viernes, 22 de febrero de 2008

AMBICIONES IMPERIALES- LIBRO COMPLETO-Capítulo 2.-

Chomsky, Noam.

Ambiciones Imperiales”.

Ediciones Península, Barcelona, 2005.

Capítulo 2, pp. 27-46.

Propaganda, publicidad, medios de comunicación, industria de las relaciones públicas, “ingeniería del consenso”

2

LENGUAJE COLATERAL

BOULDER, COLORADO (5 DE ABRIL DE 2003)

En estos últimos años el Pentágono, y después los medios de comunicación, han adoptado el término «daños colaterales» para referirse a las bajas civiles. ¿Cómo influye el lenguaje en nuestra manera de entender y de formarnos una opinión sobre determinados acontecimientos?

Pues no tiene mucho que ver con el lenguaje. Como el lenguaje es nuestra manera de relacionarnos y comunicarnos, la gente utiliza naturalmente los instrumentos de la comunicación para intentar moldear actitudes y opiniones e inducir a la conformidad y a la subordinación. Ha sido así toda la vida. Sin embargo, solo en este último siglo la propaganda se ha convertido en una industria organizada y muy consciente de su papel.

Merece la pena señalar que esta industria se ha creado en el seno de las sociedades más democráticas. El primer ministerio dedicado a la coordinación de la propaganda, el Ministerio de Información, se formó en Reino Unido durante la Primera Guerra Mundial.

Su «tarea», tal como lo expresaron ellos mismos, consistía en «dirigir el pensamiento de la mayor parte del mundo».1

Lo que más preocupaba a este ministerio era la mentalidad de Estados Unidos y, más concretamente, la forma de pensar de los intelectuales estadounidenses. Reino Unido necesitaba el apoyo de Estados Unidos en la guerra y los planificadores del ministerio se plantearon que si lograban convencer a los intelectuales norteamericanos de la nobleza del esfuerzo bélico británico, la intelectualidad estadounidense podría transmitir un punto de histeria a sus compatriotas (básicamente pacifistas y reacios a intervenir en guerras europeas, con toda la razón) y animarlos a participar en la guerra. Así pues, su propaganda se encaminó en primer lugar a influir en la opinión pública americana. La Administración Wilson respondió con la creación de la primera agencia de propaganda estatal, la Comisión para la Información Pública. Todo muy orwelliano, por supuesto.

El plan británico funcionó a las mil maravillas, sobre todo entre los intelectuales liberales de Estados Unidos. Por ejemplo, en el grupo de John Dewey se vanagloriaban de que por primera vez en la historia, según ellos, los intelectuales – reflexivos y más serios y responsables que los líderes militares y que los políticos – habían creado un fervor popular en tiempos de guerra. Ciertamente, en cuestión de unos meses la campaña propagandística consiguió convertir a una población relativamente pacifista en una masa germanófoba llevada por la histeria, hasta el punto de que se prohibió que la Boston Symphony Orchestra interpretase obras de Bach.

Wilson había ganado las elecciones de 1916 con el eslogan «Paz sin victoria», pero en un par de meses convirtió Estados Unidos en un país de belicistas dispuestos a destruir todo lo que fuese alemán.

Entre los miembros de la agencia de propaganda de Wilson había hombres como Edward Bernays, que se convirtió en el gurú de la industria de las relaciones públicas, o Walter Lippmann, un destacado intelectual del siglo XX. Y todos ellos se inspiraron explícitamente en su experiencia de la Primera Guerra Mundial.

En sus escritos de los años veinte decían que habían aprendido que se podía controlar «la mentalidad de la gente», que se podía controlar las actitudes y las opiniones y, en palabras de Lippmann, «manufacturar el consenso».

Bernays dijo que los miembros más inteligentes de la sociedad tienen la capacidad de dirigir a la población por medio de «la ingeniería del consenso», que él consideraba «la esencia misma del proceso democrático».2

Resulta interesante volver la vista a los años veinte, cuando realmente empezó la industria de las relaciones públicas. Fue la época del taylorismo en la industria, la época en que se entrenaba al obrero para convertirse en un robot, la época en que se controlaba y se regulaba hasta el último gesto. El taylorismo generó una industria altamente eficiente, en la que los seres humanos quedaban convertidos en autómatas. También los bolcheviques se quedaron impresionados con el taylorismo y trataron de emularlo, como otros muchos regímenes de todo el mundo.

