, que no cagó a nadie. Y hasta a Sarmiento,
que cagó a medio mundo pero fue un grande. Desde este
punto de vista, acaso Perón se merezca el monumento. Habría
que ver hasta qué punto las palomas lo respetan o no: sería un
juicio histórico no desdeñable.)
El punto teórico central que tenemos que elucidar es: ¿llegaba
hasta ahí (en 1951) el proyecto peronista? Insisto: no hay que
juzgarlo desde hoy. Hay que analizarlo desde las posibilidades
que tenía la sociedad argentina en 1951 y, sobre todo, analizar
el tipo de obrero que fue el obrero peronista que forjó. El texto de
Eva (y es más decisivo por ser ella la que representaba las exigencias
“de máxima”, el ala jacobino-plebeya del movimiento)
define al peronismo como un movimiento que se propone
negociar con el poder pero no tomarlo, no expropiarlo. Un
movimiento capitalista humanitario y distribucionista. Y al
obrero peronista como el feliz destinatario de esa negociación.
Se negociaba para la felicidad de los obreros. Todo el fuego de
Eva, toda su furia, toda su fraseología antioligárquica apuntaba
a eso: el bienestar de la clase obrera, su dignificación, su respeto
dentro de la sociedad capitalista. Seguridad en su trabajo, abogados,
sindicatos, estatuto para los peones de campo, vacaciones,
felicidad. “Es que el nuestro es un pueblo feliz”, dice.
Notemos cómo arma el razonamiento: pone dos polos, la
Argentina y el resto de los pueblos. Nuestro pueblo puede
soñar. Los otros viven en una “hora incierta de la humanidad”.
Importa señalar que para conseguir esto (que, desde una perspectiva
clasista, trotskista o marxista-leninista, sería totalmente
precario, dado que el peronismo habría dejado en pie “todas
las estructuras que habrían de voltearlo”) fueron necesarios
enfrentamientos terribles que despertaron un odio feroz. Pocos
gobiernos fueron tan odiados como el primer gobierno peronista.
Ningún gobierno hizo más en beneficio de los humildes.
De modo que si esa visión de Eva, que puede parecer bucólica,
ingenua, poco jacobina, poco combativa, despertó los enfrentamientos,
la sangre, los bombardeos y hasta determinó la
proscripción del partido peronista y de su líder durante 18
años, ¡qué no habría despertado algo más combativo! Creo que
sólo la dictadura militar de los 30.000 desaparecidos reveló a
los argentinos que quieran verlo el verdadero odio de los sectores
dominantes de este país. Ese odio siempre estuvo. Ese odio
se condensó en la frase “Viva el cáncer”. Pero incluso ahí sólo
mostró una de sus caras. Mostró una más real el 16 de junio de
1955, con los bombardeos. Eso costó hacerles casitas a los
obreros, permitirles que educaran a sus hijos o que fueran a
veranear o compraran algunas cosas. ¿Fue necesario entonces el
aparato autoritario peronista? A Eva le decían “dictadora” sus
enemigos de clase. Le decían de todo en las tertulias, desde ya.
Sobre todo yegua y puta, palabras que surgían del infinito
machismo de la sociedad argentina y del infinito machismo de
las damas de la oligarquía. Y de su odio y de su resentimiento.
Pero, ¿fue una dictadora? ¿Y si ella respondiera que tuvo que
serlo para darles a los obreros lo que les dio, tan exagerado para
la oligarquía, tan escaso para la izquierda no peronista? Para
ilustrar esta cuestión voy a citarme de nuevo. Sé que algunos
consideran muy inadecuado esto de citarse uno a sí mismo. No
lo veo así. ¿Cuál es el problema? Si uno reescribe lo que ya
escribió le dicen que se repite. Si lo cita le dicen que es un
petulante autocomplaciente. Y bueno, si uno escribe buscando
que lo quieran o que lo odien, se equivoca. Nunca va a dar en
el clavo. Y va a escribir en exterioridad. Lo que está más allá de
mi escritura es lo que la escribe, no el escritor. Uno nunca sabe
si da en el clavo o no. Ante todo, porque no sabe dónde está ni
III
cuál es el clavo. Después, un escritor escribe para
sí. Porque le gusta. Porque es su profesión. Lo
que ama. Y hasta lo único o, al menos, lo mejor
que sabe hacer en la vida. Luego viene lo demás.
