Peronismo
José Pablo Feinmann
Filosofía política del Peronismo
Página/12
11
Discurso en
Hay un célebre discurso que Perón
da en
1946. ¡Lo que se ha discutido acerca
de este discurso! En él, Perón
afirma que no es enemigo del capital,
sino que se verá en el futuro que es su verdadero
amigo. Otros tiempos: se discutía si el peronismo
había sido anticapitalista o no. Se le cerraba la
boca a un militante de un barrio, por ejemplo,
hablándole de este discurso. Incluso me han dicho
que en cierto video sobre el peronismo Ismael
Viñas refuta la consigna de Cooke sobre el peronismo
como “hecho maldito del país burgués”
diciendo que es absurda porque el peronismo “es
burgués”. El peronismo integró a cierto sector de
la burguesía en el frente de 1945. ¿Quién podría
negar esto? ¿Quién podría negar y para qué a esta
altura de los tiempos que la economía peronista no
buscó romper con el capitalismo sino ejercer una
de sus modalidades? Lo dice una de las veinte verdades:
el peronismo busca “humanizar el capital”.
El que diga que no hizo tal cosa en su primer período
no quiere ver algo bastante claro, bastante evidente.
Al lado del capitalismo de estancia, del capitalismo
agrario y oligárquico que se venía ejerciendo
en un país sin inclusión social, el peronismo
inaugura un período de inclusión social ampliada.
A nadie se le podría ocurrir que eso era el socialismo.
Era imposible que lo fuera. Pero –en esa
etapa– era lo mejor que podía ocurrirles a los sectores
humildes. Si Ismael Viñas –desde el Estado
socialista en que eligió vivir, el de Israel, cuyo
gobierno ha sido un permanente aliado de ese otro
país socialista y antiburgués que es Estados Unidos–
no ve el papel in-integrable que jugó el peronismo
entre 1955 y 1973, jamás podrá entender la
frase de Cooke. Creo que no puede entender nada.
Pero la estructura de ese razonamiento sirvió para
atacar al peronismo desde la izquierda. En el curso
que di el año pasado sobre Qué es el peronismo,
alguien levanta la mano y, como si yo fuera un
perverso que voy a dejar de lado algo fundamental,
pregunta: “¿Usted va a hablar del Discurso en la
Bolsa de Comercio?” Creo que se trata de fetiches.
Porque cuando estaba terminando la exposición
acerca del Perón del ’73 y del ’74, que era bastante
crítica, bastante dura, un peronista levanta su
imprescindible manito y pregunta: “¿Usted va a
decir algo del Discurso del 12 de junio?” Es ese
discurso, el último que dio un Perón ya moribundo,
con López Rega e Isabel a sus flancos, en que el
líder, que había demostrado que no podía “conducir
el desorden” (¡todavía no hice una exposición
de conducción política!), afirma que no se va a dejar
influir ni por los que tiran de la izquierda ni por
los que tiran de la derecha. Y dice su afortunada
frase final. Digo que la frase es afortunada porque
justo resultó ser la última que dijo. Lo que estaba
en la plaza en ese momento no era el “pueblo”,
sino un adecuado rejunte que apresuradamente
había hecho el sindicalismo. No importa: un político,
si junta más de cincuenta personas, ya cree
que le habla al “pueblo”. Y la frase de Perón, muy
conocida, es la de la “más maravillosa música” que
lleva en sus oídos, “la palabra del pueblo argentino”.
Para el peronista-bobo como para el izquierdista-
bobo, esos dos dircursos son pruebas de verdad.
La cosa funciona así: si Perón dijo en
de Comercio que no era enemigo del capital sino
su verdadero amigo, Perón era un representante de
los intereses de la burguesía y punto. El problema
es que Perón no dejó cosa por decir. Porque, si de
citar discursos se trata, si quieren ustedes un discurso
anticapitalista de Perón, hay a patadas. Lean el
del 1º de mayo de 1952, desde el balcón de la
Casa Rosada: “Que nadie se engañe”. Aclaración:
cada vez que un político dice esto (Que nadie se
engañe) no lo duden: el que está engañando es él.