Pero los expertos en control del pensamiento se dieron cuenta enseguida de que, además de lo que se dio en llamar el «control durante el trabajo», se podía conseguir también el «control fuera del trabajo».3 La expresión tiene su miga. El control fuera del trabajo quiere decir transformar a la gente en robots en cualquier aspecto de la vida mediante la transmisión de una «filosofía de la futilidad», es decir, haciéndola centrar toda la atención en «las cosas superficiales de la vida, como el consumo de artículos y servicios de moda».4

Así la gente que se supone que tiene que dirigir los poderes empresarios y de negocios lo puede hacer sin la intromisión de la masa de la población, que no pinta nada en el ámbito de lo público.

A partir de esa idea se formaron una serie de industrias ingentes, desde la publicitaria hasta la universitaria, todas muy conscientemente comprometidas con la creencia de que hay que controlar las actitudes y las opiniones de la gente porque, de lo contrario, esta podría volverse demasiado peligrosa.

De hecho, esta visión de las masas tiene como fuente algunos textos fundacionales. La fundación de la nación se basó en el principio madisoniano que decía que la gente es sencillamente demasiado peligrosa, que el poder debe recaer en lo que Madison denominó «la riqueza de la nación», es decir, en unas personas que respetan la propiedad y sus derechos y que están dispuestas a «proteger a la minoría opulenta frente a la mayoría», a la que de alguna manera hay que fragmentar.5

Es lógico que la industria de las relaciones públicas se desarrollase en las sociedades más democráticas. Si puedes controlar a la gente por la fuerza, no importa tanto controlar lo que opinan y sienten. Pero si dejas de tener la capacidad de controlar a la gente por la fuerza, es imprescindible controlar sus actitudes y sus opiniones.

En la actualidad no son tanto los gobiernos quienes ejercen este control, sino las grandes empresas.

La Administración Reagan contaba con un Office of Public Diplomacy. Pero para entonces la gente ya no estaba dispuesta a aceptar la existencia de agencias de propaganda de Estado, de modo que se ilegalizó aquel, Office of Public Diplomacy [Servicio de Diplomacia Pública], lo cual obligó al gobierno a recurrir a métodos más indirectos de manufacturación del consenso

Hoy son las tiranías privadas (los sistemas corporativos) las que se encargan de controlar las opiniones y las actitudes. Estas grandes empresas no reciben órdenes del gobierno, pero, por supuesto, tienen estrechos vínculos con él. Y no hace falta romperse mucho la cabeza para saber lo que están haciendo, pues ellas mismas tienen la deferencia de informarnos en sus propias publicaciones empresariales o en revistas académicas.

Por ejemplo, en 1933 el liberal Harold Lasswell, intelectual wilsoniano progresista, creador de buena parte de la ciencia política moderna, escribió un artículo titulado «Propaganda» en la Encyclopedia of the Social Sciences.6 En aquella época se utilizaba sin tapujos el término «propaganda», antes de que se asociase con los nazis; hoy la gente utiliza toda clase de eufemismos.

El mensaje de Lasswell venía a decir que no debíamos sucumbir a los «dogmatismos democráticos que preconizan que los hombres son quienes mejor pueden juzgar cuáles son sus intereses». Porque no lo son. Lo son las elites. Y dado que la gente es demasiado tonta e ignorante para comprender cuáles son sus intereses, nosotros, que somos grandes humanistas, debemos marginarla y controlarla por su propio bien. Y la mejor forma de hacerlo es a través de la propaganda. La propaganda no tiene nada de malo, decía Lasswell.

Es igual de neutral que una manivela para bombear: se puede usar con fines positivos o con fines negativos. Y como somos personas nobles y maravillosas, la utilizaremos para hacer cosas buenas y para asegurarnos de que las masas, estúpidas e ignorantes, sigan marginadas y alejadas de los instrumentos de la toma de decisiones. Y no estoy hablando de la derecha, sino de unos intelectuales liberales y progresistas.

De hecho, puedes ver más o menos esta misma idea en las doctrinas leninistas. También los nazis hicieron suyas estas ideas. Si lees Mein Kampf, verás que Hitler estaba muy impresionado con la propaganda angloamericana. Él decía, no exento de razón, que la propaganda ganó la Primera Guerra Mundial, y prometía que la próxima vez los alemanes estarían preparados (dotados de su propio sistema propagandístico, a imagen y semejanza del de los regímenes democráticos). Desde aquella época otros muchos países lo han intentado, pero Estados Unidos sigue siendo el número uno, porque es la sociedad más libre y más democrática, de modo que aquí es vital controlar las actitudes y las opiniones.

¿Puedes dar un salto desde la propaganda de aquel entonces, y sus orígenes, a lo que está sucediendo hoy en día con lo que se conoce como la Operación Libertad Iraquí?