Pero si uno toma en serio eso que dicen que dijo
García Márquez: “escribo para que me quieran”,
¡mejor que olvide escribir sobre el peronismo!
El texto es –una vez más– un fragmento del
guión de Eva Perón. También tiene una función
estética. Es el momento en que vamos al cine. Propongo
verlo así: el ensayo se detiene, se apagan las
luces y se proyecta el fragmento de una película. El
tema, ahora, es la dialéctica entre revolución y
autoritarismo. El peronismo siempre podrá decir:
fuimos autoritarios para poder hacer lo que hicimos.
Y siempre se le podrá responder: ¿era necesario
ese autoritarismo sólo para ciertas reformas
necesarias que no configuraban una revolución?
¿O el autoritarismo estuvo al servicio de la ambición
de poder, del silenciamiento de los otros, de
la pasión represiva? ¿Cuándo se justifica el autoritarismo?
¿O tal vez no se justifique nunca? Si se lo
ejerce, ¿a qué causa deberá servir, a una mera reforma
o a una revolución? Escuchemos:
EVITA Y COOKE: DICTADURA
Y REVOLUCIÓN
(El tema alrededor del autoritarismo que se
aprestan a tratar Evita y John William Cooke se
desata a raíz del cierre del diario
arregla con Apold que se haga un pacto con los
distribuidores y se consiga que éstos no distribuyan
más ese diario. Pero hay que defender la
medida en el Congreso de
convoca a Cooke –a quien Apold califica de
“comunista”–. El 16 de marzo de 1951, Cooke
realiza una exposición magistral acerca del poder
de los medios en un país sometido a los poderes
internos de la oligarquía y a los externos del imperialismo
y, sobre todo, de sus empresas. Tomé el
texto de un libro que el Sindicato de Luz y Fuerza
habrá publicado alrededor de 1972. Su título: “La
Prensa”: cien años contra el país. Se leyó impetuosamente
en esos días. Yo lo voy a citar del guión
de Eva Perón, en el que figura más extensamente
que en el film: si se filmaba todo lo que dice
Cooke en el guión publicado se iba media película.
La publicación de ese guión no tuvo sólo una
finalidad cinematográfica, para estudiantes de
cine, sino también ideológica. Por este motivo el
texto de Cooke se publicó con mayor desarrollo.
Hoy contamos con una muy buena edición de
Colihue: John William Cooke: Obras completas,
Buenos Aires, 2007. La compilación es de Eduardo
Luis Duhalde, el compañero de lucha y militancia
de Rodolfo Ortega Peña, con el que escribió
varios libros que publicó en
Sudestada. El primer tomo se centra en la acción
parlamentaria de Cooke y el discurso en favor del
cierre de
18. Interior Cámara de Diputados – Día
John William Cooke está en posesión de la palabra.
Se lo ve apasionado, con algún sudor, gordo y
excepcionalmente vital.
Cooke: El diario
Press, de
vieja, obstinada y rencorosa oligarquía argentina
ha impedido o demorado todas las reivindicaciones
proletarias en América latina. Este es nuestro
planteo, el único, el planteo revolucionario. No
nos interesan las cuestiones gremiales. Nosotros
con los nuestros, con la clase obrera, y
con los suyos: con sus aliados de adentro y de
afuera del país. ¿Y quiénes son, señores, los aliados
de
vestiduras en nombre de la libertad de prensa?
Son las grandes cadenas periodísticas, las agencias
noticiosas capitalistas, ¡los diarios que están en
manos de los propietarios de minas de cobre o de
estaño, de las grandes plantaciones, de todas las
compañías imperialistas con ramificaciones en
América latina!
Murmullos en las distintas bancadas. Cooke sabe
que su discurso es “fuerte”, pero se lo ve absolutamente
convencido de lo que dice.