¡Todavía hoy usan ese viejo modismo! Volvamos:
“Que nadie se engañe: la economía capitalista no
tiene nada que hacer en nuestro país. Sus reductos
todavía en pie serán objeto de implacable destrucción
(...) por una natural evolución de nuestro sistema
económico, los trabajadores adquirirán progresivamente
la propiedad directa de los bienes
capitales de la producción, del comercio y de la
industria”. Tiembla, Lenin. ¿Quién dijo que Perón
era el verdadero amigo del capital? A párrafo seguido,
el general añade su genialidad para el matiz,
para abrirle la puerta a la contradicción del día
siguiente: “Pero el proceso evolucionista será lento
y paulatino”. Pero el peronista-bobo no cita esa
parte. Interrumpe en “de la industria”. A su vez, el
izquierdista-bobo, el que cree que el discurso en la
Bolsa de Comercio lo aclara todo, no siguió leyendo
el famoso discurso. Y otros –los hay a montones–
que aclaran la cuestión, o especifican qué
pensaba Perón sobre el tema: “Es menestar discriminar
claramente lo que es el capitalismo internacional
de los grandes consorcios de explotación
foránea (para tener en cuenta: ningún presidente
de este país usó tanto la palabra “foráneo” como
Perón, JPF), y lo que es el capital patrimonial de la
industria y el comercio. Nosotros hemos defendido
a estos últimos, y atacado sin cuartel y sin tregua
a los primeros”. En el de
decía: “Se ha dicho, señores, que soy un enemigo
de los capitales y si ustedes observan lo que les
acabo de decir no encontrarán ningún defensor,
diríamos, más decidido que yo, porque sé que la
defensa de los intereses de los hombres de negocios,
de los industriales, de los comerciantes, es la
defensa misma del Estado” (Perón, Discurso en la
Bolsa de Comercio, 25 de agosto de 1944. Está en
varias partes, pero se puede encontrar en: Carlos
Altamirano, Bajo el signo de las masas (1943-1973),
Ariel Historia, Buenos Aires, 2001, p. 135). Bien,
seamos francos: ¿alguien cree que Perón les iba a
decir algo distinto a los empresarios de
Comercio? No habría sido Perón, quien siempre
supo muy bien qué auditorio tenía enfrente. Además,
¡el Discurso es del 25 de agosto de 1944! (Es
hora de volver un poco a los signos de los viejos
libros. A ver si nos sacudimos la modorra, el letargo
intelectual que abruma a este país. Si la pasión
por las ideas se nos mete por algún lado. No es por
“antiguo” que el Facundo de Sarmiento está lleno
de signos de admiración. Es porque el sanjuanino
se desbordaba, tenía un país por hacer y lo iba a
hacer entre grandes pasiones: la literatura, el ensayo,
los discursos, las matanzas, las decapitaciones y
las escuelas. De modo que seamos escritores de la
vanguardia y escribamos: “¡El Discurso es del 25
de agosto de 1944!”.) Uso, además, los signos de
admiración porque me admira la necedad de las
interpretaciones que se le han dado. Perón, en
1944, si les decía a los tipos de
que iba a redactar el Estatuto del Peón, que iba
a dar vacaciones pagas, abogados sindicales, o lo
peor, la pesadilla de los empresarios: que iba a
aumentar en un 33% la participación de la clase
obrera en el ingreso nacional, no había elecciones en
febrero de 1946. ¿Se entiende esto? Sé que el
izquierdista-bobo seguirá diciendo (no sé si todavía
hoy, tendría que ser extremadamente bobo) que
no hizo la reforma agraria, que mantuvo la estructura
capitalista del país y que la clase hegemónica
del frente del ’45 fue la burguesía. Bien, cualquiera
puede decir lo que se le antoje. Pero no creo que
un Marx –hoy– se mostrara tan inhábil, tan intelectualmente
tosco. De aquí que he otorgado –lo
confieso– a muchos izquierdistas-bobos el mote de
“marxotos”. Y a muchos peronistas-bobos el de
“peronachos”. Aclaro lo de “marxotos” porque
cierta vez un importante escritor había sido informado
acerca de mi habitualidad (basada, aclaro, en
un buen conocimiento de Marx) de llamar “marxotos”
a los que ofendían con sus boberías al gran
hombre de Tréveris, al genio del Manifiesto y de
los Gründrisse. Lamento su enojo. No lo nombro
porque ya he nombrado a su hermano. Pero es
paradójico admirar a una persona que nunca ha
tenido un gesto de acercamiento con uno. Como
sea, el tema del amor no correspondido ha alimentado
al melodrama literario y cinematográfico largamente.
Debe tener sus fundamentos en la realidad.
Éste es sólo un caso más. En suma, no es sensato
centralizar la reflexión acerca del peronismo
en los discursos de Perón. Menos aún transformarlos
en fetiches. En lugares comunes de la discusión.
