lunes, 18 de agosto de 2008

FILOSOFIA POLÍTICA DEL PERONISMO - CLASE11 .- José P. Feinmann


Peronismo

José Pablo Feinmann

Filosofía política del Peronismo

Página/12

11

Discurso en la Bolsa de Comercio



Hay un célebre discurso que Perón

da en la Bolsa de Comercio. Es de

1946. ¡Lo que se ha discutido acerca

de este discurso! En él, Perón

afirma que no es enemigo del capital,

sino que se verá en el futuro que es su verdadero

amigo. Otros tiempos: se discutía si el peronismo

había sido anticapitalista o no. Se le cerraba la

boca a un militante de un barrio, por ejemplo,

hablándole de este discurso. Incluso me han dicho

que en cierto video sobre el peronismo Ismael

Viñas refuta la consigna de Cooke sobre el peronismo

como “hecho maldito del país burgués”

diciendo que es absurda porque el peronismo “es

burgués”. El peronismo integró a cierto sector de

la burguesía en el frente de 1945. ¿Quién podría

negar esto? ¿Quién podría negar y para qué a esta

altura de los tiempos que la economía peronista no

buscó romper con el capitalismo sino ejercer una

de sus modalidades? Lo dice una de las veinte verdades:

el peronismo busca “humanizar el capital”.

El que diga que no hizo tal cosa en su primer período

no quiere ver algo bastante claro, bastante evidente.

Al lado del capitalismo de estancia, del capitalismo

agrario y oligárquico que se venía ejerciendo

en un país sin inclusión social, el peronismo

inaugura un período de inclusión social ampliada.

A nadie se le podría ocurrir que eso era el socialismo.

Era imposible que lo fuera. Pero –en esa

etapa– era lo mejor que podía ocurrirles a los sectores

humildes. Si Ismael Viñas –desde el Estado

socialista en que eligió vivir, el de Israel, cuyo

gobierno ha sido un permanente aliado de ese otro

país socialista y antiburgués que es Estados Unidos–

no ve el papel in-integrable que jugó el peronismo

entre 1955 y 1973, jamás podrá entender la

frase de Cooke. Creo que no puede entender nada.

Pero la estructura de ese razonamiento sirvió para

atacar al peronismo desde la izquierda. En el curso

que di el año pasado sobre Qué es el peronismo,

alguien levanta la mano y, como si yo fuera un

perverso que voy a dejar de lado algo fundamental,

pregunta: “¿Usted va a hablar del Discurso en la

Bolsa de Comercio?” Creo que se trata de fetiches.

Porque cuando estaba terminando la exposición

acerca del Perón del ’73 y del ’74, que era bastante

crítica, bastante dura, un peronista levanta su

imprescindible manito y pregunta: “¿Usted va a

decir algo del Discurso del 12 de junio?” Es ese

discurso, el último que dio un Perón ya moribundo,

con López Rega e Isabel a sus flancos, en que el

líder, que había demostrado que no podía “conducir

el desorden” (¡todavía no hice una exposición

de conducción política!), afirma que no se va a dejar

influir ni por los que tiran de la izquierda ni por

los que tiran de la derecha. Y dice su afortunada

frase final. Digo que la frase es afortunada porque

justo resultó ser la última que dijo. Lo que estaba

en la plaza en ese momento no era el “pueblo”,

sino un adecuado rejunte que apresuradamente

había hecho el sindicalismo. No importa: un político,

si junta más de cincuenta personas, ya cree

que le habla al “pueblo”. Y la frase de Perón, muy

conocida, es la de la “más maravillosa música” que

lleva en sus oídos, “la palabra del pueblo argentino”.

Para el peronista-bobo como para el izquierdista-

bobo, esos dos dircursos son pruebas de verdad.

La cosa funciona así: si Perón dijo en la Bolsa

de Comercio que no era enemigo del capital sino

su verdadero amigo, Perón era un representante de

los intereses de la burguesía y punto. El problema

es que Perón no dejó cosa por decir. Porque, si de

citar discursos se trata, si quieren ustedes un discurso

anticapitalista de Perón, hay a patadas. Lean el

del 1º de mayo de 1952, desde el balcón de la

Casa Rosada: “Que nadie se engañe”. Aclaración:

cada vez que un político dice esto (Que nadie se

engañe) no lo duden: el que está engañando es él.