Cooke: La “prensa grande”, señores, la prensa
poderosa está en el mundo de los trusts. Está en
manos de unos pocos propietarios vinculados a las
altas finanzas y a los grandes negocios. De este
modo, señores, cuando ellos invocan y claman
por la libertad de prensa, claman solamente por el
derecho del imperialismo a acentuar la monstruosa
desigualdad que existe entre países opresores y
países oprimidos. Nosotros creemos, sí, en la
libertad de prensa, en la libertad de la prensa
independiente, de la equivocada y de la que está
en la verdad, pero en lo que no creemos es en el
derecho de las empresas mercantiles capitalistas
para procurar que los resortes del Estado se pongan
al servicio de sus intereses. Y no creo, señores,
que la cadena Hearts sea una cadena de prensa
libre o que la cadena Scripps Howard con sus
19 diarios y todas sus filiales constituya una
expresión del pensamiento libre en materia periodística.
¡Es la libertad de ellos la que defienden
cuando hablan de libertad de prensa! ¡La libertad
de los monopolios! El diario
apenas un secuaz nacional del mercantilismo capitalista,
de los monopolios que nos oprimen. Por
eso, señores, y para terminar, voy a ser absolutamente
claro: nosotros estamos contra
Sea cual sea la resolución legal del conflicto en
nada variará esta cuestión: somos enemigos de La
Prensa y
No se oye ningún aplauso. Cooke sabe que su discurso
ha sido intolerable para sus enemigos y sabe,
también, que los peronistas no se atreven a asumirlo.
Corte.
Evita cita a Cooke en su despacho de
En broma le dice que es más comunista que
Stalin. ¿No tendrá razón Apold? Luego le da las
gracias. “Nadie lo hubiera hecho mejor.” Volvemos
al guión.
Cooke (defendiendo la libertad que le permitió
armar su discurso, sin la supervisación de nadie):
Para ser claro: no creo que sea bueno pedirles permiso
todo el tiempo a los que mandan. Ni siquiera
alguien como usted, señora, a quien yo respeto
tanto.
Evita: Tenés una idea rara del respeto vos.
Cooke: A veces lo identifico con la desobediencia.
Nunca con la sumisión.
Evita: Te va a ir mal en el peronismo entonces.
Es un movimiento de adulones y alcahuetes. Y yo
tengo mucho que ver en eso. Me revienta que no
piensen como yo. (Con alguna ironía.) ¿No tendrán
razón los contreras? ¿No seré una dictadora?
Cooke: Nuestros enemigos se llenan la boca con
la palabra democracia, pero si nos llegan a derrocar...
no creo que sean muy democráticos con
nosotros.
Evita sonríe. Cooke continúa fumando, como si
pensara cuidadosamente lo que está por decir.
Cooke: Señora, la noche que cenamos en el
Pedemonte le dije que su amigo Apold y yo tenemos
poco en común. Quiero dejar algo muy en
claro sobre la cuestión de
coincidimos en querer cerrar
Apold quiso hacerlo porque quiere que el peronismo
sea una dictadura. Yo quiero que el peronismo
sea una revolución. Ahora usted me pregunta
si no será una dictadora, como dicen sus enemigos.
Escúcheme bien, señora: si una dictadura es
una revolución... se justifica. Si no es una revolución...,
entonces es una dictadura y nada más.
Apenas eso.
Evita lo mira. No responde. Cooke apaga su cigarrillo.
Primer plano de Evita: ha recibido hondamente
la frase de Cooke.
“TENDRÍAN QUE MATARNOS
A TODOS”
Se trata de la única escena del film que Evita
no cierra con alguna frase suya. Cooke la deja en
silencio. El planteo es rigurosamente marxistaleninista.
Marx decía que su único aporte era el
de la “dictadura del proletariado”. Lenin, en El
Estado y la revolución, dice que
París fue la dictadura del proletariado en acción.
Sobre esto insistirá Engels. Cooke es terminante:
si usted está dispuesta a llegar hasta el final, a
hacer una revolución, con todo lo que esto
implica (un cambio en la tenencia de la tierra,
sobre todo) se justifica la dictadura. Si no, la dictadura
es sólo eso y queda en mano de los
Apold.