Lugares comunes que son obliterantes porque
impiden seguir pensando. Si uno cree que con
el Discurso de
peronismo, allá él. Si otro cree que el discurso postrero
que da Perón el 12 de junio lo libra –por
poner una sola cuestión– de haber puesto a Alberto
Villar, un profesional de la contrainsurgencia formado
por los paras de Argelia y los comandos de la
Escuela de las Américas, al frente de
Federal, fingiendo ignorar que ese tipo era un
“mata-zurdos”, un paranoico, un represor sádico y
sanguinario, allá él. Los dos cubren con las palabras
de un discurso cuestiones sobre las que hay que
pensar seriamente. Además, un discurso de Perón
es un discurso de Perón. Por decirlo sin vueltas: no
hay discurso de Perón que no encuentre en algún otro
su contracara. Esta era, por lo demás, la concepción
que Perón tenía del “movimiento” peronista. En
un movimiento como el peronista en cuanto a ideología
tiene que haber de todo, célebremente dijo. No
lo dijo una, lo dijo varias veces. Si hay de todo,
Perón deberá elegir un discurso para cada uno de
esos actores sociales y políticos. Así se manejó el
Padre Eterno. Hasta que tuvo que bajar del Cielo a
que lo esperaba en Ezeiza.
POLÍTICA Y ECONOMÍA /
ECONOMÍA Y POLÍTICA
Sobre la economía peronista creo honesto decirles
que consulten los notables fascículos que está
sacando Página/12 sobre Historia de la economía
argentina del siglo XX. Ahí están Alfredo Zaiat y el
laborioso Mario Rapoport, que, además, tiene una
Historia económica, política y social de
(1880-2003) de más de mil páginas que publicó
Emecé. Si alguien se quiere ahorrar esos pesos (es,
como sea, una inversión cultural necesaria) puede
remitirse a los fascículos de Página, sobre todo los
dedicados a la economía peronista que son espléndidos.
No me desligo de las cuestiones económicas,
pero siempre advierto que mis análisis tienden
hacia la filosofía política. Con todo, un tipo que se
formó en los sesenta cuando Althusser y los suyos
decían que la economía era la determinante “en
última instancia” de toda estructura, no dejará
jamás de lado esa disciplina. Perón, por otra parte,
tenía una frase que hablaba de su visión dura, materialista
y probablemente cierta de la condición
humana: “La víscera más sensible del hombre es el
bolsillo”. Admitamos que tal vez no sea la más sensible,
pero si un tipo no tiene para comer será
improbable que pueda leer a Proust o escuchar una
sinfonía de Mahler. Ni para Charly García en una
mala noche le da.
Pensemos lo siguiente: así como durante los
noventa (con Menem) se produce una subordinación
de la política a la economía, Perón (siempre)
va a subordinar la economía a la política. Para
Perón, la economía sólo existe en tanto es orientada
por un proyecto político nacional. Si hay política,
hay economía. Si no hay política, la que se adueña
de todo es la economía. Y como la economía la
dominan los países centrales, las metrópolis, son
ellos los que se adueñan del país cuando el país
carece de un proyecto político que los enfrente.
¿Qué requiere un proyecto político que haga de la
economía uno de sus resortes, pero no su fundamento?
Requiere un Estado fuerte. Un Estado que
no se someta a los arbitrios de las empresas. Si
gobiernan las empresas, gobierna el “libre” mercado.
No hay mercado libre. El mercado es de los oligopolios.
El mercado no distribuye, concentra. Si el
poder insiste tanto con la libertad de mercado es
porque sabe que ésa es la libertad de las empresas.
La palabra “libertad” (salvo en la genial concepción
II
sartreana, en su filosofía, que le arrebata ese primordial,
fértil concepto a la derecha) es una palabra
de la derecha, pero de la derecha económica. La
derecha política no concede la “libertad”. Habla de
la democracia, pero siempre que ésta ha interferido
en sus negocios la ha negado. Hoy esa derecha se
enmascara. Pero sabe que sus intereses son los de
los Estados Unidos. Siempre va a optar, por ejemplo,
por el ALCA y no por el Mercosur. Con el
ALCA se impone el imperio. Con el Mercosur se
unen los países debiles, a los que esa derecha no
quiere unidos. El ALCA es el libremercado. Por eso
la derecha lo defiende. Si el mercado es libre es de
la derecha. Es del verdadero poder. Ataca, entonces,
al Mercosur. El Mercosur implica llevar a primer
plano la política: unidad de los países de América
Latina. Un mercado común latinoamericano. Eso
es intervencionismo, para la derecha. Lo es: es la
política frenando la voracidad de la economía
imperial. Los países de América Latina no dominan
sus propias economías. Esas economías están en
manos de una oligarquía agraria y de un empresariado
no nacional sino supranacional, ligado por
completo a intereses externos. El poder, en América
Latina, no lo tienen los gobiernos. Lo tienen los
grupos económicos. De aquí que resulte gracioso (y
un poco irritante tal vez) que algunos periodistas
jueguen a que enfrentan al “poder” cuando critican
al gobierno de turno, más aún si ese gobierno se
juega en la política de derechos humanos y amenaza
con algunos gestos de proteccionismo, estatalismo
y distribución de la renta. Que el diario La
Nación diga que está “en la oposición” se puede
entender. Pero, ¿en la oposición a qué está? Algunos
de sus periodistas y otros medios del establishment
que carecen por completo de cierta elegancia
que
“al poder”. ¿Cómo va a estar opuesta al poder
que representa está el poder?