¡Todavía hoy usan ese viejo modismo! Volvamos:

“Que nadie se engañe: la economía capitalista no

tiene nada que hacer en nuestro país. Sus reductos

todavía en pie serán objeto de implacable destrucción

(...) por una natural evolución de nuestro sistema

económico, los trabajadores adquirirán progresivamente

la propiedad directa de los bienes

capitales de la producción, del comercio y de la

industria”. Tiembla, Lenin. ¿Quién dijo que Perón

era el verdadero amigo del capital? A párrafo seguido,

el general añade su genialidad para el matiz,

para abrirle la puerta a la contradicción del día

siguiente: “Pero el proceso evolucionista será lento

y paulatino”. Pero el peronista-bobo no cita esa

parte. Interrumpe en “de la industria”. A su vez, el

izquierdista-bobo, el que cree que el discurso en la

Bolsa de Comercio lo aclara todo, no siguió leyendo

el famoso discurso. Y otros –los hay a montones–

que aclaran la cuestión, o especifican qué

pensaba Perón sobre el tema: “Es menestar discriminar

claramente lo que es el capitalismo internacional

de los grandes consorcios de explotación

foránea (para tener en cuenta: ningún presidente

de este país usó tanto la palabra “foráneo” como

Perón, JPF), y lo que es el capital patrimonial de la

industria y el comercio. Nosotros hemos defendido

a estos últimos, y atacado sin cuartel y sin tregua

a los primeros”. En el de la Bolsa de Comercio

decía: “Se ha dicho, señores, que soy un enemigo

de los capitales y si ustedes observan lo que les

acabo de decir no encontrarán ningún defensor,

diríamos, más decidido que yo, porque sé que la

defensa de los intereses de los hombres de negocios,

de los industriales, de los comerciantes, es la

defensa misma del Estado” (Perón, Discurso en la

Bolsa de Comercio, 25 de agosto de 1944. Está en

varias partes, pero se puede encontrar en: Carlos

Altamirano, Bajo el signo de las masas (1943-1973),

Ariel Historia, Buenos Aires, 2001, p. 135). Bien,

seamos francos: ¿alguien cree que Perón les iba a

decir algo distinto a los empresarios de la Bolsa de

Comercio? No habría sido Perón, quien siempre

supo muy bien qué auditorio tenía enfrente. Además,

¡el Discurso es del 25 de agosto de 1944! (Es

hora de volver un poco a los signos de los viejos

libros. A ver si nos sacudimos la modorra, el letargo

intelectual que abruma a este país. Si la pasión

por las ideas se nos mete por algún lado. No es por

“antiguo” que el Facundo de Sarmiento está lleno

de signos de admiración. Es porque el sanjuanino

se desbordaba, tenía un país por hacer y lo iba a

hacer entre grandes pasiones: la literatura, el ensayo,

los discursos, las matanzas, las decapitaciones y

las escuelas. De modo que seamos escritores de la

vanguardia y escribamos: “¡El Discurso es del 25

de agosto de 1944!”.) Uso, además, los signos de

admiración porque me admira la necedad de las

interpretaciones que se le han dado. Perón, en

1944, si les decía a los tipos de la Bolsa de Comercio

que iba a redactar el Estatuto del Peón, que iba

a dar vacaciones pagas, abogados sindicales, o lo

peor, la pesadilla de los empresarios: que iba a

aumentar en un 33% la participación de la clase

obrera en el ingreso nacional, no había elecciones en

febrero de 1946. ¿Se entiende esto? Sé que el

izquierdista-bobo seguirá diciendo (no sé si todavía

hoy, tendría que ser extremadamente bobo) que

no hizo la reforma agraria, que mantuvo la estructura

capitalista del país y que la clase hegemónica

del frente del ’45 fue la burguesía. Bien, cualquiera

puede decir lo que se le antoje. Pero no creo que

un Marx –hoy– se mostrara tan inhábil, tan intelectualmente

tosco. De aquí que he otorgado –lo

confieso– a muchos izquierdistas-bobos el mote de

“marxotos”. Y a muchos peronistas-bobos el de

“peronachos”. Aclaro lo de “marxotos” porque

cierta vez un importante escritor había sido informado

acerca de mi habitualidad (basada, aclaro, en

un buen conocimiento de Marx) de llamar “marxotos”

a los que ofendían con sus boberías al gran

hombre de Tréveris, al genio del Manifiesto y de

los Gründrisse. Lamento su enojo. No lo nombro

porque ya he nombrado a su hermano. Pero es

paradójico admirar a una persona que nunca ha

tenido un gesto de acercamiento con uno. Como

sea, el tema del amor no correspondido ha alimentado

al melodrama literario y cinematográfico largamente.

Debe tener sus fundamentos en la realidad.

Éste es sólo un caso más. En suma, no es sensato

centralizar la reflexión acerca del peronismo

en los discursos de Perón. Menos aún transformarlos

en fetiches. En lugares comunes de la discusión.