Lo puedes leer tú mismo en el New York Times de esta mañana. Sale un artículo interesante sobre Karl Rove, el manager del presidente, el que le enseña lo que tiene que decir y hacer. En Irak lo llamarían su gorila.7 Rove no ha participado directamente en la planificación de la guerra. Tampoco Bush. Eso ha sido cosa de otras personas. Pero su objetivo, dice, es «moldear la percepción que se tiene del señor Bush como dirigente en tiempos de guerra, y preparar el terreno para la campaña de reelección que empezará nada más acabar la guerra», para que los republicanos puedan seguir adelante con su programa nacional, es decir, aplicar bajadas de impuestos (dicen ellos que para la economía en general, pero en realidad quieren decir para los ricos) así como otros programas diseñados para beneficiar a un sector extremadamente reducido de ultra ricos y privilegiados y que tendrán el efecto de perjudicar a la gran masa de la población.

Aún más significativo que estos objetivos a corto plazo, aunque el artículo del New York Times no diga nada al respecto, es el plan a largo plazo de acabar con la base institucional de los sistemas de ayuda social, de eliminar programas como la Seguridad Social, que se basan en la idea de que las personas deben ocuparse las unas de las otras en cierta medida. Esta idea de que deberíamos sentir compasión y solidaridad, de que debería importarnos si la viuda discapacitada de la otra punta de la ciudad tiene para comer, hay que quitárnosla de la cabeza. En esto consiste gran parte del programa político nacional, al margen del desvío de riquezas y poder hacia sectores cada vez más reducidos.

Y la manera de lograrlo (dado que la gente no lo va a aceptar de otro modo) es asustar a la población. Si la gente teme que su seguridad esté en peligro, se inclinará más por los dirigentes fuertes, Confiará en los republicanos para que los protejan de los enemigos y, por consiguiente, estará dispuesta a anular sus preocupaciones e intereses personales. Entonces, los republicanos podrán seguir adelante con su programa político; tal vez hasta puedan institucionalizarlo, con lo que será muy difícil dar marcha atrás. Así pues, primero asustan a la gente y a continuación presentan al presidente como un líder poderoso en tiempos de guerra que está logrando superar a este horrible enemigo... Un enemigo escogido con mucha idea, porque se le puede aplastar en un periquete.

¿Irak?

Sí, Irak. Se ha expresado bastante explícitamente, y todo va encaminado a las próximas elecciones presidenciales. Es un factor muy importante de esta guerra.

Es evidente el abismo que hay entre lo que piensa la opinión pública estadounidense sobre la Guerra de Irak y lo que piensa el resto del mundo, literalmente. ¿Lo achacas a la propaganda?

No cabe duda. Se puede seguir la trayectoria con toda precisión. La campaña sobre Irak despegó en septiembre de 2002. Es tan evidente que hasta se trata en las publicaciones de tipo más general. El jefe de análisis políticos de United Press International, Martin Sieff, tiene un largo artículo que describe cómo se hizo.8

· El redoble de tambores de la propaganda bélica empezó en septiembre, coincidiendo con el inicio de la campaña electoral del Congreso, de mitad de la legislatura. Había dos temas que se repetían constantemente. Uno era que Irak suponía una amenaza inminente para la seguridad de Estados Unidos. Tenemos que pararlos ahora, o nos destruirán mañana.

· El segundo tema era que Irak estaba detrás de los atentados del 11 de septiembre. Nadie lo decía expresamente, pero todos insinuaban que Irak era el responsable. Entonces dijeron que Irak estaba planeando cometer nuevas atrocidades. Estamos en peligro, de verdad; por eso, hay que pararlos ya.

Mira las encuestas de opinión. Reflejaban la propaganda de una forma muy directa.

Justo después del 11 de septiembre el porcentaje de ciudadanos estadounidenses que pensaba que Irak tenía algo que ver era, creo, el 3 por 100. Hoy casi la mitad de la población, tal vez más, cree que Irak fue el responsable de los atentados del 11-S. Desde septiembre de 2002, aproximadamente el 60 por 100 de la población cree que Irak representa una amenaza para nuestra seguridad. Estas actitudes guardan una estrecha relación con el apoyo a la guerra.9 Si crees que Irak es una amenaza inminente para tu seguridad y que fue responsable de las atrocidades cometidas aquel 11 de septiembre y que está planeando cometer más, entonces tiene su lógica decir que deberíamos ir a la guerra para pararle los pies.

En el resto del mundo nadie cree nada semejante. Ningún otro país ve que Irak sea una amenaza para su seguridad. Kuwait e Irán, ambos invadidos en su día por Irak, no lo ven como una amenaza para su seguridad.