el poder, enfrenta a un gobierno. Ese gobierno
tiene que manejarse con enorme cautela y –si se
atreve– desnudar ese malentendido. No hay periodista
en
“llamadas” del gobierno de Kirchner. Es posible.
Acaso se haya llegado a esa torpeza. Pero se
equivocan o mienten (o no entienden nada y dicen
cualquier cosa, o sea, lo que les conviene) cuando
se victimizan diciendo que han recibido llamadas
“del poder”. No, ustedes, si las recibieron, recibieron
llamadas de un gobierno. El poder está en los
diarios en los cuales muchos de ustedes trabajan. El
amable y democrático periodista de
el que uno se encuentra y conversa civilizadamente
debe tener en claro que el poder es él. Lo es en
tanto esté en ese diario. Página/12, medio al que
tanto se le reprocha su acercamiento al gobierno,
ahora, de Cristina F, no representa al poder, a lo
sumo está de acuerdo con un gobierno. Después hay
otros poderes. Hay miles de poderes. El sindical. El
de
los medios. El de los intelectuales. El de las patotas
de todo tipo, etc. Pero el poder, el poder concentrado,
el que está en línea directa con los Estados
Unidos, con las grandes empresas imperialistas (sí:
escribí esa extraña palabra que usted leyó, “imperialista”),
es uno solo: el del empresariado, el de la
Unión Industrial, el de IDEA, el de
Rural y el de su diario de toda la vida,
que, según todos saben, fue fundado por Bartolomé
Mitre, que seguramente habría hecho malas
migas con el Menem de la etapa “caudillesca”, el
Menem-Facundo Quiroga, y muy buenas migas,
muy buenos negocios, con el Menem de la etapa
libremercadista, neoliberal. Ese poder, ahora, está a
la espera. Negocia, critica, no critica. Sabe que no
tiene validación política alguna. Algo que nunca le
importó porque siempre esa validación le vino por
el lado del Ejército Argentino. Si Georgie Borges
decía que la democracia era un vicio de la estadística,
lo decía porque así lo creía, por gorila y por
saber que su clase jamás habría de llegar al gobierno
por métodos democráticos. Hoy, esos sectores de la
derecha neoliberal no tienen Ejército. No tienen
tampoco quién los represente políticamente, ya que
la oposición a este gobierno es inexistente, salvo en
el caso de Macri, quien, en efecto, representa al
poder neoliberal. Ese poder cuya piel se erizó cuando
Cristina F dijo que no se convertirá en gendarme
de su rentabilidad. ¿Cómo se atreve? Eso es
peronismo del viejo cuño. Generar poder desde la
política. No subordinar el Estado al poder tradicional.
Eso hizo Perón y por eso todavía el peronismo
tiene resto.
LOS PAÍSES POBRES NO TIENEN
ECONOMÍA,
TIENE A ELLOS
No reniego de lo que escribí en el pasado. Mi
historia intelectual no empieza a partir de un año
que yo determino aunque haya escrito montones
de páginas antes. Hay libros que forman parte de la
historia de uno, ya no son uno, ya no lo representan.
O por decirlo con más claridad: no representan
tal vez lo que uno piensa hoy, pero representan
lo que uno ha pensado y ha sido. Con todo, hay
certezas del pasado que perduran. En octubre de
1972 salía el número 7 de la revista Envido, “Revista
de política y ciencias sociales”, y en la tapa llevaba
un título que decía: Perón vuelve. “Ustedes están
locos”, nos decían. A veces, en lugar de locos, nos
decían en pedo. Pero era lo mismo: nosotros entendíamos.
¿Qué quería decir eso? Que nadie sabía si
Perón regresaba o no. El régimen lo decía que no.
Lanusse decía que no le daba el cuero. Nadie se
jugaba por nada. Todos eran la cautela misma.
Nosotros pusimos: “Perón vuelve”. En la tapa, bien
grande. Era una imprudencia o, sin más, una locura.
(Nota: Envido, que dirigió Arturo Armada, fue
la revista teórica de
dejó de salir, para mí, en mayo de 1973, aunque
hubo un número posterior hacia fines de ese año.