Lugares comunes que son obliterantes porque

impiden seguir pensando. Si uno cree que con

el Discurso de la Bolsa de Comercio entendió al

peronismo, allá él. Si otro cree que el discurso postrero

que da Perón el 12 de junio lo libra –por

poner una sola cuestión– de haber puesto a Alberto

Villar, un profesional de la contrainsurgencia formado

por los paras de Argelia y los comandos de la

Escuela de las Américas, al frente de la Policía

Federal, fingiendo ignorar que ese tipo era un

“mata-zurdos”, un paranoico, un represor sádico y

sanguinario, allá él. Los dos cubren con las palabras

de un discurso cuestiones sobre las que hay que

pensar seriamente. Además, un discurso de Perón

es un discurso de Perón. Por decirlo sin vueltas: no

hay discurso de Perón que no encuentre en algún otro

su contracara. Esta era, por lo demás, la concepción

que Perón tenía del “movimiento” peronista. En

un movimiento como el peronista en cuanto a ideología

tiene que haber de todo, célebremente dijo. No

lo dijo una, lo dijo varias veces. Si hay de todo,

Perón deberá elegir un discurso para cada uno de

esos actores sociales y políticos. Así se manejó el

Padre Eterno. Hasta que tuvo que bajar del Cielo a

la Tierra. O más precisamente: del Cielo al Infierno,

que lo esperaba en Ezeiza.

POLÍTICA Y ECONOMÍA /

ECONOMÍA Y POLÍTICA

Sobre la economía peronista creo honesto decirles

que consulten los notables fascículos que está

sacando Página/12 sobre Historia de la economía

argentina del siglo XX. Ahí están Alfredo Zaiat y el

laborioso Mario Rapoport, que, además, tiene una

Historia económica, política y social de la Argentina

(1880-2003) de más de mil páginas que publicó

Emecé. Si alguien se quiere ahorrar esos pesos (es,

como sea, una inversión cultural necesaria) puede

remitirse a los fascículos de Página, sobre todo los

dedicados a la economía peronista que son espléndidos.

No me desligo de las cuestiones económicas,

pero siempre advierto que mis análisis tienden

hacia la filosofía política. Con todo, un tipo que se

formó en los sesenta cuando Althusser y los suyos

decían que la economía era la determinante “en

última instancia” de toda estructura, no dejará

jamás de lado esa disciplina. Perón, por otra parte,

tenía una frase que hablaba de su visión dura, materialista

y probablemente cierta de la condición

humana: “La víscera más sensible del hombre es el

bolsillo”. Admitamos que tal vez no sea la más sensible,

pero si un tipo no tiene para comer será

improbable que pueda leer a Proust o escuchar una

sinfonía de Mahler. Ni para Charly García en una

mala noche le da.

Pensemos lo siguiente: así como durante los

noventa (con Menem) se produce una subordinación

de la política a la economía, Perón (siempre)

va a subordinar la economía a la política. Para

Perón, la economía sólo existe en tanto es orientada

por un proyecto político nacional. Si hay política,

hay economía. Si no hay política, la que se adueña

de todo es la economía. Y como la economía la

dominan los países centrales, las metrópolis, son

ellos los que se adueñan del país cuando el país

carece de un proyecto político que los enfrente.

¿Qué requiere un proyecto político que haga de la

economía uno de sus resortes, pero no su fundamento?

Requiere un Estado fuerte. Un Estado que

no se someta a los arbitrios de las empresas. Si

gobiernan las empresas, gobierna el “libre” mercado.

No hay mercado libre. El mercado es de los oligopolios.

El mercado no distribuye, concentra. Si el

poder insiste tanto con la libertad de mercado es

porque sabe que ésa es la libertad de las empresas.