Como consecuencia de las sanciones, que han matado a cientos de miles de personas, el país tiene la economía y la fuerza militar más débiles de toda la región.10 Su gasto militar es menos de la mitad del de Kuwait, cuya población equivale al 10 por 100 de la iraquí, y está muy por debajo del gasto militar de otros países de Oriente Medio.11 Y, por supuesto, en la región todo el mundo sabe que allí cerca tienen a una superpotencia (que en realidad es una base militar estadounidense en el exterior) dotada de cientos de armas nucleares y unas fuerzas armadas enormes: Israel.

De hecho, después de que Estados Unidos se apodere de Irak, es muy probable que incremente las fuerzas militares iraquíes y puede que hasta desarrolle las armas de destrucción masiva del país, con el único objeto de crear un contrapeso frente a otros Estados de la zona.

La gente tiene miedo de Irak solo en Estados Unidos. Esto es un auténtico logro propagandístico.

Resulta interesante comprobar que Estados Unidos es tan susceptible a la propaganda. Pero lo cierto es que, por la razón que sea, Estados Unidos es un país muy asustado en comparación con otros. Aquí el grado de temor sobre casi cualquier tema (la delincuencia, la inmigración, o el que más rabia te dé) se sale del rango normal.

Y los de Washington lo saben muy bien. Muchos de ellos son los mismos que gobernaban el país en los años de Reagan y de la primera Administración Bush. Y no están más que repitiendo el mismo guión. En aquel entonces aplicaron unos programas nacionales muy retrógrados que perjudicaron a la población y que resultaron muy impopulares, y se las ingeniaron para permanecer en el poder simplemente apretando año tras año el botón del pánico. Ahora lo están haciendo otra vez. Es algo que en Estados Unidos no es difícil hacer.

Por lo general, defines las cosas con claridad y precisión. Sin embargo, mencionas con ciertas reservas que hay algo en el carácter americano que lo hace...

En la cultura americana.

¿Qué es lo que hace que esta cultura sea más sensible a la propaganda?

Yo no he dicho que sea más sensible a la propaganda. Es más sensible al miedo. Estados Unidos es un país asustado. Y las razones que lo explican, aunque francamente no las entiendo, se remontan a muy atrás en la historia del país.

Pero si el miedo ya está ahí, entonces aplicar la propaganda se convierte en algo relativamente fácil.

Determinados tipos de propaganda llegan a ser mucho más fáciles de aplicar. Cuando mis hijos iban al colegio, hace cuarenta años, durante la Guerra Fría, se les enseñaba a esconderse debajo de los pupitres, literalmente, para protegerse de un bombardeo atómico.

Por cierto, el embajador de México en aquella época hizo un comentario que debiera haberse hecho famoso. El presidente Kennedy estaba intentando organizar el hemisferio para que todos apoyasen sus atentados terroristas contra Cuba, que fueron durísimos. Por lo general, los demás países del hemisferio occidental solo tienen que hacer lo que les diga Estados Unidos si no quieren meterse en líos. Sin embargo, México se negó a apoyar la campaña contra Cuba. El embajador mexicano dijo: «Si declaramos públicamente que Cuba es una amenaza para nuestra seguridad, cuarenta millones de mexicanos se morirán de la risa».12

En Estados Unidos la gente no se muere de risa. La gente tiene miedo de todo. Mira el caso de la delincuencia. La tasa de delincuencia en Estados Unidos es equiparable a la de otras sociedades industrializadas; tira hacia la parte alta de dicha escala, pero no se sale de madre. Aun así, aquí el temor a la delincuencia es mucho más elevado que en otros países. El consumo de drogas aquí es más o menos igual que en cualquier otro país, pero el miedo a la droga está disparadísimo.

Pero ¿no te parece que la cultura de masas contribuye a ello, con todos esos programas de televisión y todas esas películas?

Puede que sí, pero además hay un fondo de miedo, que se explota. Probablemente tenga que ver con la conquista del continente, cuando hubo que exterminar a la población nativa, y con la esclavitud, cuando se tenía el control de una población que se consideraba peligrosa porque nunca sabías cuándo podrían echársete encima los esclavos. Y también puede que sea reflejo de la enorme seguridad que tenemos aquí.

La seguridad de Estados Unidos no tiene parangón en el resto del mundo. Estados Unidos controla el hemisferio, controla los dos océanos y los dos lados de ambos océanos, La última vez que Estados Unidos se vio amenazado fue en la guerra de 1812. Desde entonces, se ha dedicado a conquistar a otros. De alguna manera, esto genera la sensación de que alguien puede venir por nosotros, y al final el país termina terriblemente asustado.