Este número ya no nos nucleaba a todos. Fue fruto
de ingratas, terriblemente fogosas discusiones que
tuvimos. Montoneros pidió la revista y algunos nos
opusimos a regalársela. “Si se la quieren ganar que
se la ganen desde adentro”, dijo Miguel Hurst,
“Que pongan a alguien en el Consejo de Redacción”.
Discutíamos con tanto alboroto que cierta
vez Jorge Luis Bernetti dijo: “¡Esta es la peor reunión
de JP en la que estuve!” Pero fue Carlos Gil,
del Consejo de Redacción, el que graficó todo de
un modo, para mí, memorable. Pidió silencio.
Milagrosamente lo obtuvo y entonces dijo: “Esto es
puterío”.) En ese número de Envido salía una larga
nota mía. Uno de sus títulos decía: “Los países
dependientes no tienen otra posibilidad que la política”.
Si ustedes se bancan la palabra defenestrada
por la academia de los ’80, la palabra dependencia,
les aseguro que suscribo todavía hoy esa afirmación.
Y cito: “Dijimos que en los países dependientes la
región política era dominante. Y esto se debe, en lo
esencial, a que son países pobres, económicamente
débiles. Pero no son dependientes porque son
pobres, sino al revés. Y esta dependencia les ha sido
impuesta por las naciones imperialistas, quienes han
realizado su política de dominación con la más poderosa
de sus armas: la economía. ¿Por qué el librecomercio
de Smith y Ricardo? ¿Por qué esa confianza
en la mano invisible, en las leyes objetivas de los
procesos? Porque ahí ganaban ellos, los dueños de
la economía. Lo dice Canning cuando festeja la
liberación de Hispanoamérica: “Si llevamos bien
los negocios es nuestra”. Nada de cañonazos ni soldados,
la economía se encargará de la política de
dominación (...) ¿Qué les queda a los países dependientes?
Solamente la política (...) Sólo quienes
poseen la economía pueden hacer de ella su arma
de combate y confiarle sus proyectos políticos. Pero
los pueblos sometidos no tienen economía, la economía
los tiene a ellos” (JPF, “Sobre el peronismo y sus intérpretes”,
revista Envido, octubre de 1972, N° 7, pp.
30/31. Algunas bastardillas son de entonces. Otras
las añadí ahora).
Jamás renegaría de esa frase. La escribí hace
treinta años. La encuentro saludable y útil todavía.
Los pueblos sometidos no tienen economía, la economía
los tiene a ellos. No es que un país pobre, un
país del Tercer Mundo o un país del Mercosur no
tenga economía. La tiene. Mas la economía que
tiene es la economía del dominador. La economía
que tiene es el instrumento por medio del cual el
dominador ejerce su dominación. La economía que
tienen los tiene, los sujeta, los aprisiona. La economía
del dominador tiene la economía de los países
subalternos. Esta tenencia se ejercita por medio del
poder interno de esos países, cuyos intereses son
aliados de los intereses del dominador. Los grupos
más concentrados del poder de nuestro país quieren
el ALCA porque quieren seguir los lineamientos
que dicta la potencia hegemónica de la región,
que es, desde luego, Estados Unidos. Morales Solá,
que es un periodista coherente y que expresa con
claridad lo que piensa y los intereses que representa,
jamás apoyaría el Mercosur. Su diario es un aliado
central de la política exterior de Estados Unidos
en América Latina. Lo es también ese señor de la
sonrisa un poco boba pero que también puede leerse
como burlona, esa sonrisa que te dice: “Nunca
serán libres, idiotas. Serán patio trasero y aditamento
más o menos digno de la gran potencia del
Norte hasta que se pudran como podrida está una
manzana cuando los gusanos han hecho de ella su
cómoda vivienda”. Ese Oppenheimer, sí. Esos tipos
están bancados por el Imperio. ¿Qué dicen todo el
tiempo? Dicen: “Libremercado y democracia”. Lo
de la democracia es una farsa porque se han burlado
de la democracia impunemente siempre que lo
han querido hacer. Pero lo del libremercado, ¡ése es
el mensaje del señor Oppenheimer! Abran sus
puertas, déjennos entrar, es el modo en que entrarán
a la supramodernidad imperial siglo XXI. ¿Para
qué el Mercosur? Esa es una idea del siglo XIX que
costó la vida de Sucre y Bolívar y que ahora impulsa
ese histriónico de Hugo Chávez, a quien ya le
hicimos un golpe y no bien tengamos una brecha le
haremos otro. En suma, quieren entrar con la economía
porque la economía sigue siendo su principal
arma de dominación. El verdadero poder de la
Argentina lo sabe. Si Estados Unidos entra, entra
para darles poder a ellos. Para ejercer la dominación
económica vehiculizada por medio de sus
socios locales, que son sus socios supranacionales,
dado que no existe una “burguesía nacional”. Eso
murió. La globalización globaliza el poder de la
economía y lo disemina por el mundo. De aquí
que la consigna que comento tenga todavía fuerza
de respuesta antiglobalización: queremos que nuestra
economía sea nuestra.