La palabra “libertad” (salvo en la genial concepción

II

sartreana, en su filosofía, que le arrebata ese primordial,

fértil concepto a la derecha) es una palabra

de la derecha, pero de la derecha económica. La

derecha política no concede la “libertad”. Habla de

la democracia, pero siempre que ésta ha interferido

en sus negocios la ha negado. Hoy esa derecha se

enmascara. Pero sabe que sus intereses son los de

los Estados Unidos. Siempre va a optar, por ejemplo,

por el ALCA y no por el Mercosur. Con el

ALCA se impone el imperio. Con el Mercosur se

unen los países debiles, a los que esa derecha no

quiere unidos. El ALCA es el libremercado. Por eso

la derecha lo defiende. Si el mercado es libre es de

la derecha. Es del verdadero poder. Ataca, entonces,

al Mercosur. El Mercosur implica llevar a primer

plano la política: unidad de los países de América

Latina. Un mercado común latinoamericano. Eso

es intervencionismo, para la derecha. Lo es: es la

política frenando la voracidad de la economía

imperial. Los países de América Latina no dominan

sus propias economías. Esas economías están en

manos de una oligarquía agraria y de un empresariado

no nacional sino supranacional, ligado por

completo a intereses externos. El poder, en América

Latina, no lo tienen los gobiernos. Lo tienen los

grupos económicos. De aquí que resulte gracioso (y

un poco irritante tal vez) que algunos periodistas

jueguen a que enfrentan al “poder” cuando critican

al gobierno de turno, más aún si ese gobierno se

juega en la política de derechos humanos y amenaza

con algunos gestos de proteccionismo, estatalismo

y distribución de la renta. Que el diario La

Nación diga que está “en la oposición” se puede

entender. Pero, ¿en la oposición a qué está? Algunos

de sus periodistas y otros medios del establishment

que carecen por completo de cierta elegancia

que La Nación conserva, afirman estar en la oposición

“al poder”. ¿Cómo va a estar opuesta al poder

La Nación si el poder es ella, si en ella y en los intereses

que representa está el poder? La Nación, desde

el poder, enfrenta a un gobierno. Ese gobierno

tiene que manejarse con enorme cautela y –si se

atreve– desnudar ese malentendido. No hay periodista

en la Argentina que no se jacte de haber recibido

“llamadas” del gobierno de Kirchner. Es posible.

Acaso se haya llegado a esa torpeza. Pero se

equivocan o mienten (o no entienden nada y dicen

cualquier cosa, o sea, lo que les conviene) cuando

se victimizan diciendo que han recibido llamadas

“del poder”. No, ustedes, si las recibieron, recibieron

llamadas de un gobierno. El poder está en los

diarios en los cuales muchos de ustedes trabajan. El

amable y democrático periodista de La Nación con

el que uno se encuentra y conversa civilizadamente

debe tener en claro que el poder es él. Lo es en

tanto esté en ese diario. Página/12, medio al que

tanto se le reprocha su acercamiento al gobierno,

ahora, de Cristina F, no representa al poder, a lo

sumo está de acuerdo con un gobierno. Después hay

otros poderes. Hay miles de poderes. El sindical. El

de la Iglesia. El militar. El de los periodistas. El de

los medios. El de los intelectuales. El de las patotas

de todo tipo, etc. Pero el poder, el poder concentrado,

el que está en línea directa con los Estados

Unidos, con las grandes empresas imperialistas (sí:

escribí esa extraña palabra que usted leyó, “imperialista”),

es uno solo: el del empresariado, el de la

Unión Industrial, el de IDEA, el de la Sociedad

Rural y el de su diario de toda la vida, La Nación,

que, según todos saben, fue fundado por Bartolomé

Mitre, que seguramente habría hecho malas

migas con el Menem de la etapa “caudillesca”, el

Menem-Facundo Quiroga, y muy buenas migas,

muy buenos negocios, con el Menem de la etapa

libremercadista, neoliberal. Ese poder, ahora, está a

la espera. Negocia, critica, no critica. Sabe que no

tiene validación política alguna. Algo que nunca le

importó porque siempre esa validación le vino por

el lado del Ejército Argentino. Si Georgie Borges

decía que la democracia era un vicio de la estadística,

lo decía porque así lo creía, por gorila y por

saber que su clase jamás habría de llegar al gobierno

por métodos democráticos. Hoy, esos sectores de la

derecha neoliberal no tienen Ejército. No tienen

tampoco quién los represente políticamente, ya que

la oposición a este gobierno es inexistente, salvo en

el caso de Macri, quien, en efecto, representa al

poder neoliberal. Ese poder cuya piel se erizó cuando

Cristina F dijo que no se convertirá en gendarme

de su rentabilidad. ¿Cómo se atreve? Eso es

peronismo del viejo cuño. Generar poder desde la

política. No subordinar el Estado al poder tradicional.

Eso hizo Perón y por eso todavía el peronismo

tiene resto.

LOS PAÍSES POBRES NO TIENEN

ECONOMÍA, LA ECONOMÍA LOS

TIENE A ELLOS

No reniego de lo que escribí en el pasado. Mi

historia intelectual no empieza a partir de un año

que yo determino aunque haya escrito montones

de páginas antes. Hay libros que forman parte de la

historia de uno, ya no son uno, ya no lo representan.

O por decirlo con más claridad: no representan

tal vez lo que uno piensa hoy, pero representan

lo que uno ha pensado y ha sido. Con todo, hay

certezas del pasado que perduran. En octubre de

1972 salía el número 7 de la revista Envido, “Revista

de política y ciencias sociales”, y en la tapa llevaba

un título que decía: Perón vuelve. “Ustedes están

locos”, nos decían. A veces, en lugar de locos, nos

decían en pedo. Pero era lo mismo: nosotros entendíamos.

¿Qué quería decir eso? Que nadie sabía si

Perón regresaba o no. El régimen lo decía que no.

Lanusse decía que no le daba el cuero. Nadie se

jugaba por nada. Todos eran la cautela misma.

Nosotros pusimos: “Perón vuelve”. En la tapa, bien

grande. Era una imprudencia o, sin más, una locura.