El jueves 6 de marzo de 2003 Bush ofreció una rueda de prensa en horario de máxima audiencia. Era la primera que concedía en año y medio. En realidad, se trató de una rueda de prensa diseñada de antemano. Sabía muy bien a quién iba a dar la palabra. Un estudio de la trascripción revela una repetición constante de determinadas palabras: «Irak», «Sadam Hussein», «amenaza», «amenaza creciente», «amenaza profunda», «11-S», «terrorismo». El lunes siguiente las encuestas de opinión presentaban una subida pronunciada que ponía de manifiesto que ahora la mayoría de la población cree que Irak tuvo algo que ver con los atentados del 11 de septiembre.

Tienes razón en lo de aquella subida pronunciada, pero el auténtico cambio se había producido en septiembre de 2002. Fue entonces cuando los resultados demoscópicos revelaron la creencia de que Irak había participado en los atentados del 11-S. Pero es necesario reforzar esa idea, porque si no se olvida. Las aseveraciones de la Administración son tan peregrinas que es muy difícil que la gente se las trague eternamente, a no ser que se las repita una y otra vez. Lo mismo pasa si quieres vender coches. Es lo que tienes que hacer. Si pretendes convertir a los ciudadanos en consumidores descerebrados para que no se entrometan en política mientras tú te dedicas a reordenar el mundo, tienes que bombardearlos desde la infancia.

¿Cómo se reconoce la propaganda? ¿Qué técnicas hay para no caer en sus postulados?

No hay técnica que valga, solo usar el sentido común.

· Si te cuentan que Irak es una amenaza para nuestra existencia, pero resulta que Kuwait no lo ve como una amenaza para la suya y nadie más en el mundo lo ve así, cualquier persona en sus cabales empezará a preguntar dónde están las pruebas que lo demuestran. En cuanto lanzas esta pregunta, el argumento entero se viene abajo.

· Pero tienes que estar dispuesto a desarrollar una actitud de análisis crítico hacia todo lo que se te cuente y se te diga.

· Por supuesto, todo el sistema educativo y todo el sistema de medios de comunicación social persiguen el objetivo contrario. Se nos enseña a ser pasivos y a seguir lo que se nos diga, obedientemente.

· Si no eres capaz de romper con esos hábitos, es muy probable que te conviertas en víctima de la propaganda. Pero no es tan fácil romper con ellos.

El 1 de mayo de 1985 Reagan declaró el estado de emergencia nacional en Estados Unidos por la amenaza que el Gobierno nicaragüense planteaba para la seguridad de Estados Unidos. Nicaragua queda a dos días en coche de Harlingen, Texas, y estaba planeando apoderarse del hemisferio entero.

Si echas un vistazo a la Orden Ejecutiva, que se renovaba anualmente para recabar más apoyo a la guerra estadounidense en Nicaragua, verás que casi tiene las mismas frases que la declaración sobre Irak que hizo el Congreso en octubre de 2002.13 No tienes más que sustituir Nicaragua por Irak. ¿Cuánta inteligencia crítica se necesita para determinar hasta qué punto Nicaragua representaba una amenaza para la existencia de Estados Unidos?

Una vez más, la gente de fuera se queda pasmada con estas cosas y no entiende ni jota.

A lo largo de toda la década de los ochenta el sector turístico europeo se venía abajo cada pocos años debido a que los estadounidenses estaban tan asustados (como consecuencia de algún repunte en la cobertura que daban los medios de comunicación a las noticias sobre terrorismo) que pensaban que, si viajaban a Europa, habría por allí algún árabe dispuesto a intentar asesinarlos.

Los europeos no entienden este tipo de reacciones. ¿Cómo es posible que un país esté tan asustado por algo absolutamente inexistente, tanto que le dé miedo viajar a Europa?

Eso mismo está volviendo a pasar ahora.

Sí, está volviendo a pasar. Pero, en respuesta a la pregunta de «¿Cómo librarte de esto?», no hay más que utilizar la inteligencia.

No hay ninguna técnica concreta. Simplemente, estar dispuesto a analizar con el sentido común, con inteligencia y escepticismo, cualquier cosa que te presenten. Leer lo que nos presentan igual que si leyésemos la propaganda iraquí. ¿Hace falta una técnica especial para dilucidar si el ministro de Información iraquí es de fiar o no? Pues lo mismo hay que hacer con las cosas de dentro. Si la persona está dispuesta a aplicar la misma vara de medir a la información de dentro que a la de fuera, entonces habrá ganado. A partir de ahí, todo es sencillo.

Una de las expresiones léxicas novedosas que me gustaría que comentases es la de «reporteros asignados [a unidades militares]».