Pero si no se afirma en una política que pueda
enfrentar –en lo posible desde el Estado y la movilización
de las masas, del contrapoder, de la multitud,
de lo que quieran pero de alguna forma de
participación popular que haga del pueblo el sujeto
de la política– los resortes de la economía que el
poder maneja ocurrirá lo que ocurrió en la década
del noventa. El Estado es sometido a desguace, se
lo desmonta o, si quieren, se lo deconstruye (de
donde vemos qué bien le viene el posmodernismo
a la fragmentación que propone el mercado y a la
aniquilación del Estado en tanto elemento totalizador
o totalitario, marxista y dialéctico) y nada
queda para enfrentar el asalto de la economía al
poder. No hubo política en los noventa. La política
se hizo por medio de la economía. La política
la hicieron los grupos de poder. El Estado se la
entregó. Las clases sociales admitieron la marginación,
la exclusión de inmensos contingentes de
ciudadanos y vivieron la euforia del “uno-uno”.
Denle un dólar barato al argentimedio y votará a
Belcebú. Denle poder adquisitivo y comprará
mercancías a destajo, y le vendrá el pánico porque
tiene mucho y no hay Estado. Con lo cual le pedirá
al Estado que le asegure lo que tiene. Pero lo
que tiene lo tiene porque no hubo Estado. O porque
las mafias se apoderaron de sus resortes. Pedi-
III
rá seguridad a cualquier precio. Se sentirá
interpretado por la frase de Ruckauf: “Hay
que meter bala”. Que lo pone a Rico al frente
de
para hacer un país.
PRIMER PERONISMO
Reconózcamosle al primer Perón el intento
de hacer política. Fortalecimiento del Estado.
El Estado se fortalece por la movilidad social
de los migrantes. El Estado redistribuye el
ingreso en beneficio de ellos. Les da sindicatos
y tiene poder frente a la oligarquía. Va creando
una clase burguesa industrial por medio del
acceso al crédito. La pequeña industria vive del
crédito y del apoyo estatal. Perón hizo lo
siguiente: nacionalizó el Banco Central y los
depósitos bancarios. Le dio un sentido al ahorro
interno. Valía la pena ahorrar. ¿Qué era el
Banco Central? Servía a los intereses de la
banca particular e internacional. Controlaba
los cambios y el crédito bancario y decidía la
política monetaria. Esto –y he aquí lo grave–
se hacía con total indiferencia por las políticas
que el país debía desarrollar para su beneficio.
La canalización del crédito no es económica, es
ideológica. Responde a un proyecto. O yo le doy
un crédito a una empresa que responde a la
banca particular e internacional. O se lo doy a
un pequeño agricultor. A un pequeño industrial
de Avellaneda o Munro. Y a ese agricultor
y a ese pequeño industrial no se le pide nada en
garantía. El Estado invierte en él. No quiere
ganar plata con él. Sabe que ganará soberanía.
Voy a contar un episodio de una gran película
del nacionalismo norteamericano. Esos tipos
podrán gustarnos o no. Pero nadie les negará
que hicieron un país poderoso. Bien, Fredric
March vuelve de la guerra (la segunda) y consigue
un empleo en un Banco. Viene un
pequeño agricultor a pedir un crédito. (No se
pierdan esto. Les aseguro que vale la pena.)
March le quiere dar el crédito. El tipo tiene
una cara de honesto que conmueve. Sólo
necesita un crédito del Banco para comprar
instrumentos de labranza. March (recordemos:
acaba de llegar de la guerra) le dice que el
crédito es de él. Y le pregunta: “¿Qué garantía
tiene usted para cubrir este crédito?”. El
pequeño agricultor se sorprende. “Nada, no
tengo ninguna garantía. Mi trabajo nada más.
Por eso vengo al Banco. Si tuviera garantía
tendría dinero y no lo tengo. Sólo tengo mi
trabajo.” “Espéreme aquí”, le dice March. Va
a hablar con el Gerente. No, dice el Gerente,
si no ofrece una buena garantía, no hay crédito.