(Nota: Envido, que dirigió Arturo Armada, fue

la revista teórica de la Juventud Peronista hasta que

dejó de salir, para mí, en mayo de 1973, aunque

hubo un número posterior hacia fines de ese año.

Este número ya no nos nucleaba a todos. Fue fruto

de ingratas, terriblemente fogosas discusiones que

tuvimos. Montoneros pidió la revista y algunos nos

opusimos a regalársela. “Si se la quieren ganar que

se la ganen desde adentro”, dijo Miguel Hurst,

“Que pongan a alguien en el Consejo de Redacción”.

Discutíamos con tanto alboroto que cierta

vez Jorge Luis Bernetti dijo: “¡Esta es la peor reunión

de JP en la que estuve!” Pero fue Carlos Gil,

del Consejo de Redacción, el que graficó todo de

un modo, para mí, memorable. Pidió silencio.

Milagrosamente lo obtuvo y entonces dijo: “Esto es

puterío”.) En ese número de Envido salía una larga

nota mía. Uno de sus títulos decía: “Los países

dependientes no tienen otra posibilidad que la política”.

Si ustedes se bancan la palabra defenestrada

por la academia de los ’80, la palabra dependencia,

les aseguro que suscribo todavía hoy esa afirmación.

Y cito: “Dijimos que en los países dependientes la

región política era dominante. Y esto se debe, en lo

esencial, a que son países pobres, económicamente

débiles. Pero no son dependientes porque son

pobres, sino al revés. Y esta dependencia les ha sido

impuesta por las naciones imperialistas, quienes han

realizado su política de dominación con la más poderosa

de sus armas: la economía. ¿Por qué el librecomercio

de Smith y Ricardo? ¿Por qué esa confianza

en la mano invisible, en las leyes objetivas de los

procesos? Porque ahí ganaban ellos, los dueños de

la economía. Lo dice Canning cuando festeja la

liberación de Hispanoamérica: “Si llevamos bien

los negocios es nuestra”. Nada de cañonazos ni soldados,

la economía se encargará de la política de

dominación (...) ¿Qué les queda a los países dependientes?

Solamente la política (...) Sólo quienes

poseen la economía pueden hacer de ella su arma

de combate y confiarle sus proyectos políticos. Pero

los pueblos sometidos no tienen economía, la economía

los tiene a ellos” (JPF, “Sobre el peronismo y sus intérpretes”,

revista Envido, octubre de 1972, N° 7, pp.

30/31. Algunas bastardillas son de entonces. Otras

las añadí ahora).

Jamás renegaría de esa frase. La escribí hace

treinta años. La encuentro saludable y útil todavía.

Los pueblos sometidos no tienen economía, la economía

los tiene a ellos. No es que un país pobre, un

país del Tercer Mundo o un país del Mercosur no

tenga economía. La tiene. Mas la economía que

tiene es la economía del dominador. La economía

que tiene es el instrumento por medio del cual el

dominador ejerce su dominación. La economía que

tienen los tiene, los sujeta, los aprisiona. La economía

del dominador tiene la economía de los países

subalternos. Esta tenencia se ejercita por medio del

poder interno de esos países, cuyos intereses son

aliados de los intereses del dominador. Los grupos

más concentrados del poder de nuestro país quieren

el ALCA porque quieren seguir los lineamientos

que dicta la potencia hegemónica de la región,

que es, desde luego, Estados Unidos. Morales Solá,

que es un periodista coherente y que expresa con

claridad lo que piensa y los intereses que representa,

jamás apoyaría el Mercosur. Su diario es un aliado

central de la política exterior de Estados Unidos

en América Latina. Lo es también ese señor de la

sonrisa un poco boba pero que también puede leerse

como burlona, esa sonrisa que te dice: “Nunca

serán libres, idiotas. Serán patio trasero y aditamento

más o menos digno de la gran potencia del

Norte hasta que se pudran como podrida está una

manzana cuando los gusanos han hecho de ella su

cómoda vivienda”. Ese Oppenheimer, sí. Esos tipos

están bancados por el Imperio. ¿Qué dicen todo el

tiempo? Dicen: “Libremercado y democracia”. Lo

de la democracia es una farsa porque se han burlado

de la democracia impunemente siempre que lo

han querido hacer. Pero lo del libremercado, ¡ése es

el mensaje del señor Oppenheimer! Abran sus

puertas, déjennos entrar, es el modo en que entrarán

a la supramodernidad imperial siglo XXI. ¿Para

qué el Mercosur? Esa es una idea del siglo XIX que

costó la vida de Sucre y Bolívar y que ahora impulsa

ese histriónico de Hugo Chávez, a quien ya le

hicimos un golpe y no bien tengamos una brecha le

haremos otro. En suma, quieren entrar con la economía

porque la economía sigue siendo su principal

arma de dominación. El verdadero poder de la

Argentina lo sabe. Si Estados Unidos entra, entra

para darles poder a ellos. Para ejercer la dominación

económica vehiculizada por medio de sus

socios locales, que son sus socios supranacionales,

dado que no existe una “burguesía nacional”. Eso

murió. La globalización globaliza el poder de la

economía y lo disemina por el mundo. De aquí

que la consigna que comento tenga todavía fuerza

de respuesta antiglobalización: queremos que nuestra

economía sea nuestra.