A ningún periodista honrado le haría gracia que lo describiesen como «reportero asignado». Decir «soy un reportero asignado» es lo mismo que decir «trabajo para la propaganda del gobierno». Pero los periodistas han aceptado la expresión. Y dado que todo lo que hacemos es correcto y adecuado, si eres un reportero asignado a una unidad del Ejército estadounidense, tienes que ser objetivo.

El tema de los reporteros asignados surgió por primera vez de manera dramática con el caso de Peter Arnett. Peter Arnett es un periodista experimentado y respetado, al que avalan muchos logros. Sin embargo, ahora se le odia porque ofreció una entrevista en la televisión iraquí.14 ¿Es que se condena a alguien por emitir una entrevista en la televisión estadounidense? No, sería un disparate.

Desde el punto de vista de un periodista independiente, emitir una entrevista en la televisión de Estados Unidos tendría que ser exactamente lo mismo que dar una entrevista en la televisión de Irak. De hecho, es peor, pues no es una situación simétrica. Estados Unidos está invadiendo Irak.

Se trata de un acto de agresión tan claro como cualquier otro de la historia contemporánea, un crimen de guerra de categoría. Por este tipo de crimen se mandó a la horca en Nuremberg a los nazis, por un acto de agresión. Cualquier otra cuestión fue secundaria. Y he aquí un ejemplo clarísimo. Los pretextos para la invasión no son más convincentes que los esgrimidos por Hitler.

Así pues, afirmar que haya simetría es un error. Pero, en fin, dejémoslo aparte. Que un periodista independiente emita una entrevista en la televisión de las fuerzas invasoras debería ser lo mismo que si la ofreciese en la televisión del país invadido. Sin embargo, en este caso esto último se ha tildado de traición. Que si Arnett había renunciado a su integridad periodística, etcétera. Lo que esto pone de manifiesto sobre el periodismo estadounidense es algo pasmoso.

De hecho, uno de los mejores periodistas americanos (por tanto, uno de los menos utilizados), Charles Glass, corresponsal en Oriente Medio y periodista de vasta experiencia, tiene un artículo publicado en la London Review of Books en el que señala que Estados Unidos debe de ser el único país del mundo en el que se tacha de terrorista a alguien que ha salido en defensa de su propio país.15 Glass está en Irak y está observando todo esto con los ojos como platos. De hecho, cualquiera que se encuentre mínimamente alejado de Estados Unidos y de su sistema de adoctrinamiento tiene que estar observando todo esto con los ojos como platos.

El ataque a Afganistán en octubre de 2001 engendró otros cuantos términos interesantes. Uno de ellos fue el nombre de la guerra en si, Libertad Duradera, y el otro es «combatiente desleal».

A raíz de la Segunda Guerra Mundial se creó un marco de derecho internacional relativamente nuevo, dentro del cual están las Convenciones de Ginebra. Este marco legal carece del concepto de «combatiente desleal» en el sentido en que se emplea hoy. De hecho, este término sería anterior a la Segunda Guerra Mundial, cuando se permitía hacer lo que fuese en tiempos de guerra. Pero con las Convenciones de Ginebra, que se crearon para criminalizar formalmente las atrocidades de los nazis, la situación cambió. Se suponía que los prisioneros de guerra gozaban de un estatus especial.

Así pues, la Administración Bush, con la colaboración de los medios de comunicación y de los tribunales, está volviendo a la época anterior a la existencia de un marco internacional serio que se ocupase de los crímenes contra la humanidad o de los crímenes de guerra.

  • Washington se ha arrogado el derecho
  • no solo de llevar a cabo determinados actos de agresión,
  • sino también a calificar de «combatientes desleales» a la gente a la que bombardea y captura, que queda así desprovista de toda protección legal.

De hecho, han ido mucho más allá.

· Ahora la Administración se ha arrogado el derecho a hacer redadas sorpresa en la población de Estados Unidos, incluidos ciudadanos estadounidenses;

· a arrestarlos indefinidamente sin permitirles contactar con familiares o con abogados,

· y a retenerlos sin cargos hasta que el presidente decida que haya terminado la «guerra contra el terrorismo», o como quiera llamarla.16

Es alucinante. El gobierno se adjudica el derecho a despojar a la gente de su derecho fundamental de ciudadanía si el fiscal general simplemente infiere (sin ninguna prueba que lo demuestre) que la persona está involucrada de alguna manera en hechos que podrían resultar dañinos para Estados Unidos.17 Para encontrar algo similar hay que remontarse a los Estados totalitarios.