Pareciera que en su último texto, cercana a
morir, Evita entiende el planteo de Cooke.
“Existen en el mundo (escribe) naciones explotadoras
y naciones explotadas (...). Detrás de cada
nación que someten los imperialismos hay un
pueblo de esclavos, de hombres y mujeres explotados”
(Eva Perón, Ibid., p. 40). Recurre a citas
de las Escrituras que modifica de acuerdo con lo
que quiere expresar: “Ellos, que hablan de la dulzura
y del amor, se olvidan que Cristo dijo:
‘Fuego he venido a traer sobre la tierra y qué
más quiero si no que arda’” (Ibid., p. 38).
Ataca a la oligarquía (además de las jerarquías
eclesiásticas y las Fuerzas Armadas): “Es necesario
que los hombres y mujeres del pueblo sean
siempre sectarios y fanáticos y no se entreguen
jamás a la oligarquía (...). Con ellos no nos
entenderemos nunca, porque lo único que ellos
quieren es lo único que nosotros no podremos
darles jamás: nuestra libertad” (Ibid., ps.
61/62). Y por fin este texto con tantas resonancias
actuales: “El arma de los imperialismos es el
hambre. Nosotros, los pueblos, sabemos lo que
es morir de hambre. El talón de Aquiles del
imperialismo son sus intereses. Donde esos intereses
del imperialismo se llamen “petróleo” basta
para vencerlo con echar una piedra en cada pozo.
Donde se llame cobre o estaño basta con que se
rompan las máquinas que los extraen de la tierra o
que se crucen de brazos los obreros explotados. ¡No
pueden vencernos! (...) Ya no podrán jamás
arrebatarnos nuestra justicia, nuestra libertad,
nuestra soberanía. Tendrían que matarnos a uno
por uno a todos los argentinos y eso ya no podrán
hacerlo jamás” (Ibid., p. 42. Bastardillas mías).
Moriría pocos días después. Sus funerales serían
imponentes. El pueblo la lloraría con una devoción
que nadie, hombre o mujer, convocó en
este país. Más allá del “circo” y del “show” con
que la ópera rock califica sus funerales, más allá
de la obsecuencia, de la grandiosidad fascistoide
de esos hombres en camisa blanca arrastrando la
cureña, el pueblo pobre sintió que le arrancaban
algo entrañable de su alma. Que se les iba una
defensora feroz de sus derechos. Que ahora les
sería más sencillo a sus enemigos avasallarlos.
Que se quedaban solos.
Esa frase de Eva, tendrían que matarnos a uno
por uno a todos los argentinos, se cumplió. No
mataron a todos. Porque muchísimos, demasiados,
fueron sus asociados civiles, sus cómplices
o los que pasivamente aceptaron, ignoraron,
festejaron el Mundial, se volvieron patriotas
con Malvinas. Los que no quisieron saber aunque
sabían: un ejercicio psicológico notable.
Pero sí, Eva tenía razón: mataron a uno por uno.
Vale decir, a todos los que pudieran expresar
un proyecto diferenciado al de la oligarquía
agraria, al de los grupos financieros, al de casta
eclesiástica. Los mataron los militares. Uno a
uno. Los buscaron. Buscaron a los milicianos y
a todos los perejiles de superficie que habían
soñado, basándose en la vieja utopía del primer
peronismo y en la figura combativa de Eva
Perón o de hombres como John William
Cooke, y los hicieron desaparecer. Eva ni imaginó
una catástrofe semejante. Conocía el odio
oligárquico-militar. Pero nadie, ni ella ni nadie,
imaginaba la amplitud, la furia vengativa, castigadora
y cruel de ese odio. “Todo es militar en
este mundo nuestro (escribe). Yo no diría una
sola palabra si las fuerzas armadas fuesen instrumentos
fieles al pueblo. Pero no es así: casi
siempre son carne de la oligarquía” (Mi mensaje,
Ibid., p. 46).