Pero si no se afirma en una política que pueda

enfrentar –en lo posible desde el Estado y la movilización

de las masas, del contrapoder, de la multitud,

de lo que quieran pero de alguna forma de

participación popular que haga del pueblo el sujeto

de la política– los resortes de la economía que el

poder maneja ocurrirá lo que ocurrió en la década

del noventa. El Estado es sometido a desguace, se

lo desmonta o, si quieren, se lo deconstruye (de

donde vemos qué bien le viene el posmodernismo

a la fragmentación que propone el mercado y a la

aniquilación del Estado en tanto elemento totalizador

o totalitario, marxista y dialéctico) y nada

queda para enfrentar el asalto de la economía al

poder. No hubo política en los noventa. La política

se hizo por medio de la economía. La política

la hicieron los grupos de poder. El Estado se la

entregó. Las clases sociales admitieron la marginación,

la exclusión de inmensos contingentes de

ciudadanos y vivieron la euforia del “uno-uno”.

Denle un dólar barato al argentimedio y votará a

Belcebú. Denle poder adquisitivo y comprará

mercancías a destajo, y le vendrá el pánico porque

tiene mucho y no hay Estado. Con lo cual le pedirá

al Estado que le asegure lo que tiene. Pero lo

que tiene lo tiene porque no hubo Estado. O porque

las mafias se apoderaron de sus resortes. Pedi-

III

rá seguridad a cualquier precio. Se sentirá

interpretado por la frase de Ruckauf: “Hay

que meter bala”. Que lo pone a Rico al frente

de la Policía Bonaerense. Todo esto no sirve

para hacer un país.

LA ECONOMÍA DEL

PRIMER PERONISMO

Reconózcamosle al primer Perón el intento

de hacer política. Fortalecimiento del Estado.

El Estado se fortalece por la movilidad social

de los migrantes. El Estado redistribuye el

ingreso en beneficio de ellos. Les da sindicatos

y tiene poder frente a la oligarquía. Va creando

una clase burguesa industrial por medio del

acceso al crédito. La pequeña industria vive del

crédito y del apoyo estatal. Perón hizo lo

siguiente: nacionalizó el Banco Central y los

depósitos bancarios. Le dio un sentido al ahorro

interno. Valía la pena ahorrar. ¿Qué era el

Banco Central? Servía a los intereses de la

banca particular e internacional. Controlaba

los cambios y el crédito bancario y decidía la

política monetaria. Esto –y he aquí lo grave–

se hacía con total indiferencia por las políticas

que el país debía desarrollar para su beneficio.

La canalización del crédito no es económica, es

ideológica. Responde a un proyecto. O yo le doy

un crédito a una empresa que responde a la

banca particular e internacional. O se lo doy a

un pequeño agricultor. A un pequeño industrial

de Avellaneda o Munro. Y a ese agricultor

y a ese pequeño industrial no se le pide nada en

garantía. El Estado invierte en él. No quiere

ganar plata con él. Sabe que ganará soberanía.

Voy a contar un episodio de una gran película

del nacionalismo norteamericano. Esos tipos

podrán gustarnos o no. Pero nadie les negará

que hicieron un país poderoso. Bien, Fredric

March vuelve de la guerra (la segunda) y consigue

un empleo en un Banco. Viene un

pequeño agricultor a pedir un crédito. (No se

pierdan esto. Les aseguro que vale la pena.)

March le quiere dar el crédito. El tipo tiene

una cara de honesto que conmueve. Sólo

necesita un crédito del Banco para comprar

instrumentos de labranza. March (recordemos:

acaba de llegar de la guerra) le dice que el

crédito es de él. Y le pregunta: “¿Qué garantía

tiene usted para cubrir este crédito?”. El

pequeño agricultor se sorprende. “Nada, no

tengo ninguna garantía. Mi trabajo nada más.

Por eso vengo al Banco. Si tuviera garantía

tendría dinero y no lo tengo. Sólo tengo mi

trabajo.” “Espéreme aquí”, le dice March. Va

a hablar con el Gerente. No, dice el Gerente,

si no ofrece una buena garantía, no hay crédito.