March regresa y le dice al pequeño agricultor
que no le puede dar el crédito. El tipo se
va. March sigue en el Banco y se desempeña
muy bien. Como ha sido héroe de guerra y
ahora es tan eficiente banquero, el Banco hace
una cena en su honor. March asiste bastante
borracho, bastante furioso. Le llega el momento
de hablar. Dice que les va a contar un episodio
de la guerra. “Teníamos que tomar una
colina que dominaban los alemanes. Nuestro
teniente ordenó: ‘Vayan, tómenla’. Entonces
yo pregunté: ‘Teniente, ¿qué garantía tenemos
de tomar esa colina?’ El teniente se sorprendió:
‘Ninguna’, dijo. ‘Pero tienen que tomarla.’
‘Ah, no’, dije yo. ‘Tenemos que tener una
garantía. Si no, nos pueden matar. Y no queremos
que nos maten.’ Y no pudieron darnos
ninguna garantía. Entonces no tomamos la
colina. ¿Y saben qué? Perdimos la guerra.”
Este es el nacionalismo norteamericano. Lo
que les niegan a los otros países ellos lo ejercen
puertas adentro. March llama al pequeño
labrador y le da el crédito. La película, la célebre,
gran película se llama Los mejores años de
nuestras vidas y está dirigida por el gran William
Wyler.
El Estado, entonces, tiene que jugarse por
los pequeños productores, por las fábricas que
surgen, por los que piden para invertir en el
país y dar trabajo a su gente. Eso hizo Perón.
(Si hoy no se puede hacer estamos liquidados
y tal vez lo estemos.) El 25 de mayo de 1946,
por decreto-ley Nº 8503 se nacionaliza el
Banco Central. La banca privada no puede
manejar el crédito. En el Boletín Oficial del 5
de abril de ese año se dice: “El interés privado
no constituye una garantía de coincidencia
con las necesidades del interés general”. La
nacionalización de los depósitos bancarios se
produce el 24 de abril de 1946. Es el decretoley
N° 11.554.
El otro elemento fundamental de la economía
del primer peronismo es el IAPI (Instituto
Argentino Promotor del Intercambio).
Para los antiperonistas y la propaganda de la
“Libertadora”, el IAPI fue una cueva de
ladrones. Como si ellos no hubieran robado.
Se apropiaron del país simplemente. Se lo
apropiaron desde 1852 en adelante. ¿Esto
significa que era de ellos? Lo construyeron de
acuerdo con los intereses de Gran Bretaña y
para los beneficios de la pampa húmeda,
clase ociosa, improductiva, desagradable,
petulante, con profesoras francesas, racista,
con odio al negro y al indio, al que masacraron.
¿Quién puede dudar de que hubo
corrupción en el IAPI? Los funcionarios del
peronismo por primera vez arañaban el
poder. Sabían, por la larga experiencia de los
conservadores, que el poder era propiedad de
quien a él llegara. Y sí: afanaron. Pero el sentido
del IAPI igual se mantuvo. Fue la nacionalización
del comercio exterior. ¡Una injuria!
Le quitaron a la oligarquía de la bosta la
potestad de negociar directamente con el
comprador externo. El IAPI llega a cubrir el
75 por ciento de las expotaciones argentinas.
Y lo que recauda no es para el agro, es para la
industria. Buena parte de la historia económica
de
de ganancias del agro a la industria o de
la industria al agro. Veremos, con
al ministro de Hacienda, Eugenio
Blanco, propulsar, con emoción agraria, el
regreso de la industria al campo, que siempre
fue el fundamento de la riqueza nacional. La
patria de nuestros padres y abuelos. Los de
ellos. Y unir nuestros destinos al Fondo
Monetario Internacional. Gran medida de la
Libertadora. Con el IAPI se derrota a los
poderosos trust cerealeros. Como Bunge y
Born y Dreyfus. El IAPI deriva sus exorbitantes
ganancias a los sectores de la economía
que más le interesa dinamizar. Estamos
siguiendo aquí un libro excepcional de un
militante comunista: Juan Carlos Esteban:
Imperialismo y desarrollo económico, Editorial
Palestra, Buenos aires, 1961. Se trata de un
libro escrito por un no peronista pero no por
un gorila, ni mucho menos. Búsquenlo.
Debe estar en alguna parte. Si lo consiguen
hay que reeditarlo. No olvidemos la decadencia
turbia, triste de los tiempos. Gambini al
lado de Esteban es Paulo Coelho (¿se llama
así este tipo?) hablando de la economía de un
país del patio trasero del Imperio. Claro,
Gambini es un periodista ultragorila que
sigue la línea de Mary Main (La mujer del
látigo): “Digamos del peronismo lo que sólo
dicen los gorilas”. En tanto Juan Carlos Esteban
es un notable ensayista. Bué, no importa.
El IAPI opone al comprador multinacional,
que es Uno, un vendedor único.