Lo que está pasando en Guantánamo, por ejemplo, es una de las peores violaciones de los principios elementales de los derechos humanos internacionales desde la Segunda Guerra Mundial, es decir, desde que ese tipo de crímenes quedó criminalizado formalmente como respuesta a lo que habían hecho los nazis.

Hasta Winston Churchill, en plena Segunda Guerra Mundial, condenó el uso de la facultad ejecutiva de encarcelar a la gente sin cargos como el más odioso de los crímenes, hallado solo entre los nazis. En esa época Reino Unido estaba atravesando momentos muy difíciles, no como Estados Unidos hoy en día. Hay un busto de Churchill que mira a George Bush todos los días. Bush debería prestar atención a sus palabras.18

¿Qué opinas de las declaraciones del primer ministro británico Tony Blair retransmitidas en «Nightline» el 31 de marzo, cuando dijo, en relación con el ataque a Irak, «Esto no es una invasión»?19

Tony Blair es un buen agente propagandístico para Estados Unidos. Se expresa bien, construye frases coherentes, al parecer a la gente le gusta su imagen. Está manteniendo la posición que ha sostenido Reino Unido conscientemente desde la Segunda Guerra Mundial.

Durante la Segunda Guerra Mundial, Reino Unido admitió algo que era obvio, tal como demuestran la gran cantidad de documentos internos al respecto: que Reino Unido había sido la potencia que había dominado el mundo pero que, después de la guerra, ese papel iba a pasar a Estados Unidos. Reino Unido tenía que elegir entre ser un país más o convertirse en lo que los británicos dieron en llamar un «socio comanditario» de Estados Unidos. Y aceptó el papel de socio comanditario. Y desde entonces ha sido así.

Reino Unido se ha llevado sopapos en plena cara una y otra vez, de la manera más vergonzosa, pero va Blair y dice tranquilamente: «Haremos de socio comanditario. Aportaremos a la coalición nuestra experiencia centenaria de brutalidades y asesinatos de extranjeros. Se nos da de miedo. Tenemos siglos de experiencia en “bombardear negratas”, como dijo Lloyd George.20 Seremos el socio comanditario y a lo mejor nos conceden algún que otro privilegio a cambio». Ese es el papel que está haciendo Reino Unido. Es de vergüenza.

En las conferencias que das ante oyentes estadounidenses, muchas veces te preguntan «¿Qué debería hacer yo?»

Solo me pasa con oyentes estadounidenses.

Nunca me preguntan nada así cuando hablo en el Tercer Mundo. Cuando estás en Turquía o en Colombia o en Brasil, no te preguntan «¿Qué debería hacer?». Te dicen lo que están haciendo.

Cuando estuve en Porto Alegre, en Brasil, para asistir al Foro Social Mundial, conocí a unos campesinos sin tierra, y no me preguntaron qué deberían hacer, sino que me contaron lo que estaban haciendo. Estas personas son gente pobre y oprimida que vive en unas condiciones horrorosas, y jamás se les pasaría por la mente preguntarte qué deberían hacer.

Solo en culturas que gozan de privilegios inmensos, como la nuestra, la gente formula esta pregunta. Nosotros vivimos en un mundo de oportunidades y no tenemos ninguno de los problemas a los que se enfrentan los intelectuales de Turquía o los campesinos de Brasil. Podemos hacer cualquier cosa. Pero aquí se enseña a la gente a creer que existen las respuestas fáciles, y las cosas no son así.

Si quieres hacer algo, tienes que esforzarte y ser constante. Participar en programas educativos, en organizaciones, en el activismo. Así se cambian las cosas. ¿Que quieres una llave mágica, para que mañana te dejen tranquilo y puedas sentarte otra vez a ver la tele? Pues no existe.

En los años sesenta participaste en el activismo y fuiste uno de los primeros disidentes que se opuso a la intervención de Estados Unidos en Indochina. ¿Cómo ha evolucionado la disidencia en Estados Unidos desde aquella época?

Es un tema interesante. Esta mañana había un artículo en el New York Times en el que se explicaba que hoy los activistas contrarios a la guerra son los profesores, no los estudiantes.21 Antes no era así. Antes los estudiantes eran los activistas que se oponían a la guerra. Es cierto que en 1970 los estudiantes se manifestaban activamente contra la guerra. Pero habían tenido que pasar ocho años desde el inicio de la guerra de Estados Unidos contra Vietnam del Sur, que para entonces ya se había extendido a toda Indochina y prácticamente la había borrado del mapa.

En 1962 se anunció que los aviones estadounidenses estaban bombardeando Vietnam del Sur y nadie protestó. Estados Unidos recurrió a la guerra química para destruir los cultivos y obligar a millones de personas a agruparse en «aldeas estratégicas», que básicamente eran campos de concentración. Todo esto se hacía a la luz pública, y no hubo protesta alguna. Era imposible conseguir que alguien hiciese declaraciones acerca del asunto.