March regresa y le dice al pequeño agricultor

que no le puede dar el crédito. El tipo se

va. March sigue en el Banco y se desempeña

muy bien. Como ha sido héroe de guerra y

ahora es tan eficiente banquero, el Banco hace

una cena en su honor. March asiste bastante

borracho, bastante furioso. Le llega el momento

de hablar. Dice que les va a contar un episodio

de la guerra. “Teníamos que tomar una

colina que dominaban los alemanes. Nuestro

teniente ordenó: ‘Vayan, tómenla’. Entonces

yo pregunté: ‘Teniente, ¿qué garantía tenemos

de tomar esa colina?’ El teniente se sorprendió:

‘Ninguna’, dijo. ‘Pero tienen que tomarla.’

‘Ah, no’, dije yo. ‘Tenemos que tener una

garantía. Si no, nos pueden matar. Y no queremos

que nos maten.’ Y no pudieron darnos

ninguna garantía. Entonces no tomamos la

colina. ¿Y saben qué? Perdimos la guerra.”

Este es el nacionalismo norteamericano. Lo

que les niegan a los otros países ellos lo ejercen

puertas adentro. March llama al pequeño

labrador y le da el crédito. La película, la célebre,

gran película se llama Los mejores años de

nuestras vidas y está dirigida por el gran William

Wyler.

El Estado, entonces, tiene que jugarse por

los pequeños productores, por las fábricas que

surgen, por los que piden para invertir en el

país y dar trabajo a su gente. Eso hizo Perón.

(Si hoy no se puede hacer estamos liquidados

y tal vez lo estemos.) El 25 de mayo de 1946,

por decreto-ley Nº 8503 se nacionaliza el

Banco Central. La banca privada no puede

manejar el crédito. En el Boletín Oficial del 5

de abril de ese año se dice: “El interés privado

no constituye una garantía de coincidencia

con las necesidades del interés general”. La

nacionalización de los depósitos bancarios se

produce el 24 de abril de 1946. Es el decretoley

N° 11.554.

El otro elemento fundamental de la economía

del primer peronismo es el IAPI (Instituto

Argentino Promotor del Intercambio).

Para los antiperonistas y la propaganda de la

“Libertadora”, el IAPI fue una cueva de

ladrones. Como si ellos no hubieran robado.

Se apropiaron del país simplemente. Se lo

apropiaron desde 1852 en adelante. ¿Esto

significa que era de ellos? Lo construyeron de

acuerdo con los intereses de Gran Bretaña y

para los beneficios de la pampa húmeda,

clase ociosa, improductiva, desagradable,

petulante, con profesoras francesas, racista,

con odio al negro y al indio, al que masacraron.

¿Quién puede dudar de que hubo

corrupción en el IAPI? Los funcionarios del

peronismo por primera vez arañaban el

poder. Sabían, por la larga experiencia de los

conservadores, que el poder era propiedad de

quien a él llegara. Y sí: afanaron. Pero el sentido

del IAPI igual se mantuvo. Fue la nacionalización

del comercio exterior. ¡Una injuria!

Le quitaron a la oligarquía de la bosta la

potestad de negociar directamente con el

comprador externo. El IAPI llega a cubrir el

75 por ciento de las expotaciones argentinas.

Y lo que recauda no es para el agro, es para la

industria. Buena parte de la historia económica

de la Argentina puede explicarse por la transferencia

de ganancias del agro a la industria o de

la industria al agro. Veremos, con la Libertadora,

al ministro de Hacienda, Eugenio

Blanco, propulsar, con emoción agraria, el

regreso de la industria al campo, que siempre

fue el fundamento de la riqueza nacional. La

patria de nuestros padres y abuelos. Los de

ellos. Y unir nuestros destinos al Fondo

Monetario Internacional. Gran medida de la

Libertadora. Con el IAPI se derrota a los

poderosos trust cerealeros. Como Bunge y

Born y Dreyfus. El IAPI deriva sus exorbitantes

ganancias a los sectores de la economía

que más le interesa dinamizar. Estamos

siguiendo aquí un libro excepcional de un

militante comunista: Juan Carlos Esteban:

Imperialismo y desarrollo económico, Editorial

Palestra, Buenos aires, 1961. Se trata de un

libro escrito por un no peronista pero no por

un gorila, ni mucho menos. Búsquenlo.

Debe estar en alguna parte. Si lo consiguen

hay que reeditarlo. No olvidemos la decadencia

turbia, triste de los tiempos. Gambini al

lado de Esteban es Paulo Coelho (¿se llama

así este tipo?) hablando de la economía de un

país del patio trasero del Imperio. Claro,

Gambini es un periodista ultragorila que

sigue la línea de Mary Main (La mujer del

látigo): “Digamos del peronismo lo que sólo

dicen los gorilas”. En tanto Juan Carlos Esteban

es un notable ensayista. Bué, no importa.

El IAPI opone al comprador multinacional,

que es Uno, un vendedor único.

Incidencia del IAPI en las exportaciones:

99% en 1949.