Incidencia del IAPI en las exportaciones:
99% en 1949.
70,5% en 1950.
68,6% en 1951.
60,5% en 1952.
Y 70,4% en 1953.
¿Qué sentido político tenía este proceso?
El peronismo implica una clara transferencia
de recursos financieros, técnicos y humanos,
del sector agrario al sector industrial.
Aplica el poder financiero del Estado a la promoción
del sector industrial por dos motivos:
Primero) Porque era el el sector más dinámico
de la estructura económica y, en consecuencia,
el que más iba a contribuir a fortalecerla
y posibilitarle independencia ante cualquier
avance de la oligarquía ligada al agro, la
más poderosa en ese entonces, los verdaderos
enemigos del peronismo.
Segundo) Porque una dinámica política de
industrialización forzosamente movilizaba
hacia el sector industrial a la mayoría de la
población trabajadora, consiguendo, de este
modo restarle bases de sustentación social al
poder de los terratenientes. Esta política más el
importante Estatuto del Peón fue todo lo que
se arrimó el peronismo a una refomra agraria
que no hizo, que no podía hacer. Y que es un
disparate teórico exigirle que la haya hecho.
(Volveremos sobre esto.)
“El peón de campo (supo decir Perón) ha
estado sujeto a la omnímoda voluntad del
dueño del establecimiento. El patrón supo
reeditar todos los privilegios del feudalismo
medieval pero tuvo la habilidad de eludir los
compromisos que el señor estaba obligado a
guardar con sus mesnadas. La técnica industrial
enseñó a nuestros feudales del siglo XX
que podían servirse a su antojo del peón y su
familia con sólo pagarle un salario al término
de la quincena o del mes. No importaba la
cuantía del salario con tal que alcanzara el
límite justo que le impidiera morir de hambre”
(Juan Perón, La reforma social, Buenos Aires,
1948).
En suma:
1º - Estatuto del Peón.
2º - Nacionalización bancaria.
3º - IAPI.
4º - Acumulación del capital en la industria.
Vienen luego los grandes renuncios que se
le reprochan al peronismo. El pedido del crédito
extranjero. Para colmo, Perón, en una de
esas compadradas a las que tan afecto siempre
habrá de ser, había dicho que se cortaría un
brazo antes de pedir un crédito al exterior.
¿Ustedes lo vieron baldado? Ni por asomo. Lo
de las manos fue cuando estaba plácido en su
tumba y vaya a saber qué sentido tuvo esa
indudable injuria necrofílica. Pero no se cortó
el brazo y pidió créditos al exterior. Se lo
reclamaba el Plan Económico del ’52. Que
era un plan de crisis. Pero Juan Carlos Esteban
–a quien aconsejo creerle más que a
todos– escribe: “El crecimiento del capital
extranjero en
es de 282 millones de dólares, a valores
corrientes, cifra exigua que no llega a representar
un aumento del 20 por ciento sobre el
capital existente en 1949. En general se produce
este crecimiento partiendo de las grandes
dificultades económicas de 1952 que
paralizan las nacionalizaciones y hacen que el
sector conciliador de la burguesía nacional gane
posiciones en el gobierno peronista” (Nota: Juan
Carlos Esteban, Ibid., p. 83). Se sanciona
entonces la maldecida –por el antiperonismo–
ley N° 14222 de radicación de capitales. Es
de 1953. ¡Si habré escuchado esgrimir esta ley
como la prueba de oro del cipayismo de
Perón! Como el abandono de sus banderas
proteccionistas.
prueba de la infamia. Veamos. La ley establece
límites a la remisión de utilidades. “Por
primera vez (escribe Esteban, que era, lo
recuerdo, comunista, aunque ignoro cómo
habrá podido llegar a serlo en este país y ver
la economía del peronismo con la ausencia
total de gorilaje con que logra concebirla) un
gobierno argentino ataca justamente en sus
bases a la penetración imperialista al regular y
reducir la salida de utilidades. Debe quedar
bien en claro que no es lo mismo la reinversión
que la remesa de beneficios. Este es el
rasgo típico, genuino, el objetivo final del
capital financiero.” Y cita luego un informe
de
uniformes impuestos a las repatriaciones por
la ley
Los elementos fundamentales para la elaboración
de este breve esbozo de la economía
peronista están tomados de mi libro El peronismo
y la primacía de la política, de 1974, y,
obviamente, del libro de Juan Carlos Esteban.
A él corresponden los mejores señalamientos.
Si los hubo, ya que sospecho que
Perón ha quedado demasiado bien parado en
este análisis. Con todo, quedará todavía mejor
parado cuando analicemos la vileza antipopular
y vengativa del plan económico de la
Libertadora.