Ni en una ciudad liberal como Boston se celebraban concentraciones públicas en contra de la guerra, porque las dispersaban los estudiantes, con el apoyo de los medios de comunicación.

Uno necesitaba cientos de agentes de la policía del estado para que los ponentes como yo pudiésemos salir de allí sin un rasguño. Las manifestaciones solo llegaron cuando ya habían pasado años desde el inicio de la guerra. Para entonces, habían muerto cientos de miles de personas y se había destruido gran parte de Vietnam.

Sin embargo, todo eso se ha borrado de la historia, porque dice demasiado de lo que pasó en realidad, y es que: hicieron falta muchos años de arduo trabajo de mucha gente, casi toda joven, para crear un movimiento de protesta.

La periodista del New York Times no lo puede comprender. Estoy seguro de que está siendo y diciendo exactamente lo que le han enseñado que diga, a saber; Que hubo un gran movimiento pacifista que ahora ya no existe.

Lo que ocurrió de verdad no se puede reconocer. Se supone que no debes aprender que gracias a un esfuerzo constante y comprometido somos capaces de generar cambios significativos en la conciencia y en la comprensión de la realidad. Dado que una idea como esta es peligrosísima, se ha borrado de la historia.

NOTAS

1. Randal Marlin, Propaganda and the Ethics of Persuasion (Broadview Press, 2002), p. 66.

2. Para consultar las referencias y conocer más detalles, véase Noam Chomsky, Necessary Illusions (South End Press, 1989), pp. 16-17.

3. Michael Dawson, The Consumer Trap (University of Illinois Press, 2003).

4. Stuart Ewen, Captains of Consciousness (McGraw-Hill, 1976), p. 85.

5. Ambas citas pertenecen a la Convención Federal de 1787. Véanse Rufus King, Life and Correspondence of Rufus King (G. P. Putnam’s Sons, 1894), vol. 1, pp. 587-619, y Robert Yates, «Notes of the Secret Debates of the Federal Convention of 1787», en Documents Illustrative of the Formation of the Union of the American States (Government Printing Office, 1927).

6. Harold Lasswell, «Propaganda», Encyclopedia of the Social Sciences (Macmillan, 1935), pp. 521-528.

7. Adam Nagourney y Richard W. Stevenson, New York Times, 5 de abril de 2003.

8. Martin Sieff, American Conservative, 4 de noviembre de 2002.

9. Howard LaFranchi, Christian Science Monitor, 14 de enero de 2003. Linda Feldmann, Christian Science Monitor, 14 de marzo de 2003. Jim Rutenberg y Robin Toner, New York Times, 22 de marzo de 2003.

10. Sobre el impacto de las sanciones, véase Anthony Arnove, ed., Iraq Under Siege, 2ª ed., (South End Press, 2002). Véase también Carl Kaysen et al., War wíth Iraq (American Academy of Arts and Sciences, Committee on International Security Studies, 2002).

11. Departamento de Estado, World Military Expenditures and Arms Transfers (WMIEAT), 6 de febrero de 2003.

12. Ruth Leacock, Requiern for Revolution (Kent State University Press, 1990), p. 33.

13. Executive Order 12513, Prohibiting Trade and Certain Other Transactions Involving Nicaragua (Orden Ejecutiva por la que se prohíbe el comercio y otras transacciones con Nicaragua). Véase también New York Times, 2 de mayo de 1985, y Noam Chomsky, Turning the Tide (South End Press, 1986), p. 144, para más detalles.

14. Jim Rutenberg, New York Times, 1 de abril de 2003.

15. Charles Glass, London Review of Books, 17 de abril de 2003.

16. Neely tucker, Washington Post, 3 de diciembre de 2002. Neil A. Lewis, New York Times, 9 de enero de 2003.

17. Jack M. Balkin, Los Angeles Times, 13 de febrero de 2003. Véase también Rachel Meeropol, ed., America’s Disappeared (Seven Stories Press, 2005).

18. Winston Churchill, citado por A. W. Brian Simpson, Human Rights and the End of the Empire (Oxford University Press, 2001), p. 55.

19. Programa especial de «Nightline», de la cadena ABC News, el 31 de marzo de 2003.

20. David Lloyd George, citado en V. G. Kiernan, European Empires from Conquest to Collapse, 1815-1960 (Leicester University Press/Fontana Paperbacks, 1982), p. 200.

21. Kate Zernike, New York Times, 5 de abril de 2003.