70,5% en 1950.

68,6% en 1951.

60,5% en 1952.

Y 70,4% en 1953.

¿Qué sentido político tenía este proceso?

El peronismo implica una clara transferencia

de recursos financieros, técnicos y humanos,

del sector agrario al sector industrial.

Aplica el poder financiero del Estado a la promoción

del sector industrial por dos motivos:

Primero) Porque era el el sector más dinámico

de la estructura económica y, en consecuencia,

el que más iba a contribuir a fortalecerla

y posibilitarle independencia ante cualquier

avance de la oligarquía ligada al agro, la

más poderosa en ese entonces, los verdaderos

enemigos del peronismo.

Segundo) Porque una dinámica política de

industrialización forzosamente movilizaba

hacia el sector industrial a la mayoría de la

población trabajadora, consiguendo, de este

modo restarle bases de sustentación social al

poder de los terratenientes. Esta política más el

importante Estatuto del Peón fue todo lo que

se arrimó el peronismo a una refomra agraria

que no hizo, que no podía hacer. Y que es un

disparate teórico exigirle que la haya hecho.

(Volveremos sobre esto.)

“El peón de campo (supo decir Perón) ha

estado sujeto a la omnímoda voluntad del

dueño del establecimiento. El patrón supo

reeditar todos los privilegios del feudalismo

medieval pero tuvo la habilidad de eludir los

compromisos que el señor estaba obligado a

guardar con sus mesnadas. La técnica industrial

enseñó a nuestros feudales del siglo XX

que podían servirse a su antojo del peón y su

familia con sólo pagarle un salario al término

de la quincena o del mes. No importaba la

cuantía del salario con tal que alcanzara el

límite justo que le impidiera morir de hambre

(Juan Perón, La reforma social, Buenos Aires,

1948).

En suma:

1º - Estatuto del Peón.

2º - Nacionalización bancaria.

3º - IAPI.

4º - Acumulación del capital en la industria.

Vienen luego los grandes renuncios que se

le reprochan al peronismo. El pedido del crédito

extranjero. Para colmo, Perón, en una de

esas compadradas a las que tan afecto siempre

habrá de ser, había dicho que se cortaría un

brazo antes de pedir un crédito al exterior.

¿Ustedes lo vieron baldado? Ni por asomo. Lo

de las manos fue cuando estaba plácido en su

tumba y vaya a saber qué sentido tuvo esa

indudable injuria necrofílica. Pero no se cortó

el brazo y pidió créditos al exterior. Se lo

reclamaba el Plan Económico del ’52. Que

era un plan de crisis. Pero Juan Carlos Esteban

–a quien aconsejo creerle más que a

todos– escribe: “El crecimiento del capital

extranjero en la Argentina desde 1949 a 1955

es de 282 millones de dólares, a valores

corrientes, cifra exigua que no llega a representar

un aumento del 20 por ciento sobre el

capital existente en 1949. En general se produce

este crecimiento partiendo de las grandes

dificultades económicas de 1952 que

paralizan las nacionalizaciones y hacen que el

sector conciliador de la burguesía nacional gane

posiciones en el gobierno peronista” (Nota: Juan

Carlos Esteban, Ibid., p. 83). Se sanciona

entonces la maldecida –por el antiperonismo–

ley N° 14222 de radicación de capitales. Es

de 1953. ¡Si habré escuchado esgrimir esta ley

como la prueba de oro del cipayismo de

Perón! Como el abandono de sus banderas

proteccionistas. La Ley 14222, señores: la

prueba de la infamia. Veamos. La ley establece

límites a la remisión de utilidades. “Por

primera vez (escribe Esteban, que era, lo

recuerdo, comunista, aunque ignoro cómo

habrá podido llegar a serlo en este país y ver

la economía del peronismo con la ausencia

total de gorilaje con que logra concebirla) un

gobierno argentino ataca justamente en sus

bases a la penetración imperialista al regular y

reducir la salida de utilidades. Debe quedar

bien en claro que no es lo mismo la reinversión

que la remesa de beneficios. Este es el

rasgo típico, genuino, el objetivo final del

capital financiero.” Y cita luego un informe

de la CEPAL que reprueba “los topes anuales

uniformes impuestos a las repatriaciones por

la ley 14222” (Esteban, Ibid., pp. 89/90).

Los elementos fundamentales para la elaboración

de este breve esbozo de la economía

peronista están tomados de mi libro El peronismo

y la primacía de la política, de 1974, y,

obviamente, del libro de Juan Carlos Esteban.

A él corresponden los mejores señalamientos.

Si los hubo, ya que sospecho que

Perón ha quedado demasiado bien parado en

este análisis. Con todo, quedará todavía mejor

parado cuando analicemos la vileza antipopular

y vengativa del plan económico de la

Libertadora.